Intervención de Lorenzo Córdova, en el Marco de la XV Conferencia de la Unión Interamericana de organismos Electorales (UNIORE)

Escrito por: INE
Tema: Discursos

VERSIÓN ESTENOGRÁFICA DE LA CONFERENCIA: DESAFÍOS DE LA DEMOCRACIA E INSTITUCIONALIDAD ELECTORAL QUE IMPARTIÓ EL CONSEJERO PRESIDENTE DEL INSTITUTO NACIONAL ELECTORAL (INE), LORENZO CÓRDOVA VIANELLO, EN EL MARCO DE LA XV CONFERENCIA DE LA UNIÓN INTERAMERICANA DE ORGANISMOS ELECTORALES (UNIORE)

Muy buenos días tengan todas y todos.

La verdad es un verdadero honor estar de nueva cuenta aquí en República Dominicana con nuestros siempre generosos y puntuales anfitriones.

Saludo con mucho afecto a los presidentes de la Junta Central Electoral del Tribunal Superior Electoral y, por supuesto, a nuestro Secretario Técnico de UNIORE que nos acompañan en esta ocasión.

Saludo también a todas y todos los colegas que han recreado la democracia a lo largo del último año y medio ante una serie de desafíos inéditos, pero que como ya bien decía Román en su intervención, se sigue consolidando y resiste estos desafíos, estos retos recreándose en beneficio de nuestras sociedades.

La verdad, yo quiero agradecer muchísimo, me honra muchísimo que me hayan distinguido con la posibilidad de dirigirme en este espacio, que lejos de ser una conferencia magistral, es sólo una charla que acabará siendo, digamos, una especie de variaciones sobre el mismo tema de lo que ya en la sesión inaugural se ha puesto sobre la mesa.

He preparado para esta ocasión, una presentación que, por supuesto está a disposición de todos los integrantes de UNIORE y para quien quiera, en la que busco reflexionar o intentaré reflexionar brevemente, repito sobre la línea de lo ya dicho aquí a propósito de los desafíos que hoy tiene la democracia y la institucionalidad electoral en el mundo, pero en América Latina.

Comenzaría con esta premisa, los tiempos aquellos en los que se hablaba de los desafíos que tenían las democracias en vías de consolidación, como se decía, eran bien distintos a los de las democracias consolidadas, quedaron atrás.

Hoy los desafíos que las democracias enfrentan en todo el mundo, incluida por supuesto en esta región, son muy similares y, si bien, presentan rasgos en ocasiones distintos como dice Nohlen: el contexto hace la diferencia, en todo caso, son desafíos y retos que aquejan a las democracias a estas alturas del siglo XXI.

Yo comenzaría partiendo de una premisa que a veces olvidamos cuando hablamos de la reflexión, de los desafíos que tienen los sistemas democráticos, que tenemos las autoridades electorales en frente, solemos olvidarnos muchas veces del contexto y de que la democracia estaba ya incluso antes de estos fenómenos muy recientes, padeciendo una serie de retos, de problemáticas, insisto, hoy comunes en todo el mundo que representaban un auténtico desafío para su recreación y su paulatina consolidación.

La tercera ola democratizadora que abarcó la última parte del siglo pasado, si bien beneficiosa en cuanto a la expansión de la democracia como sistema político, también es cierto que trajo consigo una serie de sobrecarga de expectativas y de demandas particularmente en los países latinoamericanos, en donde los procesos de democratización fueron vistos también como una manera de mejorar las condiciones de vida precarias y en muchos casos cargadas de problemáticas ancestrales, que no necesariamente la democracia per se, como forma de gobierno da.

La democracia es un régimen político que permite a partir de la inclusión, el respeto de los derechos y la tolerancia, definir políticas públicas, pero la solución de los problemas de fondo depende de la eficacia de esas políticas públicas y lo que hemos visto, paradójicamente, así como a la par digamos de la expansión democrática a lo largo de la última parte repito del siglo XX, fue la incapacidad de resolver muchas de esas problemáticas e incluso el agravamiento de algunas de ellas.

En ese sentido, digamos, los grandes problemas estructurales de nuestro tiempo, como son la desigualdad oceánica, vivimos una enorme paradoja en los tiempos que corren, nunca antes en la historia de la humanidad se había generado tanta riqueza y nunca antes había habido índices de desigualdad tan graves como los que hoy caracterizan a prácticamente todas las sociedades en el mundo.

La pobreza persistente, a pesar de muchos avances, la pobreza sigue siendo un gran flagelo, sobre todo en nuestra región, pero no únicamente.

La crisis de credibilidad que han venido sufriendo las instituciones pilares de la democracia, como, por ejemplo, los partidos políticos y los parlamentos. No es una novedad o una característica exclusivamente latinoamericana señalar esto, se trata de instituciones sin las cuales los parlamentos y los partidos, las democracias son simple y sencillamente impensables en su dimensión representativa y en todo el mundo ha habido un déficit de credibilidad que ha venido disminuyendo el aprecio público, repito, por estas dos instituciones pilares de los sistemas democráticos.

La violencia que en muchos de nuestros países constituye un desafío que representa un riesgo cotidiano para la recreación democrática, finalmente la democracia es per sela solución de la pluralidad y de las diferencias políticas por vías pacíficas por definición. Ya lo decía Karl Popper, la democracia permite el recambio, es el único régimen político que permite el recambio de los gobernantes sin derramamiento de sangre, la violencia es literalmente la negación de la democracia y se expande peligrosamente en muchas de nuestras sociedades.

Y la polarización política que acaban siendo, no un fenómeno nuevo, pero que hoy, volveré a esto más adelante, está adquiriendo tintes preocupantes para la recreación democrática. Las democracias no son la uniformidad y la conformidad social como algunos piensan, la democracia parte del reconocimiento tolerante del pluralismo y de la diversidad ideológica, de la coexistencia de la diversidad ideológica, pero evidentemente, digámoslo así, los grados de polarización que hoy estamos viendo tienen tintes profundamente autoritarios que deberían preocuparnos. Sobre esto volveré más adelante.

Todo esto ha traído como consecuencia un descontento social con la democracia que vemos paulatinamente agravarse en todos los estudios de opinión pública.

Mala tempora currunt pues parecería, podríamos decir, citando a Cicerón, viendo el contexto en el que las democracias tienen que convivir en los tiempos recientes, pero nos toca a nosotros, como ya lo decía Román, que la segunda parte del aforismo latino a la que hago referencia sed peiora parantur no se concrete, que no vengan tiempos peores.

La democracia hoy enfrenta y, quiero enfocarme en esta charla, en cuatro nuevos desafíos adicionales al contexto ya de por sí complejo que antes mencionaba. El primero tiene que ver con esta realidad que nos alcanzó a todos, que nos tomó a todos por sorpresa sin, digámoslo así, una preparación, una previsión posible como fue la pandemia de SARS-CoV-2, de la enfermedad de COVID19. Esta enfermedad ha representado para los, esta pandemia ha representado para todos los sistemas democráticos del mundo una serie de desafíos, tanto en el plano, digámoslo así, social en general de la convivencia social, como en el plano de la recreación de la vida política en democracia, es decir, a través de su dimensión estrictamente electoral.

Sabemos hoy, con dolorosos procesos de aprendizaje que organizar elecciones implica exactamente prácticas que van a lo opuesto de lo que las recomendaciones sanitarias plantean, empezando por el distanciamiento social.

Organizar una elección significa prepararse para un proceso en el cual en un mismo día o en un período concentrado de tiempo, millones de personas acuden a los mismos espacios para ejercer sus derechos políticos.

O bien, miles de personas asisten a actos de proselitismo durante las campañas electorales y acompañan el trabajo de los partidos y los candidatos en pos del voto. Sabemos también que la pandemia tiene una dimensión económica de la que todavía estamos en un proceso lento, ojalá y gradual y paulatino de recuperación.

La pandemia trajo consigo, la crisis sanitaria trajo consigo, una crisis económica que ha agravado las situaciones ya de precariedad en las que muchas de las franjas de la población de nuestras sociedades vivían o padecía.

La crisis económica que ha afectado a todos los países del mundo ha traído también un incremento en los índices de pobreza y esto, digámoslo así, en un contexto en el que no podíamos decir que se vivía una jauja económica para todos los sectores de la sociedad.

Creo que como pocas veces se nos ha venido a la mente, al menos me ha pasado a mí, aquel informe que presentó nuestro entrañable Dante Caputo a principios de la década de los 2000, el primer informe sobre el estado de la democracia en América Latina que le encomendó el PNUD que concluía con una frase o una idea lapidaria: las democracias latinoamericanas estamos jugando un juego muy riesgoso, ver cuánta desigualdad y pobreza aguantan nuestros sistemas democráticos.

Bueno, todo esto, la pandemia trajo consigo también un escenario en el que estos riesgos que no son nuevos pueden inevitablemente agravarse y evidentemente todo esto en un contexto de mucha crispación social, de mucha desafección y descontento social con algunas de las prácticas, políticas públicas, algunas críticas ampliamente legitimadas, pero que pueden traducirse o hemos visto cómo peligrosamente se han traducido en, por un lado, desbordamientos sociales que salen de los cauces institucionales legítimos del derecho democrático a la protesta y, por otro lado, sobre reacciones de parte de las autoridades que han traído, digámoslo así, elevado la presión del descontento social.

En este sentido, ya lo decían Joseph, ya lo decía Román en la presentación, don Ignacio también, las autoridades electorales hemos tenido que reinventarnos para poder conseguir que el ejercicio de los derechos político-electorales pudieran coexistir son poner en riesgo el derecho a la salud.

O para decirlo de otra manera, que las democracias no se convirtieran en su dimensión electoral, en particular, en una víctima más de la pandemia. No me detengo mucho sobre este punto.

Creo que aquí estamos todos los responsables o buena parte de los responsables de tener que reinventarnos y a partir de la interacción o de la cooperación horizontal, del aprendizaje recíproco, creo que nunca como en el último año y medio las autoridades electorales nos hemos visto las unas a las otras pensando o tratando de identificar buenas prácticas, las mejores soluciones, las mejores maneras de enfrentar la pandemia, repito, sin claudicar en la protección y recreación de los derechos políticos que sustentan los sistemas democráticos.

En términos generales, luego de un año y medio de aprendizajes dolorosos, hay una serie de buenas prácticas, algunas muy elementales si se quiere, pero que, aplicadas con puntualidad, nos han permitido, repito, que la democracia no se detenga, y que la recreación por la vía de las urnas del poder político pueda ocurrir a pesar de la pandemia. Ejemplos, y aquí, perdón, pongo el caso mexicano del que estamos muy orgullosos porque ha sido hasta ahora la elección más grande de este año en América Latina, el próximo año vendrán otras, vendrá la de Brasil, quizás otra elección federal en México de Revocación de Mandato, pero eso lo decidirán las y los ciudadanos en su momento.

Lo que quiero decir es que este ejemplo, es un ejemplo que es cada vez más recurrente, el caso mexicano en la organización de las elecciones.

Aquí como pueden ver en las gráficas de contagio, a partir de cifras oficiales, la elección del 6 de junio pasado ocurrió tres semanas después de que comenzó la tercera oleada de la pandemia, es decir, la curva de contagios era ya ascendente, pero el gran dato, y ese es el gran desafío que tenemos las autoridades electorales cuando organizamos elecciones, es justamente que las tendencias de las curvas de contagios no se alteren por el momento electoral. 

Así pasó el año pasado en Brasil, así pasó con muchas experiencias después del dramático y muy, digámoslo así, muy visto, ejemplo de República Dominicana, en donde si bien los contagios aumentaron, no aumentaron de una manera desproporcionada. El gran desafío es que las curvas no se alteren. En el caso mexicano, si bien, la tercera ola se detonó en los meses pasados, las tres semanas posteriores a la Jornada Electoral, mantuvieron la misma tendencia de progresión de la enfermedad.

Ese es el gran desafío, y esa es la mejor manera de generar, de construir confianza en esos tiempos difíciles entre la ciudadanía, el saber que ir a votar es seguro y que las autoridades electorales sí hay un mínimo de responsabilidad colectiva, cuidamos este punto.

El segundo riesgo sobre el que quisiera hacer referencia es el que tiene que ver con la polarización y la intolerancia. Ya lo decía hace un momento, la polarización no es un fenómeno nuevo, inédito de nuestros tiempos, sino que ha acompañado a la vida democrática, la vida política, y particularmente a la vida democrática a lo largo del tiempo. 

Las campañas electorales son espacios naturales en donde los distintos puntos de vista, las distintas posturas se confrontan entre sí, en pos del voto ciudadano. Es normal que cuando hay una recreación del poder público, incluso en democracias, exista una tendencia a la polarización de los puntos de vista. Sin embargo, lo que sí es nuevo, peligroso y delicado, es que esa polarización –insisto- que podríamos decir, es característica de la contienda por el poder político, incluso en democracias, se ha visto aderezada por un peligroso componente, tampoco nuevo, pero profundamente antidemocrático que es la intolerancia.

Si hay un valor, o aun, un antivalor democrático por excelencia es justamente el de la intolerancia. Y hoy la polarización dista mucho ya de ser la contraposición de posturas o de puntos de vista distintos, de proyectos políticos distintos, que se contraponen, que se confrontan de cara a la ciudadanía. 

En muchos casos, esta polarización hoy, aderezada con la intolerancia, lleva a la descalificación del contrario, a la erosión de su respetabilidad, e incluso a la asunción de que los contendientes en la arena política no son adversarios, sino son enemigos. 

La retórica de la polarización que hemos estado viendo proliferar en los tiempos recientes, aderezada con este fenómeno de intolerancia, recuerda mucho el tono discursivo y la base conceptual que anticipó algunos de los peores experimentos totalitarios del siglo pasado. Creo que, frente a eso, las autoridades electorales no podemos ser ajenos, es un fenómeno que tenemos que reconocer, que tenemos que advertir y del que tenemos que ocuparnos, porque frente a la polarización no hay soluciones únicas, sino simple y sencillamente una refractariedad de la propia sociedad, frente a la proliferación de valores autoritarios.

Y la polarización, además, tiende a agravarse en tiempos, digamos, de emergencia en donde suelen, como los de la pandemia, en donde suelen ponerse en acto medidas extraordinarias que, si bien son lícitas, en los sistemas democráticos tienen que estar también aparejadas de los debidos controles al ejercicio del poder.

Un tercer punto sobre el que hemos, en estos espacios, hablado una y otra vez, tiene que ver con el contexto de desinformación y de fake news, de noticias falsas que vivimos en los tiempos recientes. También aquí, la mentira no es un fenómeno nuevo, la mentira ha acompañado la política desde sus propios orígenes, con distintas formas de nominación, la demagogia, etcétera.

La mentira no es nueva, pero lo que es nuevo es el contexto propiciado por la proliferación de las redes sociales y el acceso al internet, en donde, digamos, esas mentiras, esos discursos de odio que siempre han estado presentes, pueden adquirir unos tonos y unos niveles de erosión democrática realmente preocupantes.

Creo que hoy han quedado muy atrás los tiempos en los que, ilusamente, ante la incursión de las redes sociales, hace una década y media, había quienes señalaban que era inevitable el advenimiento de la E-democracy, hay sabemos que las redes sociales, que el internet son meros instrumentos que pueden ser utilizados para fortalecer las prácticas de la propia convivencia democrática o bien para erosionar desde sus más profundas bases a la democracia misma.

El mejor ejemplo de las redes sociales son meros mecanismos instrumentales y no son ni democráticos ni antidemocráticos per se, es lo que pasó en la primavera, en la llamada Primavera Árabe. A mediados de la década pasada, uno tras otro los regímenes autoritarios, como fichas de dominó, fueron cayendo en el norte de África y colocaron a esos regímenes autoritarios en una situación de crisis.

La capacidad que las redes permitían para generar grandes movilizaciones, eludiendo los mecanismos represivos de esos regímenes provocó, insisto, su caída y, sin embargo, hoy ninguno de los países de la Primavera Árabe, salvo tal vez Túnez que ha concentrado todos los esfuerzos de la Unión Europea, de organismos multilaterales para tratar de generar una especie de cuña que permita un contagio democrático en la región, salvo el caso de Túnez y eso con muchos corchetes, ninguno de los países de la Primavera Árabe hoy vive un régimen democrático, a pesar de las redes sociales.

Las redes sociales no necesariamente hacen más democracia, las redes sociales depende cómo sean utilizadas, pueden ser funcionales o no para este régimen. Y aquí una reflexión conceptual que anticipaba, si no me equivoco, en la anterior reunión, pero sobre la que vale la pena seguir bordando; tenemos que tener cuidado con esta falsa ilusión de que las redes en automático democratizan la discusión pública, cierto, sin lugar a dudas son muchísimo más incluyentes que en lo que no ocurría en el pasado para amplísimos sectores, zonas, franjas de la población, pero también es cierto que las redes sociales generan una falsa ilusión, digámoslo así, de inclusión en la discusión pública.

Muchas veces cuando uno lanza un tuit piensa que le está hablando al mundo cuando en realidad le está hablando a un bolsón muchas veces autorreferencial de seguidores o de personas que pensamos lo mismo y pocos en este contexto son capaces de trascender esos distintos bolsones y hablarles a distintas audiencias dentro del ámbito digital, los influencers, o los que tienen dinero.

De nueva cuenta, el ámbito digital en automático no democratiza porque incluye, no necesariamente incluye, o más bien, para decirlo de manera eufemística, incluye sí a todos, pero a unos más que a otros.

Las redes sociales además implican que no se cumplan dos al menos de las bases fundamentales de la discusión democrática, de una discusión democrática, demos por bueno que las redes incluyen, con la premisa que ya mencionaba, pero la discusión democrática también requiere una base mínima de información que coloque a los deliberantes en un mismo plano, en un mismo plano de entendimiento.

Déjenme decirlo así, una discusión en redes sociales en donde una autoridad electoral coloca una información y enfrente, lo digo muy a la mexicana, se encuentra alguien que le mienta la madre, pues implica evidentemente que no hay planos de comunicación posibles.

Hay dos monólogos que muchas veces, que no debemos confundir necesariamente con una deliberación, una discusión democrática.

Y, en tercer lugar. La discusión democrática requiere siempre invariablemente de la responsabilidad de quienes participan. Desde la antigua Grecia cuando los ciudadanos participaban en la ekklesía, en la asamblea, tenían que dar la cara y sostener sus posiciones.

Todo mundo sabía quién era el autor de una propuesta o de una descalificación y cada quien era responsable de lo mismo. Hoy las redes sociales cubren con un manto de impunidad producto del anonimato a buena parte de quienes interactúan en este nuevo espacio, en esta nueva ágora de discusión pública.

Y eso no quiere decir que las redes sociales tengamos que excluirlas del contexto actual. Las redes sociales llegaron para quedarse, el gran problema es cómo logramos, en el mejor de los sentidos, si se me permite la expresión, democratizar las redes sociales.

Y esto pasa por un uso responsable, un uso, digámoslo así, en el que estas características mínimas de la discusión y del debate democrático puedan recrearse.

No me detengo mucho sobre el tema porque hemos avanzado horas y horas de discusión sobre estos asuntos. No hay una solución única, hay dos grandes modelos, un modelo que apunta a la criminalización, digámoslo así, a la regulación y al prohibicionismo. Un modelo que, digamos, muchos hemos identificado a partir del patrón francés.

Y otro modelo que ha sido el que ha seguido, hemos seguido esencialmente las autoridades latinoamericanas, electorales latinoamericanas, que es el de tratar de combatir la desinformación con información.

Es decir, no con una lógica y con una serie de reglas que nos pueden colocar en una delicada situación que es la frontera de la libertad de expresión frente a la censura, sino a tratar de contrarrestar la desinformación que cunde en redes, pero no sólo.

Estas narrativas como por ejemplo la del fraude, que buscan solamente en muchas ocasiones auto justificar narrativas, en caso de ser necesarias, a partir de derrotas electorales, construyendo, digámoslo así, en el imaginario colectivo que las cosas no están funcionando en el sistema electoral.

Y no necesariamente apostar a bajar el swich, que no es una solución particularmente democrática, para decirlo de alguna manera.

Creo, en este sentido, que la discusión aquí no está cerrada, pero que requiere de las autoridades electorales una actitud proactiva a la que me referiré en algún momento en la línea de lo que ya se ha dicho en la inauguración de esta conferencia.

El cuarto dilema, el cuarto desafío, particularmente preocupante, no por lo novedoso, no porque sea novedoso, quiero decir, sino más bien, por de dónde, de dónde proviene este tipo de discursos y la estridencia que están teniendo, es el que tiene que ver con el ataque a los organismos electorales.

Ataques que van directamente enfocados, como ya se mencionaba, a tratar de minar la autonomía, de debilitarlos o en todo caso, de construir narrativas que puedan ser utilizadas por los actores políticos a partir de los resultados electorales y aquí lo digo con mucha preocupación y lo digo también como una autoridad que en primera persona ha vivido este fenómeno, y me refiero justamente a las descalificaciones que cada vez más están cobrando carta de naturalización en el discurso político, particularmente, aunque no sólo, durante los procesos electorales y que va encaminado a crear o a construir una desconfianza en torno al trabajo de las propias autoridades electorales.

No son pocos, lamentablemente, los ejemplos que en los últimos dos años hemos presenciado a lo largo y ancho del continente.

Los grados de intensidad con que esta descalificación se ha presentado, pueden variar, pero los patrones son muy similares.

En el caso mexicano, tuvimos una descalificación intensísima en los últimos tiempos y particularmente, durante el último proceso electoral, en donde incluso la acusación de un fraude no estuvo ajena de este tipo de narrativas.

La descalificación, insisto, no es un fenómeno nuevo al que nos enfrentamos las autoridades electorales, incluso en la construcción misma de nuestras democracias en los procesos de transición que nos ocuparon en los años 80 y en los años 90, no estuvieron ajenos de estas descalificaciones al trabajo de las propias autoridades electorales, ustedes lo saben muy bien, construir confianza significa remar contracorriente y un proceso en el que, la misma se mide en micras, en una lógica trabajosa, gradual y paulatina.

Y la desconfianza ocurre de golpe. Los retrocesos se miden en kilómetros, pero ésta no es una historia nueva, eso ya lo sabemos, con eso lidiamos e incluso con las, insisto, descalificaciones o acusaciones de parcialidad.

Lo nuevo en estos tiempos es de dónde provienen. La memoria tal vez me falla y aquí hay muchos siglos de memoria acumulada, si hacemos la suma, pero no recuerdo que estas descalificaciones provinieran de los gobiernos o de los circuitos gobernantes y mucho menos con la intensidad y la estridencia discursiva que está ocurriendo en tiempos recientes.

En México, desde la propia Presidencia de la República se ha descalificado a los miembros de los órganos electorales tildándonos de ser antidemocráticos o desde el partido en el gobierno, frases como que “hay que exterminar a la autoridad electoral” preocupan, pero el fenómeno no es nuevo.

En Brasil con mucha preocupación, he venido siguiendo las descalificaciones que, a una de las instituciones más robustas, con mayor empaque y con mayor credibilidad social en ese país, el Tribunal Superior Electoral, ha venido sufriendo los embates de descalificación y desde ahora la construcción de un fraude, en donde nadie lo veía.

Creo que Brasil es un país en donde como pocos, se ha logrado dar un paso, construyendo credibilidad pública en torno a los mecanismos tecnológicos, la urna electrónica brasileña en los últimos 20 años nunca había sido un problema y había permitido la recreación pacífica del poder en las en las elecciones.

Hoy está siendo objeto de un ataque infundado, pero poderoso en términos narrativos, desde el propio poder político.

Qué decir de los ataques que varios titulares de órganos electorales que llegaron incluso a no sólo amenazas verbales, sino agresiones físicas, han venido padeciendo como Piero Corvetto nuestro querido titular de la Organización Nacional de Procesos Electorales, de la ONPE en Perú; o bien, la descalificación en un contexto de crisis política muy grave, pero que las autoridades electorales adolecieron en Bolivia. 

Pero esto no es nuevo, ni es exclusivamente latinoamericano, este es un fenómeno propio de la demagogia y antidemocrática y de la narrativa contraria a la estabilidad, digámoslo así, política de nuestras naciones y, sobre todo, contraria a la, digámoslo así, a la natural e inevitable lealtad a las reglas del juego democrático que de parte de los actores políticos es indispensable.

Las narrativas del fraude no son propias de los países latinoamericanos, y no estoy hablando de los tiempos en donde no solamente eran justificadas, sino eran las banderas inevitables de los procesos de democratización, estoy hablando de las narrativas del fraude cuando la democracia es ya una realidad cotidiana en nuestras, al menos en su dimensión electoral en nuestras sociedades.

También los norteamericanos adolecieron este hecho. La narrativa del fraude, ustedes recordarán, el año pasado comenzó en plenas elecciones presidenciales, desde el poder político, mucho antes de que la elección se llevara a cabo.

Y creo que la trama está claramente desenmascarada en nuestro vecino país del norte, la democracia más añeja del mundo junto con la británica.

Se habla del fraude, se instala en el discurso público, la mentira del fraude, el fraude del fraude para que el día después de las elecciones, si es necesario, se digan” ya vieron, se los dije, hubo un fraude”. Y lo grave no es tanto en que esto quede en una mera narrativa, lo grave es que detrás de las narrativas muchas veces hay una acción social que no necesariamente está comprometida con la democracia. El asalto al Capitolio a principios de este año es un ejemplo claro de lo que este tipo de descalificaciones, de narrativas, de falta de lealtad democrática puede traer como consecuencias institucionales.

¿Frente a esto qué hacer? ¿Hacia dónde nosotros como autoridades electorales debemos encaminar nuestros trabajos, nuestros objetivos? 

Bueno, lo primero, me parece que es una cuestión elemental, pero a veces se olvida, es que tenemos que reforzar todos los mecanismos de control democrático del poder, tenemos que reivindicar todos los órganos propios heredados, construidos por esta tradición civilizatoria que ha caracterizado a la modernidad que es el Estado constitucional democrático de derecho.

Los controles de constitucionalidad de los órganos jurisdiccionales.

Los controles al ejercicio del poder de órganos técnicos especialmente creados para tal efecto, los que algunos llamamos organismos constitucionales autónomos o agencias autónomas.

Y, por supuesto, los controles sociales los controles provenientes de la sociedad civil organizada que son indispensables para evitar el abuso del poder.

Y reivindicar la autonomía de los órganos electorales bajo una premisa, la autonomía no solamente cae, no solamente desciende sobre nosotros de los textos constitucionales.

La autonomía y la independencia se ejercen en cada una de las decisiones que tomemos y cada decisión en la que la autonomía no se ejerza a plenitud es una decisión que contribuye a la erosión democrática de nuestras sociedades.

Dos son los grandes ejes sobre los que más provocatoriamente, sobre todo porque son dos de los ejes sobre los que esta conferencia abordará reflexiones o concita a ciertas reflexiones, dos son los ejes fundamentales que creo que debemos trabajar y desarrollar.

El primero es un eje comunicacional. Todos los grandes desafíos que he mencionado, los cuatro grandes desafíos que he mencionado y que no pretenden ser exhaustivos, que están ahí, que todos hemos padecido y puede haber muchos otros, todos tienen inevitablemente una dimensión comunicacional que es responsabilidad de las autoridades electorales.

Explicarle a la ciudadanía que votar es seguro si se siguen ciertos protocolos sanitarios. Confrontar la polarización política tratando de, digamos, de enfocar los esfuerzos, la atención de la sociedad en ese punto de confluencia que no es el centro político ni el centro ideológico es el centro como el punto de encuentro inevitable en una democracia.

Las reglas básicas en las que todos los actores políticos, a las que todos los actores políticos deciden someterse y con las que deciden jugar y de las que depende la recreación de la democracia.

Por supuesto, la confrontación de las noticias falsas, la necesidad de informar para combatir la desinformación y, finalmente, también el cómo enfrentar estos ataques y descalificaciones a las autoridades electorales requieren de una enorme capacidad comunicacional.

Las autoridades electorales no podemos utilizar nuestros aparatos de comunicación solamente para responder una descalificación o explicar un problema, porque ésa es una actitud reactiva. Esto es de alguna manera hacer un control de daños.

Hoy las autoridades electorales, para las autoridades electorales, las oficinas de comunicación, me parece, son tan relevantes como las oficinas técnicas que permiten la organización de las elecciones en condiciones de certeza y credibilidad.

Eso por lo que hemos trabajado durante 30 años y que se ha conseguido de manera bastante homogénea y generalizada en nuestro continente. Es decir, una capacidad técnica para organizar elecciones que permite condiciones y garantías para el ejercicio del voto libre y que sean las y los electores y nadie más que ellos quienes decidan quién gana una elección y ocupan un cargo público, hoy son tan importantes como las capacidades comunicacionales.

Frente a las narrativas de descalificación, las narrativas que utilizan los nuevos mecanismos de la desinformación para minar la credibilidad en torno un proceso electoral, las autoridades electorales debemos ser capaces de construir contra narrativas, discursos bien articulados, fundados por supuesto en datos y objetividad.

Centrados en una capacidad de muchas veces, explicar procesos técnicamente muy complejos. Organizar elecciones se ha vuelto una actividad técnica muy sofisticada y es muy difícil muchas veces que esos procesos sean comprensibles, asequibles para un ciudadano de a pie.

Entonces las autoridades electorales tenemos que desplegar todas nuestras capacidades para que esos procesos técnicos sean compresibles porque sobre esos procesos técnicos es que funda la integridad electoral y, sobre todo, las garantías repito del respeto al voto en nuestras democracias.

Las autoridades electorales tenemos que convertirnos no solamente en poderosas agencias de comunicación para colocar, no digo de propaganda, la propaganda se la dejo a alguien más, a los actores políticos, hablo de comunicación, para que la propia sociedad vaya poco a poco ganando confianza en torno a los procesos electorales, y en torno a las autoridades encargadas de desarrollarlas. 

Las autoridades electorales tenemos que convertirnos o desplegar capacidades inéditas, pedagógicas y de explicación pública. Y sí, muchas veces eso implica simplificar discursos; en los tiempos de las redes sociales, muchas veces la credibilidad de un proceso electoral puede tener o depender de la capacidad de una autoridad electoral de transmitir un mensaje de confianza en torno a las elecciones, en un breve video de TikTok.

Esos son los nuevos tiempos, y no podemos pretender que, solo hacer bien nuestro trabajo en la dimensión técnica y operativa, organizacional de los procesos electorales, sea suficiente para granjearnos, la confianza ciudadana, y poder desmontar las acusaciones que muchas veces se ciernen sobre la integridad electoral.

Tenemos que desplegar nuevos mecanismos, nuevas capacidades narrativas que son indispensables hoy para poder propiciar justamente esa integridad.

Y, en segundo lugar, y aquí más de manera provocatoria, mi querido Joseph, está el de la observación electoral, el plano a la observación electoral. La observación electoral, sobre todo la internacional, ha sido, ha acompañado todos los procesos democratización de nuestras sociedades y hoy se vuelve fundamental. 

Pero tenemos que replantearnos qué tipo de observación electoral necesitamos; porque la observación electoral, ya no solo, porque seguirá siempre siéndolo, implica el seguimiento a las decisiones, a las buenas prácticas, o a los procesos que las autoridades electorales desplegamos durante la organización y el desarrollo de una elección.

Eso le seguirá siendo parte consustancial de la observación electoral, y en consecuencia las recomendaciones, las preocupaciones que, en esta lógica de cooperación, pero también del contexto de exigencia horizontal desde nuestros pares, se nos realizan como autoridades electorales.

Hoy la observación electoral requiere de una dimensión distinta, la observación electoral es también, lo fue, pero hoy debe repensarse como un mecanismo, también, de construcción de democracia, y de fortalecimiento de la democracia misma. Se trata de plantear a la observación; insisto, sin olvidarse de aquella tradicional o convencional, como queramos llamarla, se trata de transformar a la observación en un espacio de acompañamiento y cierre de filas de las autoridades electorales con otras autoridades electorales. Se trata de generar contextos de exigencia; sí, sin duda a las propias autoridades electorales.

Una autorizada que se sabe observar es una autoridad que está obligada a hacer mejor su trabajo, a aprender de sus propios errores, a retomar las buenas prácticas que los informes de las misiones de observación le señalan. Sin duda, la observación electoral genera, así se pensó y así debe seguir siendo, contexto de exigencia para las autoridades electorales; pero también significan, y deben significar contextos de exigencia y costos en el ámbito internacional para aquellos actores políticos que sean desleales con las reglas de la democracia.

La observación electoral también tiene una finalidad política, que no una intencionalidad política, que es la de preservar y contribuir a la preservación de los sistemas democráticos.

Sí hay una responsabilidad colectiva, sobre todo, porque si no lo hacemos, si no tenemos este espacio, si UNIORE no se constituye un espacio de solidaridad entre nosotros, el día después, cuando nos pase, cuando suframos estos ataques, no tendremos a quienes nos acompañen y creo que la observación electoral necesita, también, adquirir tintes de una, digámoslo así, clara y comprometida intencionalidad democrática.

En suma, termino, inevitablemente con una referencia parroquial. Las elecciones mexicanas, a pesar de todas las problemáticas que enfrentamos, fueron una vez más elecciones exitosas en donde, a pesar de la pandemia, de la polarización, de las noticias falsas, de las narrativas del fraude y de los ataques a la institucionalidad electoral entregó buenas cuentas a la sociedad, a la sociedad mexicana.

Así lo revelan los muchos informes de las misiones de observación electoral, muchos de ellos actuando ya en esta nueva dimensión, ya no solamente del acompañamiento, en términos de autoridades electorales, sino también, de especialistas que manifestaron a lo largo de todo el proceso electoral y durante las campañas electorales las preocupaciones, pero también enfatizaron las fortalezas del sistema electoral mexicano.

Y ahí están los informes, ahí está el reconocimiento esencialmente a tres cosas que se ha replicado, por cierto, elección tras elección de las que se han realizado en América Latina: al compromiso democrático de nuestras sociedades, a la capacidad técnica de las autoridades electorales y a la posibilidad, al buen aprendizaje, a las buenas prácticas que, concretadas nos han permitido que, en la pandemia, las elecciones no se detengan. Las expresiones de las misiones de observación han sido múltiples. 

En México tuvimos en estas elecciones no solamente el número de observadores electorales más grandes para una elección intermedia, sino también el número de misiones de observación muchas de ellas justamente preocupadas y ocupadas en la agresividad con la que y el contexto de violencia, por cierto, con el que las elecciones se estaban desarrollando en México.

En suma, bueno esto ya es más para el ego, al final de las elecciones pasadas la credibilidad de las autoridades electorales aumentó considerablemente y llegamos a niveles inéditos de confianza ciudadana que rondan el 70 por ciento, esto nunca había pasado en México, pero esto pasó en buena medida no solamente por el compromiso democrático de la sociedad que permitió recrear esta forma de gobierno a través de estas elecciones, sino también, de la asunción de que las autoridades electorales no somos solamente entes técnicos, lo somos sin duda, y el día que dejamos de serlo dejamos de tener sentido en nuestros sistemas electorales, en nuestras democracias, pero también tenemos que desplegar esas capacidades entendiendo el contexto en el que nos movemos.

No sé, ni me atrevo a decir que esta buena valoración del Instituto Nacional Electoral y de las autoridades electorales mexicanas haya sido sólo producto de esto, pero creo que, como nunca, nuestras elecciones, nuestros procesos electorales, tienen que ser casos de estudio para identificar qué hacemos bien, así como lo hicimos durante la pandemia, también en estas otras dimensiones que constituyen los nuevos desafíos para seguir recreando, pero sobre todo, defendiendo la democracia en los tiempos que corren.

Muchísimas gracias.

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