Intervención de Ciro Murayama, durante la presentación del libro Yo, el pueblo. Cómo el populismo transforma la democracia

Escrito por: INE
Tema: Consejeras y Consejeros Electorales

VERSIÓN ESTENOGRÁFICA DE LA INTERVENCIÓN DEL CONSEJERO DEL INSTITUTO NACIONAL ELECTORAL, CIRO MURAYAMA RENDÓN, DURANTE LA PRESENTACIÓN DEL LIBRO “YO, EL PUEBLO. CÓMO EL POPULISMO TRANSFORMA LA DEMOCRACIA”, REALIZADA EN EL MARCO DE LA FERIA INTERNACIONAL DEL LIBRO DE GUADALAJARA EN SU EDICIÓN VIRTUAL

Ciro Murayama Rendón , Consejero Electoral del INE.

Muy buenos días.

Muchas gracias, Tomás.

En primer lugar, un reconocimiento al trabajo que está haciendo la Editorial Grano de Sal, este proyecto cultural que lleva el conocimiento y la reflexión informada, que son indispensables para una deliberación en una sociedad democrática. 

Y me da mucho gusto compartir hoy también este panel con la doctora Guadalupe Salmorán, integrante del Comité Editorial del INE, por cierto, y del doctor Mariano Sánchez-Talanquer.

Voy directo al texto que preparé.

En “Yo, el pueblo. Cómo el populismo transforma la democracia”, Nadia Urbinati estudia el populismo como proyecto de gobierno y fuerza gobernante, en vez de abordarlo como movimiento popular que transmuta los principio y reglas básicas de la democracia al grado de desfigurarla.

El libro es una pertinente discusión teórica, sin distanciarse de la argumentación política, con autores contemporáneos, abrevando de los clásicos.

Pronto, distingue el pluralismo del fascismo por sus características. El primero no suspende las elecciones libres y competitivas y tampoco les niega un papel legítimo, de hecho, la legitimidad electoral es un factor definitorio en los regímenes populistas. 

Más aún, dice el autor, el fascismo es tiranía y su gobierno la dictadura. El fascismo en el poder es siempre antidemocrático, no solo en su discurso, sino, también, de facto.

No se conforma con limitar a la oposición por medio de la propaganda diaria, recurre al poder del Estado y a la represión violenta para silenciar a la oposición, mientras que el populismo en ambiguo, el fascismo no lo es.

Pero el populismo, que sea un fenómeno de la democracia tampoco es del todo democrático, de tal suerte que comparte bordes borrosos con la democracia y el fascismo, está a medio camino entre ambos, lo que no deja de ser inquietante y riesgoso pues el populismo, dice Urbinati, puede deformar las instituciones representativas que conforman la democracia constitucional, el sistema de partidos, el Estado de Derecho y la división de poderes.

Siendo así, el populismo parece como una enfermedad o como un parásito de la democracia, se engendra y crece en ella, pero también se extingue y muere con ella, convirtiéndose en la antesala de otro régimen, quizás autoritario, dictatorial o fascista, dice Urbinati.

El fenómeno del que se ocupa ella, si bien puede rastrearse desde el siglo XIX, es el que se ha extendido en los últimos años, tanto en democracias occidentales consolidadas, como en otras emergentes.

Propone leer el populismo como una estrategia para llegar al poder, que emplear procedimientos democráticos con fines no democráticos cuya esencia es la negación de la legitimidad del pluralismo político y asociativo de los mecanismos de intermediación entre gobierno y sociedad.

Ella explica la animadversión de los populistas hacia la oposición política organizada hacia el periodismo profesional, cito: “En una democracia representativa convencional los partidos políticos y los medios de comunicación son cuerpos intermediarios esenciales, permiten que lo que está dentro del Estado y lo que está afuera se comuniquen sin fusionarse, en cambio, una democracia representativa populista busca superar dichos obstáculos.”

Los populismos pueden ser de izquierda o derecha y en común apelan a una noción de pueblo bueno, noble a salvo de la corrupción ligada al ejercicio del poder. Un pueblo que se construye como una antinomia de las élites, en primer lugar, de la élite política y sus defectos, supuestos o reales.

Así el populismo nutre y despliega un discurso antipolítico en el que el poder es impuro, inmoral, de ahí que en su noción exista una parte auténtica de la sociedad que merece gobernar, por su bien, contra la parte que no es auténtica, la excluida, por lo que el populismo entraña necesariamente la exclusión política de las partes no genuinas del pueblo.”

Se trastoca de esta manera, también, el significado de la mayoría para volverse una suerte de mayoritarismo que se usa, cito: “como una fuerza que afirma ser la expresión del pueblo bueno que tiene legitimidad para dominar y humillar a la oposición. Una mayoría buena, legitimada por las elecciones e intolerante con las otras partes de la población”.   

Las opiniones y las decisiones que se oponen al pueblo, populistas, son castigadas, ridiculizadas y rechazadas como una conspiración de las elites”.

Así que el populismo es también negación de la discrepancia, más aun, vuelvo a citar: “el populismo no reconoce el principio de mayoría, sino que sólo reconoce la mayoría que dice representar, incluso si esta mayoría aún no se expresa o adquiere el poder”, pero ¡ojo! la retórica conspirativa del populismo siempre requiere de sus enemigos, dice la autora, que estén vivos y activos.

En vez de la representación popular plasmada en el Parlamento, propia de la democracia representativa, en el populismo hay la encarnación del pueblo en el líder, no la representación en mucho.

El populismo en el poder no puede prescindir de un líder, dice Urbinati, al grado que todos los regímenes populistas toman el nombre de su líder: chavismo (inaudible), alrededor del cual se da una suerte de fe religiosa que las masas tienen en su líder providencial y una identificación irracional de las masas con el líder; estas dos cosas hacen del populismo una forma de teología política como reconstrucción de autoridad y lo alejan aún más de la democracia representativa, nos dice la autora.

La diversidad de actores políticos, propios de una democracia, entonces se sustituye por sólo dos jugadores: el pueblo y el líder.

Los líderes populistas no necesitan tener un programa claro de gobierno, no necesitan ser específicos en su programa, basta con que, cito: “usen un lenguaje de condena, que acusen a los enemigos del pueblo de corruptos e inmorales y que declaren que el líder populista está decidido a llevar al pueblo al poder” y esto vale para Fujimori, Evo Morales, (inaudible), Berlusconi o Trump, nos dice la autora.

Una vez en el poder y aquí es importante seguir la intención de Urbinati de describir el populismo en función de lo que hacen, los líderes pueden intentar mantenerse en una modalidad de campaña permanente para reafirmar que se identifican con el pueblo, haciéndole creer que libran una batalla titánica contra el sistema atrincherado para así conservar su pureza.

Por otra parte, pueden querer cambiar las reglas, cambiar la Constitución actual para fortalecer su poder para tomar decisiones.

La consecuencia del modelo populista de gobernar es que, cito nuevamente: “un líder populista en el poder debe crear una nueva forma de democracia para sobrevivir y ésta, a su vez, crea el riesgo de que el líder destruya las instituciones y los procedimientos democráticos, de manera tal que resulte fatal para todo el sistema político y administrativo, esto hace imposible la estabilidad en y de un gobierno populista”.

Cito de nuevo: “el populismo en el poder está condenado a ser desequilibrado, como si estuviera en una campaña permanente o a convertirse en un nuevo régimen”. No puede darse el lujo, dice Urbinati, de ser un gobierno democrático, entre otros, porque la mayoría a la que representan no es una mayoría entre otras, es la buena, la que existe antes de las elecciones y al margen de ellas.

Esta inestabilidad intrínseca al populismo hace que esté sujeto a dos riesgos de aniquilación: bien regresar al gobierno representativo usual o bien al bien, o mal volverse una dictadura.

Es oportuno referirse aquí a los comicios, pues si bien el populista no prescinde de las elecciones, tampoco les concede su cualidad como expresión y recreación del pluralismo político intrínseco a las sociedades abiertas, cito: “Las elecciones muestran, pero no crean la mayoría, revelan una mayoría que, se dice, ya existe, el pueblo bueno o auténtico cuyo líder la saca a la superficie y la hace triunfar. La mayoría populista no es una mayoría entre otras, es la mayoría auténtica y su legitimidad no sólo numérica, sino ética, moral, social y cultural, esto según se cree la hace autónoma y superior a los usuales procedimientos democráticos, se podría decir que el populismo utiliza las elecciones como plebiscitos y al hacerlo las desfigura”, dice Urbinati.

Una de las fobias del populismo es hacia el sistema de partidos, de tal manera que la partidofobia se convierte en una idolatría del partido correcto y supone el rechazo de cualquier partido que no corresponda con el antisistemismo populista, hasta llegar al extremo en el que transforma el poder constitucional de la democracia de partidos en un nuevo sistema que es verdaderamente particrático, esto es, el poder de una parte, pues su ambición inherente es captar a la mayor cantidad posible de personas para convertirse en el único partido de la gente y así borrar las afiliaciones que existían antes de él.

El populismo es en cierta medida un proyecto purificador y en ese lance afloran otras de las fobias comunes a los distintos ejemplos de populismo. Cito: “Sin duda quiere cambiar la mentalidad del pueblo en la cultura cívica e impermeabilizar a la mayoría ante lo que identifica como la cultura extranjera o elitista. De ahí su ataque contra los intelectuales, la gente con educación universitaria y todos aquellos que no son como nosotros, el pueblo verdadero. Por ello, el antiintelectualismo, otro rasgo del antisistemismo populista, se origina de esa pretensión de cualidades morales modestas que el líder dice compartir con la gente común”.

No deja de ser paradójico que los populistas busquen el poder con la bandera de la lucha contra la corrupción, pero una vez en el gobierno el populista cito: “necesita repartir favores y emplear los recursos del estado para proteger a su coalición o a su mayoría a lo largo del tiempo”. A partir de esta lectura el populismo en el poder resulta ser una maquinaria de corrupción y favores nepotistas que recurre a la propaganda para demostrar lo difícil que resulta cumplir sus promesas debido a la conspiración en curso, tanto exterior como interior de una cleptocracia todopoderosa y global.

Al líder, dice Urbinati, el populismo le concede el milagro que le permite ser corrupto, pero afirmar que no responde a la corrupción. 

También es comprensible en este orden de ideas la reticencia hacia la transparencia y a la rendición de cuentas. Cito: “los líderes populistas no cultivan la idea de la rendición de cuentas, de hecho, la desprecian, para ellos que dicen ser parte de los muchos, la fe de su pueblo es una marca de legitimidad, cosa que ningún control formal ni ninguna institución intermediaria puede romper, sus posibilidades de éxito electoral son proporcionales a la intensidad de la convicción de los ciudadanos en que la autoridad política es remota para ellos y que no están representados por las instituciones”.

Es más, dice la autora, estar en la mira del pueblo es un proyecto plebiscitario que busca reemplazar por medio de la exposición popular la rendición de cuentas por vías de procedimientos e instituciones con transparencia.

Así pues, el populismo supone también una desinstitucionalización de la vida de las sociedades y el desdibujamiento de los contrapesos propios de la democracia, cito nuevamente: “A los líderes o los partidos populistas en el poder no les basta con ganar una mayoría, quieren poder ilimitado y quieren permanecer en el poder tanto como sea posible. 

El populismo en el poder pone en duda la constitución formalista y favorece una material, que sólo éste puede interpretar, y fomenta proyectos de reformas constitucionales y elaboración de una constitución que subraye la función del Ejecutivo y que limiten el control de las instituciones no políticas.

Aunque el discurso es en contra de las élites busca satisfacer el deseo de poder de una nueva élite, no perdamos de vista que a fin de cuentas el populismo es un llamado para cambiar la élite en el poder.

El populismo en el poder trastoca no sólo al gobierno, sino al Estado, pues busca fusionar la opinión de una parte del pueblo y la voluntad del Estado.

De tal suerte, que hace borrosa la necesaria distinción moderna entre gobierno y Estado, ya que, en palabras de la autora, busca eliminar toda distinción entre la política constitucional y la ordinaria, clave para mantener el orden democrático.

Aunque no es su propósito principal Urbinati explora las condiciones políticas y económicas sobre las que germina el populismo. Cuyos líderes, cito: “tienden a surgir en condiciones de desigualdad económica y se aprovechan de la molestia social para exaltar la polarización, también nutren la tentación de la mayoría para usar de manera punitiva el poder del Estado contra la oposición y las minorías.

Identifica que los desafíos de la democracia provienen de dos polos opuestos. Uno, la minoría oligárquica que ya controla el proceso de toma de decisiones; y la mayoría popular, que afirma que la única manera en que se puede rectificar la desigualdad de su poder es si demanda aleatoriedad de la mayoría por sobre todas las demás partes de la sociedad”. Fin de la cita.

Al final, el populismo es irresponsable hasta con la parte de la sociedad que pretendió como un todo y que quiso encarnar. Cito, “como el líder sólo es la boca del pueblo y no tiene voluntad propia, las cosas que hace deben ser las cosas que el pueblo le pidió, si no logra los resultados la responsabilidad debe recaer en manos de los enemigos del pueblo, que nunca desaparecen y nunca duermen.

De este modo, el líder irresponsable recurre a menudo a teorías de conspiración como una suerte de ideología de la excusa”.

La autora afirma que el populismo no puede responder siquiera a los problemas contra los cuales reaccionan los populistas, así que es un flagelo para la democracia y una falsa promesa de bienestar y mejora para sus seguidores.

Hacia final de su libro Urbinati llama a especialistas y ciudadanos a reflexionar sobre lo que salió mal en sus gobiernos. Qué ocurrió para provocar en el pueblo una insatisfacción tan radical u hostil respecto de la democracia de partidos y la sociedad pluralista.

Esta reflexión sobre la igualdad y los déficit sociales y económicos de la democracia representativa me parece indispensable, porque como dice Nadia Urbinati, “salir del populismo es muy distinto a volver a donde estábamos antes, ese antes se devaluó en el mismo momento en que permitió los éxitos populistas”.

Un libro indispensable, muchas gracias por su atención.

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