Este mes de julio, recordamos que hace 68 años las mexicanas acudieron por primera vez a emitir su voto para renovar la Cámara de Diputados Federal. Lo hicieron en pleno apogeo del autoritarismo gubernamental y corporativo bajo la mirada sancionadora que veía su derecho supeditado a la voluntad de los maridos, a su condición de madres, a la ignorancia política o a las injerencias del púlpito dominical. Aun así, la prensa y el México de 1955 vieron desfilar al primer “contingente electoral” integrado por mujeres que duplicaron de 3 a 6 millones el electorado de esa época.
Después de asociaciones reivindicativas de mujeres, años de luchas sufragistas en todo el mundo entre los siglos XIX y XX, y de reformas pausadas en nuestro país a cuentagotas entre 1923, 1925, 1947 y 1953, se consiguió el derecho a votar y ser electas a nivel nacional a través del artículo 34 constitucional, el cual hoy en día establece: ”son ciudadanos de la República los varones y mujeres que, teniendo la calidad de mexicanos, reúnan, además, los siguientes requisitos: I. Haber cumplido 18 años, y II. Tener un modo honesto de vivir”.
Con ello, México hace eco de la exigencia internacional por parte de Naciones Unidas y se suma como el último país de América Latina en reconocernos la cualidad de ciudadanas. También fue la primera elección que sumó al menos otras cuatro diputadas federales del partido hegemónico a la XLIII legislatura: María Guadalupe (Jalisco), Albertina Ezela (Edomex), Marcelina Galindo (Chiapas) y Margarita García (Nuevo León).
Sufragistas, pioneras del voto y de curules legislativas, marcaron el inicio de un transitar que aún se reclama y construye para todas las mujeres. Siempre que recordamos esa fecha histórica sorprende lo reciente que data la conquista de un derecho tan antiguo para muchos hombres e indispensable en el ejercicio de todos los derechos de ciudadanía y humanos.
Y, si evocamos los tantos años y batallas que costó a las pioneras conseguir un derecho, a diferencia de actuales generaciones para quienes es de jure (como reza el dicho a veces lo que no cuesta no se valora) reflexionar comparativamente qué significó entonces y qué representa ahora, vale como un homenaje a su recuerdo y un ejercicio prospectivo ante los actuales y próximos ejercicios electorales.
Existen valiosos testimonios de ciudadanas que compartieron lo que su primera experiencia como electoras significó en los años 50ª: “tuvimos la oportunidad de que se le concedió el voto a la mujer”, “quise trabajar y mi suegra regañó a mi esposo”, “tenía 26 años cuando voté por primera vez, nos tenían relegadas y fui con mi esposo”, “contentas porque eran más mujeres que hombres votando”, “los machistas decían… que qué hacíamos ahí… que se nos iban a quemar los frijoles”, “nos separaban para votar en fila de mujeres y fila de hombres”.
Expresiones que reflejan la naciente conciencia de las mujeres sobre su propio derecho y su condición de exclusión de una ciudadanía que ha llevado casi 70 años –desde diferentes realidades, forjar para abrir nuevos caminos, ejercer libertades, más derechos; superar rezagos y brechas políticas, educativas y sociales–. Sin duda, desde entonces y hasta las reformas constitucionales de 2014 y 2019 para la paridad en el acceso a cargos electivos y en responsabilidades en todos ámbitos de gobierno y poderes del Estado, el trecho avanzado es encarnado por las cada vez más mujeres electoras, ciudadanas, representantes o gobernantes.
En las elecciones federales de 2018 y 2021 corroboramos que las mexicanas son mayoría en la lista nominal y además son quienes acuden a votar (66.2% y 55.7% respectivamente); por edad llama la atención que la participación se dispara entre los 18 y 19 años (55.8% y 64.7%) y decae a los niveles más bajos entre los 19 y 34 años (35%).
Los jóvenes de 18 a 29 años representan poco más del 27% de la lista nominal, y son un sector de la población (que se extiende a los de 39 años), que menos participan en las elecciones. Las causas: su ciclo de vida, escaso conocimiento de derechos, el entorno social, la baja apropiación del espacio público, el desencanto, desinterés, desconfianza y rechazo hacia los partidos políticos, a los poderes legislativos y al gobierno.
El abstencionismo en general es un déficit de los sistemas democráticos, y en las nuevas generaciones es un desaliento medular. La socialización y la educación cívica y ciudadana por parte de las familias, las escuelas, los partidos políticos, y todas las instituciones del Estado incluyendo a autoridades electorales, es tarea cotidiana y prioritaria. Desde el INE se realizan continuamente estudios, publicaciones, actividades, espacios de diálogo, intercambio herramientas cívicas digitales e incluso una app (“Mi primer voto”) impulsando el voto informado, la apropiación de derechos y la participación de hombres y mujeres jóvenes en todo el país.
No obstante estudios recientes indican que si bien hay quienes ven en el voto un derecho y una obligación, las y los jóvenes afirman que participarían si los procedimientos para conteo de votos son transparentes, las autoridades electorales confiables y los candidatos cumplieran sus promesas. Asimismo, replican la falta de estrategias mediáticas, difusión y mensajes focalizados en ganar su interés y captar su atención en máximo 3 minutos. Menudo desafío que anteponen los y las jóvenes de las redes sociales.
Llama la atención que el voto para las generaciones actuales es y será visto como todo lo que ahora ven y viven, todo a través de las redes sociales, y de ahí reflexionar no sólo sobre los esfuerzos que en ese sentido se realicen para incentivar el ejercicio de sus derecho a mejorar la vida y los lugares que habitan, sino revisar el papel que la cultura digital, de vistas instantáneas y efímeras, y motivarlos a revalorar y @rrobar las luchas de quienes los anteceden, apropiarse y darle empuje y nuevos significados a los espacios ganados ante viejos panoramas: se prevé por ejemplo que América Latina y el Caribe les tomará aún 53 años alcanzar la paridad de género en todo.
Ahora sabemos que el voto no inicia y termina al depositar la boleta en la urna, que el voto de las mujeres y de las nuevas generaciones es decisivo para ganar elecciones; recordemos que al votar se construyen transiciones pacíficas y democráticas; se incide en las decisiones del rumbo de la nación y en la integración de los poderes legislativo federal y locales; y al ser electas en la construcción de agendas y proyectos que beneficien y transformen al país; a construir ciudadanía, participativa, fiscalizadoras y evaluadora. Al votar resignificamos el ahora y el mañana de nuestras democracias.
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