En los últimos años, cada vez más estudios evidencian que la democracia en el mundo sufre estancamientos y patrones adversos, sobre todo en América Latina, a la cual se le ha señalado como una de las regiones más afectadas por tendencias que merecen total atención por parte de los gobiernos y las autoridades, particularmente por un sentimiento de desencanto que ha surgido en distintas latitudes.
En este contexto, el Informe Latinobarómetro 2017 señala que es en nuestro país donde se produce la mayor pérdida de apoyo a la democracia con un 38%; así también, la satisfacción con la misma apenas alcanza el 18%.
Lamentablemente, este síntoma de desencanto se observa en la participación de la ciudadanía en los procesos electorales, donde destaca la poca participación de la juventud mexicana.
Al respecto, cabe mencionar que a partir de 2009 el INE ha estimado y registrado las tasas de participación en las elecciones federales (2009, 2012 y 2015). Acotándonos a estos últimos procesos, se ha visto que las personas de 80 años o más, al igual que las y los jóvenes de 20 a 29 años son quienes suelen participar menos el día de la jornada electoral. Lo anterior hay que subrayarlo, porque los mayores de 80 años habían sido el grupo con menor porcentaje de participación tanto en 2009 como en 2012, pero en las elecciones de 2015 dejaron de estar en el último puesto y se vieron superados por este grupo de jóvenes, con una diferencia de 5 puntos porcentuales. De tal forma que, para las elecciones de 2009, el porcentaje de participación de este último grupo fue de 35%; en 2012, de 53%, y en 2015, de 36% (los porcentajes de 2009 y 2015 son comparables, pero no así los de 2012, debido a que en las elecciones presidenciales suele haber mayor concurrencia de ciudadanas y ciudadanos en las urnas.
Es verdad que la desconfianza de las nuevas generaciones ante los asuntos políticos representa una de las reacciones más dañinas para el futuro de todo Estado democrático. Sin embargo, a la par del desencanto que se vive, ha nacido una ferviente exploración de incidencia en torno a estos asuntos, motivada justamente por la juventud.
El ejemplo más reciente lo vimos tras el sismo del pasado 19 de septiembre, cuando la movilización social, sobre todo de jóvenes, floreció en medio de la crisis, y también con la propuesta que hizo suya la juventud mexicana, respecto a que los recursos públicos les fueran retirados a los partidos políticos para destinarlos a las y los damnificados. Lo cual, da cuenta de que, si bien hay un marcado malestar social, las y los jóvenes se manifiestan hoy más que nunca para cambiar la realidad que les aqueja, y buscan y apoyan las formas con las que sus exigencias puedan trascender.
Así, en el marco del proceso electoral más grande de nuestra historia, la necesidad de participación efectiva de las y los jóvenes no debe ser ignorada. Todas y todos ellos piden ser tomados en cuenta. Alzan la voz y quieren que se les escuche sin que se desestimen sus opiniones. Y ya que han generado un importante clima político posicionando sus exigencias, será indispensable que las autoridades electorales generemos las condiciones para que la juventud pueda superar la brecha de la desconfianza y el desencanto político, y de esta manera pueda hallar en este proceso electoral un excelente motivo para incidir en el rumbo del país. El actuar de la Institución estará ahí y no faltará, y la juventud mexicana podrá participar de manera efectiva, tal como lo demanda.
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RESUMEN