Versión estenográfica de la intervención del Consejero Presidente, Lorenzo Córdova, en el seminario sobre violencia y paz, con el tema «Las Redes del Odio en México», organizado por El Colegio de México

Escrito por: INE
Tema: Consejero Presidente

Muchas gracias, Sergio, de verdad es un placer poder arrancar el año con este tipo de actividades académicas, con estas reflexiones que son por demás pertinentes y además en compañía de dos personalidades, de dos amigos a los que estimo muchísimo, Ana Cristina y por supuesto tú Sergio.

Muchas gracias por la oportunidad de poder compartir este espacio y tener estas reflexiones de arranque de año, en un año que pinta movidito, por decir lo menos.

Para poder aprovechar el tiempo, Sergio, he preparado un texto que si me permites voy a leer.

Es una aproximación a poco más conceptual, pero me parece, que borda bien con lo que ha expuesto Ana Cristina en su exposición y que me parece que no debemos menospreciar, creo que, sin perdernos en un ejercicio de cubículo, creo que las reflexiones conceptuales son fundamentales, sobre todo para la actuación de las políticas y de la recreación de la democracia, en un año tan importante para nuestro país como lo es el 2021.

El advenimiento de la democracia contemporánea se cimentó sobre la base de tolerancia que nos heredó el fin de las guerras de religión que convulsionaron el surgimiento del mundo moderno.

En efecto, fue con el surgimiento del principio de laicidad del Estado, es decir, de la división entre religión y política que tan en riesgo, por cierto, se encuentra en nuestros días, y de la libertad religiosa, como base del respeto y tolerancia de quién quien piensa y cree en algo o alguien distinto, las premisas de la convivencia pacífica y civilizada sobre las que sean han fundado las democracias.

En efecto, en este régimen, en las democracias, el reconocimiento de la diversidad ideológica y de la pluralidad política, son su fundamento. Y la tolerancia frente a las opiniones diversas, la condición primera de su funcionamiento.

No es casual y vale la pena rescatar el hecho, de que Hans Kelsen haya trazado una línea de continuidad entre el pensamiento absolutista, el pensamiento único y las autocracias, por un lado y entre las concepciones relativistas del mundo y la democracia por el otro.

Yes que, sin la aceptación de que en el mundo, en el mundo social, las verdades absolutas no tienen cabida y sin el reconocimiento de igual dignidad a las posturas diferentes de la propia, lo que no significa por cierto de ninguna manera claudicar a nuestras creencias y valores, la democracia simple y sencillamente no puedo existir.

En ese sentido, la democracia no es nada más la prevalencia de la opinión de la mayoría, si no la interacción pacífica y respetuosa, es decir tolerante, de las posturas diferentes, con independencia de que al final prevalezca como decisión colectiva aquella que recibe un mayor respaldo.

Pero eso no significa para nada, que haya un desconocimiento y mucho menos, una conculcación de los derechos de quienes piensan diferente a la mayoría. En primer lugar, el derecho precisamente a pensar distinto.

Ese modo de intolerancia política, es decir la prevalencia absoluta de la mayoría a costa de la o de las minorías para decirlo sin rodeos, se llama totalitarismo y es el sustrato en el que como nos enseñó Hannah Arendt en su histórico origen del totalitarismo en el que sustentó históricamente el fascismo.

Por ello, de cara a la polarización que caracteriza a las sociedades contemporáneas, lo que está en juego es la defensa del espacio público propio de las democracias como un lugar en donde tienen cabida todas las posturas, para que interactúen respetuosamente entre sí.

La democracia vive un momento de tensiones intrínsecas y de desafíos inéditos. La polarización, la desinformación y las tentaciones autoritarias, confluyen con el comprensible descontento derivado de una serie de políticas públicas que no han resuelto la histórica deuda social, con amplísimos sectores de la población que viven en condiciones inaceptables de pobreza, ni la oceánica desigualdad que atraviesa todos los ámbitos de la convivencia pública y privada.

El terreno pues, es fértil para que ese descontento tarde o temprano recibiendo los estímulos adecuados se convierta en ira, en odio y eventualmente en fanatismo.

Hoy, las democracias enfrentan fenómenos complejos que si bien no son nuevos, sí se ven potenciados y exacerbados por la velocidad con la que hoy circulan las opiniones y la información, por cierto, no siempre real y no siempre verificada en el debate público.

Uno de esos fenómenos de los que históricamente se han nutrido las expresiones antidemocráticas, es precisamente la polarización que no es, hay que ser claros, como erróneamente parecen entender algunos como la división de una sociedad, a mitades precisas 50/50, sino la diferenciación de las posturas existentes en una sociedad, en una lógica binaria.

Buenos o malos, amigos-enemigos, progresistas-reaccionarios, etcétera, una lógica binaria que divide al mundo en dos bandos: nosotros que siempre, por cierto, el nosotros siempre que conlleva a las características positivas y ustedes, los otros, que, por el contrario, encarnan las características negativas.

La polarización no es un fenómeno neutral, descriptivo y objetivo de la sociedad, sino que es la negación de la pluralidad y la diversidad que inevitablemente caracterizan a las sociedades complejas como son las sociedades modernas.

La polarización se nutre pues de la intolerancia y de la negación del pluralismo como diversidad que convive y se recrea pacíficamente y se funda en la reducción en dos bandos claramente distinguidos e irreconciliables entre sí.

Todos los experimentos totalitarios del mundo moderno, ya lo mencionaba Ana Cristina, todos sin excepción, se fundan y se han fundado en una concepción polarizada y en un discurso polarizador de la sociedad y, en consecuencia, de la negación del pluralismo y del reconocimiento a la diversidad, a los que ven como lo hacía Carl Schmitt, que no casualmente terminó siendo ideólogo del nazismo, como un perverso intento de diluir la verdadera esencia de la política que es pluralismo. Schmitt no es casual, que fue el autor de la distinción entre amigo y enemigo como la esencia de la política y en consecuencia la confrontación entre éstos.

Para los polarizadores, el pluralismo es la disolución de la política, es un engaño. Por eso la polarización está estrechamente vinculada con los llamados discursos de odio que son aquellas expresiones públicas, en esto quiero subrayar el público, que tienen el propósito de generar una animadversión, ésta también pública, en contra de un grupo de personas o en contra de una persona en particular descalificándola, con razones o sin ellas, mintiendo o no, con un propósito específico: alimentar un sentimiento de rechazo, repudio y negación de esa persona o de ese grupo por considerarlo ya sea peligroso, nocivo, pernicioso o simple y sencillamente distinto y por ello indeseable.

En sus versiones más extremas, el propósito es incluso incitar a la violencia en contra de esa persona o de ese grupo de personas en virtud de resultar justamente indeseable.

Es importante resaltar que cuando hablamos del discurso de odio, no estamos hablando de algo que se produzca y se recree en el ámbito privado, en ese sentido no se trata de un sentimiento interno que se procesa de manera íntima o cerrada, sino que, por el contrario, tiene el propósito expreso y explícito de externarse públicamente para provocar en otras personas reacciones en contra de quien está dirigido.

No es casual que la expresión provenga precisamente del inglés hate speech, es decir, no se trata de un pensamiento íntimo o de un comentario privado sino un discurso por definición público que tiene el propósito de incitar en otros el odio contra alguna persona o algún grupo de personas que, agregaría, por alguna razón son consideradas diferentes a nosotros y por esa razón indeseables.

Hoy la polarización política que aqueja a las sociedades democráticas se ve alimentada por noticias falsas, prejuicios ideológicos o políticos, un uso poco ético de las tecnologías de la información y la comunicación, las nuevas plataformas de Internet y de manera particular las redes sociales y si no, vale la pena echarle una ojeada al artículo de hoy de Raúl Trejo, “Fanáticos en línea y en el Capitolio”, en donde a propósito del papel que las redes sociales han tenido en el crecimiento y propagación de esta secta alucinante denominada QAnon que, hoy sabemos, fue una de las principales promotoras, digamos, del asalto al Capitolio.

Seamos claros. La polarización no es un fenómeno nuevo, ha acompañado a la política ancestralmente y ni siquiera ha sido ajena a la democracia, como lo demuestra por cierto la confrontación que seguramente veremos durante las campañas electorales de este año.

Sobre todo, cuando se trata de cargos unipersonales los que están en disputa, es normal que las posturas políticas tiendan naturalmente a polarizarse.

Sin embargo, lo que hoy resulta preocupante es qué está siendo esta polarización frecuentemente potenciada por un valor abiertamente antidemocrático: la intolerancia.

Y hay que decirlo sin ambages: el uso de medios de comunicación en particular las redes sociales para difundir medias verdades o mentiras absolutas para crear campañas de desprestigio en contra de personajes de la vida pública, para generar contextos de confrontación exacerbada o en el peor de los casos para difundir discursos de odio y llamados a la violencia; son fenómenos que representan graves amenazas a la democracia tal y como la conocemos.

Por desgracia sobran ejemplos de ello, y uno muy palpable lo acabamos de presenciar el miércoles 6 de enero pasado, en Estados Unidos, donde una serie de recurrentes, por eso hay que subrayar, no hay que olvidarlo, no es un evento fortuito, una serie de recurrentes expresiones de confrontación y descalificación de vastos sectores de la población, o de posturas políticas.

De reiterados discursos de odio, de tolerancia incluso frente a la exaltación de actitudes de intolerancia y de constantes verdades alternativas que hace años han venido alimentando y exacerbando la polarización de la sociedad norteamericana, dieron pie a un ataque directo a una de las democracias más antiguas y consolidadas a partir de una flagrante mentira: la de un supuesto fraude electoral.

Lo ocurrido en el asalto al Capitolio, estoy terminando Sergio, es una llamada de atención para todo el mundo. Cuando la intolerancia y el discurso que divide descalifica, y estigmatiza a quien no piensa como uno prevalecen, la democracia se pone en riesgo y se legitima la violencia, que es la negación, no hay que olvidarlo, de la democracia misma.

Lo ocurrido en estos días es un triste y lamentable recordatorio de algunos eventos que constituyeron algunas de las peores experiencias de la humanidad durante el siglo pasado.

De democracias que se erosionaron desde sus mismas entrañas. Se trata, pues, de la enésima advertencia, clara y contundente, de que a la democracia o se le cuida o se agota, y se nos puede esfumar entre las manos de una manera mucho más sencilla, y no por ello menos dolorosa, de lo que podríamos suponer.

Termino. Reflexionar sobre lo anterior no es hoy un mero ejercicio intelectual. Lo ocurrido en Estados Unidos nos debe llevar a una seria reflexión sobre las consecuencias concretas que la polarización, la intolerancia y los discursos de odio están provocando en términos disruptivos para la convivencia democrática en el mundo.

Y no se trata, lamentablemente, de hechos que nos sean ajenos. En este año, 2021, México se encamina a la elección más grande y compleja de la historia, por eso es indispensable insistir en que va a depender del compromiso de todas las fuerzas políticas, de todos los actores políticos, de las autoridades de los tres órdenes de gobierno, de los medios de comunicación, de los usuarios de redes sociales, de las autoridades electorales y desde luego, del conjunto de ciudadanas y ciudadanos, en que nuevamente podamos ir a las urnas y renovar nuestros poderes públicos de manera pacífica, civilizada y democrática.

La democracia, vale la pena insistir en ello, es obra y, por lo tanto, patrimonio de todas y todos. Y a todas y todos nos corresponde, en consecuencia, cuidarla y recrearla.