Hace unas semanas, Michelle Bachelet –expresidenta de Chile y excomisionada de la Organización de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos– dio un mensaje preocupante sobre el estado de la democracia y los derechos humanos en el mundo y citó algunos resultados del Informe V-Dem 2022, a cargo de un connotado grupo de personas académicas e investigadoras adscritas al Departamento de Ciencia Política en la Universidad de Gotemburgo, en Suecia. En esa publicación se evaluaron indicadores sobre la democracia provenientes de 179 países y la conclusión es que durante 2021 el nivel de democracia que disfrutaba el ciudadano global promedio se había reducido a niveles registrados en 1989.
Esto se debe en cierta medida a que se han consolidado más dictaduras que democracias en el mundo, por lo que durante los últimos 30 años se ha registrado un retroceso democrático en distintas regiones, en particular en países de Asia-Pacífico, Europa del Este y Asia Central, pero también de América Latina y El Caribe (https://bit.ly/3SmA1St).
Los datos son reveladores y coinciden con los resultados de estudios similares recientes como el Estado Global de la Democracia (IDEA Internacional); el Índice de Democracia 2021 de la Unidad de Inteligencia (The Economist) y el Informe sobre la Libertad en el Mundo 2022 (Freedom House). Según el informe V-Dem 2022, al cierre de 2021, 33 países –que en conjunto sumaban el 36% de la población mundial– estaban inmersos en procesos de autocratización, lo que ha provocado conflictos civiles o guerras internas en ciertas partes del orbe, tal como lo habían advertido diversos analistas, y en el reporte se indica que tan sólo en 2021 hubo cinco golpes militares, así como un autogolpe de Estado, cifra insólita al menos durante las dos últimas décadas.
El informe aludido señala que las democracias liberales habían alcanzado su punto máximo en 2012 cuando 42 países tenían ese régimen político; sin embargo, en 2021 se registró una regresión considerable toda vez que sólo 34 países –con 13% de la población mundial– podían considerarse como regímenes democráticos, además hubo un incremento de 25 a 30 autocracias cerradas –donde actualmente radica el 26% de la población mundial– lo cual evidencia una tendencia encaminada a instaurar ese tipo de regímenes en el mundo y, aunado a esto, se reporta que no se han suscitado avances democratizadores relevantes desde 1978. Así, tenemos que al cierre de 2021 había 89 democracias y 90 autocracias en el mundo.
Pero además del exhaustivo análisis cuantitativo, el informe señala que la democracia global se ha ido erosionando paulatinamente a partir de la polarización y el encono social, fenómenos perniciosos que han favorecido tanto a líderes como a movimientos populistas, los cuales a partir de la desinformación y el uso faccioso de noticias falsas han logrado trastocar o moldear la opinión pública.
El uso cada vez más recurrente de las redes sociales para difundir noticias falsas, teorías conspiratorias, narrativas anti-derechos o de exclusión, así como discursos de odio contra distintos colectivos que han sido históricamente discriminados, ha propiciado un terreno fértil para la desconfianza ciudadana contra sus instituciones.
Se han configurado escenarios regresivos donde ha persistido el ataque a los órganos electorales, así como una tendencia sistemática por desmembrar el entramado institucional (tribunales constitucionales y organismos nacionales promotores de los derechos humanos, entre otros), por lo que se ha generalizado una percepción negativa sobre los gobiernos.
El diagnóstico aludido por Michelle Bachelet es inquietante pero a quienes creemos que la democracia es el mejor régimen posible, nos debe incitar a diseñar y promover estrategias educativas para concientizar a la población sobre la importancia de que se involucren en la vida y las decisiones públicas. Además, coincidiendo con diversos especialistas que lo han sugerido, considero que es necesario que contemos con mecanismos de resiliencia democrática –entendiéndola como la capacidad que tiene un régimen político para responder adecuadamente a los nuevos desafíos sin perder de vista sus cualidades democráticas– dado que se trata de medidas necesarias para sortear estos tiempos tan turbulentos.
A fin de cuentas, la población busca que sus opiniones resuenen y sean atendidas, que sus gobiernos les garanticen sus necesidades básicas y, en particular, que se logre erradicar la inseguridad, la desigualdad, la pobreza y la corrupción. Parafraseando a Daniel Zovatto, será fundamental que redoblemos esfuerzos para evitar que el malestar en democracia se convierta en un malestar con la democracia, sobre todo cuando las personas se sienten ignoradas o desilusionadas por las élites gobernantes, como si la democracia per se fuese culpable de la coyuntura, la cual responde a los procesos de autocratización tan alarmantes registrados en distintas regiones del planeta.
Consulta el artículo en El Heraldo de México.