El pasado mes de octubre Brasil celebró elecciones presidenciales (primera y segunda vuelta), un dato sumamente relevante es que las dos jornadas se llevaron a cabo en un periodo no mayor a 30 días, gracias a un sistema electoral que ha probado su eficiencia y confiabilidad, la cual reposa en un mecanismo de votación sustentado en la confianza ciudadana: el voto electrónico.
Cuando hablamos de votación electrónica nos referimos, al menos, a dos métodos de votación: el voto por internet, el cual se realiza de manera remota; y -como en el caso brasileño- la urna electrónica: un dispositivo que se instala en las casillas electorales y mediante el cual se reciben y cuentan electrónicamente los votos emitidos por la ciudadanía en la jornada electoral.
En el mundo, alrededor de diez países han implementado totalmente el uso de la urna electrónica, y cerca de veinte más lo están estudiando o realizando una implementación parcial. Entre los casos de éxito, destacan países como India o Brasil, cuyos padrones electorales son considerablemente grandes, por lo que el voto en urna electrónica ha sido idóneo para la emisión de resultados expeditos. En el caso del país asiático, en las elecciones generales de 2019, se computó el voto de más de 614 millones de personas; mientras que en el país latinoamericano este año votaron 123 y 124 millones de ciudadanas y ciudadanos, en la primera y segunda vuelta, respectivamente.
Sin embargo, el tránsito al voto electrónico en Brasil no se realizó de la noche a la mañana, sino que ha significado 27 años de inversión democrática, no sólo en términos de recursos del Estado, sino que también ha requerido de la construcción de confianza a través de la implementación paulatina de este mecanismo en la democracia brasileña.
Desde 1995 la ley electoral delineó las directrices para la votación electrónica, siendo las elecciones municipales del año siguiente la primera ocasión en que inició lo que llamaban «proceso de informatización del voto», y únicamente se llevó a cabo en ciudades con más de 200 mil electores. Sin embargo, aunque la implementación inició en 1996 fue hasta la elección del 2002 en que se alcanzó la instalación del 100% de las casillas de todo el país ya con una urna electrónica.
Para concretar este logro, el primer paso fue contar con voluntad política derivada del consenso de los partidos y actores políticos, seguido de campañas de sensibilización ciudadana para la comprensión del proceso. En este momento de la historia, la confianza ciudadana fue absolutamente necesaria, por lo que el proyecto de urna electrónica debía abrirse al escrutinio público y para que éste fuera viable se acudió a la construcción de una comisión de personas expertas, y a su vez, que la adquisición de la propia urna fuera en un proceso de licitación pública, además del establecimiento de controles de calidad y evaluación periódica.
Esa evaluación obligó a un proceso de mejora constante, por lo que en 2008 se logró incluir mecanismos de identificación biométrica para evitar la suplantación, provocando nuevamente una inversión de Estado. Un dato que es importante señalar es que para 2022 -luego de 14 años de introducida la biometría- se ha alcanzado una cobertura del 75%.
El caso brasileño es sin duda una historia de éxito de innovación electoral, basada en confianza ciudadana y voluntad política.
Actualmente en México se discute una posible reforma electoral que -entre sus propuestas- incluye el voto electrónico bajo el argumento de que con ello se proveerá de resultados prontos y expeditos, además de ahorrar recursos públicos. Sin embargo, el caso brasileño nos demuestra que la inversión del gasto público será necesaria año con año para una mejora constante, en especial para el permanente perfeccionamiento de las urnas electrónicas y su reemplazo al término de su vida útil. Tan sólo para 2024, se renovarán 136 mil urnas electrónicas con una inversión de 845 millones de reales, equivalente a 3.2 mil millones de pesos mexicanos.
Voltear a ver el caso brasileño es aprender de una historia exitosa de elecciones confiables, sin perder de vista que es necesario hacerlo paulatinamente. Cierro con dos dichos populares que también nos unen: en México decimos despacio que tengo prisa; en Brasil se dice A pressa é inimiga da perfeição (la prisa es enemiga de la perfección).
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