Versión estenográfica de la Conferencia Magistral Estacional de verano 2021, Democracia e Historia Electoral, dictada por el Doctor Javier Garciadiego Dantán

Escrito por: INE
Tema: Conferencia Estacional

VERSIÓN ESTENOGRÁFICA DE LA CONFERENCIA MAGISTRAL ESTACIONAL DE VERANO 2021 “DEMOCRACIA E HISTORIA ELECTORAL”, DICTADA POR EL DOCTOR JAVIER GARCIADIEGO DANTÁN

Presentadora: Muy buenas tardes.

El Instituto Nacional Electoral les da la más cordial bienvenida a quienes siguen la transmisión en línea de la Conferencia Magistral de Verano 2021: Democracia e Historia Electoral, que forma parte del ciclo de las conferencias magistrales estacionales 2021.

Para el desarrollo de la cual agradecemos la participación del doctor Lorenzo Córdova Vianello, Consejero Presidente del Instituto Nacional Electoral, del doctor Javier Garciadiego Dantán, conferencista; del doctor Uuc-kib Espadas Ancona, Consejero Electoral del Instituto Nacional Electoral.

Para dar inicio, damos la palabra al doctor Lorenzo Córdova Vianello.

Consejero Presidente del INE, Lorenzo Córdova Vianello: Muchas gracias.

Muy buenas tardes tengan todas y todos.

Saludo con mucho afecto y agradecimiento, y la estima y admiración de siempre al doctor Javier Garciadiego, a mi compañero, el Consejero Uuc-kib Espadas Ancona y a todas y todos quienes nos siguen a través de las plataformas digitales del Instituto Nacional Electoral, en esta nueva edición de la ya larga serie de conferencias magistrales que hemos denominado Conferencias Estacionales, y que nos ha permitido contribuir a impulsar, a enraizar la cultura cívica, reflexionando sobre los grandes problemas nacionales con reconocidos especialistas y pensadores de nuestros tiempos, como es sin duda, el caso de quien hoy nos ofrece la oportunidad escucharlo y dialogar con él, nuestro ya insisto, muy apreciado y estimado doctor Javier Garciadiego.

Esta tradición de llevar a cabo conferencias de este tipo fue retomada en abril de 2017 por el Consejo General del INE y nos ha permitido reflexionar, junto con la sociedad, sobre los retos, los desafíos y las oportunidades que se dan en los tiempos actuales para la consolidación de la convivencia democrática en México y en el mundo.

El propósito de las conferencias estacionales ha sido propiciar que el espacio donde se discuten las reglas y los procedimientos, donde se arbitran las elecciones para que éstas sean equitativas e incluyentes, sean también un espacio fértil para incentivar el estudio y la reflexión sobre conceptos, temáticas y problemas de nuestra democracia.

En este contexto, la conferencia estacional de verano 2021 tendrá como eje temático “la democracia y la historia electoral”, con la enorme fortuna, insisto, de contar con un invitado de lujo.

El profesor Garciadiego es un conocido historiador y justamente nadie mejor que él, precisamente, para abordar la temática que hemos pactado para la charla del día de hoy.

Su materia de estudio, que como decía, es la historia y más precisamente nuestra historia patria, la historia mexicana, resulta crucial para el entendimiento y la comprensión de los tiempos que estamos viviendo.

Me voy a permitir citar a un colega, además amigo del doctor Garciadiego, con quien digamos, que fue el que me permitió conocerlo hace ya algunos años, Arnaldo Córdova, otro historiador, decía que la historia es maestra de la política.

Sin duda, conocer la historia nos debería permitir valorar las cosas que hoy tenemos y evitar errores y omisiones del pasado, eso es esencial en materia democrática, conocer la historia de nuestra democracia nos permite reivindicar el carácter evolutivo de nuestro proceso de transición a la democracia, un tema que por cierto, con el Consejero Uuc-kib Espadas, en el último año, sentados en la herradura de la democracia hemos insistido mucho en señalar cómo las reglas, cómo los procedimientos, cómo la institucionalidad que hoy tenemos es producto de una larga lucha, es producto, pues, de nuestra historia.

Y desde ese punto, revalorar el hecho de que el sistema electoral que ha hecho posible nuestra democracia no es algo que se haya dado por generación espontánea, algo que haya surgido desde una lógica creacionista, sino que es un patrimonio colectivo producto de un proceso paulatino gradual, largo y complejo, pero profundo de nuestra evolución, de evolución institucional.

Es decir, conocer la historia de la construcción de nuestra democracia nos debe llevar anteponer una alusión evolutiva de la misma frente a las visiones, ya decía, creacionistas que en muchos espacios han venido difundiéndose en los tiempos recientes, y que asumen que la democracia surgió en un día, que es obra de un solo hombre o patrimonio en una sola corriente de pensamiento o de un solo partido político.

Estoy seguro que el doctor Javier Garciadiego nos ofrecerá una magnífica conferencia que nos permitirá ahondar en las reflexiones que podemos hacer sobre este tema, que hoy paradójicamente vuelve a ponerse en el centro del debate público como lo es el de la historia, nuestra historia y el funcionamiento de nuestra democracia.

Ojalá que el debate sobre el funcionamiento de la misma, de la democracia y de la historia de la democracia de cara a una posible nueva reforma a nuestro sistema electoral sea o retome esta idea de que la historia vuelva a ser esa maestra indispensable, imprescindible de la política.

Bienvenido, doctor Javier Garciadiego, querido Javier, y muchas gracias por aceptar la invitación a dictar esta conferencia magistral.

Muchas gracias.

Javier Garciadiego Dantán: Muy agradecido y muy emocionado por tus palabras iniciales.

Presentadora: Muchas gracias, Consejero Presidente.

A continuación, damos la palabra al doctor Uuc-Kib Espadas Ancona.

Consejero Electoral del INE, Uuc-kib Espadas Ancona: Muchas gracias.

Es un gusto y un inmerecido honor hacer la presentación del doctor Javier Garciadiego.

Los organizadores me han sugerido hacer una breve presentación, lo cual es muy consistente con el hecho indiscutible de que quienes nos acompañan quieren oír al doctor y no a mí.

Pero resulta un poco difícil hacer una breve semblanza del doctor Garciadiego y de sus más de cuatro décadas dedicadas al estudio de la historia en pocos minutos. Trataré de no alejarme demasiado de la necesidad de brevedad al mencionar algunos de los principales aspectos de su carrera académica.

Ha sido profesor investigador del Colegio de México desde 1991, institución en la que ha ocupado distintos cargos directivos a lo largo de los años.

Ha sido representante de académico de nuestro país en distintos espacios internacionales.

Ha dado clases en una gran diversidad de universidades, clases y conferencias destacadamente en los Estados Unidos, varias universidades de la Ivy League, incluidas Harvard, Princeton y Yale.

Pero ha ido mucho más lejos, haciendo conocer los resultados de su investigación y su análisis de la historia en rutas que lo han llevado hasta China, a Montevideo, Alemania o a Buenos Aires.

Ha estado en los cuatro continentes, solo la Antártida parece haber escapado al momento de la trayectoria académica del doctor.

Entre sus múltiples reconocimientos destacan tres doctorados honoris causa, otorgados por las universidades de Atenas en Grecia, General San Martín en Argentina y la Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo, ha sido dos veces premio Salvador Azuela, premio de biografías para leerse del Fondo Nacional para la Cultura de las Artes y Medalla Ignacio Manuel Altamirano de la Sociedad Mexicana de Geografía y Estadística.

En la actualidad es miembro de la Junta de Gobierno de la UNAM, de la Academia Mexicana de la Historia, de la Academia Mexicana de Lenguas y desde luego de El Colegio Nacional al que pertenece desde 2016.

No diría yo más sobre los antecedentes de nuestro importante conferencista, prefiriendo dejar el tiempo para escucharlo a él en la exposición que ahora nos hará sobre la democracia y la historia electoral de nuestro país.

Muchas gracias, adelante doctor.

Javier Garciadiego Dantán: Gracias, consejero por la presentación.

Gracias al Instituto Nacional Electoral por la invitación a impartir esta charla, la cual he titulado en homenaje a mi institución de origen, El Colegio de México, historia mínima de las elecciones en México, y comienzo.

Las elecciones de la Revolución, punto número uno; la historia electoral del siglo XX en México es un tema que polariza a todos los habitantes del país, pero que había sido estudiado con desinterés hasta hace muy poco, incluso se le despreciaba, para muchos era un asunto vergonzante, permítaseme iniciar con una remembranza autobiográfica.

Estudiaba yo en la Facultad de Ciencias Políticas de la UNAM a principios de los años 70’s y sí, como decía el Presidente Consejero, tuve el enorme gusto de tener clases, varios cursos con Arnaldo Córdova, padre, profesor inolvidable.

Continúo, decía que estudié a principios de los años 70’s, hace apenas 50 años y prácticamente no se ofrecían cursos de temas electorales o sobre los regímenes partidistas, tampoco sobre opinión pública.

En rigor, no había materia sobre estos asuntos porque no existían en la realidad concreta, en todo caso eran cuando mucho marginales.

Los resultados electorales eran puntualmente previsibles, pero esto no se debía a que padeciéramos una severa dictadura, la explicación era otra, el país tenía un débil régimen de partidos porque llevaba décadas de buen desempeño económico, socialmente no se padecían graves antagonismos, y en términos políticos se tenía una clase gobernante eficiente y unos partidos de oposición pequeños y débiles, carentes de políticos profesionales.

La falta de competencia provocó la falta de interés académico y peor aún la despolitización de la sociedad; sin embargo, las agendas de investigación y los debates en los medios comenzaron a cambiar en el último tercio del siglo XX, cuando las recurrentes crisis económicas impactaron el ámbito político y la estructura social del país, fue entonces y sólo a partir de entonces cuando se modificó radicalmente nuestro sistema electoral, se pasó de uno de partido hegemónico a uno de partido dominante, y en muy poco tiempo se tuvo un sistema de competencia electoral plena, con una ciudadanía que estaba cambiando rápidamente su cultura política.

Fueron necesarias grandes creaciones institucionales y numerosos cambios normativos, y el resultado no puede dejar de encarecerse.

Con todo, como historiador puedo asegurar que nuestra historia electoral no se define ni divide por ese parteaguas de finales del siglo XX y principios del siglo XXI.

Como en todo hecho histórico, su periodo de antecedentes y desarrollo siempre es más prolongado y complejo, pero también más significativo y aleccionador de lo que a primera vista parece.

¿Dónde comienza entonces nuestra historia electoral? Como en tantos otros elementos de nuestra historia moderna y contemporánea, la revolución puede ser vista como un inicio válido. Los tiempos históricos y los tiempos cronológicos casi nunca coinciden, nuestro siglo XX comenzó en 1910.

De hecho, la revolución tuvo como su primera causa y bandera, aunque pronto surgieron otras, un reclamo electoral “Sufragio efectivo, no reelección”. No es cierto que el inexperto Madero creyera ingenuamente que todos los problemas del país se solucionarían con la salida del longevo presidente, su propuesta era doble, y comenzaba ilustrativamente con el reclamo y el compromiso del sufragio efectivo.

En efecto, Madero consideraba que no era aceptable nuestro decimonónico régimen de votaciones indirectas a dos vueltas, una para designar a los electores y otra para que estos eligieran a los candidatos vencedores.

Madero estaba convencido de que este sistema desalentaba la participación en los asuntos públicos de la mayor parte de la población, pues limitaba dicha participación a los notables de cada distrito, por lo general funcionarios públicos o empresarios locales; sin duda, era un modelo restrictivo.

Las aportaciones de Madero no se limitaron a este atinado diagnóstico, hombre más práctico que analítico, el hacendado coahuilense tenía muy claro que para toda contienda electoral se requería de partidos políticos que promovieran que se votara por su candidato. Entendió también que dichos partidos debían organizar giras y fundar sus propios periódicos para que la población conociera a su candidato y su mensaje.

Para logra su objetivo, cada partido debía contar con estructuras estatales y locales, lo que implicaba un inmenso esfuerzo organizativo.

Fue así como Madero creó el primer partido político moderno en México, y fue también el protagonista de las primeras giras electorales, hechas en buena medida gracias a los ferrocarriles y telégrafos porfiristas.

Pero cuidémonos de personalizar el tema. Hubo otro protagonista, la clase media que se movilizó en favor de tal cambio, la que había surgido por el crecimiento económico alcanzado.

Convengamos, no hay transformaciones socioeconómicas profundas que no produzcan cambios políticos significativos.

Aunque breve, la experiencia electoral de Madero fue intensa. Primero fue mecenas, no candidato, de tres procesos electorales oposicionistas en su natal Coahuila; luego creo el Partido Nacional Antirreeleccionista y compitió, acompañado de Francisco Vázquez Gómez, contra la mancuerna Díaz Ramón Corral, quienes fueron declarados vencedores en 1910.

Esta contienda fue la que dio lugar a la Revolución.

Como lo había prometido Madero, durante su presidencia se adoptó el sistema de elecciones directas, que ya se aplicó en las elecciones para el Poder Legislativo Federal de mediados de 1912.

Paradójicamente, el primer proceso electoral presidencial con voto directo tuvo lugar en octubre de 1913 y tenía como objetivo legitimar la toma de la presidencia por Victoriano Huerta.

Como se sabe, luego de la derrota de Huerta vino la guerra de facciones o guerra de la convención a todo lo largo de 1915, los vencedores fueron los constitucionalistas encabezados por Venustiano Carranza.

Una vez alcanzado un apreciable control del país en términos militares, políticos, sociales y geográficos, llegó el momento de volver a la plena legalidad.

Para ello, se convocó a elegir un congreso constituyente, el que promulgó la nueva Constitución Nacional a principios de 1917.

Dado que para que el regreso al orden constitucional se requería tener un gobierno legal, o sea, electo debidamente el 6 de febrero y con base en el segundo artículo transitorio de la nueva Constitución, se convocó a elecciones nacionales de presidente, diputados y senadores a tener lugar el segundo domingo de marzo.

La mecánica posterior era muy simple, la Vigésima Séptima Legislatura debía estar instalada a mediados de abril y su primera responsabilidad sería calificar las elecciones del Poder Ejecutivo.

Aquellas elecciones de 1917 tuvieron las siguientes características: hubo un candidato único a nivel presidencial, Carranza, pues Álvaro Obregón y Pablo González, hasta entonces carentes de toda experiencia política, pospusieron sus aspiraciones para 1920.

Asimismo, se adolecía de instituciones partidistas, tanto porque el Partido Maderista y el Partido Católico Nacional habían sido disueltos durante el huertismo, como porque Carranza había decidido que mientras durara la guerra de facciones, no convenía organizar un partido nuevo para no distraer o molestar a sus militares.

Sin embargo, entre septiembre y octubre de 1916, ante las elecciones para los diputados constituyentes y la propia de Carranza para la Presidencia, se creó el Partido Liberal Constitucionalista, lo integrarían tanto militares como civiles, y en términos de grupos, los más relevantes serían los Carrancistas los Obregonistas y los Gonzalistas.

Además, se buscó que tuviera una amplia estructura nacional con base a los gobiernos estatales y locales y en las fuerzas del ejército constitucionalista destacamentadas en cada región. No hay duda, fue un partido con más jefes que bases.

En ausencia de contendientes, más que una lucha electoral, fue un mecanismo legitimador para que Carranza pasara de primer jefe a presidente constitucional del País.

Sin embargo, como decíamos, la Presidencial no fue la única elección de 1917, pues el regreso a un régimen Constitucional obligaba a que todo aparato gubernamental fuera debidamente electo, por lo que tuvieron que organizarse comicios para las gubernaturas y para las presidencias municipales, así como para el Congreso Federal y los congresos locales.

Algunos de los muchos candidatos se ampararon en el Partido Liberal Constitucionalista, o en su filial regional.

Otros se apoyaron en asociaciones, club’s o partidos estatales, todos efímeros y personales.

Contra lo que había sucedido en la soporífera elección presidencial, un buen número de las demás elecciones de 1917 se caracterizó por la ruda competencia y el conflicto posterior. Hubo algunos casos que derivaron en luchas y rebeliones, como sucedió en Tamaulipas, Coahuila y Tabasco.

En un número mayor de entidades, la clase política local se escindió, los ganadores se identificaron con el grupo de Carranza, los que no engrosaron el creciente grupo obregonista.

El pronóstico para las elecciones de 1920 se enturbiaba día a día. Muchos de los triunfadores en aquellas elecciones fueron civiles, quienes llegaron a desplazar a militares que habían ocupado las gubernaturas y los puestos de mandos locales durante el periodo preconstitucional.

Si bien sería un grave error reduccionista identificar a los civiles con Carranza y a los militares con Obregón y Pablo González, es indudable que comenzó a perfilarse una división, además de por sus ideologías y filiaciones entre civilistas y militares, la que definiría los procesos electorales del decenio siguiente.

Dos, violencia y radicalismo.

El resultado de las elecciones de mil 920 fue definido por los graves problemas que enfrentó la presidencia de Carranza, por un inmenso error estratégico de éste, y por el crecimiento de la oposición que se agrupó alrededor del candidato independiente Álvaro Obregón.

En efecto, don Venustiano decidió que su sucesor fuera un civil. Para desilusión y enojo de Pablo González y para regocijo de Obregón, quien sabía que el ejército nacional era la principal institución política del país con abundante presupuesto, amplia presencia territorial, clara estructura organizacional, disciplina y prestigio, sabía también que él era el líder nato de dicho ejército, sobre todo después del asesinato de Zapata en abril de 1919, en el que estuvo involucrado González, lo que hizo que aumentara su desprestigio y se acrecentara la buena fama de Obregón.

Para desgracia de Carranza, eran pocas las opciones civilistas, de hecho, dos principios denominaban el pensamiento de don Venustiano, su civilismo y la soberanía nacional.

Por ende, optó por Ignacio Bonillas, su embajador en Washington, y quien le garantizaba la continuidad de su política exterior.

Los personajes y grupos contendientes quedaron claramente definidos, Obregón tenía gran arraigo dentro de la facción constitucionalista y la opinión pública lo considera el héroe militar de la revolución. Además, era claro que era ajeno al excluyente grupo en el poder, al grupo carrancista, sobre todo, contaba con el respaldo de uno de los grupos más poderosos dentro de la revolución, el del noroeste, decidido a desplazar al grupo coagúlense que había ejercido el liderazgo del movimiento desde 1910.

Tres elementos más:

Si bien contaba con el decidido apoyo de buena parte del ejército, también tenía el de todos los políticos civiles ajenos al grupo carrancista, sobre todo era el caudillo de un amplio grupo de la clase media revolucionaria, dispuesta a establecer pactos con los sectores populares, lo que Carranza siempre había rechazado.

Por último, tenía carisma, en cambio Bonillas era un funcionario respetable, pero muy poco conocido por la opinión pública, además carecía de un grupo sociopolítico propio.

La campaña de Obregón comenzó pronto y fue arrolladora desde un principio, no sólo se le sumaban a diario distintos contingentes, si no que el partido liberal constitucionalista y la CROM rompieron con Carranza y decidieron apoyarlo en forma total.

En cambio, para que la campaña de Bonillas pudiera adquirir alguna fuerza, requería del apoyo gubernamental, así la suya fue una triste campaña oficialista, eran tales las diferencias entre Bonillas y Obregón que Carranza decidió obstruir al máximo, al sonorense, a quien buscó involucrar con un rebelde para impedir que legalmente pudiera ser candidato, por lo que Obregón huyó de la capital e inició la rebelión.

También Carranza diseñó una doble estrategia, conseguir el apoyo de los gobernadores para Bonillas y bloquear el inminente alzamiento militar de los sonorenses, fracasó en ambos intentos, pero provocó que estos, los sonorenses se revelaran contra su gobierno en la llamada revuelta de Agua Prieta de abril de 1920.

Los acontecimientos posteriores son de sobra conocidos.

Carranza decidió abandonar la Ciudad de México y asentar su gobierno en Veracruz, nunca pudo llegar al puerto, obstruida la marcha del enorme convoy, se tuvo que internar en la sierra de Puebla, donde fue asesinado por un obscuro rebelde.

No es éste el lugar para discutir sobre los responsables últimos de su muerte, importante señalar que se vio en el contexto de un proceso electoral interrumpido por una rebelión, y más interesante es destacar que fue una lucha preelectoral, esto es, no fue un lanzamiento provocado por un aceptable resultado electoral, el motivo del encono fue la designación del sucesor.

Concluyamos, en política las propuestas más plausibles, si son prematuras resultan fallidas y el civilismo lo era, esto explica con sistema político mexicano, haya sido dominado durante varios años por los militares que habían hecho la Revolución, no era el tiempo de los civiles, dijo un historiador muy conocedor del tema.

Una vez triunfante la revuelta de Agua Prieta, el congreso designó un presidente provisional, al que cedió la responsabilidad de organizar unas elecciones presidenciales extraordinarias, los candidatos serían Álvaro Obregón y Alfredo Robles Domínguez, también civil de larga trayectoria revolucionaria pero sin fuerza política propia y poco conocido por la opinión pública.

El resultado era totalmente previsible, Obregón arroyó, ya no como candidato independiente, si no como caudillo victorioso.

Para la elección de 1924, volvió a estallar otra rebelión preelectoral, por el enojo de muchos aspirantes contra las preferencias del Presidente Obregón por tener como sucesor a Plutarco Elías Calles, otra vez, como en 1920, la pugna se daría al interior del grupo revolucionario en el poder, en concreto al interior del llamado grupo sonorense y otra vez, como en 1920 el protagonista sería el ejército y no un partido político.

Los principales aspirantes a la sucesión eran miembros del gabinete: el general Calles y Adolfo de la Huerta, civil.

Ambos tenían fuerza política y sus respectivos apoyos, la Cámara de Diputados se dividió en dos bandos, y había gobernadores callistas y de las huertistas.

Se podría pensar que en el ejército dominarían los obregonistas y callistas, pero eran tanto los destacados revolucionarios que se creían superiores a Calles, como Salvador Alvarado, Jesús Agustín Castro, Manuel Diéguez, Enrique Estrada, Francisco Figueroa, Manuel García Vigil, Raúl Madero, Fortunato Maycotte y Guadalupe Sánchez, que desde un principio se supo que si Obregón insistía en tener a Calles como sucesor, habría una rebelión preelectoral como cuatro años antes.

Las campañas de ambos, incluso antes de ser candidatos oficiales, fueron muy rijosas.

A Calles lo apoyaban los partidos Laborista y Agrarista; al de la Huerta, el Cooperativista Nacional.

Sin embargo, a finales de 1923, la contienda electoral dio paso a una grave rebelión militar, la que se prolongó hasta marzo y abril de 1924. El proceso bélico fue breve y el resultado contundente.

La derrota militar del de la huertismo trajo dos consecuencias políticas electorales: se fortaleció y prestigió aún más a Obregón, y perdieron su fuerza política, algunos incluso la vida, entre los más importantes jefes políticos y militares opositores, comenzando con el propio de la Huerta.

Fue tan rápida su derrota, que no hubo necesidad de posponer las elecciones; éstas tuvieron lugar de acuerdo a lo estipulado en junio de 1924, pero al no contarse ya con de la Huerta, que se había exiliado en Estados Unidos, ni con ninguno de los prestigiados revolucionarios anticallistas, el contendiente de Calles terminó siendo un personaje de menor relevancia, lo que facilitó el triunfo del lado sonorense.

Más que hacer una breve historia de la contienda electoral entre Calles y el general y gobernador sinaloense Ángel Flores, de prestigio local, lo relevante es subrayar que la contienda electoral fue otra vez sucedánea de una rebelión militar, era comprensible.

Como militares revolucionarios, estaban convencidos, ésta había sido su experiencia biográfica de que el poder se conquistaba por las armas.

Así, para abril de 1924, Ángel Flores inició su campaña electoral en condiciones de clara desventaja, fue poca su actividad, pocas sus declaraciones. El candidato mudo se le llamó.

Su campaña fue apoyada por algunos círculos católicos agrupados en el Partido Nacional Republicano, así como por numerosos hacendados y ex de la huertistas amnistiados.

Resulta evidente que el sistema electoral mexicano estaba aún en ciernes, no se contaba con las instituciones pertinentes ni con la cultura política adecuada, a efecto, el país carecía de una voluntad electoral generalizada. Era claro que se prefería contar con fuerza militar a con una maquinaria electoral.

En la memoria histórica, la rebelión de la huertista predomina sobre la campaña electoral entre Calles y Flores, que se resolvió de manera anodina y con resultados inobjetables por lo disparejos.

El proceso electoral de 1923 y 1924 con la rebelión de la huertista y el triunfo de Calles tuvo otra notable secuela: la consolidación de Obregón como el gran caudillo revolucionario.

Aunque acaso sea exagerado, hay quienes afirman que durante la presidencia de Calles el país fue gobernado por una diarquía, repito, diarquía. De hecho, nunca se sabrá si Obregón tenía la fuerza política suficiente para modificar la normatividad constitucional que se requería para que se permitiera una elección no inmediata, pero es más que probable que el cambio fue impulsado también por Calles, contemplando un futuro dominado por la alternancia presidencial entre ambos.

Las tres posturas fueron claras: los diputados obregonistas promovieron las reformas; los diputados callistas ni las objetaron ni las congelaron y el presidente Calles no ejerció su capacidad electa.

Debe subrayarse que más que un cambio de dos artículos constitucionales, el 82 y el 82, lo que se estaba modificando era el principio que había dado lugar a la Revolución.

Para ser más preciso, se revertía el principio de la No Reelección y el del Sufragio Efectivo aún no se consolidaba, significaba esto que México volvía en temas electorales a la situación porfiriana, no, de ninguna manera, eran muchos los avances y el sistema electoral estaba en un proceso que aún con sus retrocesos equívocos y pausas, estaba próxima a conseguir grandes mejoras.

Sin embargo, recuérdese siempre que la historia no procede a brincos y que los procesos históricos son siempre complejos. De no ser así, la historia carecería de fuerza propedéutica, que es su mayor valor.

Como había sucedido en 1920, Obregón volvió a ser el protagonista de las elecciones, pero ahora no como candidato opositor sino como el caudillo revolucionario que disponía del respaldo gubernamental, era evidente que la propuesta reeleccionista fracturaba el carácter dinástico que tenía el proceso sucesorio en el grupo sonorense, por lo que los jefes que se creían siguientes en el turno se sintieron desplazados y lanzaron sus candidaturas amparadas en el principio ante reeleccionista tan caro para la mayoría de los revolucionarios, me refiero a Arnulfo R. Gómez y a Francisco Serrano, ambos destacados militares del noroeste, quienes hicieron sus campañas por separado a pesar de que algunas veces consideraron su unificación.

Gómez sería apoyado por un revivido Partido Nacional Antirreeleccionista, el creado por Madero en 1910.

Serrano tendría el respaldo de un efímero Partido Nacional Revolucionario creado en 1926.

De los dos, Arnulfo R. Gómez fue más activo y tenía mayor fuerza política, personal e institucional. Su campaña fue muy altisonante, tal vez hasta vitriólica.

Continúa la violencia característica de nuestros procesos electorales de esos años y entre octubre y noviembre de 1927 murieron violentamente Serrano y Gómez, ambos fueron acusados de estar preparando una rebelión, dado que sus campañas anti reeleccionistas se hicieron por separado, es de suponerse que tampoco tenían planes para un alzamiento común.

Aunque los dos murieron por balas gubernamentales las autoridades nunca dieron explicaciones verosímiles sobre sus planes rebeldes.

Como quiera que haya sido, la contienda electoral de 1928 terminó teniendo un solo candidato; sin embargo, no duró mucho el festejo por su triunfo. Como es de sobra sabido, Obregón fue víctima de un magnicidio tres semanas después de su victoria a manos de un católico exaltado.

Su muerte generó una de las mayores crisis políticas de todo el siglo XX mexicano, por lo mismo obligó a buscar las soluciones adecuadas necesariamente radicales.

El vacío de poder era gravísimo pues se trataba de la desaparición del último gran caudillo de la revolución, pero Plutarco Elías Calles, el Presidente saliente, fue clave en su solución. Si durante su presidencia el país había vivido, ya se dijo, bajo una diarquía, la desaparición de Obregón dio lugar a que Calles se convirtiera en el Jefe Máximo.

La solución propuesta por Calles fue legal y fue política. Hubo quienes sugirieron que con el control que tenía del aparato político reformara la Constitución para que se permitiera que la reelección ya autorizada, pudiera ser inmediata.

Otra propuesta de solución implicaba un raudo cambio constitucional que prolongara su mandato; sin embargo, Calles entendía que su permanencia en el poder lo convertiría en el beneficiario del crimen.

Calles decidió entonces entregar el mando oficial al término exacto de su mandato, pero conservando el poder de manera informal. El jefe máximo daría nombre a ese periodo histórico, el Maximato.

La solución legal estaba claramente señalada en la Constitución, el Congreso Federal debía nombrar un presidente interino que convocara a nuevas elecciones, los diputados obregonistas pretendían elegir al más importante y decidido obregonista, pues el triunfo electoral había sido colectivo; sin embargo, Calles maniobró para que fuera alguien aceptable por los obregonistas pero que también le permitiera incidir en la conducción del país. El designado fue Emilio Portes Gil.

Calles propuso también una solución política, pasar del momento de los caudillos al tiempo de las instituciones.

Calles era conscientes de que los conflictos de los últimos años habían sido preelectorales, no contra supuestos resultados fraudulentos sino por rechazos a la designación de los candidatos a la sucesión. También era consciente de que los protagonistas de estos conflictos habían sido militares.

El país no podía seguir dividiéndose violentamente en cada proceso electoral, era muy costoso en todos sentidos. Había que crear una instancia que resolviera pacíficamente la manera de designar a los candidatos. Dicha instancia fue el Partido Nacional Revolucionario creado por Calles en marzo de 1929, con la finalidad de agrupar al mayor número de veteranos militares y civiles de la revolución, sin importar facción ni origen geográfico.

El objetivo era muy pertinente porque enfrentaba el mayor reto del país, evitar que cada sucesión presidencial escindiera al grupo en el poder, tendencia que de prolongarse sería desastrosa.

Lo que se buscaba era disciplina política solo posible a partir de un partido fuerte y cohesionado.

Infancia y destino, reza el refrán, el PNR no nació para oponerse a un gobierno autoritario como había sido el caso del Partido Nacional Antirreeleccionista de Madero, tampoco era un partido surgido desde abajo, desde determinado sector social como lo eran los partidos Agrarista y Laborista; en efecto, no era un partido de clase, era sí, un partido pragmático creado para conservar y administrar el poder, no para competir por él.

Rechazo el vicio del presentismo en el análisis histórico, tampoco acepto la perspectiva biologicista que pretende analizar un hecho o proceso histórico por sus supuestos descendientes. La creación del PNR EN 1929 fue muy positiva para nuestra historia, acabó con la violencia recurrente en cada elección y dio lugar al nacimiento de nuestro primer partido político permanente. Fue un gran avance.

Todas las elecciones habían terminado, desde 1910, en grandes erupciones de violencia y ahora dejaron de ser el campo de lucha entre los militares.

La creación de un partido implicaba fortalecer a los (inaudible).

El PNR fue fundado, además, para enfrentar un reto inmediato, la contienda electoral que tendría lugar ese año de 1929. Para comenzar, en su asamblea fundacional debía designar a su candidato, como en el caso de la designación del presidente interino del año anterior, los obregonistas pretendieron que el candidato fuera uno de ellos, Aarón Sáenz, pero Calles prefirió que fuera un candidato con las siguientes características: que fuera aceptado por los obregonistas, que no fuera una provocación para la sociedad católica mexicana, se vivía la Guerra Cristera; que no estuviera involucrado en la violencia política de los años recientes, que fuera un hombre sin capital político propio para que necesitara al Jefe Máximo, pero que fuera conocido con buena trayectoria y experiencia gubernamental.

El designado respondía a este retrato hablado, Pascual Ortiz Rubio.

La elección presidencial de 1929 fue extraordinaria por razones legales, pero también por razones históricas.

En efecto, es un hito, un hito con “h” y un mito, con “m”, de nuestra historiografía política, porque fue la primera elección en la que participó un partido político moderno concebido como una maquinaria electoral, porque en la memoria histórica de los mexicanos ha sido definida como el primer fraude de nuestra historia postrevolucionaria.

Contra este mito, muy alejado de la verdad, puedo asegurar que Ortiz Rubio ganó claramente la famosa contienda, los factores de su triunfo con incluso obvios, pero siempre, desgraciadamente, es más fácil rechazar que analizar las derrotas electorales.

La elección de 1929 fue extraordinaria también por la participación de José Vasconcelos como candidato opositor, de vieja trayectoria revolucionaria, fue directivo del Partico Nacional Antirreeleccionista de Madero, de gran labor como Secretario de Educación Pública y bien reconocido como intelectual, Vasconcelos regresó del exilio a finales de 1928 para comenzar pronto su campaña.

Sin embargo, esta fue coordinada por el comité organizador pro Vasconcelos, conformado por jóvenes necesariamente inexpertos, en cambio, Ortiz Rubio era apoyado por un Partido Político que, aunque nuevo, había nacido fuerte y legitimado con todo el apoyo físico gubernamental, recursos económicos y completa presencia nacional.

Además, estaba conformado por hombres con larga experiencia política y por el aparato político administrativo de todo el país.

Por si esto fuera poco, la estrategia Vasconcelista fue equivocada y su discurso inapropiado.

Para comenzar, Vasconcelos rechazó cualquier alianza con los sectores gubernamentales que pudieran estar resentidos por la política sucesoria de Obregón y Calles, o por la candidatura de Ortiz Rubio, con el argumento de que todos eran miembros de la misma camarilla.

Asimismo, aseguró que su candidatura era para combatir al militarismo cuando que Ortiz Rubio era un ingeniero y el PNR, significa, significó un paso hacia el civilismo.

Además, dicha afirmación le enajeno cualquier voto del numeroso sector castrense, parte del cual pudo estar molesto por la tendencia civilista que empezaba a subir la Política Nacional. Peor aún, criticó abiertamente a los líderes obreros y a los jefes de las ligas agrarias, llamándolos “corruptos y caciques”.

Al margen de que sus afirmaciones pudieran ser verdaderas, no recibió voto alguno de estos sectores sociales, los más numerosos del país.

Para colmo, también rompió lanzas con los periodistas.

En síntesis, Vasconcelos careció de apoyos sociales y de aliados políticos.

En cambio, la campana de Ortiz Rubio fue mesurada y día a día ganó adeptos en términos sociales y geográficos, si bien carecía de carisma, todos los políticos del país, gobernadores, presidentes municipales, legisladores y líderes, le allegaron sin recato alguno un número alto de votos.

El valor del PNR no puede minimizarse: experiencia, organización, presencia territorial y unidad; a diferencia de 1920,1924, 1928, lo que caracterizó a la clase política durante 1929 fue su disciplina a pesar del exhibo a rebelión escobaristas.

En síntesis, no solo ganó claramente Ortiz Rubio, sino que también gano y mucho el sistema electoral mexicano, se contaba ya con el primer partido político moderno y se acabaron las rebeliones de carácter preelectoral.

La elección de 1929 puede ser vista como el enfrentamiento entre una Institución y un candidato personalista.

Los siguientes años traerían nuevos retos y problemas, pero la mejoría era ostensiva.

En historia, continuidad y cambios son partes del mismo proceso, y los vencedores y vencidos son igualmente protagonistas de sus tiempos.

En otras palabras, la derrota del vasconcelismo fue también positiva para nuestra historia, como experiencia aleccionadora, como bandera oposicionista y como etapa mítica de nuestra lucha por la democracia.

Aunque más movimiento que partido, y además abiertamente caudillista por sus errores, pero también por sus propósitos y por su carácter juvenilista, el vasconcelismo es parte entrañable de nuestra historia.

Tres, el difícil camino a la institucionalización.

Las aportaciones históricas traídas con la creación del PNR, se hicieron evidentes desde la siguiente elección presidencial, pues no hubo violencia y sí mucha disciplina partidista, éstas tuvieron lugar en 1934 y su candidato fue Lázaro Cárdenas, que en ausencia de otros partidos políticos auténticos la suya fue una candidatura prácticamente única, acaso lo más relevante en términos históricos fue el proceso de selección del candidato al interior del PNR que probó las ventajas de la unidad y la disciplina en el partido gobernante, así como en la amplitud de las giras realizadas por Cárdenas, a pesar de no enfrentar a opositor alguno, giras que sólo podían organizarse con el apoyo de un partido omnipresente.

Su aportación a nuestra historia electoral fue inmensa y se sintetiza en la ausencia de violencia y en el aval que se daba a las ventajas de la institucionalización; sin embargo, la ausencia de otros partidos políticos sólidos era todavía una asignatura pendiente sin fecha, ni vaticinios de cumplimiento.

En ausencia de opositores competitivos y luego de sus exhaustivas filas, el holgado triunfo de Cárdenas era predecible, sin embargo, podría parecer sorprendente el alto porcentaje de abstenciones, las explicaciones son obvias, la falta de competencia por la ausencia de alternativas verosímiles, que Cárdenas aun sin una personalidad definida fuera visto como un miembro del grupo de Calles y su propuesta por la educación socialista desanimaron a los votantes, para colmo, a las mujeres no les estaba permitido votar.

El avance de nuestra historia electoral no tendría un desarrollo expedito lineal o progresivo, habría avances en las siguientes elecciones, pero también problemas serios, especialmente en las de 1940 y 1952, los cambios en los sistemas electorales son siempre consecuencia de transformaciones en los ámbitos económicos, sociales, políticos y culturales.

En muchas ocasiones, incluso están incluidos por factores internacionales, por lo general se hacen dichos cambios para evitar la repetición de problemas y conflictos.

El México de finales de los años 30 no fue la excepción; para comenzar, había desparecido el Jefe Máximo y había iniciado la etapa del Presidencialismo con un poder ejecutivo que controlaba el aparato político y al ejército, y que contaba con el respaldo decidido de los sectores populares.

Por entonces, tuvo lugar un cambio fundamental, cuando en 1938 el PNR, Partido de Políticos Profesionales se transformó en un partido que agrupaba y representaba a obreros, campesinos, militares y burócratas, el Partido de la Revolución Mexicana.

Otro cambio de gran relevancia fue la creación en 1939 del primer partido opositor no electorero, ni personalista, lo que explica su permanencia hasta nuestros días, el Partido Acción Nacional, fundado por el exrector Manuel Gómez Morín con el apoyo de profesionistas y otros miembros de las clases medias, la suya era una oposición legal y pacífica a muchos de los planteamientos de los gobiernos posrevolucionarios, en especial del de Cárdenas.

Las elecciones de 1940 fueron también históricas porque han sido las únicas, junto con las de 2018, en las que competían fuerzas políticas diferenciadas por su propuesta del modelo de desarrollo socioeconómico del país, aunque en el caso de 1940, tal confrontación se diera al interior del grupo gobernante y entre los diferentes grupos de veteranos de la Revolución.

En síntesis, el dilema era mantener y hasta radicalizar el modelo cardenista, u optar por una alternativa moderada dentro del propio régimen posrevolucionario.

Ambas propuestas eran sostenidas por dos políticos muy cercanos a Cárdenas. Su mentor y paisano Francisco J. Múgica y su exjefe de Estado Mayor y luego Secretario de Guerra, Manuel Ávila Camacho.

En verdad, no había necesidad de discernir entre ambas posibilidades.

Luego de la expropiación petrolera, luego de ciertas expresiones de independencia al interior del ejército y del activismo de los muchos grupos de la sociedad civil afectados por las políticas de Cárdenas, las posibilidades de Múgica se fueron diluyendo.

Para colmo, estalló la Segunda Guerra Mundial, y Estados Unidos hizo expresiones claras en favor de tener al sur un aliado, un vecino confiable.

El año de 1939 fue el de las definiciones sucesorias. Desde finales de febrero, los cuatro sectores del PRM expresaron su apoyo a Ávila Camacho, sin duda, fue una decisión atinada, pues Múgica tenía numerosos elementos negativos:

No era militar, ni tenía el apoyo de la clase política por sectario e intransigente; era rechazado por el empresariado por haber promovido en 1936 la Ley de Expropiación; era repudiado por la iglesia católica por considerarlo responsable de los artículos más jacobinos de la Constitución; sufrió el recelo de Estados Unidos por su involucramiento en la expropiación petrolera. Para colmo, no contaba con la simpatía de los trabajadores afiliados a la pro soviética CTM, por sus simpatías trotskistas.

Casi podría decirse que era un gran cardenista, pero no un miembro del grupo cardenista.

Al momento de publicarse la convocatoria de su partido, Múgica renunció a sus aspiraciones, reconociendo que no era popular.

En efecto, era un mal candidato.

Ávila Camacho tenía un perfil radicalmente distinto, ideológicamente moderado, en términos políticos era un conciliador.

A diferencia de lo sucedido en 1934, el 1940 hubo una auténtica contienda electoral con una oposición unificada y beligerante, además, experimentada. Pero no fue una competencia entre dos personalidades distintas, fue una lucha entre dos modelos de país. Esto explica las numerosas rispideces y confrontaciones durante el día de la elección, sobre todo en la capital del país.

No obstante, los resultados, seguramente maquillados, otorgaron a Juan Andreu Almazán, muy controvertido por sus antecedentes huertistas y por sus intereses económicos, solo el seis por ciento de los votos emitidos.

La memoria colectiva que se tiene de las elecciones de 1940 dista mucho de la realidad histórica. Si bien son pocos los que sostienen que hubo un fraude como el de 1929, se habla todavía de la violencia disuasoria gubernamental y de la trascendencia que tuvo para el futuro del país que el candidato del PRM fuera el moderado Ávila Camacho.

Es importante destacar otro elemento, otra lección.

El desafiante Partido Revolucionario de Unificación Nacional, o sea, el de Almazán, desapareció al término de la Jornada Electoral, mientras que el Partido Acción Nacional que resolvió no participar en aquella contienda, sigue vivo hasta hoy.

Dado que el partido que apoyó Almazán se limitó al triunfo de éste, su derrota lo dejó sin objetivos ni motivaciones.

Las elecciones de 1946 fueron anodinas en comparación con las de 1940, pero tuvieron una enorme importancia para la historia electoral del país. Desde ya acéptese que la importancia de los procesos históricos radica en sus consecuencias y no en su grado de conflictividad.

Primero debe considerarse el contexto nacional e internacional en que se dieron, por razones biológicas e ideológicas, la sociedad mexicana cada día se alejaba más de la revolución, el país era más urbano e industrial, con más clases medias, sobre todo ninguno de los aspirantes a la presidencia en 1946 proponía un modelo de país distinto al sostenido durante el sexenio de Ávila Camacho.

De hecho, la Guerra Fría nos había colocado en la parte occidental del mundo y cualquier proyecto radical había quedado vetado para nuestro futuro cercano.

El sistema de partidos y el régimen electoral se adaptaron a la nueva situación, para comenzar, a principios de 1946, medio año antes de las elecciones, el PRM se transformó en el Partido Revolucionario Institucional.

Éste conservaba los sectores obrero y campesino, pero desaparecía el de los militares como prueba del creciente civilismo del apartado político y gubernamental, y el de los burócratas se convertía en el sector popular como consecuencia de la creación en 1943, de la Confederación Nacional de Organizaciones Populares que agrupaba numerosas asociaciones de las clases medias, empleados, profesionistas y pequeños y medianos empresarios.

Lo cierto es que no fue solo un sector más, pronto tendría más poder que los sectores, obrero y campesino, si se compara sobre todo el número de gobernadores, diputados y senadores procedentes del mismo.

Significativamente, también a principios de 1946 se promulgó una nueva ley electoral, con el objetivo de centralizar y profesionalizar la organización de las elecciones y para evitar que ésta recayera en las autoridades locales y estatales, que faltas de capacidad muchas veces reclamaban autonomía para cumplir su labor, dando como resultado comicios con altos grados de desorden.

También disponía la nueva ley que se creara una Comisión Federal de Vigilancia Electoral que atendería las quejas y reclamos de los participantes, una última mejora era el compromiso de contar con un Padrón Electoral confiable, más aún, los empadronados solo varones mayores de 21 años contarían por primera vez con una credencial electoral infalsificable, aunque notoriamente inútil, pues carecía de fotografía y confiada en la huella digital, acaso por la enorme tasa de analfabetismo, pera identificar al portador.

Además, se ponían condiciones a los partidos políticos que pretendieran participar: estar registrados ante la Secretaría de Gobernación, tener presencia nacional y contar con un número mínimo de afiliados.

Aunque hoy pueden verse como avances pírricos, en su contexto implicaron un gran avance en el proceso de institucionalización de nuestras contiendas electorales.

Sin duda, la de 1946 puede considerarse como una elección ordenada y tranquila. Los principales contendientes fueron Miguel Alemán por el PRI, y Ezequiel Padilla por el Partido Democrático Mexicano. Ambos habían sido miembros del gabinete de Ávila Camacho, y ambos eran políticos civiles de amplia trayectoria.

En tanto que Ezequiel Padilla optó por aceptar la postulación del PDM, del Partido Democrático Mexicano, al no ser apoyado por el PRI, la suya puede ser vista como una candidatura independiente y opositora aunque ideológicamente no difería de la de Alemán; sin embargo, debe insistirse en que su decisión no implicó una seria decisión en el PRI.

El amplio triunfo de Alemán, cuatro a uno, se debió a que contaba con un partido experimentado, bien organizado y con presencia nacional, a que disponía del apoyo de la estructura gubernamental, y a que fue mejor candidato.

En términos de régimen de partidos, como respuesta a la desaparición del PRM cardenista se creó el Partido Popular en 1948 durante el sexenio de Alemán, fundado y dirigido por Vicente Lombardo Toledano, tendría una duración apreciable de más de cuatro décadas, sobre todo, si se considera que el PAN se había ido consolidando aun sin haber competido en las elecciones presidenciales de 1940 y 46, se tendría que aceptar que con la creación del Partido Popular se completó el campo ideológico de nuestro régimen de partidos, pues la siempre imprecisa y simplona geometría política nos diría que ya contábamos con partidos de derecha, izquierda y centro.

Si bien algunos políticos y analistas pensaron que nos dirigíamos a una rotunda modernidad política, en las elecciones de 1952 hubo un belicoso candidato independiente que resultó más fuerte que los candidatos de los partidos de oposición legales, el General Miguel Henríquez Guzmán.

Hubo un problema previo que seguramente sirvió de acicate a Henríquez Guzmán, los escarceos reeleccionistas o prorrogistas en favor de Alemán rápidamente rechazados por el grueso de la clase política.

Como alternativa, los alemanistas pensaron en lanzar de candidato a Fernando Casas Alemán, quien garantizaría la continuidad del grupo en el poder; sin embargo, principios de cultura política bien asentados, antirreeleccionistas y antinepotistas impidieron ambas posibilidades. El PRI tuvo como candidato a Adolfo Ruiz Cortines.

Dado que Henríquez Guzmán deseaba ser postulado por el PRI, no tuvo otra opción que hacerse candidato independiente con el apoyo de la Federación de Partidos del Poder.

A su vez, el recién creado Partido Popular lanzó como candidato a su dirigente y fundador Vicente Lombardo Toledano.

Por último, el PAN abandonó su actitud abstencionista y por primera vez tuvo un candidato, el católico tapatío Efraín González Luna, quien a lo largo de su campaña, más bien tibia, alegó ser el único candidato diferente, pues los otros tres, Ruiz Cortines, Lombardo y Henríquez Guzmán, eran miembros destacados de la clase política posrevolucionaria.

Esto explica que haya habido varios intentos de establecer algún tipo de alianza entre Lombardo y el Partido Popular con Henríquez Guzmán y la federación de partidos de pueblo.

Aunque la unificación no fructificó, de lo cual se culpó a Lombardo, ¿acaso sirvió de antecedente histórico a lo que más de 30 años después harían algunos sectores de la izquierda, con grupos desafectos del PRI y al jefe del Partido de la Revolución Democrática?

Como es bien sabido, el proceso de 1952 padeció varios episodios violentos y constantes obstrucciones por parte de las autoridades, sobre todo durante el día de las elecciones. El peor suceso tuvo lugar al día siguiente, cuando la federación de partidos del pueblo convocó a celebrar su supuesta victoria en la alameda de la Ciudad de México, y los asistentes fueron duramente reprimidos.

Los resultados oficiales otorgaron a Ruiz Cortines el 70 por ciento de los votos emitidos, Henríquez Guzmán casi 16, a González Luna 8 por ciento y a Lombardo 2. Sin embargo, a pesar de haber obtenido el doble de votos que el tercer lugar, la Federación de Partidos del Pueblo desapareció, no así, ni el PAN ni el PT, explicación es muy simple, las aspiraciones de Henríquez Guzmán eran personalistas y de corto plazo.

Cuatro, elecciones hegemónicas sin opciones.

Sin menospreciar las críticas a la violencia disuasoria y represiva de las elecciones de 1952, lo cierto es que nuestro sistema electoral seguía a su lenta y sinuosa mejoría.

Si las tres elecciones de los años 20 habían sido definidas por grandes estallidos de violencia, las elecciones de los años 40 y principios de los 50, se caracterizaron por haber tenido dos candidatos independientes y muy protagónicos, ambos procedentes del Partido Gubernamental.

La situación no era ni remotamente parecida, lo que se requería ahora era que el PRI mejorara sus procedimientos de designación de candidatos y fortaleciera su disciplina interna.

Del mismo modo, si durante las elecciones de los años 20 no se contó con partidos políticos auténticos, pero ante del decenio de los 40, se conformó un sistema de partidos con tres propuestas y tres bases sociales claramente distintas.

El avance no puede ser minimizado al margen de que los años 50 todavía se tuvieran un régimen de partidos y un sistema electoral insatisfactorios.

Las siguientes elecciones de 1958, 64, 70, 76 y 82, se caracterizaron por carecer de competidores viables y por ser notoriamente inequitativas, a pesar de eso, continuaron las mejoras.

Sin duda, la más importante tuvo lugar en 1953, cuando se concedió el voto a las mujeres, primero votaron en las elecciones legislativas del 55 y luego ya en las presidenciales de 58.

Otro cambio importante fue la creación del Partido Auténtico de la Revolución Mexicana el PARM, como respuesta al desafío que había significado la candidatura de Henríquez Guzmán, el gobierno de Ruiz Cortines promovió la creación que diera cause, pero de manera controlada a las aspiraciones políticas de los militares.

En efecto, al margen de su carácter social popular de los esfuerzos democratizantes y de sus banderas progresistas no puede negarse que la candidatura del General Henríquez Guzmán buscaba la recuperación de las mayores cuotas de poder para el sector castrense.

Los procesos electorales deben enmarcarse en el contexto en el que se dieron.

Si bien algunos estudiosos y números políticos sostienen que los amplios e incontrovertibles triunfos del PRI se debieron a su naturaleza simbiótica, mitad partido y mitad aparato gubernamental y al carácter autoritario del sistema político, lo cierto es que hubo otra razón.

El PRI inalterablemente ganó porque durante esos años: los 40s, los 50s, todavía en los 60s, la situación económica del país era suficientemente buena, porque la política social evitó que hubiera rasgaduras hondas en la estructura social y porque las elecciones eran organizadas y calificadas por instancias vinculadas al gobierno cuyos elementos procedían de ese partido cuya legitimización se asentaba en esos triunfos.

También fue decisivo que la clase política del partido gubernamental fuera mucho más experimentado y profesional que la clase política opositora, pero, sobre todo, en una situación de motivos de queja graves, la crítica y la oposición no podían crecer; las preferencias electorales tienen siempre sus causas y razones.

Fue hasta que comenzaron a padecerse las crisis económicas recurrentes y cuando el sistema político se hizo rígido sin la flexibilidad necesaria para responder a las quejas y reclamos que empezaron a darse las elecciones competidas. No antes, tampoco después, recuérdese que los procesos históricos son siempre puntuales.

En las elecciones de la segunda mitad del siglo XX contendieron, léase más bien, participaron los mismos partidos: PRI, PAN, PT y PARM, más aún los dos últimos solían carecer de candidatos presidenciales, por lo que en ese renglón se adherían al PRI.

Otra característica de las elecciones de los últimos cuatro decenios del siglo XX fue que para evitar el surgimiento de nuevas disidencias y candidaturas independientes en el PRI el aparato partidista gubernamental se centralizó teniendo como eje dos protagonistas, durante esos años hubo dos figuras sobre salientes: el presidente saliente y el anónimo tapado.

Al margen de todo folklorismo político para que existiera el tapado se requería de un presidencialismo exacerbado, en el que estuvieran bajo su control: el gabinete, los gobernadores, los diputados, los senadores, el Ejército, los líderes de los sectores populares, la prensa y, obviamente, el propio partido, mientras el principal objetivo fuera adivinar quién era el tapado y cuándo sería el destape, nuestra cultura política no se enriquecería, era un sistema de partido hegemónico, ya no de partido único y, además, notoriamente presidencialista.

En 1958 los contendientes fueron Adolfo López Mateos y el entonces, joven y poco conocido Luis H. Álvarez.

Votaron casi el 80 ciento de los empadronados y López Mateos ganó con poco más del 90 por ciento de los votos emitidos.

La Jornada Electoral se desarrolló con buen orden, aunque con numerosas irregularidades pequeñas, lo mismo que pasaría en las de 1964, que al seguir el mismo guion dieron prueba de la continuidad y la consolidación del sistema electoral mexicano acorde con la buena marcha de la economía y con la apreciable estabilidad social.

Sin embargo, las elecciones de 1958 tuvieron lugar en un contexto de problemas sociopolíticos en ciertos sectores sociales: ferrocarrileros y magisterio, los que no tuvieron grandes consecuencias electorales negativas para el partido gobernante, pues los partidos de oposición, piénsese sobre todo en el PPS, no tuvieron la capacidad ni la habilidad para atraer a dichos grupos sociales.

Con todo, no fue casual que el candidato del PRI fuera el Secretario de Trabajo del gabinete anterior, los problemas no pueden minimizarse.

Era un sistema con muy baja competencia, con el terrible lastre de la total implicación entre el gobierno y el PRI, ya no repito partido único, pero sí claramente hegemónico.

Efecto, la Secretaría de Gobernación, a través de la Comisión Federal Electoral, creada en 1946, era más que un árbitro parcial, parecía una oficina administradora de las elecciones al mismo tiempo que compañera de equipo del PRI.

Acaso la mayor inequidad radicaba en que la falta de financiamiento oficiara a los partidos, beneficiada directamente al PRI que hacía uso indiscriminado de los recursos humanos y materiales de los tres niveles de gobierno.

Insisto, el guion fue el mismo. En 1964, contendieron el PRI con Gustavo Díaz Ordaz; el PAN con José González Torres, así como el PPS y el PARM, que otra vez se adhirieron a la candidatura presidencial del partido hegemónico.

La similitud o repetición del guion implicaba la de los ritos, tapado, facultad decisoria del Presidente saliente; destape, que requería de la total disciplina de los no favorecidos; cargada, competencia entre los sectores oficiales para ver cuál hacía la decisión más rápida y estentórea.

Sin embargo, las continuidades ni son eternas ni son totales, son como todo, temporales.

Es indudable que por entonces comenzaron a germinar cambios notables, obviamente, estos cambios estaban correlacionados con la transformación de la estructura socioeconómica del país cada día más urbano e industrializado, lo que implicaba el crecimiento de las clases medias, el proletariado y el llamado sector de los servicios, todas con una cultura política más exigente y volátil.

Sin duda, el cambio más significativo fue la creación de los diputados de partido, que tenía como objetivo facilitar la presencia de los partidos de oposición en el Congreso.

La reforma constitucional, artículo 54 y 63, fue propuesta a finales de 1962 y promulgada en junio de 1963; se partía del reconocimiento de que era muy difícil que los candidatos a diputados de otros partidos triunfaran en sus respectivos distritos, y consistía en que a partir del 2.5 del porcentaje de los votos totales que obtuviera cada uno de los partidos no ganadores, se les otorgarían cinco diputados más otro diputado por cada medio punto porcentual extra de los votos totales que alcanzaran sin poder rebasar los 20 diputados.

Su creación permite dos interpretaciones: ser una concesión del gobierno a las dirigencias partidistas para que siguieran siendo parte del sistema electoral, a pesar de sus nulas posibilidades de triunfos directos; o hacer un intento de acabar con la monotonía, el silencio y pudieran los diputados del PAN o del PPS dar voz a los reclamos de sus bases sociales.

Obviamente, la medida estaba puntualmente calculada para que el PRI no perdiera la capacidad de decisión legislativa.

Como fuera, visto aisladamente, el cambio puede parecer menor, pero visto como parte de un proceso acumulativo, no debería ser menospreciado.

Había seis diputados de oposición en 1961, pero con las elecciones de 1964, primeras en las que hubo diputados de partido, llegaron a ser 35, además de servir de experiencia para los políticos de oposición, sus partidos fueron ganando visibilidad y reconocimiento, en cuanto a los resultados de la elección presidencial del 64, el candidato del PRI obtuvo casi 89 por ciento de los votos y el del PAN cerca del 11, con una abstención de poco más de 30 por ciento, la Jornada Electoral transcurrió sin incidentes mayores por segunda ocasión consecutiva.

Las elecciones de 1970 fueron paradójicas y en cierto sentido enigmáticas, pues las conductas partidistas y los resultados electorales mantuvieron la línea de continuidad, a pesar de que dos antes, en 1968, en la Ciudad de México había tenido lugar un movimiento estudiantil que para muchos analistas y políticos era un parteaguas en la historia de México.

Las preguntas se imponen solas; uno, por qué el movimiento estudiantil no tuvo impacto alguno en el devenir electoral inmediato del país; dos, porque la democratización del país tuvo lugar entre 20 y 30 años después, dependiendo de si se le asociación con las elecciones presidenciales de 1988, o con las elecciones legislativas de 1997, cuando por primera vez, desde la Revolución, el partido gobernante perdió la mayoría en el Congreso Nacional.

Intento pergeñar una respuesta, porque el 68 tuvo limitaciones geográficas en el Distrito Federal y generacionales, y su impacto fue más bien cultural de mediano plazo, un proceso de concientización paulatina y acumulativo entre las clases medias del país, sobre todo entre las clases medias capitalinas.

En efecto, las elecciones presidenciales de 1970 se desarrollaron sin mayores contratiempos, a pesar de que muchos analistas e intelectuales críticos alegaron que con la reprehensión al movimiento estudiantil, el Gobierno había perdido su legitimidad y el sistema político mexicano había demostrado su agotamiento al aflorar su carácter autoritario.

Para colmo, también se había reprimido un movimiento estudiantil en Morelia, un par de años antes y al inicio del sexenio se procedió con igual violencia contra los médicos de los hospitales públicos que reclamaron mejoras laborales y salariales.

Lo significativo de estos hechos, es que fueron reprimidos sectores de las clases medias, en otras palabras, las clases medias, principal sustento del régimen durante los últimos dos decenios, empezaron a mostrar su insatisfacción con la marcha del país, sin duda su desencanto se fue acumulando y creciendo al paso de los siguientes años, no habría un rompimiento único y fatal, sería un proceso como todos, comenzado con causas y en fechas diversas, también tuvo variantes geográficas y sectoriales como siempre sucede en la historia, asimismo, los protagonistas serían varios y disímbolos, la democratización del país no tendría una paternidad única, ni una fecha precisa de alumbramiento.

Paradójicamente, si el impacto del movimiento estudiantil en el resultado electoral no fue mayúsculo inmediatamente, sí influyó en la designación del candidato, postular a un militar, Alfonso Corona del Rosal, regente del D.F., hubiera sido una pésima señal y una regresión histórica del civilismo al militarismo, cambio zanjado 20 años atrás.

Tampoco se postuló a quien había dado indicios de que daría muchas concesiones a los críticos, o sea, a Emilio Martínez Manautou. Díaz Ordaz optó por el de mayor conocimiento de la política y del sistema electoral, Luis Echeverría, con amplia experiencia en la Secretaría de Gobernación.

Congruente con estas decisiones, debe recordarse que por esos años se hizo abortar un intento de reforma democratizadora al interior del PRI, encabezada por su propio líder, Carlos Madrazo, quien nunca gozó del aval presidencial.

Esto es, sin duda el proceso de 1970 fue definido por el autoritarismo del Presidente saliente, a su vez, el candidato Echeverría se caracterizó por su fuerza física, sus numerosos y prolongados discursos, y por sus incontables promesas a todos los sectores, muy en especial a las generaciones más jóvenes, a la búsqueda de una reconciliación.

Respaldado el candidato del PRI por el PPS y el PAN, solo el PAN postuló un candidato opositor, Efraín González Morfín, quien buscó atraer a los jóvenes, sector demográfico previsiblemente molesto con el régimen.

Los resultados, 85 por ciento para Echeverría y 14 para González Morfín, demostraban tres cosas: que el PRI había sobrevivido a la crisis del 68, que el PAN se consolidaba como la única alternativa y que no había una oposición viable de auténtica izquierda.

Las elecciones de 1976 fueron importantes, no por algún resultado sorpresivo, sino porque se hayan dado confrontaciones graves, lo fueron por sus consecuencias, porque dieron paso a una etapa radicalmente distinta de la historia electoral de México, caracterizada por profundos cambios económicos, sociales, culturales y políticos, que necesariamente modificaron la naturaleza del régimen de partidos y del sistema electoral del país.

En todo caso, el candidato del PRI logró revertir la negativa apreciación que se tenía de la gestión de Luis Echeverría, especialmente de sus últimos años.

Además de la incertidumbre imperante, el gobierno volvió a incurrir en prácticas claramente autoritarias al impedir la libertad de prensa con tu ataque al periódico Excélsior, para muchos el más importante en ese momento.

En efecto, López Portillo logró presentarse durante su campaña como un candidato esperanzador y confiable, y logró que el creciente rechazo a Echeverría fuera una desaprobación más personal que partidista.

Sin embargo, todo análisis del triunfo de José López Portillo en las elecciones de 1976, tiene que considerar que éste terminó siendo candidato único, sin contendientes legales, pues los partidos de izquierda carecían de registro y el PAN decidió formalmente no participar por las graves irregularidades que caracterizaban al sistema electoral mexicano, aunque también fue decisiva la división al interior del PAN entre doctrinarios, fieles a González Morfín; y los pragmáticos encabezados por José Ángel Conchello, ya que ninguno de los propuestos para ser candidatos a la presidencia logró obtener el apoyo que exigían sus estatutos.

López Portillo fue hecho candidato del PRI desde octubre del 75, pero también lo fue del PPS y del PAN, los únicos otros dos partidos con registro.

En rigor, algunos panistas sostuvieron que deberían votar por Pablo Emilio Madero, aunque fuera como candidato independiente, ilegal, no hubieran valido esos votos.

Y los partidos de izquierda, encabezados por el Partido Comunista, apoyaron a Valentín Campa como candidato testimonial.

La elección de 1976 fue así, la prueba definitiva de que el sistema electoral requería de una reestructuración profunda, pero ya no como producto de una concesión gubernamental.

A diferencia de lo sucedido entre los años 40 y 60, ahora la situación económica era crítica, por lo que pronto la sociedad empezaría a exigir cambios. El paternalismo político ya no tenía cabida.

El primero en detectar y calibrar la falta de legitimidad de su triunfo fue el propio López Portillo, tan pronto asumió la Presidencia inició una reforma política de gran calado para que el país tuviera instituciones de representación adecuadas en cuanto a lo social y lo ideológico.

Cinco, los cambios imprescindibles, impostergables e irreversibles.

Sin poder fijar una fecha exacta, pues los historiadores no somos agentes del Registro Civil, por esos años empezó, de manera no uniforme ni lineal, una nueva etapa de nuestro sistema electoral definible con tres conceptos: representatividad, equidad y competencia.

En una palabra, el país entraba a la modernidad electoral.

Desgraciadamente, la cercanía temporal del proceso no resulta propicia para el historiador, la mayoría de sus protagonistas y actores están aún vivos, lo que permite asegurar que todavía estamos en la etapa de los testimonios antes que en la de las conclusiones históricas. Es un escenario para cronistas y politólogos,

Aun así, paso revista a los principales hechos y procesos.

Comprensiblemente, cada corriente partidista fecha el cambio atendiendo a su ideología.

Para el PAN, el cambio se dio con la alternancia del año 2000.

El PRD lo fija en 1988, cuando la izquierda comenzó a tener presencia electoral, o en 1997, cuando obtuvo el gobierno de la capital del país y cuando el PRI dejó de tener mayoría en el Congreso.

Para este último, ¿sí?, el inicio de la transición a la democracia debe situarse en 1977, específicamente con la reforma político electoral del Presidente López Portillo y de su Secretario de Gobernación Jesús Reyes Heroles.

A pesar de su valor, no se debe caer en explicaciones personalistas de la historia.

En materia electoral, México había pasado por dos etapas: primero, la de la violencia cuando se hizo una revolución para imponer el antireeleccionismo, y luego se organizaron rebeliones para acceder al poder; después la pacífica, cuando se crearon y consolidaron a partir de 1929, instituciones, normas y tradiciones que disponían la forma en que debían circular las elites gobernantes.

A la primera, el propio Reyes Heroles la definió como el “México bronco”, y dedicó toda su vida a impedir que reviviera.

Su gran legado a la historia política del país fue la reforma política de mediados de 1977, que culminó en la Ley Federal de Organizaciones Políticas y Procedimientos Electorales mejor conocida como la LOPPE.

Primera novedad. Aunque iniciada y dirigida por el poder ejecutivo, como todas las reformas anteriores, en ésta se promovió el debate con todas las fuerzas políticas relevantes así como con analistas e intelectuales.

Sus aportaciones fueron decisivas, considerar los partidos como instituciones de interés público, lo que les permitía recibir financiamiento público.

Facilitar el registro de partidos supuestamente minoritarios y de claras definiciones ideológicas y programáticas y garantizarles el acceso a los medios de comunicación.

Esto explica que para muchos fue el inicio de la modernización electoral de México, ubicable a finales del siglo XX. Así se pasaría de un sistema de partido hegemónico a uno de partido dominante.

Con todo, su impacto se dejó sentir poco más de 10 años después y no en las elecciones inmediatas las de 1982, que se vieron en el marco de una severísima crisis económica y de un gravísimo proceso de perdida de legitimidad de López Portillo.

El candidato del PRI a sucederlo fue Miguel de la Madrid, cuya mensurada personalidad contrastaba diametralmente con el sustancioso Presidente.

Como resultado de la LOPPE, producto de la Reforma Política de 1977, en la elección de 82 participaron nueve partidos políticos legales, para comenzar el PAN regresó a la contienda con Pablo Emilio Madero como candidato el PPS y el PAN volvieron asumir como propio al candidato del PRI, mostrando que eran rémoras de tiempos idos, surgidos en otras coyunturas, habían perdido cualquier representatividad social que pudieron a ver tenido.

Por lo que la modernización del sistema electoral exigía su transformación o su desaparición.

Entre las nuevas instituciones aparecieron del partido socialista unificados de México conformado básicamente por el viejo Partido Comunista, y el Partido demócrata mexicano, de los antiguos sinarquistas, signos de los nuevos tiempos.

En 1982, participó la primera candidata mujer a la Presidencia de la Republica Rosario Ibarra de Piedra, previsiblemente solo el PAN tuvo una votación apreciable y el resto competió buscando no el triunfo, sino la conservación del registro que exigía más del uno por ciento de la votación total.

La atomización y la inexperiencia de los partidos de izquierda facilitaron y legitimaron el triunfo del PRI. Ya tenían registro, pero les faltaba fuerza y ascendencia.

La de 1982 fue la última elección anodina sin competencia verdadera.

La siguiente seria de tal naturaleza que nuestro sistema electoral se caracterizaría por la competencia, las alternancias y los conflictos.

Lejos quedarían los tiempos, distantes apenas por poco más de 10 o 20 años, cuando desde el gobierno tenían que fomentarse la oposición.

El mayor de los politólogos mexicanos había advertido que la transformación del sistema político mexicano, se originaria en una gran decisión del PRI y esto fue lo que sucedió en la víspera de las elecciones de 1988.

En rigor, en 1940 con Almazán, 1952 con Henríquez Guzmán, había habido deserciones individuales que derivaron en candidaturas independientes, pero solo hasta 1987 se tuvo una autentica escisión cuando una parte sustantiva de las bases, cuadros y líderes del PRI, organizaron la llamada corriente democrática, con principios ideológicos propios, un diferente proyecto de país y líderes muy prestigiados y experimentados como Cuauhtémoc Cárdenas y Porfirio Muñoz Ledo.

Lo más importante fue que muy pronto decidieron construir un partido político propio.

El origen del conflicto era doble rechazaban el antes sin cuestionable de dado presidencial y la transformación del proyecto socioeconómico nacional, que consideraban una traición a los principios de la Revolución Mexicana.

Los candidatos a las intensas y polémicas elecciones de 1988 fueron Carlos Salinas de Gortari, que también pertenecía, como de la Madrid, al sector financiero del aparato gubernamental; Manuel Clouthier por el PAN, que representaba un nuevo panismo fortalecido con empresarios y clases medias afectadas por los terribles resultados económicos de los últimos años.

A esto se sumó Cuauhtémoc Cárdenas, cuando la corriente democrática se convirtió en un frente democrático nacional, que cada día crecía en alianzas, presencia geográfica y simpatías de la gente.

El otro protagonista fue Heberto Castillo, expreso político por el movimiento estudiantil de 1968, postulado por el Partido Mexicano Socialista que meses antes había logrado coaligar a varios partidos y organizaciones de izquierda.

Lo realmente importante fue que a los pocos meses, Heberto Castillo declinó su candidatura en favor de la de Cuauhtémoc Cárdenas.

En síntesis, las elecciones de 1988 resultaron notables porque el PRI padeció una grave decisión y porque en la izquierda se dio un gran cambio en favor de la competencia electoral, dejando atrás las radicales conductas anti sistémicas.

Pronto la alianza entre los disidentes del PRI y la izquierda daría lugar a la creación de un nuevo partido, el Partido de la Revolución Democrática, desde un principio competidor auténtico, diametralmente distinto al PPS.

En efecto, en comparación con la votación de 1982, el PRI perdió como un 30 por ciento de su votación, la que se emitió en favor de Cárdenas.

La explicación es sencilla: al alejamiento de las clases medias, se sumó el de numerosos sectores populares, inconformes con el nuevo modelo socioeconómico, llamado desde entonces neoliberalismo.

Ante los graves cuestionamientos al proceso electoral de 1988, el propio gobierno tuvo que impulsar en 1990 la promulgación del Código Federal de Instituciones y Procedimientos Electorales (COFIPE), que contemplaba la creación de un Instituto Federal Electoral, el IFE, como órgano especializado en la materia.

Si bien lo integrarían seis consejeros magistrados, que debían ser conocedores del tema y carecer de afiliación partidista, la cabeza del nuevo órgano seguía siendo la Secretaría de Gobernación.

Otra reforma importante fue acordar que en el Distrito Federal hubiera elecciones para designar a un jefe de gobierno, o sea, al Jefe del Ejecutivo Local. Así, los habitantes de la capital dejarían de ser mexicanos de segunda, pues eran los únicos que no elegían a sus autoridades directas.

Esta reforma respondía, obviamente, al claro proceso de politización habido en la ciudad, con el movimiento estudiantil del 68, la movilización social después del sismo del 85, y la creación de la Asamblea de Representantes en el 88, especie de poder legislativo local.

Si las elecciones de 88 se caracterizaron por la sorpresiva alianza de expriistas con la izquierda, las elecciones de 94 se caracterizarían por la violencia. Ése fue su sello, acompañado consecuentemente del miedo.

Ya Reyes Heroles nos había advertido contra despertar al México Bronco, y eso fue lo que sucedió ese año, que nos retrajo 70 años al México de los 20, cuando se asesinó a candidatos y estallaron varias rebeliones preelectorales.

Aunque de impacto menor, también sucedió que un aspirante a la Presidencia, Manuel Camacho, reclamara públicamente no haber sido beneficiado por el Presidente saliente con la candidatura, conducta que confirmó el resquebrajamiento de la disciplina del PRI.

Luego del aún inexplicado asesinato de Luis Donaldo Colosio, el candidato con las mayores probabilidades de triunfo se designó a un candidato que lo supliera, Ernesto Zedillo, a la postre el vencedor en aquellos comicios.

Sus competidores principales fueron Diego Fernández de Cevallos con un perfil muy diferente a los candidatos tradicionales del PAN, y Cuauhtémoc Cárdenas que obtuvo mucho menos votos que seis años antes.

Además de por la violencia, 1994 se caracterizó por mostrar, sin ambages y en formas por demás cruda, el mayor problema del país, su inmensa desigualdad regional, económica, social y cultural.

A pesar de ello, el PRI volvió a obtener el triunfo, seguramente por la incertidumbre y el miedo que padecía la población, como lo prueba el bajo abstencionismo habido.

El nuevo Presidente entendió el contexto y las circunstancias de su triunfo, también eran conscientes de esta situación todos los protagonistas de los partidos políticos del país, pues desde finales de enero de ese 1994, o sea, antes de las elecciones, propusieron firmar un pacto por la paz, la democracia y la justicia, que contemplara una gran reforma electoral, pues las enormes inequidades debían ser erradicadas. Me refiero a las inequidades electorales.

En efecto, además de que era el único partido que contaba con cuadros experimentados, a finales del siglo XX el PRI aún disponía del apoyo de la administración pública de todo el país, de fácil acceso a los recursos gubernamentales y de trato preferencial entre los medios de comunicación.

Sexto y último. Las elecciones del siglo XXI a modo de colofón.

La reconstrucción y el análisis de las cuatro últimas elecciones presidenciales, a partir del año 2000, rebasan las capacidades profesionales de un historiador.

Quienes las estudian son más bien politólogos y sociólogos.

Además, todavía están vivos y activos casi todos sus protagonistas, quienes primero nos deben dejar sus valiosísimos testamentos.

En efecto, uno de los grandes cambios de los últimos años es el final de la secrecía. Si antes los políticos debían privilegiar la discreción, hoy prefieren ventilar constantemente y en público, sus reflexiones.

Por eso, los muchos reportajes y crónicas deben ser aprovechados como fuentes históricas, lo que obliga a contrastarlas y a reducir al máximo la inmediatez de su naturaleza.

Sobre todo, es preciso que concluyan estos procesos históricos aún abiertos, para que puedan ser evaluados históricamente y no desde posiciones político-partidistas.

Permítaseme concluir con cinco reflexiones.

Uno, las elecciones del siglo XXI se han organizado y calificado con la última gran reforma normativa en la materia, me refiero obviamente a la transformación del IFE en 1996 como institución autónoma e independiente, cambio que ya no fue concesión gubernamental, sino reclamo generalizado.

Fue un inmenso logro histórico dejar en el pasado las elecciones organizadas y calificadas por alguna instancia gubernamental, pues inevitablemente está conformada, la instancia gubernamental, por elementos del partido en el poder que siempre buscará conservar.

La mejor prueba de que la ciudadanización del IFE fue imprescindible para la democratización del país, consiste en que en tres de estas cuatro elecciones obtuvo el triunfo un candidato opositor: Vicente Fox en 2000, Enrique Peña Nieto en 2012 y Andrés Manuel López Obrador en 2018, mientras que nunca había habido una alternancia presencial a todo lo largo del siglo XX.

Dos, considero equivocada la postura que condena todo este último lapso histórico, sin duda alguna se han padecido muchos problemas indicios a lo largo de nuestra reciente historia electoral, como los llamados partidos satélites o partidos negocio, pero sin duda la alternancia ha terminado por beneficiar a los tres principales partidos, lo que prueba que la ciudadanía ha premiado y castigado las buenas campañas y las malas administraciones.

Reduciéndonos a lo estrictamente organizativo, los últimos 20 años han sido los mejores de nuestra historia electoral, respecto a los resultados, las contantes alternancias y la variopinta conformación de todo el aparato gubernamental del país, tanto del Ejecutivo, como del Legislativo en los tres niveles de gobierno, son prueba de la complejísima condición política, económica y social y cultural del país, son prueba también de que los muchos árbitros han cumplido con su responsabilidad.

Tres, la mirada histórica se puede hacer desde varias perspectivas, puede hacerse una historia normativa, teniendo a los diversas leyes, reglamentos y normas como hilo conductor, puede hacerse una historia estadística con cifras y porcentajes de los votos emitidos y con datos sobre la inevitable abstención.

Se pueden imitar la historia a las elecciones presidenciales, pero hay quienes estudian las contiendas legislativas.

También hay quienes reducen su óptica a lo regional o lo local, asimismo, hay quienes con una visión catastrofista se interesan más en los fraudes trampas y conflictos.

Unos revisarán elección por elección como fue el caso y otros dividirán su historia en periodizaciones más amplias, por ejemplo: de 1920 a 1940 predominaron los presidentes que antes habían sido Secretarios de Guerra, Obregón, Calles, Abelardo Rodríguez, Cárdenas y Ávila Camacho.

Luego, durante casi 30 años, predominaron los candidatos que habían sido Secretarios de Gobernación, Alemán Ruíz Cortines, Díaz Ordaz y Echeverría.

Luego vinieron cuatro presidentes que procedían del sector económico, López Portillo, de la Madrid, Salinas y Zedillo.

Finalmente, hemos tenido cuatro presidentes que eran líderes políticos de sus partidos, no se trata de meras coincidencias, esta relación de nombre se refleja cuatro etapas de nuestra historia electoral, el periodo violento, el del partido hegemónico, el de las crisis económicas y el de la competencia y las alternancias.

Ninguna perspectiva histórica es superior a las otras, todas son válidas, todas son aleccionadoras.

Cuatro, las enseñanzas que nos deja la revisión histórica de las elecciones del siglo XX son valiosísimas, no permitir que los procesos electorales se resuelvan mediante la violencia, porque traen consecuencias perniciosas, no permitir que la organización y la calificación de las elecciones sean responsabilidades de una instancia gubernamental porque siempre tratarán de beneficiar al gobierno en turno.

Nunca volver a tener un partido hegemónico, los que sólo florecen en periodos de pensamiento hegemónico, va en contra de la pluralidad ideológica de México, y lo único en que deben coincidir todos los actores políticos es en buscar que en el país siempre prevalezca el Estado de Derecho para que haya reglas claras, también deben coincidir en la lucha contra la desigualdad, verdadero flagelo de nuestra realidad.

Por último, todos deben coincidir en la defensa de las libertades, pues, sin éstas se degrada la vida humana.

Cinco y último.

Confío en que, al término del siglo XXI, el INE con los principios y características que lo distinguen, invite a un historiador para que analice el devenir electoral mexicano durante la presente centuria que, sin duda, será mucho mejor que la del siglo XX.

Seguramente habrá muchas alternancias en todos los niveles e instancias y confío en que cada vez habrá menos conflictos.

Mi optimismo se basa en la creciente responsabilidad de la sociedad mexicana y de una buena mayoría de los actores políticos. Muchas gracias.

Presentadora: Muchas gracias, doctor García Diego.

Damos la palabra al Consejero Uuc-kib Espadas Ancona.

Consejero Electoral del INE, Uuc-kib Espadas Ancona: Gracias, buenas noches.

El doctor García Diego nos entrega un análisis muy comprimido de un siglo de historia electoral, hombre, un siglo de historia que en sus propias palabras ocupa algo así como 90 años, pero sigue siendo un siglo.

Esto se realiza, entre otras cosas, haciendo una selección de eventos centrales y bajo algunas propuestas metodológicas que me resultan sumamente interesantes.

Lo primero que hay que notar, me parece a mí, es el foco historiográfico, es decir, el análisis que se nos presenta a distancia en el tiempo de los procesos que estudia y en ese mismo sentido, presenta y no pretendo otra cosa, sólo un esbozo de las cuatro elecciones presidenciales, pues, en opinión del autor y creo que tiene toda la razón, estas últimas elecciones son difícil de historiar por la corta distancia que nos separa de ellas.

Este enfoque temporal me parece que permite una visión que otros enfoques no tienen, es decir, este enfoque de largo plazo permite al doctor Garciadiego, percibir líneas de grandes transformaciones en los procesos electorales que son imposibles de distinguir en el análisis de periodos cortos o, incluso, como suele ocurrir en el análisis de procesos electorales especialmente críticos y relevantes, pero que, sólo informan de procesos coyunturales o que abarcan en el mejor de los casos, algo más de una década.

En este enfoque de todo el siglo y en el análisis que de él se hace, este análisis le permite al ponente distinguir lo que podríamos ver como dos grandes momentos del desarrollo histórico de los procesos electorales, una primera etapa todavía caracterizada por la violencia y otro segundo momento que divide en tres etapas, en donde los términos de la disputa ya no se centran en la posibilidad de la fuerza, muchos menos de la fuerza militar sino en la hegemonía política en la cohesión independientemente de su propia existenciacon elementos disfuncionales de coacción que, en el análisis que se hace, no logran en ningún momento, detener una sí sinuosa, pero constante tendencia al desarrollo del sistema político.

Esto me parece particularmente interesante, el autor escoge algunos ejes de análisis, dentro de los cuales destacan el estado de las fuerzas y actores de los procesos electorales, es decir, no nada más las instituciones políticas mismas, sino los actores relevantes de momento a momento, lo cual le permite, de manera muy breve, dadas las condiciones del texto, analizar, por ejemplo, por qué pese a su fuerza, el Henriquismo no logra sobrevivir, en tanto que el Partido Acción Nacional sí lo hace.

Este análisis, desde luego, no podría realizarse con la precisión que se hace, si no partiera de algo fundamental. Tiene como telón de fondo, pero no inactivo, los grandes cambios y el proceso de desarrollo de la sociedad misma, esto permite una lectura profunda y muy interesante de fenómenos como el poco impacto electoral o el nulo impacto electoral del movimiento del 68 en la elección presidencial inmediatamente posterior, la de 1970.

Me parece muy relevante y además importante el análisis que se hace de las fuerzas políticas contendientes, más allá de las virtudes abstractas que se pudieran encontrar en ellas, el historiador disecta sus características concretas.

Tiene (falla de transmisión)los actores, en qué proceso social se insertaban, en qué medida los contendientes defendían posiciones personales con más o menos respaldo social, o en qué medida representaban tendencias políticas y sociales, capaces de agruparse y de generar perspectiva en el tiempo y, desde luego, las posibilidades de disputar exitosamente una u otra candidatura.

Bajo esta óptica es, precisamente, que llega el análisis de la etapa mexicana del desencanto económico en donde las condiciones sociales de existencia son ya incapaces de satisfacer, de la manera en que lo hacían  en décadas anteriores, las exigencias de distintos sectores destacadamente, e inicialmente una clase media, con los síntomas que eso genera y que con el paso del tiempo se profundizarán, dando lugar a lo que el propio autor considera una etapa por sí misma, la de los cambios sociales y económicos en el país, que tiene un correspondiente proceso de transformación en el sistema electoral, que desemboca en lo que tenemos hoy, que es un sistema competitivo y caracterizado por las alternancias.

Quiero decir que la brevedad del texto no hace de esto un texto ni superficial, ni simple, hay una verdaderamente importante capacidad de síntesis que significa que se presentan comprimidos una serie de fenómenos, el análisis de una serie de procesos que dibuja una clara historia de desarrollo de las elecciones, las instituciones políticas, los actores políticos y los procesos electorales a lo largo del siglo XX.

Se dejan, por supuesto, una serie de temas a debate, el fenómeno del 68 por sí mismo, el carácter de la transición mexicana, cómo al fechar, dónde situar, no nada más con una fecha específica sino con un análisis procesal de conjunto, los inicios y etapas de la transformación y de la transición mexicana.

Una presentación, un estudio que sin duda invita a la reflexión, que hace hacerse preguntas, que genera dudas, que invita al debate y que, en síntesis, nos ofrece una versión profunda, una interpretación clara, transparente, metodológicamente, sumamente pulcra de lo que ha sido este siglo de las elecciones mexicanas.

Hasta aquí dejaría yo mi comentario, no sin agradecer al doctor Garciadiego la exposición que ha hecho, y las muchas reflexiones que este texto provocará en quienes tuvimos la oportunidad de escucharlo el día de hoy.

Muchas gracias.

Presentadora: Muchas gracias, Consejero.

Es así como concluye esta transmisión.

El Instituto Nacional Electoral agradece a quienes participaron en la Conferencia Magistral de Verano 2021, “Democracia e Historia Electoral”.

Muchas gracias al doctor Garciadiego, gracias a quienes han seguido esta transmisión a través de las redes sociales.

Que tengan muy buenas tardes.

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