Este viernes fue el inicio formal de las campañas electorales del 2018. A partir de ahora y hasta el 27 de junio, no hay restricciones para realizar llamados expresos al voto, organizar debates entre todas las candidaturas, organizar mítines, exponer plataformas partidistas, ofertas de gobierno o representación legislativa de candidatas y candidatos en medios masivos, difundir propaganda en las calles, plataformas impresas o redes sociales siempre y cuando se reporte el gasto y se respeten sus topes máximos para una competencia razonablemente equitativa entre todas y todos.
Esa libertad de los actores políticos para expresar posturas y diseñar estrategias proselitistas diversas es tan importante como la madurez con la que asuman derrotas o victorias en las urnas dentro de tres meses. La campaña no puede ser tersa, pero tampoco un duelo a muerte para destruir al otro a costa de lo que sea, imposible ignorar que las alternativas en la boleta pueden cosechar por separado millones de voluntades que no respalden o se sumen a quienes obtengan la mayoría de los votos, a quienes logren obtener uno u otro triunfo entre los miles de cargos en disputa.
Cuando acaben las elecciones, el espacio común de convivencia seguirá siendo el mismo para toda la población, sin importar por quién haya votado, por qué partido o candidatura, quién gane y quién no. De ahí que resulta fundamental apostar por una deliberación colectiva que decida democráticamente, en libertad, qué proyecto respalda, sin pretender que esa postura, en caso de estar en lado mayoritario, se va a uniformar en automático en todos quienes decidan, también de manera libre, apoyar una opción distinta.
La campaña se trata de convencer votantes, de conquistar mayorías sin avasallar o imaginar que pueden desaparecer de golpe las minorías. La tensión en el debate político que se nos viene debe alejar tentaciones de estigmatizar o aplastar al otro, confundir al adversario con enemigo, sembrar miedos o ganar ventajas efímeras enlodando con mentiras al competidor, polarizando con golpes bajos, porque más allá de las personas, detrás de las candidaturas habrá millones de electores representados, votos diferenciados que no se borran ni van a dialogar o alinearse con una visión que perciban empeñada en desaparecerlos o agraviar con todo la alternativa que a ellos los hace sentir representados.
El contraste de ofertas presidenciales tendrá por primera vez tres debates organizados por la autoridad, que tienen además un compromiso ya empeñado por remontar formatos acartonados llenos de candados que habitualmente sobreprotegen la imagen de candidatos, pero no el derecho de las audiencias a identificar posturas en temas clave de unos y otros. Este año habrá un debate cada mes en los tres de campaña y eso permitirá medir argumentos y propuestas cara a cara entre quienes buscan conducir las políticas públicas del país durante los próximos seis años, pero también discutir y analizar esas posturas antes de que se presente otro encuentro.
Hay, también por primera vez, tres coaliciones que postulan candidatura presidencial. Ningún partido va solo y ninguna coalición, partido o candidatura se quedará sin espacios garantizados en las 3,111 señales de radio y televisión que operan en el territorio de México. Son 22.9 millones de promocionales los dispuestos para esa amplia difusión de todas las alternativas en juego y aunque el modelo de proporcionalidad a la fuerza electoral significa que unos tendrán más spots que otros, es un hecho que ninguna de las ofertas tendrá pocos vehículos para dar a conocer su proyecto de cara a las urnas.
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