Por: Dagoberto Santos Trigo.
El efecto de la marcha multitudinaria en defensa del INE dejó una secuela decisiva: la democracia no debe ser manipulada. Retornar al control de los procesos comiciales significaría poner en vilo al Estado. El arbitraje electoral no es de nadie; su tez es la autonomía; su esencia, la participación ciudadana.
Parafraseando al único orador del domingo, el expresidente del otrora IFE, José Woldenberg, debo escribir las siguientes líneas: No podemos permitir que el INE sea un utensilio de deformación política. México es democrático.
¿Qué hay en el pasado? ¿Por qué la insistencia de reivindicar esa oscuridad ideológica que se adhería a la manipulación del sufragio, las actitudes fraudulentas y el desprecio del pensamiento crítico? Para atrás, “ni para tomar impulso”, dice el adagio popular.
La marcha no fue de conservadores, ni un acto desesperado. Fue una caminata hacia la reivindicación de la república diáfana. ¿Hubo actores políticos? Sí, pero persistió una voz: “¡México!”. Ése fue el clamor general, que no tiene estigma ni parcialidad; mucho menos, mácula.
Las manos que se entrelazaron pretenden desterrar la intolerancia y, en estricto sentido, proteger los derechos políticos, sin distinción de clases sociales, raza, grupo étnico, edad, sexo y más… Las instituciones requieren ajustes, sí, pero éstos deben ser el resultado de un consenso minucioso y pensado, bajo la influencia de la progresión comicial.
No podemos olvidar jamás que un Estado democrático (antítesis de la tiranía) declara, sistemáticamente, que el poder emerge del pueblo; ésa es la auténtica soberanía nacional. Una ciudadanía crítica y participativa se erige a partir de acciones consuetudinarias en contra de los yerros y falacias de las autoridades, fomentando el debate fértil, la validación consensual y las decisiones horizontales.
Nada es en vano en torno a la defensa de la conciencia y la escrupulosidad. Por ende, el acto que congregó a miles de personas en pos de un objetivo no tiene que ser subestimado; hay una lectura atrás, que narra -de manera nítida- el posicionamiento de apoyo a instituciones que enaltecen el federalismo, como el INE y los Organismos Públicos Locales Electorales, así como los entes jurisdiccionales. La vida electoral tiene un ritmo ininterrumpido, un halo con horizonte, una fijeza que puede mejorarse, conforme a valores y principios.
Ahora bien, toda esta estrategia de resguardo civil tiene que cimentarse en un sentido de corresponsabilidad, con el propósito de anticiparse a contingencias (posturas intolerantes) y solucionar desacuerdos a través de lo que dijo Miguel de Unamuno: “El santo sacramento de la conversación”. Se vale disentir, pero con respeto. Yo discrepo, tú diverges, él difiere… Así se conjuga el diferendo. El halo bélico no tiene cabida en una sociedad que está aprendiendo a convivir dentro de la esfera democrática; somos embriones aún; es decir, seres vivos en las primeras etapas de desarrollo, desde la fecundación, en tanto adquirimos las características morfológicas de la especie. Por tanto, una reforma electoral, a estas alturas, podría generar un caos o una colisión similar (guardando las proporciones) a la gran explosión universal.
En San Lázaro está la iniciativa correspondiente. Augurar algo sería insensato. Lo que sí puedo exponer es que la soberbia es acerba e indestructible (casi). Seguramente, ahora vendrán debilitamientos presupuestales y sacrificios en las estructuras de personal (de INE, OPL y tribunales), con tal de enrarecer el clima electoral y, sobre todo, diezmar las reglas del juego. Tengamos paciencia. René Descartes lo dijo así: “Dos cosas contribuyen a avanzar: ir más deprisa que los otros o ir por el buen camino”.