Como resultado de la llamada “tercera ola” democratizadora, numerosos países experimentaron procesos de transición a la democracia desde gobiernos autoritarios. Nunca en la historia se había tenido una proliferación tan grande de gobiernos democráticos. Así, con el inicio del presente siglo, se vivió en todo el mundo una suerte de efervescencia democrática.
Sin embargo, apenas veinte años después, los sistemas democráticos están transitando por un contexto de extenuación y enfrentando nuevos y peligrosos desafíos. Y no se trata de un fenómeno regional, sino que globalmente se están presentando riesgos de los que ni siquiera las democracias más añejas y consolidadas están exentas e incluso en éstas se están presentando signos de agotamiento democrático cuando no de francos retrocesos autocráticos. En ese sentido, a diferencia de lo que ocurría hace algunas décadas, esos desafíos no se manifiestan en determinadas coyunturas o en algunas partes específicas del mundo, sino que todas las democracias, sin importar su grado de consolidación o fortaleza, están sujetas a los efectos e impulsos nocivos de esta nueva oleada autoritaria.
A ello contribuyen una serie de fenómenos que, en esta ocasión, me limito a enunciar y esbozar, aunque por su gravedad y complejidad ameritan reflexiones más detenidas y amplias. Hago énfasis en cinco fenómenos que me parecen particularmente graves:
En primer lugar, las democracias enfrentan un descontento social cada vez más extendido a causa de una serie de problemas estructurales que no han podido ser resueltos (o que incluso fueron agravados) por las políticas públicas instrumentadas por gobiernos democráticamente electos en las últimas décadas. Así, la persistencia de la pobreza (incrementada en prácticamente todo el mundo a causa de la crisis económica provocada por la pandemia de Covid-19), la ominosa desigualdad (nunca en la historia se había producido tanta riqueza y nunca se habían tenido los índices de inequidad hoy existentes), la corrupción (de la que ninguna democracia está a salvo), la impunidad (que está en la base de la corrupción y de la que ésta se alimenta) y, en muchos casos, la violencia e inseguridad (que en realidades como la mexicana ponen en riesgo, por su gravedad, la misma convivencia social), son problemáticas que constituyen un auténtico caldo de cultivo para el descontento y, en consecuencia, para el eventual surgimiento de expresiones autoritarias que prometen salidas fáciles, rápidas y efectivas.
En segundo lugar, el descrédito creciente de las instituciones democráticas, en particular los partidos políticos y los parlamentos, pilares institucionales indispensables en toda democracia representativa, que han alcanzado niveles bajísimos de confianza y credibilidad pública.
En tercer lugar, la desinformación y las noticias falsas, que si bien no son un fenómeno nuevo en la política (la mentira ha acompañado la actividad política desde siempre), hoy se ven potenciadas por la irrupción y profusión del Internet y de las redes sociales que, si bien son poderosos mecanismos de comunicación, son un terreno fértil para que se propague la “posverdad” con todo el efecto dañino que tiene para la recreación de una discusión pública seria e informada.
En cuarto lugar, la polarización política e ideológica, tampoco ésta ajena a la vida política y a la democracia, pero que en tiempos recientes se está nutriendo, peligrosamente, de una intolerancia que (siendo ésta el valor antidemocrático por excelencia) provoca que a los adversarios se les vea como enemigos cuya presencia en la sociedad es intolerable y, por los tanto se les combata y persiga, rompiendo así las bases en las que sustenta la convivencia democrática.
Finalmente, el ataque y descalificación desde el poder (democráticamente alcanzado), de las instituciones de control político y jurídico (como las cortes constitucionales y otros tribunales o bien los órganos autónomos de control —como las autoridades electorales—) así como las de garantía y defensa de los derechos, acusándolas de militar en contra de la “voluntad popular” y en favor de grupos privilegiados o de intereses oscuros e inconfesables.
Todos esos fenómenos gravitan hoy en contra de las sufridas y trabajosamente conseguidas conquistas democráticas de las últimas décadas y pavimentan el camino a peligrosas regresiones autoritarias. Nos toca a todas y todos señalarlas y combatirlas.
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