Intervención de Lorenzo Córdova, en la videoconferencia, La opinión pública en 2020. Cátedra Francisco I Madero

Escrito por: INE
Tema: Coberturas especiales

 

VERSIÓN ESTENOGRÁFICA DE LA INTERVENCIÓN DEL CONSEJERO PRESIDENTE DEL INSTITUTO NACIONAL ELECTORAL (INE), LORENZO CÓRDOVA VIANELLO, EN LA VIDEOCONFERENCIA “LA OPINIÓN PÚBLICA EN 2020”, EN EL MARCO DE LA CÁTEDRA FRANCISCO I. MADERO

 

Qué tal, muy buenas tardes tengan todas y todos.

Les saludo con mucho afecto a los integrantes del Comité Académico de la Cátedra Francisco I. Madero, a todo el equipo técnico y, por supuesto, pues a dos integrantes fundamentales de este equipo, que son la doctora Rosa María Mirón Lince, que en esta ocasión fungirá como presentadora, moderadora de esta sesión, y el doctor Fernando Castañeda, que habiéndole cedido este rol a la doctora Rosa María Mirón, en esta ocasión será el ponente que escucharemos con mucha atención.

A ambos, a todos los miembros de la cátedra los saludo con mucho afecto y, por supuesto, bienvenidas y bienvenidos a todos los asistentes a este evento.

Esta cátedra se trata de un ejercicio que, hay que reconocerlo así, ha resultado ser muy exitoso, no sólo por su alcance en términos de audiencia, sino también, porque resulta notable en términos de la pluralidad de temas que se han venido discutiendo, la diversidad de especialistas que los han abordado, y también, la interacción que se ha logrado construir con el público que nos acompaña en vivo en estas transmisiones y que nos siguen días y semanas posteriores en las redes sociales con una audiencia que la verdad habla, digamos, corresponde al esfuerzo que la Universidad Nacional Autónoma de México y el Instituto Nacional Electoral hemos venido haciendo, por supuesto, de la mano y bajo las directrices del Comité Académico de la cátedra.

Quizá no exagero, si afirmo que, a partir de su constancia y la alta calidad en los temas y conferencias, esta cátedra ha ido construyendo poco a poco una amplia comunidad de voces que con su participación fortalecen la cultura democrática de nuestro país.

En este día, en esta ocasión, tendremos el gusto de escuchar la conferencia del doctor Fernando Castañeda, quien además de ser coordinador de los esfuerzos de esta cátedra, de la Cátedra Francisco I. Madero, es un reconocido teórico social, un investigador y especialista connotado a quien le agradezco su generosidad para compartirnos sus observaciones y reflexiones sobre el tema que hoy abordaremos: La Opinión Pública en el 2020.

Antes de escuchar al doctor Castañeda quisiera compartir con ustedes algunas reflexiones que me motiva el tema que hoy abordaremos.

Analizar la opinión pública implica, entre otros enfoques posibles, comprender el papel de los medios de comunicación tradicionales en la formación de climas de opinión.

La función que en este sentido tienen las redes sociales y el internet, pero también, el cómo estos medios han contribuido a fenómenos, que no necesariamente robustecen la democracia, sino, por el contrario, erosionan como es la propagación de información falsa.

Estudiar y analizar la opinión pública y sus dinámicas supone también comprender las tentaciones y las tensiones del ejercicio del poder y su influencia en la opinión mayoritaria como espacio de persuasión para promover una agenda política, pero también, como un ámbito de dominio, control e incluso, como hemos visto en algunas ocasiones, acoso a la pluralidad de voces que integran a la llamada opinión pública.

En efecto, la opinión pública no se entiende y quizá no tiene mucho sentido estudiarla si no se concibe de entrada como punto de partida en términos pluralistas y democráticos, qué sentido tendría desde este punto de vista estudiar o debatir sobre la opinión pública si esta sólo estuviera conformada por un puñado de voces, en su mayoría, peor aún, coincidentes con el poder público.

La riqueza de la opinión pública, como objeto de estudio, como espacio de actuación política en democracia radica en buena medida en su diversidad y pluralidad, como agregación de visiones, posturas, valores e intereses de una sociedad, ninguna opinión pública es uniforme, incluso en aquellas sociedades en que existan corrientes o posturas ideológicas y políticas mayoritarias.

En sociedades complejas y modernas, como son las que vivimos, siempre inevitablemente habrá visiones y posiciones minoritarias, que no por serlo, dejan de formar parte de la opinión pública en su conjunto, ni mucho menos, del juego democrático.

Esta tensión entre mayoría y minorías en la opinión pública me evoca aquella advertencia que Ortega y Gasset hacía, a propósito del peligro que corren las sociedades de masas, y que es la existencia de los llamados militantes de la uniformidad: “Para frenar las tentaciones totalizadoras y antidemocráticas, que buscan equiparar a la opinión pública con sus corrientes mayoritarias, es pues necesario enfatizar la importancia de la pluralidad”.

Es cierto que la sociedad de masas a la que se refería el célebre filósofo español, se refería a un contexto social, el del periodo entre guerras, que es distinto al que existe en la actualidad, en que el individuo se erige como el destino final del mercado de esos productos y del Estado y sus políticas.

Sin embargo, entonces como ahora, la opinión pública se constituye como un espacio colectivo en cuya construcción participan múltiples voces, acaso con diversas intensidades, pero todas ellas legítimas, especialmente si todos nos reconocemos que vivimos en un contexto democrático.

Así como la uniformidad es un peligro siempre latente para la construcción y estudio de la opinión pública en clave democrática, la polarización es otro de los grandes peligros que amenaza la pluralidad de visiones y perspectivas en sociedades diversas y heterogéneas como las nuestras.

Y no es que la polarización sea ajena o disonante con la democracia, las campañas electorales son espacios naturales de confrontación y, por ende, es frecuente que sean momentos de polarizaciones de las sociedades democráticas; sin embargo, una cuestión es que existan dentro de la contienda del poder democrático momentos para que esta polarización se canalice institucionalmente, y otra es que la polarización se engarce con la intolerancia que acaba sembrando un caldo de cultivo, arando la tierra para que germinen pulsiones autoritarias.

La confrontación de posturas ideológicas, de proyectos políticos, de formas de pensar y de ser, no sólo debe ser posible, sino necesaria para la fortaleza de una democracia (inaudible) puede prosperar ahí donde no hay debate, deliberación y discusión pública abierta.

En tiempos de pandemia, es fundamental, por más difícil que parezca, que veamos en la pluralidad de perspectivas, una virtud, una condición favorable para que germine la opinión pública y que estemos alerta, en consecuencia, a los debates que polarizan posiciones y deslegitiman a las voces contrarias, sólo por no ser parte de la opinión mayoritaria.

Hace unos días, el 14 de junio pasado, conmemoramos los 100 años del aniversario luctuoso de uno de los sociólogos más importantes del siglo pasado, Max Weber, quien por cierto murió de una neumonía provocada por la pandemia de la así llamada gripe española, que asolaba buena parte del mundo en las primeras décadas del siglo pasado.

Déjenme concluir tratando de hacer un breve y modesto, humilde homenaje a Max Weber, recordando la importante distinción que él hizo entre la ética de la convicción, o la ética de los principios y la ética de la responsabilidad, o bien la ética de las consecuencias y que aluden en buena medida al papel que tienen los actores políticos y su relación con la opinión pública.

A diferencia del burócrata o del técnico, señalaba Weber, que vive fuera de la política, el líder, el actor político vive para la política, se entrega a ella y a sus causas con entusiasmo y convicción, sin más restricciones que la que le impone su pasión y lealtad por la causa que cree o eventualmente la ley, pero por fundamental que sea, la convicción, los principios no son suficientes, decía Weber, para quien se dedica a la política.

Esta ética, la ética de las convicciones en la política, la de los principios en la política, siempre debe estar acompañada por la ética de la responsabilidad y de las consecuencias del actuar y de las decisiones que se toman en el ámbito público.

El político que actúa por convicción y con responsabilidad, define su actuar encaminado al logro de una causa, sin duda, pero no pierde nunca de vista los criterios racionales que exigen el ejercicio de gobierno y la acción política, tales como la previsión o la prudencia que están ancladas, al final, en el apego al Estado de derecho y al orden democrático constitucional.

El político que actúa con convicción y con responsabilidad a la vez, no pierde de vista que, en una democracia, la opinión pública es el espacio en el que se acude, al que se acude para convencer y persuadir a quienes se le oponen, pero que favorece su pluralidad, porque éste es el signo indispensable de sus convicciones democráticas más altas.

El político que actúa con la ética de la responsabilidad y no sólo con la de la convicción, acude a la opinión pública, repito, para convencer, no para descalificar, en eso, en ese pequeño detalle reside finalmente la recreación de la democracia.

Muchísimas gracias.

 

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