VERSIÓN ESTENOGRÁFICA DE LA INTERVENCIÓN DEL CONSEJERO PRESIDENTE DEL INSTITUTO NACIONAL ELECTORAL, LORENZO CÓRDOVA VIANELLO, DURANTE EL FORO INTERNACIONAL EN DEFENSA DEL INE Y DE LA DEMOCRACIA MEXICANA
Muchas gracias, muy buena tardes tengan todas y todo ustedes.
Para mí es un verdadero privilegio volver a este paraninfo para discutir del estado de cosas de la cuestión electoral, así que agradezco en primera instancia, muchísimo la invitación, tanto a la Universidad de Guadalajara, como a IDEA Internacional, a IFES y, por supuesto a Transversal, y a David Gómez por la iniciativa que nos tiene hoy aquí.
Además, por el privilegio de permitirme compartir con compañeras, con amigas, con amiga y amigos a los que estimo muchísimo, a María, a Pepe Woldenberg, a Leonardo Valdés y a Luis Carlos Ugalde, la oportunidad de estar en esta mesa.
Y, por supuesto, de haber escuchado a quienes nos antecedieron en la anterior.
Yo quisiera centrarme, no tanto en el análisis, creo que no me corresponde como Consejero Presidente en funciones del Instituto Nacional Electoral, de los contenidos de la reforma, ya habrá tiempo el próximo año de poder hablar de este tipo de iniciativas, pero creo que, por responsabilidad, no quiero hacer un juzgamiento, ni de esta ni de las otras iniciativas, pero sí hablar del contexto que me parece debe alimentar un proceso de reforma electoral, sobre todo en un país en donde este ha sido no un fenómeno nuevo, sino que ha orientado, el fenómeno que ha orientado y encausado el proceso de transición a la democracia en los últimos 45 años.
Y para ello quisiera dividir mi intervención en tres partes: La primera, digamos, para hacer una reflexión breve y telegráfica respecto de dónde venimos; la segunda parte, dedicada a dónde estamos y cómo estamos; y finalmente, hacia dónde nos encaminamos. Digo, sin pretender hacer futurismos, sino más bien, cuáles son las necesidades a partir del estado de cosas que hoy tenemos.
Pero, para poder hablar del estado de cosas que hoy tenemos me parece también indispensable analizar, aunque sea telegráficamente, cuáles han sido los grandes ejes sobre los que ha transitado el cambio político en nuestro país en clave democratizadora, precisamente para quilatar lo que eventualmente podemos perder sin tener esta visión retrospectiva y de la valoración de lo que hoy tenemos de cara a la discusión de una reforma electoral.
Una reforma electoral que pretenda reinventar o refundar el sistema electoral sin un juicio histórico, sin un juicio valorativo de lo que, de esta evolución que nos tienen de donde estamos, me parece que es una reforma condenada a cometer equívocos, a cometer errores y, eventualmente, a embocar una ruta de regresión.
Telegráficamente, más todavía en una mesa en la que, pues están presentes Pepe Woldenberg, en primera instancia. Quienes han escrito y reflexionado en la transición.
Creo que, tratando de sintetizar telegráficamente 45 años de evolución en materia electoral, me parece que las distintas reformas electorales pueden agruparse para su debida comprensión, digámoslo así, en cuáles fueron los principales, las principales necesidades y los principales problemas que trataron de resolver, bajo una premisa, y perdón si esto parece publicidad, pero bueno, pues es una frase que no es nuestra, aunque algunos lo hacen para titular un libro, “la democracia no se construyó en un día”.
Y, por lo tanto, la democracia es producto de una evolución histórica que, bajo la lógica de, como las capas geológicas, ha venido sedimentando nuestro sistema electoral en una serie de evoluciones que poco a poco van fortaleciendo y robusteciendo la calidad del sistema.
Es decir, las reformas en México siempre han sido la base sobre las cuales nuevas reformas se asientan, mejoran en general, las condiciones y las y los logros que se consiguieron con las reformas previas, en la lógica de atender nuevas problemáticas que se van, que se fueron presentando en el camino de la transición, bajo la premisa de que la nuestra no fue una transición como la española, que implicó una ruptura radical con el pasado, grandes acuerdos políticos y económicos, los de la Moncloa, que sustentaron la creación de una nueva Constitución y que marcó el inicio de un proceso democrático, de una etapa democrática que contrastaba con la etapa autoritaria.
La nuestra no fue una transición así, la nuestra fue una transición gradual, paulatina e insisto, que se construyó en esta lógica sedimental.
En un primer momento, pensando el régimen del que veníamos, el régimen autoritario, cerrado, excluyente, vertical y profundamente autoritario que caracterizó el sistema político que derivó de la Revolución Mexicana.
La primera gran necesidad, me parece, era una necesidad de apertura del propio sistema de partidos y también de la representación política, para que, por un lado, el pluralismo político germinal creciente, y todavía inicial si se quiere, pudiera tener cabida en el espacio institucional de contienda, a través de las elecciones por el poder público.
Veníamos de un período de exclusión, de cerrazón, que había provocado que muchas fuerzas políticas, que algunos actores políticos, optaron por rutas no institucionales para llegar al poder.
Así que la primera gran necesidad, era precisamente, esa lógica de inclusión, de apertura que permitiera que todas las opciones políticas, mínimamente representativas pudieran competir en el espacio institucional y que, a la par, pudieran tener reflejo en los espacios de decisión pública.
La figura de la representación proporcional, desde este punto de vista, no solamente está en el origen de nuestra transición, sino en el propio de DNA del cambio político que operó en el país.
Desde ese punto de vista, creo que podemos decir, sin temor a equivocarnos, que si México es hoy el país que es, en términos democráticos en el ámbito electoral, es porque en algún momento se inició con la representación proporcional este proceso de cambio.
En un segundo momento, sobre todo después de las elecciones de 88, que como han dicho mis colegas, recordaron, se trataba de elecciones en las que el problema, la nueva problemática era que los procesos electorales fueran confiables, creíbles, en donde como se decía a principio de los 90, los votos se contarán y se contarán bien.
Y que, fue una elección, la de 88, organizada y controlada desde el gobierno, pues la siguiente gran necesidad era precisamente, crear condiciones institucionales, normativas y procedimentales que generarán confianza a todos los contendientes y a la ciudadanía de que en las elecciones, el voto, existían garantías para que el voto se emitiera libremente, pero sobre todo, para que el voto efectivamente se contara.
Ese fue el segundo conjunto de preocupaciones que marca esta segunda etapa de nuestra evolución electoral.
Todas las reformas de la primera mitad de los años noventa estuvieron enfocadas en construir un sistema electoral, insisto, confiable, en donde, digámoslo así, existieran mínimas garantías de respeto del voto.
Para 1994, seis años después de la, criticada y problemática elección de 1988 esta problemática había sido resuelta, hay una nueva problemática, una nueva necesidad se presenta en el horizonte.
Muchos son los estudios que evidencian como en la elección de 1994, que fue la primera elección fiscalizada por la autoridad electoral, con datos ciertos que, bueno por lo menos con datos oficiales respecto del dinero que gastaban los partidos políticos, la fuerza gobernante, el partido gobernante, había erogado el 80 por ciento de los recursos que se gastaron en esa elección.
La nueva necesidad en el horizonte inevitablemente era construir condiciones de equidad, a la que se abocaron las reformas de esta tercera generación de cambios electorales centrados, que centraron el contexto, la creación de estas condiciones de equidad, sobre todo, en un financiamiento público generoso, pero que permitiera a todos los partidos tener condiciones mínimas para competir y un acceso cada vez más franco, cada vez más equilibrado a la radio y la televisión como los principales mecanismos, por cierto, todavía hoy aun en tiempos de redes digitales de comunicación política.
Finalmente, digamos, tratando de hacer este panorama a vuelo de pájaro, esta reconstrucción a vuelo de pájaro del proceso de transición, pues tenemos la reforma de 2014 que, digamos, se enmarca en un cuarto tipo de necesidades por resolver.
Es decir, que la calidad que se había ya alcanzado en los procesos electorales federales trasminara y se reprodujera en el ámbito local garantizando, por un lado, independencia y autonomía de los órganos encargados de organizar las elecciones frente a los poderes locales y, por otro lado, pues las garantías de ejercicio del voto y de equidad en la contienda que ya se presentaban en los procesos federales.
Ésa, en breve, es la historia de nuestra transición a través de las reformas electorales a partir de esta propuesta, insisto, de agrupamiento en cuatro grandes generaciones de reformas, a partir de las necesidades o problemáticas que poco a poco se fueron resolviendo.
Insisto, son reformas acumulativas que no es que dejaran de tomar en cuenta o de perfeccionar los problemas que reformas previas habían empujado, como, por ejemplo, hablando de la construcción institucional, la reforma de 96 también dota de plena autonomía a la autoridad electoral que ya había sido delineada desde la reforma de 1990, me refiero al IFE.
En suma, entender dónde estamos, es inevitablemente pasar por una reconstrucción de este proceso gradual y acumulativo de transformaciones en materia electoral.
Ahora, ¿funciona este sistema electoral?, sí, sí funciona y funciona bastante bien, no solamente porque nos ha permitido en México que las elecciones dejen de ser un problema como lo eran hace 30 años, sino además, porque nuestro sistema electoral permite que la gran competitividad política se recree de manera pacífica y sin grandes, y me atrevería a decir, prácticamente sin conflictos poselectorales.
Pero como no quiero partir de meras afirmaciones de autoridad, pues me refiero a unos datos, a una serie de datos para evidenciar como el sistema electoral, si bien es profundamente complejo y abigarrado, la reforma de 2014 le impuso a las autoridades electorales una tarea de coordinación, no sencilla, sumamente compleja, pero que, a diferencia de lo que decían algunos, hace ocho años diciendo que la reforma era un mazacote y era impracticable, hoy la reforma se demuestra practicable, viable -digamos- y, sobre todo, benéfica para el propósito que fue estandarizar y homogeneizar los procesos electorales en el país.
Datos duros: el INE en ocho años ha organizado exitosamente, 320, 322 procesos electorales, tanto federales, como locales, ordinarios, extraordinarios, de participación, digamos, de mecanismos de participación directa, como la Consulta Popular o la Revocación de Mandato; elecciones internas y hasta una Asamblea Constituyente.
Si el aparato electoral no funcionara, pues hombre, solamente un dato comparativo explica la capacidad que tiene el sistema electoral hoy en día de procesar en clave democrática la pluralidad política y la alta competencia electoral.
El IFE durante 23 años organizó 18 elecciones federales, el INE ha organizado o ha estado involucrado en la organización de 322 procesos y unas semanas más, en dos semanas, habremos organizado 330 con las ocho elecciones que en seis estados se replicarán: las seis de gubernatura, la de diputados en Quintana Roo y la de alcaldes en Durango.
330 proceso electorales sin que haya habido conflictos post electorales me parece que es un dato bastante duro.
Segundo dato que pongo sobre la mesa, e estos ocho años, luego de la última reforma, en el sistema electoral ha dado pie al periodo de mayor alternancia política de nuestra historia a través de las elecciones.
El índice de alternancia en las elecciones federales y locales que se han realizado en los últimos ocho años es de casi el 63 por ciento y, si tomamos algunas elecciones como las de gubernaturas, este porcentaje alcanza el 68 por ciento; es decir, de 51 elecciones de gobernador ha habido 35 cambios de un partido ganador.
Por su puesto la alternancia no es lo que define a un sistema democrático, que haya alternancia o no eso depende del voto de las y los ciudadanos si deciden continuidad o cambio de partido ganador de una elección a otra, pero lo que sí hace democrático a un sistema es que existan condiciones reales para que la alternancia, si así lo deciden los ciudadanos, pueda ocurrir.
Y si tenemos ese índice de alternancia pues esta es la mejor prueba que esas condiciones existen en el sistema electoral mexicano.
Por cierto, esta alternancia no ha sido, digámoslo así, benéfica para una sola fuerza política en particular, todas las fuerzas políticas, unas más, unas menos, en este período han ganado y perdido elecciones, y el que hoy tengamos un contexto en el cual la probabilidad que el partido que ganó una elección, solamente en uno de cada tres casos puede ganar la siguiente elección, pues me parece que habla de un sistema electoral robusto y que, en todo caso genera condiciones para que los cambios políticos puedan ocurrir por la vía de las urnas.
En tercer lugar, un dato que tiene que ver con la confianza ciudadana, si el sistema electoral no funcionara, si nuestros órganos electorales son como dice el lugar común, órganos que no son confiables, que responden a intereses particulares y qué sé yo, entonces que alguien me explique cómo es que, desde hace un año, de manera reiterada en los ejercicios de opinión pública, el INE es hoy el órgano electoral, perdón, el órgano del Estado mexicano, el órgano civil del Estado mexicano con mayor índice de credibilidad y confianza pública.
En la Encuesta de Cultura Política el INE tenía, revisada por el INEGI hace poco más de un año, el INE tenía un índice de credibilidad del 60 por ciento solo por abajo de las fuerzas armadas.
De acuerdo con, no sé, GEA-ISA que tiene este tracking trimestral, pues el INE pasó, el último trimestre del año pasado alcanzó 73 porciento de confianza ciudadana, y claro en ese trimestre bajó a 60 por ciento. Si alguien se pregunta por qué, pues bueno, el 60 por ciento luego de la campaña sistemática de descalificación que fue objeto el INE desde los circuitos gubernamentales desde hace más de un año, pues bueno, algún costo se tenía que pagar, pero 60 porciento sigue haciendo del INE una institución con un altísimo grado de confianza pública.
La última encuesta que sobre la confianza se ha hecho, la hizo Reforma, y nos coloca hace unas semanas, un mes, en 64 porciento de confianza.
Pero la confianza más importante y para el INE no es la que resulta de estos ejercicios de opinión, sino la confianza que tienen las y los ciudadanos de aceptar participar con el Instituto la organización de los procesos electorales.
Si no hubiera confianza, si el INE fuera una institución no creíble, que alguien me explique cómo la ciudadanía cuando es sorteada y visitada por el INE para ser invitada a ser funcionario de casilla acepta de manera masiva.
Datos duros: Para la elección del año pasado de 2021, el INE necesitaba un millón 460 mil personas fungiendo como funcionarias y funcionarios de casilla, bueno, que aceptaron, que cumplieron los requisitos, es decir, que fueron aptos, que fueron capacitados en una primera instancia, tenemos a casi tres millones, es decir, el 200 por ciento de quienes necesitábamos.
En la Revocación de Mandato de hace un par de meses, necesitábamos a 287 mil ciudadanas y ciudadanos como funcionarios de casilla. Aceptaron ser funcionarios en ese polémico ejercicio, casi 660 mil personas, el 240, 230 por ciento de los que necesitábamos.
Y ahora para las seis elecciones necesitamos a 150 mil, y 340 mil personas han aceptado, además de que son aptas, trabajar junto con su INE, 230 por ciento.
¿Para dónde vamos? y apuro el paso, miren, no voy a hablar de las reformas electorales propiamente dichas, sino que quiero hablar de las condiciones que desde mi punto de vista deben anteceder a una reforma electoral.
Primer gran punto. ¿Es indispensable una reforma electoral? o con los datos que he mencionado ¿podemos ir a 2024 sin que haya una reforma electoral? La respuesta es clara y contundente, la dijo Mauricio en la mesa pasada, no, no es necesaria una reforma electoral.
Si no hay una reforma electoral no pasa nada, las condiciones para que en 2024 que vuelve a organizar la mejor elección en términos técnicos, en términos organizativos de nuestra historia, están sobre la mesa.
La mejor elección que se ha organizado en el país, con datos que tienen que ver con la capacidad técnica, con la aceptación ciudadana, con el funcionamiento de los sistemas, fue la de 2021.
¿Con este sistema podríamos ir a 2024 si no hay reforma electoral? Sí, sin duda.
Dicho lo anterior, ¿es pertinente o no una reforma electoral? Si es una reforma que cumple ciertas condiciones, siempre va a ser pertinente el ajuste de las reglas del juego.
Pero esas condiciones tienen que prevalecer sobre el mero cambio por cambiar las cosas, porque, como dicen los anglosajones y perdón el anglicismo o la referencia anglófila, “si algo funciona, no lo arregles porque lo puedes descomponer” y nuestro sistema electoral funciona.
¿Cuáles son esas condiciones? Bueno, la primera condición es una condición de consenso.
Son tres condiciones básicas, si hay una reforma electoral es indispensable que esa reforma sea procesada con el máximo consenso posible y de ser posible, unánime.
Es cierto que hay reglas para la reforma en números exigidos para una reforma constitucional pero cuando se cambian las reglas del juego, lo idóneo y eso lo dicen muchos desde Norberto Bobbio en adelante, es que el cambio de las reglas genere un consenso lo más amplio posible, porque ésas son las reglas a los que se van a someter los jugadores y a las que se les va a exigir a los jugadores que jueguen.
Y, si hay alguien que es excluido, a priori, y eso ya nos pasó en nuestra historia, aprendamos de nuestra historia, el día de mañana alguien va a decir, “no yo no perdí, me robaron o más bien perdí por culpa de las reglas de las que yo no soy parte y que yo no avalé”.
El consenso, me parece que es indispensable.
Y yo no sé si un momento, por eso digo que hablo de la pertinencia, en el cual a quien no está de acuerdo contigo lo tildas de “traidor a la patria”, sea el mejor momento para generar ese amplio consenso que requiere una reforma electoral.
Cuando se divide al país entre buenos y malos, esta lógica de guetización, perdón, hablar de una reforma electoral es la peor idea, porque lo único que va a provocar es que las nuevas reglas sean fuente de conflicto y de problemas, no de solución de los mismos como ha venido ocurriendo en tiempo resiente.
Segunda cosa, voy a decir una obviedad, pero me parece que es importante recordarla, si hay cambios en las reglas electorales, que sean para mejorar el sistema, digo, si son para retroceder 30 años, pues creo que no vale la pena hacer los cambios de las reglas electorales.
Y aquí se han dicho muchas cosas respecto a algunas de las iniciativas.
Y yo diría, simple y sencillamente, citando a alguien que me parece ejemplifica justo lo que estoy diciendo: Hace un año, el hoy presidente de la Cámara de Diputados hizo una declaración al diario La Razón en la que señaló que “como habían cambiado las cosas, ya era tiempo de que volviera a organizar la Secretaría de Gobernación las elecciones” ¿de veras?, ¿echar 32 años de evolución electoral a la basura?, pues no lo sé.
Si queremos reformas para eso, me parece que no tienen sentido, porque nos han costado muchísimo llegar a donde hoy estamos, y eso no quiere decir que nuestras reglas no sean susceptibles de mejora.
Y, tercera condición, que sea el producto de diagnósticos adecuados. Por eso desde ahora, y lo he venido diciendo desde los últimos años, el INE está dispuesto a poner sobre la mesa a quien lo requiera toda la información técnica necesaria y también el análisis de las implicaciones de las propuestas que se están haciendo.
Es decir, esto con el propósito que, si hay una reforma, la reforma sea producto de la suma de muchas cabezas y no de la suma de muchos hígados, como digo, como me gusta decir.
Si una reforma es para cobrar venganzas, para hacerla a partir de filias y fobias, o para, digamos, explayar los rencores, y entiendo que haya mucha gente que vive de rencores, así es la vida, pues, no, pues no vale la pena.
Terminó con unos datos. Primero, datos así, eh, para tener en cuenta, primero, ya se ha dicho aquí, ésta sería la primera iniciativa de reforma electoral que ha sido planteada en los últimos 30 años desde el poder, y no como un pedimento de la oposición, como un pedido de la oposición para tratar de resolver algún problema.
Es decir, es una reforma planteada desde, y entiendo, y es legítimo, eh, para satisfacer los intereses del partido gobernante y no de las oposiciones que tienen algún tipo de inconformidad con el sistema electoral.
Segundo dato. Ésta sería también la primera reforma electoral, se ha dicho, no precedida por una amplia discusión pública y por un primer ejercicio de generación de consensos.
Todas las reformas que se han planteado ya cuando se presentan como iniciativa, al menos las grandes reformas, surgieron de debates previos se hablaba de foros, en fin, análisis, tratar de generar algún consenso con independencia de que luego se siga el proceso legislativo, en donde hay ajustes y nuevos acuerdos.
Tercer dato. Sería la primera reforma en el último cuarto de siglo, desde la de 1996, que se pondría a prueba, si se aprueba, si pasa, en una elección presidencial.
La de 1996 se puso a prueba en la elección intermedia del 97; la de 2007 en la elección intermedia de 2009; y la de 2014 en la elección intermedia de 2015, por algo será.
Vamos a poner a prueba una nueva reforma en una elección como la del 24, que va a ser la más, no sólo presidencial, sino la más grande, tanto por el número de lectores que vamos a estar convocados a las urnas, como por el número de cargos que van a estar en disputa en virtud de la concurrencia, no sé si sea una buena idea, lo dejó allí como dato.
Y, finalmente, ésta sería la primera reforma en clave refundacional que busca reinventar el sistema electoral, tanto por lo que hace al diseño institucional de los órganos electorales, de las competencias de estos, de los procedimientos, del sistema de representación, y hasta de las condiciones de la competencia, desde la reforma de 1988-1990, que encausó el proceso de cambio que hoy tenemos.
En suma, todos estos elementos tendrán que tomarse en cuenta, bajo una premisa, una reforma electoral per se no es ni buena ni mala, depende de lo que se plantee, y depende hacia dónde camina.
La historia nos enseña, hay muchas democracias que a través de la reforma electoral han dado marchas atrás, y creo que no hay que olvidarnos nunca que el proceso de construcción democrática es un proceso que tiene doble vía: Una vía que nos lleva hacia un fortalecimiento gradual y paulatino de nuestro sistema democrático, y otra que eventualmente da marcha atrás y puede llevar a regresiones.
Nos queda a nosotros, supongo yo, quienes construimos, quienes contribuimos a este esfuerzo colectivo de construcción de democracia en las últimas décadas, pues, bueno, defender que el mismo no tenga eventuales regresiones.
Muchas gracias.
-o0o-