Intervención de Lorenzo Córdova, en la inauguración del VIII Congreso Internacional de Ciencia Política

Escrito por: INE
Tema: Consejero Presidente

VERSIÓN ESTENOGRÁFICA DE LA INTERVENCIÓN DEL CONSEJERO PRESIDENTE DEL INSTITUTO NACIONAL ELECTORAL, LORENZO CÓRDOVA VIANELLO, EN LA INAUGURACIÓN DEL VIII CONGRESO INTERNACIONAL DE CIENCIA POLÍTICA, ORGANIZADO POR LA ASOCIACIÓN MEXICANA DE CIENCIAS POLÍTICAS

Muchas gracias, Jesús, es un verdadero honor poder participar en la inauguración de este ya Octavo Congreso Internacional de Ciencia Política y, sobre todo, compartir esta mesa virtual con no solamente una amiga querida, sino además una politóloga respetada y admirada por todos nosotros, y si se me permite me pongo en primera fila, que es nuestra querida Cristina Puga, hoy reconocida con el premio que otorga esta asociación.

La verdad es un placer, Jesús, muchísimas gracias por, al revés, por considerar al Instituto Nacional Electoral un socio estratégico de la propia AMECIP, sobre todo en tiempos en los que, digamos, este tipo de sociedades son, por lo que ya mencionaba Cristina, no sólo provechoso, sino además para, de cara a lo que será la elección más grande de nuestra historia democrática, tanto por el número de potenciales votantes, como por el número de cargos que estarán en disputa el 6 de junio de 2021, este tipo de asociaciones que asumimos como generación de contextos de exigencia para el Instituto Nacional Electoral es fundamental. 

Este es el último congreso previo a esa gran cita electoral y estoy seguro que en las mesas que integrarán en las muchísimas ponencias que, como decías, se han registrado en este congreso, pues escucharemos algunas reflexiones que para nosotros serán muy relevantes. 

Estamos todavía en una etapa de ajuste final de lo que serán las reglas de afinamiento, digamos, de las reglas del juego de la próxima elección y las reflexiones desde el ámbito de la academia son fundamentales para nosotros porque nos generan, insisto, esos contextos de exigencia.

Quiero saludar de nueva cuenta a todos los que nos acompañan en esta inauguración y, sobre todo celebrar, ya lo decía Cristina, y me parece fundamental enfatizarlo, que los temas, temas globales que aborda este congreso: desigualdad, corrupción y populismo no podrían ser más oportunos.

Sin duda alguna, la institucionalidad democrática en México y en muchas otras latitudes pasa por momentos sumamente complicados, acaso con diferentes desafíos y grados de profundidad, pero aquejados en conjunto por estos tres problemas centrales.

En efecto, la democracia, sus instituciones y sus prácticas no gozan de su mejor momento, o para decirlo como Cicerón en el ocaso de la república romana “mala tempora currunt”, malos tiempos son los que corren para la democracia, y nos toca a todos trabajar para defenderla, por cierto, para que no se concrete la segunda parte de esa frase célebre, “sed peiora parantur” y se vienen tiempos peores, trabajemos para que ello no ocurra.

En este contexto cada decisión, cada comportamiento y cada definición puede favorecer o dificultar la consolidación de los avances democráticos alcanzados hasta ahora, aquellos que colectivamente hemos logrado construir paso a paso, en un tránsito arduo y de varias décadas, y que más nos vale la pena recordar, que no son necesariamente una secuencia lineal, un progreso lineal.

La historia, y la historia reciente de la vida política de nuestras sociedades nos enseña que regresiones las hay, y que la pérdida de lo alcanzado puede ocurrir de manera muy acelerada.

Este periodo de confusión y adversidad así como de desánimo por el que pasa la democracia y que era, que estaba ya presente, hay que recordarlo, antes de que el 11 de marzo de este año la Organización Mundial de la Salud declarará la pandemia global por el Virus del SARS-Cov-2, pero con motivo adicional, y de manera particular de dicha declaratoria, lamentablemente la situación para la democracia no sólo no ha mejorado, sino que por el contrario, en muchos lugares del mundo ha generado oportunidades para el surgimiento, o incluso la materialización de pulsiones autoritarias, de regresiones en clave antidemocrática, aprovechando el recurso de condiciones, de las condiciones de excepcionalidad que la pandemia nos impuso.

Es cierto que los golpes de Estado, la conquista militar del poder político o el rompimiento del orden democrático por la vía violenta es cada vez menos frecuente, casi inexistente me atrevería decir en los años recientes y más aún en este año de pandemia; pero eso no significa que la democracia goce de plena salud.

Como lo han demostrado análisis de organismos internacionales y estudiosos de la democracia, los retrocesos recientes en la institucionalidad democrática opera más como una erosión paulatina y paradójicamente operada desde las reglas mismas de la democracia.

Pero de nueva cuenta, esto no es nuevo, basta ver los peores experimentos totalitarios que ocurrieron en la primera mitad del siglo pasado. Y este hecho, en algunos contextos se ha agravado por causa de la pandemia y las reacciones antidemocráticas que en varios casos la misma ha generado.

Llevamos ya algunos lustros atestiguando un franco descontento y una creciente desafección de la ciudadanía con sus democracias, con la caída del Muro de Berlín en 1989 la democracia liberal como mecanismo colectivo para organizar la renovación periódica y pacífica de la clase política y como conjunto de instituciones y prácticas para procesar el natural conflicto de sociedades plurales como son las modernas, prometía un futuro de paulatina expansión y una gran expectativa de mejora de las condiciones de vida de la mayoría de la población.

Además de ser un fin en sí mismo, la promesa que desde planteaba la democracia, era que se convertiría en un medio para solucionar muchos de los problemas sociales que nos aquejaban en el tramo final de la segunda mitad del siglo pasado.

Sin embargo, hoy podemos y debemos reconocer que parte de la creciente desafección con la democracia tiene que ver justamente con la falta de resultados en la resolución de los grandes problemas de nuestro tiempo.

La lista, en 1988 Norberto Bobbio elencó en su célebre “El Futuro de la Democracia”, de las promesas incumplidas de la democracia, hoy me temo que sería mucho más larga que la del ilustre teórico político italiano entonces señaló.

En un amplio número de casos esa falta de solución no ha sido tanto el producto del mal desempeño de la democracia como sistema para procesar las decisiones políticas y recrear el pluralismo.

Es decir, como mecanismo en su dimensión electoral y de ejercicio de derechos civiles y políticos, sino más bien el resultado de los acotados espacios de gobernabilidad y limitada capacidad gubernamental para enfrentar la complejidad de los desafíos y demandas sociales y económicas que enfrentamos.

Los grandes desafíos de nuestro tiempo, lo sabemos, tiene que ver con la desigualdad oceánica que corre transversalmente por todos los ámbitos de la vida social, con la pobreza, las violencias, la corrupción, la impunidad que la alimenta y la inseguridad.

Además, estos problemas han detonado a otros como la crisis de credibilidad de las instituciones en general y en particular aquellas que son los pilares centrales de los procesos democráticos, destacadamente los partidos políticos y los parlamentos.

En ese contexto la democracia y los procesos electorales enfrentan, a mi parecer, un conjunto de desafíos específicos que también pueden ser interpretados como dilemas, dado que se trata de nuevos problemas que nos plantean rutas posibles de acción entre las cuales debemos decidir colectivamente, y aquí el desafío es decidir sin dejar de lado la democracia.

Destaco los desafíos y dilemas que me parecen más importantes. Está en primer lugar el reto de la dimensión sanitaria que implica la pandemia, las vacunas se avizoran ya en el horizonte, pero me temo que incluso su llegada y el proceso de inoculación generalizado de la población no harán necesariamente que desaparezcan la necesidad de cuidados y medidas de protección indispensables en el mediano y largo plazo. 

Quizás tengamos nuevas prácticas y protocolos que llegaron para quedarse en la socialización cotidiana y a las cuales deberemos adaptarnos. Llevar a cabo elecciones implica, por cierto, una enorme movilización ciudadana, especialmente en países como México cuyo modelo electoral descansa precisamente en el involucramiento activo de la ciudadanía no sólo para la emisión del voto, sino para la organización electoral. Es decir, para organizarnos para recibir los sufragios el día de la elección o para ejercer funciones de observación electoral entre muchas otras. 

Estas actividades exigen tomar medidas de prevención especiales en distintos ámbitos de la organización de los comicios y afortunadamente tenemos el banco de prueba que representaron las exitosas elecciones en Coahuila y en Hidalgo hace unas semanas, que nos permitieron constatar que las elecciones, que los comicios, no alteraron la secuencia en las curvas de contagio.

Al mismo tiempo la celebración de elecciones descansa en el contacto e interacción ciudadana con quienes aspiran a representarlos, me refiero, perdón, me refiero, perdón, me está ya entrando aquí una llamada, déjenme apagar aquí, perdón.

Me refiero a las actividades de campaña y de proselitismo político cuya celebración en el contexto de pandemia en que vivimos, no sólo supone establecer reglas claras de interacción social de la mano de los requerimientos sanitarios, exige también de una profunda corresponsabilidad de la ciudadanía y un compromiso irrestricto de todos los actores políticos, para apegarse a protocolos y procedimientos para la protección de la salud.

En ese contexto, y al menos en México, las autoridades electorales que han venido construyendo una relación natural de coordinación con las fuerzas de seguridad, ahora debemos construir vínculos de comunicación ágil con las autoridades sanitarias.

Un segundo desafío, auténtico dilema que enfrentamos en el contexto actual, tiene que ver con la dimensión económica, además de la delicada situación de salud estamos ante lo que se considera será una ya una crisis económica global derivada de una inédita contracción de prácticamente todas las economías del mundo.

Esta situación seguramente acentuará el descontento e insatisfacción provocada por la incapacidad de resolver las demandas sociales y de satisfacción de necesidades básicas de la población. A consecuencia de la crisis económica es probable que los niveles de pobreza se agudicen, afectando a su vez inevitablemente la integridad de nuestras elecciones.   

Y en ese contexto debemos replantearnos de nuevo y dar una respuesta más clara a aquella vieja pregunta que el Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo, el PNUD, planteó a mediados de la década pasada en su informe sobre el estado de la democracia en América Latina. Es decir, cuánta desigualdad aguanta la democracia. 

De la respuesta clara a esta pregunta y de las acciones que motive puede depender la permanencia o no, la subsistencia o no, del modelo de democracia como lo conocemos actualmente.

El tercer reto que tenemos frente a nosotros y que supone un dilema casi existencial para la democracia, tiene que ver con una dimensión política. La situación de emergencia sanitaria por la que transitamos ha colocado a las democracias constitucionales, como decía, en una situación de tensión.

Cuando se toman decisiones para establecer estados de excepción para el control del contagio y la necesaria restricción de algunos derechos, las democracias constitucionales se entran en una zona de riesgo. Ese es el momento en que los controles del poder y la protección de los derechos se vuelven cruciales.

Una percepción común es que las situaciones de emergencia ameritan la centralización, la concentración del poder para enfrentar de manera ágil el peligro o amenaza de que se trata, en este caso la pandemia y sus amenazas a la salud.

Sin embargo, aunque ese enfoque puede tener sus virtudes en cuanto a la unidad de acción y comunicación, también rápidamente muestra sus desventajas, en estas situaciones existe riesgo de las medidas, de que las medidas de excepción conduzcan o acelerar la concentración y ejercicio autocrático del poder.

En los contextos de emergencia el ejercicio del poder siempre tendrá la tentación de ampliar sus espacios de influencia; por eso es en estas circunstancias en las que los controles del poder deben reforzarse, incorporemos en esa situación a los discursos de odio y la polarización que casi de forma natural tienden a acentuarse en momentos de crisis, incluyendo la discusión sobre el manejo mismo de la crisis, y de la mano de la polarización, la intolerancia, la desinformación y su potencial disruptivo, entre otros problemas.

Finalmente, el cuarto y último desafío que identifico que enfrentan nuestras democracias tiene que ver con la dimensión social, para decirlo con brevedad la suma de los problemas anteriores que he mencionado puede generar eventualmente expresiones de inconformidad social que lleguen a desbordar los cauces institucionales que, ya de suyo de hoy se encuentran en una situación suficientemente delicada.

Este panorama no parece alentador lo sé y, sin embargo, también hay señales de esperanza. A pesar de la pandemia decenas de países siguen celebrando elecciones, acaso luego de una prórroga, y millones de personas siguen acudiendo a votar dotando de legitimidad a las autoridades electas.

La ciudadanía en México y el mundo luce más exigente con sus gobiernos y representantes y eso será siempre positivo para democracia, el dilema que enfrentamos, quizá el más importante de todos es construir una de democracia renovada sin tirar por la borda los trascendentes avances que hasta ahora hemos alcanzado, estoy seguro de que éste y muchos otros temas se discutirán y profundizará durante este nuevo congreso de la AMECIP.

La diversidad de sus expositores, conferencistas y ponentes garantizan una deliberación, una vez más, estimulante y enriquecedora. Que así sea, y muchas felicidades de nueva cuenta.

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