Concluyó la jornada electoral más grande de nuestra historia. Ha sido, a decir de todos, de medios de comunicación, de contendientes, de observadores y especialistas, una jornada exitosa, una auténtica fiesta ciudadana motivada por la decisión de cada elector de participar de manera masiva, en paz y responsable, en la distribución de los poderes públicos a través de las urnas.
El 1 de julio todos, ciudadanos, medios de comunicación, actores sociales, económicos y políticos, así como los candidatos, se comportaron a la altura de las circunstancias, con altura de miras y, con ello, ayudaron a consolidar el proceso de democratización del país.
Ciertamente para conocer los resultados finales de estas elecciones es necesario esperar a que terminen los cómputos distritales, que iniciarán hoy miércoles en cada uno de los 300 consejos distritales del INE, y que concluirán con los cómputos a nivel estatal y de circunscripción el próximo domingo 8 de julio. Esta espera es necesaria para acabar con las etapas dispuestas en la ley. Además, para que el veredicto emitido en las urnas pueda considerarse definitivo, el Tribunal Electoral deberá pronunciarse respecto de los medios de impugnación que se presenten, debe llevar a cabo el cómputo final de la elección presidencial y calificar su validez.
Sin embargo, es importante desde ahora resaltar el compromiso y lealtad con las reglas del juego democrático de todos y cada uno de los candidatos a la Presidencia. Cada uno de ellos honró su calidad de demócratas al reconocer, el mismo día de las votaciones, la plural decisión de los ciudadanos en las urnas y con ello se avanzó mucho en lo que parecía una de las asignaturas pendientes de nuestra democracia: la aceptabilidad de la derrota. Esa asignatura, junto con el tema del fraude, fueron temas exorcizados en esta elección, con las declaraciones de cada uno de los contendientes y la civilidad con la que se han conducido en los días siguientes a la votación.
Más allá de los resultados definitivos, la construcción de un sistema de partidos y el pluralismo que lo sustenta, es importante superar la etapa natural, obvia, comprensible en democracia, de la confrontación electoral, para pasar a la construcción de consensos. Es decir, los resultados electorales nos llevan a destacar que la convivencia en clave democrática tiene un ciclo de confrontación de proyectos, y otro, posterior e ineludible, de construcción de consensos.
Por eso es que desde hace un par de meses hemos insistido desde el INE que el futuro de un país democrático es responsabilidad tanto de mayorías como de minorías. Reconocer que el futuro de nuestro país sólo puede ser democrático si en la construcción de políticas públicas participan mayorías y minorías es una lección de nuestra historia electoral y una característica, por cierto, del andamiaje democrático que hemos venido configurando en México desde hace 40 años.
En ese andamiaje, la articulación de escaños de representación proporcional y otros de mayoría relativa han establecido en el Congreso una fórmula de equilibrios políticos que ha potenciado, venturosamente, la inclusión y el pluralismo en las decisiones legislativas y que ha fortalecido a las elecciones como un factor de estabilidad política.
Conocer los resultados electorales cierra una etapa de la recreación de la democracia y subraya el inicio de otra que debe descansar en la corresponsabilidad de todos, de cuidar, procurar, y encauzar el rumbo de la casa común que es nuestra nación.
Todos quienes compitieron por el sufragio y participaron de las labores de campaña conocen aspectos del país que pueden sumarse en ese esfuerzo colectivo. Esfuerzo que incluye a quienes ejercen funciones de autoridad en los gobiernos y en las empresas, y a quienes se emplean de manera independiente o son asalariados.
Nos toca a todos estar a la altura del ejercicio democrático que vivimos el domingo pasado, y con apego a las reglas del juego electoral, encarar el rostro político que las mayorías decidieron con su voto. Sin olvidar que ese también es un reto de las minorías que existen, que no desaparecen en las urnas, que son dinámicas e interactuantes y que con seguridad tienen propuestas útiles para el futuro.
Una democracia constitucional supone no sólo la preminencia de la mayoría en el proceso de toma de las decisiones, sino también el control del poder y el respeto irrestricto de todos los derechos fundamentales tanto los de libertad como los sociales. Ese futuro, el futuro de México reclama contribuciones de todas y todos. El futuro en democracia es, siempre, un futuro colectivo. Cada persona a partir de este momento, desde su ámbito personal, profesional, económico o académico, puede contribuir no sólo a la reconciliación nacional, que es indispensable después de todo proceso electoral, sino a modelar el México incluyente y plural que el 1 de julio se recreó en las urnas.
El 2 de julio ya llegó y abrieron los mercados financieros; las rutinas de las familias y de los centros laborales han continuado. El país está en paz y creo que ésta es la mejor expresión del éxito electoral de la sociedad mexicana. Es también la mejor lección para el mundo de que México es una nación democrática.
Es una lección para nosotros mismos de que la apuesta que comenzó hace 30 años, la apuesta de transitar de un régimen autoritario a un régimen democrático, se ha consolidado y eso es algo que hay que celebrar sin regateos.
Consulta el artículo en Excélsior.
RESUMEN