Solamente estoy a nivel Licenciatura, soy la Licenciada Guadalupe Taddei, gracias por lo de Doctora. Espero que el doctorado lo obtengamos también con la práctica de todos los días, después de tantos años de estar en la materia electoral.
Gracias María.
Buenos días; buenos días a todos; buenos días a todas.
María Luisa, muchas gracias, saludo con mucho gusto a Doctor Woldenberg y a Daniel Zovatto, que en otras ocasiones ya hemos estado compartiendo mesa.
Gracias María Luisa por la moderación de esta primera mesa, en tu esfuerzo por llevar voces plurales a esta expectativa de reforma.
Edmundo Jacobo, mucho gusto de verlo por acá.
Saludo, por supuesto, a Lorenzo Córdova, que está por acá con nosotros y a todos los que nos acompañan, que nos ven en los medios y que están aquí de manera presencial.
¿Para qué sirven las reformas electorales? Es el tema que nos convoca el día de hoy.
La pregunta es directa y sus implicaciones son de gran relevancia.
¿Para qué sirven las reformas electorales?
En esta participación propongo analizar el papel que han tenido dichos procesos legislativos en el fortalecimiento de la democracia mexicana, su evolución histórica, sus implicaciones jurídicas, así como los retos que enfrenta nuestro sistema electoral en el contexto contemporáneo.
Comencemos hablando del objetivo de las reformas electorales.
Las reformas electorales representan un mecanismo fundamental para la adaptación del sistema democrático a las nuevas realidades sociales, políticas y culturales de un país.
En ese sentido, constituyen una herramienta de ingeniería constitucional y política que permite la adaptación del sistema electoral a los nuevos contextos sin necesidad de alterar sus fundamentos.
Desde una perspectiva netamente jurídica, las reformas electorales constituyen, mediante el procedimiento legislativo, adecuaciones al marco normativo que regula los procesos de acceso al poder político mediante las elecciones.
Estas modificaciones pueden ser de carácter constitucional o legal y abarcan aspectos, como la organización electoral, el sistema de partidos, el financiamiento público, la representación, la fiscalización, la justicia electoral o la participación ciudadana.
En términos politológicos, Giovanni Sartori define las reformas como aquellos cambios institucionales que, sin alterar la esencia del régimen, modifican sus mecanismos operativos para hacerlos más eficaz o más representativos.
Autores como Emilio Rabasa Gamboa han propuesto una clasificación de los procedimientos de reforma en dos grandes tipos.
Las reformas parciales, aquellas que modifican aspectos específicos sin alterar la estructura del sistema; por ejemplo, temas como reconocer nuevas modalidades de la emisión del voto o reformas integrales, aquellas que transforman de manera profunda el sistema electoral, por ejemplo, alguna donde se instaure un modelo de autoridades electorales diversas.
A nivel comparado, también se distinguen entre reformas orientadas a la mayor representatividad, como el sistema proporcional, y aquellas orientadas a la gobernabilidad, como el sistema mayoritario, lo que implica que toda reforma electoral responda a una tensión entre inclusión y eficacia.
En síntesis, las reformas electorales no son solo actos legislativos, son procesos políticos complejos.
Ahora, es oportuno preguntarse, ¿cómo han sido los procedimientos de reforma electoral en nuestro país?
La historia de nuestra transformación electoral es, en muchos sentidos, la historia de su transición democrática.
Desde la promulgación de la Constitución de 1917 hasta las reformas más recientes, el sistema electoral mexicano ha sido objeto de múltiples transformaciones que reflejan la dinámica social imperante en cada etapa.
Durante las primeras siete décadas del siglo XX, el sistema electoral mexicano estuvo caracterizado por un modelo cerrado con poca apertura política. Aunque la Constitución establecía principios democráticos, en la práctica el sistema electoral era altamente centralizado y sin órganos autónomos. Las reformas en este periodo fueron mínimas y funcionales.
La primera gran reforma electoral moderna se dio en 1977 con la promulgación de la Ley Federal de Organizaciones Políticas y Procesos Electorales, conocida como LOPPE.
Entre sus principales incorporaciones al sistema electoral destacan la introducción de diputados de Representación Proporcional y la creación de la Comisión Federal Electoral.
Esta reforma marcó el inicio de la apertura política y sentó las bases para una transición gradual hacia un sistema electoral distinto.
Las reformas de 1986 y de 1990 respondieron a una creciente desconfianza ciudadana. Sin embargo, esta última significó un rediseño institucional de relevancia para nuestro país.
Es así que en 1990 se creó el Instituto Federal Electoral y se introdujo mayor transparencia en el conteo de votos, participación de consejeros ciudadanos, así como una regulación más estricta de partidos y de campañas.
Por su parte, la reforma de 1996 es considerada por muchos estudiosos del tema como el punto de inflexión en la democratización electoral.
Con ella se logró la autonomía plena del IFE y se fortaleció la figura de los consejeros ciudadanos. Además, se consolidó el sistema de representación proporcional, se establecieron reglas claras para el financiamiento público y se fortaleció la fiscalización y la equidad en medios.
El objetivo de la reforma de 2007 fue reducir la influencia del dinero y los medios de comunicación en las campañas. Se prohibió a partidos políticos y candidatos la compra de tiempos en radio y televisión, y se creó el modelo de tiempo oficial administrado por el IFE.
También se fortaleció la fiscalización de recursos y la regulación de precampañas. Esta reforma fue clave para profesionalizar aún más el sistema electoral.
La reforma de 2014 transformó al entonces IFE en el Instituto Nacional Electoral, INE, con competencias concurrentes.
Se creó el Sistema Nacional de Elecciones en el que se erige al INE como la autoridad rectora en la materia.
Dicha reforma tuvo entre sus principales cambios establecer nuevas reglas en materia de fiscalización, un nuevo régimen del sistema de partidos y sus medios de participación conjunta, así como un marco jurídico diferenciado por materia.
En el año 2022 se impulsaron dos diversas reformas electorales, una en el orden constitucional que no obtuvo la mayoría calificada en el Congreso de la Unión y una en el orden legal, que a pesar de su aprobación por el Poder Legislativo fue declarada inconstitucional por la Suprema Corte de Justicia de la Nación.
Esto puso en el debate público nuevas reflexiones en torno a nuestro sistema electoral y la necesidad de abrir una discusión amplia sobre lo que hoy nuestra democracia mexicana requiere.
En conclusión, cada reforma ha sido producto de contextos específicos, pero todas han contribuido en mayor o menor medida a mejorar la calidad de nuestra democracia.
Esto nos conduce invariablemente a preguntarnos: ¿cuál es el papel de las reformas electorales? Las reformas electorales han sido en el caso mexicano uno de los principales mecanismos para la construcción, ampliación y consolidación de la democracia.
A diferencia de otros países donde la transición democrática se dio por ruptura o colapso del sistema político, en México este proceso fue gradual y altamente institucionalizado, con las reformas electorales como eje articulador, es decir, en la experiencia nacional las reformas electorales han permitido un proceso de democratización, entendiendo a este, no como un momento, sino como un acto continuo de expansión de derechos, inclusión política y fortalecimiento institucional.
En este sentido, las reformas electorales han funcionado como instrumentos de ajuste progresivo que permiten ampliar la participación y mejorar la calidad de la representación.
Las reformas electorales mexicanas han buscado precisamente eso, pasar de una democracia electoral a una democracia sustantiva. Además, han contribuido a la construcción de instituciones electorales autónomas, profesionales y confiables.
La creación del IFE en 1990 y su transformación en INE en 2014 son ejemplos de cómo el diseño institucional puede fortalecer la confianza ciudadana.
Desde la Credencial para Votar con Fotografía en 1991, hasta el nuevo modelo de elección de personas juzgadoras, son la muestra clara de que las reformas han permitido generar nuevas maneras de garantizar derechos y atender la alta expectativa de nuestra democracia.
Finalmente, las reformas han servido para incentivar la participación de la ciudadanía, no sólo como votantes, sino como observadores, funcionarios de casilla, promotores del voto y actores del debate público.
La inclusión de mecanismos como la Consulta Popular y la Revocación de Mandato son ejemplos de cómo las reformas han ampliado el repertorio o el espectro democrático en nuestro país.
A manera de resumen, las reformas electorales han sido el principal instrumento de democratización en México.
¿Qué han buscado las reformas electorales? Las reformas electorales no sólo han modificado normas y procedimientos, han transformado profundamente el modo en que se ejerce el poder político, se garantiza la equidad en la competencia, se protege el diseño institucional, se imparte justicia electoral y se promueve la participación ciudadana.
Estos ejes están interrelacionados y constituyen el núcleo de la evolución democrática del país.
Nuestras reformas han buscado ampliar y diversificar quienes pueden acceder a cargos públicos, cómo se eligen y qué sectores sociales estarán representados.
Entre los principales avances se puede considerar las candidaturas independientes, el reconocimiento al principio de paridad de género y los mecanismos de inclusión social en la toma de decisiones de la vida pública, tales como la Revocación de Mandato y la Consulta Popular.
La participación ciudadana es el fundamento de la legitimidad democrática, por ello, las reformas han ampliado los mecanismos de participación directa e indirecta.
En resumen, las reformas electorales han sido fundamentales para construir un sistema más representativo, equitativo, justo y participativo.
Ante este escenario cabe la pregunta, ¿cuáles son los retos actuales y futuros del sistema electoral mexicano? Contrario a lo que se asegura o se pudiera asegurar, nuestro sistema electoral enfrenta una serie de retos estructurales y emergentes que, de no ser oportunamente atendidos, podrían generar afectaciones incalculables.
Me centro principalmente en el diseño de nuestra autoridad electoral, porque hoy el Instituto no sólo organiza elecciones, es garante del Registro Federal de Electores, fiscaliza los recursos de los partidos políticos y candidatos, capacita a millones de personas que integran las mesas directivas de casilla, promueve la cultura cívica, garantiza el ejercicio de derechos político electorales en condiciones de equidad e inclusión, impulsa la paridad de género y supervisa procesos internos de partidos y consultas populares.
Es, en otras palabras, el corazón técnico y ciudadano de la democracia mexicana.
Sin embargo, México necesita un INE del siglo XXI, autónomo, con probada capacidad técnica, ciudadano y transparente. Un INE que se mantenga ajeno a los vaivenes políticos y que abrace con responsabilidad y humildad la evolución de nuestra democracia, que modernice sus herramientas, fortalezca sus capacidades, incorpore innovación tecnológica y consolide su vínculo con la sociedad.
En pocas palabras, hoy se requiere un INE que atienda a las demandas sociales vigentes con escucha y cercanía a la ciudadanía.
Los retos actuales y futuros exigen a nuestro Instituto, autocrítica para corregir desequilibrios, cerrar brechas y optimizar recursos, compromiso social para garantizar un INE más cercano a la ciudadanía y sus demandas democráticas. Garantizar una mayor participación ciudadana en la vida de nuestro país.
Recordemos que no hay democracia plena sin ciudadanía activa.
Las reformas que vienen deben corregir lo pendiente y anticipar lo emergente para que la democracia mexicana se fortalezca.
Por ello, y atendiendo a la pregunta “¿para qué sirven las reformas electorales?” Es necesario decir que hoy sirven para fortalecer nuestra democracia, transformar y atender la realidad social que vivimos. Sirven como una oportunidad para atender puentes con las juventudes, con los pueblos originarios, con las mujeres, con las personas con discapacidad, con quienes históricamente han estado al margen, porque la democracia que no se siente cercana, no se defiende.
Y la única defensa legítima es aquella que se basa en la participación, el debate y el compromiso cívico. Hoy se muestran como una herramienta para consolidar las reformas electorales, así se muestran, una nueva etapa de nuestra historia nacional, en donde la autoridad electoral se fortalezca y sea la institución que hoy demanda México.
Las reformas electorales sirven para poder modernizar al INE, para prepararlo ante un país más exigente, más plural y más vigilante. Sirven para consolidar al Instituto como el pilar de nuestra democracia presente y un garante para el futuro, para conservarlo y proyectarlo hacia el porvenir.
En síntesis, las reformas electorales son el instrumento a través del cual la democracia mexicana dialoga consigo misma, se corrige y se fortalece para el futuro.
Son la manifestación de que nuestro pacto social está vigente y es capaz de adaptarse a nuevos desafíos.
El objetivo debe ser siempre claro, consolidar un sistema en el que cada ciudadana y ciudadano confíe, participe y se sienta parte de él.
Hoy las reformas electorales no deben temer al cambio, porque es necesario para consolidar lo construido, sin olvidar el esfuerzo que representó edificar el sistema electoral que hoy tenemos.
En pocas palabras, las reformas electorales sirven para evolucionar y transformar el devenir de nuestra democracia.
Muchísimas gracias.
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