“Venezuela y la democracia”, artículo de Marco Baños, publicado en El Economista

Escrito por: INE
Tema: Opinión

Cómo mueren las democracias es el libro de Steven Levitsky y Daniel Ziblatt que muchos analistas han utilizado en los últimos meses para defender, con una misma idea, polos ideológicos opuestos. Y es que la tesis central de los autores no tiene geometría política, de hecho parte de su crítica centra el foco en el presidente de Estados Unidos, se ejemplifica con derechas, centros e izquierdas diciendo que hoy no son los golpes militares de los 70, sino líderes que llegan al poder a través de las urnas, quienes ya instalados, desmantelan los equilibrios, usan la democracia para después acotarla hasta convertirla en un escenario de autoritarismo estructural, vertical y monolítico. En el texto se lee: “La paradoja trágica de la senda electoral hacia el autoritarismo es que los asesinos de la democracia utilizan las propias instituciones de la democracia de manera gradual, sutil e incluso legal para liquidarla” (Ariel, 2018).

Hoy en Venezuela la tensión aumenta, tristemente también el número de muertos por las protestas en las calles donde se manifiestan venezolanos que deberían tener derecho a disentir y expresarse sin perder la vida.

La revolución bolivariana no fue un proyecto antidemocrático en su origen, lo reconocen Levitsky y Ziblatt, porque a pesar de los antecedentes militares de Hugo Chávez, su arribo al poder en 1999 no fue con las armas, fue a través de las urnas, del respaldo popular en las elecciones, igual que el Congreso de ese país que hizo los primeros cambios a la Constitución durante el chavismo.

Un golpe militar fallido en el 2002 incrementó la popularidad y legitimidad de ese régimen y nuevamente las urnas decidieron darle respaldo, aunque el comandante, a juicio de los autores, empezó a mostrar el rostro autoritario con claridad en el 2003, cuando detuvo un referéndum revocatorio de su mandato —impulsado por la oposición— y lo pospuso para un momento en donde tuviera mejores condiciones de imagen pública (es como pedir que se cambie la fecha de las elecciones dependiendo del pulso de las encuestas).

Chávez cerró medios de comunicación críticos y desplegó espacios mediáticos afines al gobierno, encarceló a opositores y se empeñó en difundir propaganda intensa que anulaba el flujo de información crítica a su mandato, desconociendo la pluralidad que sí habita en Venezuela aunque se pretendía ignorar o descalificar desde el aparato público. En el 2012 murió el presidente Chávez pero lo sustituyó Nicolás Maduro, quien ya en el cargo metió a la cárcel al líder opositor Leopoldo López en el 2014, lo detuvo por participar en manifestaciones de protesta, por el delito de “instigación pública”, por “terrorista”. Pese a la falta de equidad para competir en elecciones justas, las urnas dieron mayoría a la oposición en 2015 pero el gobierno de Maduro impulsó un congreso paralelo, un “constituyente” sólo con legisladores afines al Ejecutivo en 2017. “Así es como mueren las democracias”, reflexiona el libro.

Socavar los equilibrios, la división de poderes, desconocer las urnas cuando no le favorecen al gobierno pero aceptarlas cuando incrementan su poder, destruir a las instituciones autónomas o alinearlas, son esos puntos de inflexión sin retorno para dinamitar libertades y autoengañarse pretendiendo que los respaldos populares en democracia se pueden mantener perpetuos sin democracia, como si fuera posible hoy uniformar a las sociedades o asumir que no tienen derecho a cambiar de opinión o que las elecciones estorban para un fin supremo que susurran al oído líderes revolucionarios fallecidos que reencarnan en pajaritos.

Por voto popular la oposición ganó en el Congreso, pero al gobierno no le gustó. Los medios de comunicación críticos fueron perseguidos, los de gobierno fortalecidos sólo como altavoces propagandísticos para endiosar al régimen como si no existiera en la sociedad otra voz.

El tema es complejo en Venezuela. No tendrá salida sencilla porque sería absurdo agotar las opciones entre tomar partido por una intervención indebida de gobiernos extranjeros o ignorar que lo que hoy existe es un régimen proclive a la autocracia. La única vía es apostar por democracia, por elecciones justas, libres, con equidad.

De nada serviría que el propio gobierno convocara a las urnas si no hay posibilidades de manifestarse, de informarse, de disentir. El dilema real no es entre posiciones políticas de izquierda o derecha, es entre regímenes de dictadura o democracia.

Consulta el artículo en El Economista.

RESUMEN