VERSIÓN ESTENOGRÁFICA DE LA INTERVENCIÓN DEL CONSEJERO PRESIDENTE DEL INSTITUTO NACIONAL ELECTORAL (INE), LORENZO CÓRDOVA VIANELLO, EN LA INAUGURACIÓN DEL XII ENCUENTRO NACIONAL DE EDUCACIÓN CÍVICA
Muchas gracias, muy buenos días tengan todas y todos ustedes.
Es un verdadero placer poder participar en la inauguración de este XII Encuentro Nacional de Educación Cívica.
Y lo primero que quiero es extender mi felicitación y mi agradecimiento, tanto al CEEPAC por la organización del mismo, particularmente a su Presidenta, a Paloma Blanco, Presidenta un placer y muchas gracias.
Y a Marco Iván Vargas que es el Consejero responsable, digámoslo así, artífice de que hoy estemos aquí reunidos.
Por supuesto, gracias también al conjunto de Organismos Públicos Locales Electorales y a la Red-Cívica Mx, a su presidente Luis Gabriel Mota, por la conjunción de esfuerzos que nos tienen reunidos aquí en esta XII edición de este encuentro y que, venturosamente, con las prevenciones sanitarias necesarias vuelve a ser presencial después de, como ya nos recordaba Luis Gabriel, tres ediciones virtuales.
Este XII Encuentro también es diferente, más allá de la presencia física que nos permite reencontrarnos, porque su realización se da en un contexto, de una, digámoslo así, una urgencia y que en el cual la educación cívica juega un papel fundamental frente al contexto que define las condiciones de esa urgencia.
La democracia en México, en el mundo, se encuentra en un contexto de grandes dificultades, estas dificultades no son nuevas, no son provocadas sólo por la pandemia, afortunadamente en México y, en general en el mundo, las lecciones aprendidas han permitido que las elecciones que, sin duda, no agotan la democracia, pero como nos lo legó don José Ortega y Gasset, constituyen ese mísero detalle técnico en el cual se sustenta todo aparato democrático.
La democracia, las elecciones no fueron una víctima más de la pandemia, sin embargo corren malos tiempos para la democracia, ocurrían ya desde antes de que la pandemia irrumpiera entre nosotros, nuevos desafíos, que por cierto son desafíos globales, ya no son desafíos de las democracias latinoamericanas o de las democracias en vía de consolidación, distintos a los de las democracias añejas como se decía hace unos veinte, treinta años, hoy son desafíos comunes, desafíos que imponen una, un re pensamiento y que condicionan a la democracia a exaltar todas sus cualidades de resiliencia.
En este contexto complejo, derivado o provocado por el desencanto, cada vez más de mayores franjas de la población con los resultados de los gobiernos democráticamente electos por la imposibilidad de resolver, la incapacidad de resolver los grandes problemas estructurales que aqueja la convivencia social y dañan, erosionan el tejido social como la pobreza, la desigualdad, la corrupción, la impunidad y la violencia, que forman parte del contexto en el cual tenemos que recrear nuestras democracias, un contexto de polarización cada vez más exacerbada, una polarización que no es la polarización que la propia democracia logra encauzar y que caracteriza sociedades plurales y diversas como son las sociedades contemporáneas, es una polarización, insisto, exacerbada y aderezada con un componente antidemocrático por excelencia que es justamente el valor o el anti valor, si se quiere, de la intolerancia.
La irrupción de las redes sociales que hoy sabemos que son meros mecanismos de comunicación y que no necesariamente garantizan, como algunos ilusos hace unos 15 años planteaban como una solución o un derrotero ineludible de la democracia en convertirse en una E-democracy en donde todos los ciudadanos con un clic en sus dispositivos móviles podrían participar en las discusiones y en las grandes decisiones públicas.
Hoy sabemos que las redes sociales, sí pueden ser útiles como en la Primavera Árabe nos evidencia para erosionar e incluso derrocar regímenes autoritarios, pero son incapaces de construir democracia, como los mismos países de la Primavera Árabe nos lo demuestra.
Las redes sociales potencian la mentira, y no es que la mentira sea nueva, la mentira ha acompañado a la política desde sus orígenes, las reses sociales; sin embargo, le dan una potencialidad corrosiva de la democracia que no tenían en el pasado.
Las redes sociales son meros mecanismos y el gran dilema es cómo las domesticamos en clave democrática para que sean funcionales a la democracia y no el cauce a través del cual la desinformación, la irresponsabilidad que el anonimato provee en la discusión pública y, finalmente, la merma de la calidad de una discusión democrática puede traer consigo.
Estos desafío ya estaban ahí, hoy agravados por desafíos todavía más más graves, preocupantes que se suman a aquellos que estaban ahí, que siguen allí y que no hay que olvidarlo, seguirán ahí.
Y no me refiero solamente a, insisto, al desafío organizativo, técnico que implicó la propia pandemia y que nos llevó a tener que demostrar que el ejercicio de los derechos políticos no comprometía ni ponía en riesgo el derecho fundamental a la salud de quienes integramos las sociedades democráticas.
Me refiero también a otro tipo de retos disruptivos y preocupantes, me refiero, por ejemplo, al acoso y hostigamiento que en el mundo están siendo objeto las autoridades electorales, no solamente a través de la descalificación de su trabajo, de la construcción de narrativas que demeritan la base de confianza que es indispensable para que la democracia se recree, ése siempre ha estado ahí, pero hoy de manera novedosa y preocupante proviene no de oposiciones o de detractores insatisfechos con los resultados emitidos en las urnas, emanados de las urnas, sino desde el poder mismo.
El beneficiario de la vida democrática, hoy se endereza, en buena medida, estas descalificaciones con tonos y estridencias que son verdaderamente preocupantes.
Me refiero también al acoso y al hostigamiento que implica una amenaza directa, tanto verbal como incluso física a quienes detentamos la función electoral. Me refiero al uso preocupantemente hoy vigente, del brazo penal del Estado para tratar de generar sumisión y amedrentamiento a las autoridades electorales.
Y lo digo con preocupación y no solamente porque las denuncias penales que se han hecho contra algunos consejeros del INE están todavía abiertas, están vigentes, sino porque, el sólo hecho de que al titular de un poder se le haya ocurrido presentar estas denuncias implica una ruptura con el arreglo fundacional de nuestra construcción democrática.
Es decir, que las diferencias naturales y normales en un sistema democrático se procesan a través de los cauces institucionales y no a través de la criminalización de quien piensa distinto a uno.
Me refiero al hostigamiento que vemos en muchos lados del mundo, presupuestal y que coloca en entredicho la posibilidad de que las elecciones se lleven a cabo como se mandatan en la ley, como se acordaron en las normas.
Y, finalmente me refiero a las amenazas de reformas electorales que tienen claramente el propósito de romper la calidad y la equidad del sistema de partidos, las condiciones de la competencia, pues, que tienen el propósito de erosionar las bases de la representación política en clave democrática, volver a una representación en donde las mayorías prevalecen aun cuando no cuenten con el respaldo ciudadano y así lo refleje.
Y, me refiero también al uso de las normas para tratar de controlar y subordinar a los intereses políticos a los órganos electorales. Y esto no es un fenómeno mexicano ni latinoamericano, ahí está como ejemplo de lo último, las iniciativas presentadas por Boris Jonson en la democracia más vieja del mundo, la británica, para incrementar los controles del parlamento y del gobierno sobre la Comisión Electoral que es un órgano independiente.
Ese es el contexto, y en este contexto la educación cívica es fundamental, la educación cívica se plantea como una, un volver a los orígenes de lo que sustenta, del sustrato democrático; es decir, una forma de convivencia política, pero también de convivencia social centrada en la inclusión y, sobre todo, en el consenso respecto de las reglas fundamentales que permiten la recreación de la vida política sin derramamiento de sangre; es decir, las reglas del juego, las reglas de la democracia, el consenso en torno a que esas reglas son, parafraseando a Juan Linz, el único juego aceptable y que al que todos nos sometemos para la vida política de la ciudad.
Sin duda todo esto requiere de demócratas, requiere de ciudadanos que no solamente asuman sino ejerzan los principios y los valores de la democracia en la convivencia pública, pero también, en la convivencia privada, y esto requiere cuatro atributos fundamentales que son las grandes apuestas de toda política de educación cívica en un contexto democrático.
Primero, que las personas se interesen en los problemas públicos, que se informen de ellos de manera crítica y los debatan de forma libre y respetuosa con otras personas y no sólo con aquellos que piensan de la misma manera.
La democracia por definición no implica un debate auto referencial centrado en bolsones aislados los unos de los otros, la democracia implica sí discutir tan intensamente como sea necesario, pero tan respetuosamente con quien piensa distinto.
Un segundo atributo de la ciudadanía que asume y su práctica, ejerce los valores y principios de la democracia es que actúe de manera tolerante frente a otras posiciones y, sobre todo, se interese y se preocupe por la inclusión de visiones minoritarias.
Éste, decía, es un atributo especialmente importante en los tiempos actuales cuando la creciente polarización se ve aderezada por buenas dosis de intolerancia. El tipo de polarización que hoy vivimos desde hace varios años ya es muy diferente a cualquier otra experiencia colectiva que hayamos tenido en tiempos recientes, por lo menos desde la creación, digamos de esta construcción civilizatoria es el arreglo democrático que emanó de la Segunda Guerra Mundial, del triunfo de las democracias sobre los totalitarismos.
Hoy vivimos una polarización que separa de forma tajante, intolerante y simplista entre amigos y enemigos que, justamente, como la historia nos enseña ha constituido en el pasado el caldo de cultivo para que germinen pulsiones autoritarias.
El tercer atributo es la capacitación de organización política, recuperar la idea del asociacionismo, del individuo que no actúa aislado sino, digámoslo así, acompañado de quienes tiene una comulgación con ciertas ideas, principios, valores, posturas políticas y que interactúan colectivamente con otros que eventualmente piensan distinto.
Y, finalmente, un último rasgo a destacar es el que ya mencionaba, pero sobre el que vale insistir y sobre el que quiero concluir, el asumir, respetar, practicar las reglas del juego sobre las que se fija el arreglo político de una democracia, se trata, pues, en pocas palabras el fundamento de un Estado de Derecho. Las democracias no pueden entenderse sino como la determinación colectiva, el arreglo colectivo en torno a ciertas reglas, primero, pero después el actuar conforme esas reglas.
Quien viola las reglas no solamente hace trampa, no solamente comete un fraude, también erosiona las bases de la convivencia democrática y lamentablemente hoy son tiempos recios, tiempos de tramposos, tiempos de antidemócratas que ponen en riesgo la democracia, tiempos de quienes se beneficiaron de esas reglas y hoy no están dispuestos a cumplir.
No nos olvidemos que la construcción de una democracia, no avanza sola en un sentido, la autopista, la carretera que nos lleva, la vía que nos lleva a un sistema democrático es una vía de ida y vuelta, lamentablemente en la historia ha habido muchos casos de una democracia que, por esos enemigos internos, porque no se cuidaron a esas democracias frente a sus detractores desde adentro, han emprendido una ruta hacia atrás.
La historia de los últimos treinta, cuarenta años, dependiendo las perspectivas de nuestro país, ha sido un tránsito, digámoslo así, en el sentido incremental de ir poco a poco mejorando y solicitando nuestra democracia.
No nos olvidemos nunca del camino de erosión, el camino hacia atrás, el camino que lleva a perder poco a poco, a veces de manera inconsciente, pero al final, de manera indefectible, nuestra democracia está ahí, está vigente.
Y así como la democracia es una obra colectiva, en nada puede, cuya titularidad no puede asumirla una persona, un partido, una ideología, una fuerza política, sino que es el resultado de esfuerzo, del compromiso de generaciones y generaciones de mexicanas y mexicanos, es también, una responsabilidad de ellos defenderla y protegerla para no embocar la vía de vuelta, y para eso, la cultura cívica, la asunción, el conocimiento y la práctica de los valores y de los principios democráticos es una pieza fundamental.
Bienvenido sea, pues, esta XII Edición del Encuentro Nacional de Educación Cívica, y sin mayor formalismo, no estoy hecho para estas cosas, si se me permite, porque se me ha concedido el privilegio, tengamos por inaugurado este encuentro y que los resultados sean provechosos para marcar las rutas de la defensa, consolidación de los logros y conquistas que hasta ahora hemos tenido y, sin lugar a dudas, su permanente perfeccionamiento, pero no su regresión.
Muchas gracias.
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