Intervención de Lorenzo Córdova, en el panel inaugural del XII Encuentro Nacional de Educación Cívica

Escrito por: INE
Tema: Consejero Presidente

VERSIÓN ESTENOGRÁFICA DE LA INTERVENCIÓN DEL CONSEJERO PRESIDENTE DEL INSTITUTO NACIONAL ELECTORAL (INE), LORENZO CÓRDOVA VIANELLO, EN PANEL INAUGURAL: REFORMA POLÍTICA Y CALIDAD DE LA DEMOCRACIA, DEL XII ENCUENTRO NACIONAL DE EDUCACIÓN CÍVICA

Muchas gracias, Presidenta.

Un verdadero privilegio poder compartir esta mesa con mis colegas quienes tuvieron en su momento la responsabilidad de conducir y coordinar los trabajos del otrora Instituto Federal Electoral.

Me acaba de pedir José Woldenberg y quiero honrar la palabra que, por la vía del chat, acabo de hacer, de ofrecer de nueva cuenta sus disculpas por no acompañarnos, tema de salud y de la espera lo llevó en este caso a desconectarse, digamos, y de no participar en esta mesa.

Cumplido con ello y de nueva cuenta agradeciendo la invitación, quiero leer un texto que he preparado para esta ocasión y que en muchos de sus puntos será reiterativo de lo que, tanto Leonardo, como Luis Carlos, han ya mencionado aquí.

La calidad de nuestros procesos democráticos depende e gran medida de las normas y de las instituciones electorales que los constituyen, es decir, de las reglas del juego. Pero también dependen del consenso que exista en torno a dichas leyes e instituciones y, por ende, su cumplimiento, un consenso que debe darse desde su origen y del compromiso y lealtad democrática de las fuerzas políticas que son, en todo contexto democrático, autores de esas reglas y a la vez sujetos de la aplicación de las mismas.

Permítanme plantear un premisa y tres condiciones que considero muy importantes a considerare ante el anunciado, no sé si inminente, pero por lo menos anunciado debate de una eventual reforma político-electoral, la novena, si llegara a concretarse en los últimos 45 años., que se estaría dando en caso de que se concrete la presentación de una iniciativa, muy anunciada, poco claras respecto de sus contenidos, ojalá y también mantenga esta lógica en cuanto a sus intenciones de seguir construyendo democracia y de avanzar en una, en esta avenida de fortalecimiento y perfeccionamiento de la democracia, pero que, en todo caso, forma parte ya de la discusión pública en los meses o eventualmente años por venir.

Primero la premisa, nuestro sistema electoral es producto de un proceso evolutivo de varias décadas en el que destacan un sucesión de reformas político-electorales que de manera gradual y paulatina fueron abriendo el sistema, primero, volviéndolo incluyente, generando condiciones de certeza y equidad en la competencia electoral, creando confianza ciudadana en torno a esos procedimientos, profesionalizando la actuación electoral, así como, en particular con la creación del Servicio Profesional Electoral, ahora de carácter nacional y homologando la calidad de nuestros procesos electorales, tanto a nivel local como federal.

Históricamente, desde 1977 y hasta 2014, ocho grandes reformas han sido el producto del reclamo de fuerzas opositoras, dato a no menospreciar, que exigían mejores condiciones de competencia política.

Además, esas reformas fueron pactadas después de un proceso incluyente y minucioso de diálogo político y negociación.

Han sido votadas con amplios consensos y han sido todas ellas, no sin eventuales retrocesos que fueron corrigiéndose en el camino, han ido, en general, viendo, haciendo una vista de pájaro, una vista a vuelo de pájaro, una vista inclusiva de todo este proceso, perfeccionando nuestro sistema, volviéndolo más confiable y ampliando los derechos de la ciudadanía; es decir, han sido todas, reformas vistas en su conjunto, si bien, graduales y progresivas reformas que han mejorado nuestro sistema político democrático y no han apuntado casi nunca en una lógica de regresión.

Bajo esta premisa, hoy es muy importante decir que nuestro sistema electoral, el derivado de los grandes acuerdos que concluyeron con la reforma constitucional de 2014, la que constituyó el Sistema Nacional de Elecciones, nuestro sistema electoral funciona y funciona bien. Es un sistema que goza de confianza y aprecio ciudadano que ha generado múltiples alternancias y que tienen amplio reconocimiento internacional. 

Con este sistema, no con otro, el INE, por cierto, organizó exitosamente la elección de 2021, la última elección federal que ha sido hasta ahora la más grande y más compleja de nuestra historia, pero también la mejor realizada desde un punto de vista técnico y organizativo. 

Nunca la, antes, los sistemas de información de la elección funcionaron de manera tan puntual, nunca se había alcanzado, visto el volumen, una integración ciudadana tal como lo manda la ley de las mesas directivas de casilla y, sirvió, en términos concretos, para la recreación más grande del poder político disputado en las urnas de nuestra historia; es decir, la elección de 2021, que por cierto, reproduce esta lógica que paulatinamente ha ido, nos ha llevado a decir que una elección siempre acaba siendo mejor de las anteriores, producto de ese gradual y paulatino perfeccionamiento en el sistema electoral, es, estuvo organizada bajo las reglas que hoy tenemos.

Es un sistema sin lugar a dudas perfectible que se puede mejorar de manera indiscutible, pero en todo caso, si no hubiera una reforma electoral, y me importa partir de esta premisa siguiendo  la lógica que han planteado Leonardo y Luis Carlos antes de mayo de 2023, cuando se cierra la ventana constitucional para hacer cualquier modificación de cara a la que, en su momento será la elección más grande de nuestra historia, la de 2024, con el sistema que hoy tenemos, podríamos perfectamente organizar dichos comicios sin ningún problema.

Es decir, con las reglas e instituciones vigentes se pueden garantizar la legalidad, la certeza, la transparencia, la equidad y la objetividad de las elecciones como ha venido ocurriendo desde 2014, al menos y hablo de 2014, no porque las anteriores no los garantizaran, sino porque son las elecciones organizadas con le sistema vigente y, alrededor de 300 procesos electorales en tres procesos electorales federales, bajo la tutela del modelo electoral hoy vigente.

Miente quien diga que es indispensable una reforma electoral para evitar fraudes en el futuro. Y lo digo sin medias tintas, hoy en México los fraudes electorales están erradicados gracias al sistema electoral que tenemos, no así, lamentablemente, las conductas fraudulentas.

Se dice que hay necesidad de una reforma electoral, lo oí el 5 de febrero pasado en Querétaro, para evitar que los muertos voten, en México los muertos no votan desde hace mucho tiempo. Lamentablemente esas conductas fraudulentas nos llevan todavía a que haya muertos que firman mecanismos de participación ciudadana, pero eso no es un problema del sistema electoral, es un problema del precario compromiso democrático de quienes fraudean las normas que hoy nos rigen.

El sistema electoral que hoy tenemos es un sistema que ha permitido, entre muchos otros aspectos que hablan de la calidad siempre perfectible, siempre mejorable, pero la calidad que hoy goza nuestro sistema electoral, que se haya concretado en el periodode 2015, que va de 2015 a 2021, el de mayor alternancias de nuestra historia, y si bien, la alternancia, como nos lo enseñan los autores clásicos, no es lo que define a una democracia, sino más bien, que existan reglas y condiciones que hagan posible la alternancia si así lo deciden las y los ciudadanos con su voto.

El periodo que hoy, al que me refiero, es un periodo que tiene un 68 por ciento de alternancias concretadas a través de las urnas; es decir, en los últimos siete años, la posibilidad de que el partido que gana una elección vuelva a ganar la siguiente, es apenas una de cada tres probabilidades, y la alternancia que hemos vivido es la mejor prueba que el sistema electoral funciona, y que funciona en clave democrática.

Vuelvo a insistir, no es la alternancia lo que define la calidad de una democracia, sino la posibilidad de que la misma ocurre, y el hecho que hayamos tenido un alto, un grado de alternancia como el que tenemos, habla de la calidad del sistema democrático que tenemos, las reglas funcionan democráticamente hablando.

En ese sentido y justo derivado de esta visión evolucionista y no creacionista de nuestra democracia, asumirla como el resultado, un largo proceso de cambio y de consensos pactados y cuajados en distintas reformas electorales, hay tres condiciones frente a la eventual discusión de una nueva reforma electoral, que desde mi punto de vista deberían cumplirse en caso de que las fuerzas políticas decidan modificar las reglas del juego en los próximos meses para que, la calidad de nuestra democracia no entre en una lógica de regresión y se mantenga.

Primer requisito, que, si hay una reforma, esta sea como las que le antecedieron, producto del consenso. La historia nos enseña lo que ocurre cuando las reglas electorales no son el resultado del más amplio consenso posible.

No es deseable una reforma que modifique las condiciones de la competencia a contentillo de un personaje o a modo de los intereses de una sola fuerza política, mucho menos tratándose de la fuerza política gobernante. Y hoy la discusión de la necesidad de una reforma electoral, de manera atípica con lo que ha venido ocurriendo a lo largo del todo el proceso de construcción de nuestra democracia, parece ser una pretensión, no de las oposiciones que buscan mejorar las condiciones de la competencia, sino de quien se ha beneficiado de las reglas del juego.

Es decir, una pretensión desde el gobierno y eso debería alertarnos, digámoslo así, respecto de lo que ha sido esta gradual y paulatina evolución.

Tengo claro, tenemos claros los requisitos numéricos para poder aprobar una reforma constitucional y una reforma legal, pero en esta materia, dado que se trata de la definición de las reglas de acceso al poder político, las reglas del juego democrático, el consenso más amplio es indispensable porque de lo que se está hablando es de la aceptación de las reglas del juego por parte de todas y todos los actores políticos que se van a someter a las mismas.

Dicho de otra manera, un mayoriteo en este delicado asunto siempre abrirá la puerta para que alguien en el futuro pueda desconocer esa reforma y decir que perdió por culpa de las reglas o, como suele ser, parte -digamos- de la normalidad lamentablemente en un contexto de poco apego a las reglas y prácticas de la democracia, en primer lugar, la aceptabilidad de la derrota, culpa del árbitro.

Esto, además en un contexto en el que la descalificación del árbitro se ha vuelto una desafortunada costumbre en circuitos oficialistas.

Segundo, que sea una reforma para mejorar el sistema electoral que hoy tenemos. No son tiempos de reformas fundacionales, pues sólo hay que refundar algo cuando eso no funciona y perdón la insistencia, pero nuestro sistema electoral funciona bien.

Una reforma electoral tiene que servir para avanzar en la en la consolidación y fortalecimiento de nuestro sistema democrático, para ampliar los derechos de la ciudadanía, para perfeccionar normas y procedimientos, no para mermarlos.

Tercero, en consecuencia, que no se trate de una reforma regresiva. Si una reforma electoral es planteada para mermar la calidad de la representación política, si es hecha para lastimar o disminuir las condiciones de equidad en la competencia, o para acotar los derechos políticos electorales, o bien para debilitar la autonomía y la independencia de los órganos electorales, no vale la pena, no debe ser aceptada, porque implicaría embocar ese camino de regreso, en términos de calidad de la democracia al que aquí hemos hablado.

Y si algo tiene nuestro sistema electoral, aún y cuando sea perfectible en todos estos planos, es que el resultado de nuestra evolución es un sistema electoral con condiciones de equidad en la competencia, con representatividad, aunque creo que falta mucho todavía para mejorar la calidad democrática de la representación, y, con autonomía e independencia de las autoridades electorales.

Insisto, no es urgente ni estrictamente necesaria una reforma político electoral de cara al 2024, y habría que reflexionar seriamente sobre la pertinencia y la oportunidad, por cierto, de modificar las reglas del juego en la segunda mitad del sexenio, cuando la sucesión presidencial ya es una prioridad, como vemos, con ejemplos abundantes, en la mente y en la estrategia de muchos actores políticos.

Terminó con dos datos. 

Si hubiera una reforma electoral antes de 2024, se trataría en los últimos 25 años, de una reforma que se pondría a prueba en una elección Presidencial. La reforma de 1996 se puso a prueba en las elecciones intermedias de 1997. La reforma 2007-2008 se puso a prueba en la elección intermedia de 2009. La reforma de 2014 se puso a prueba en la elección intermedia de 2015. 

No sé si en un país que adolece de tres tipos de presidencialismo: Un presidencialismo político; un presidencialismo constitucional; y, un presidencialismo mental, en donde al Presidente se le ve como el autor de prácticamente todos los bienes y todos los males en un país, valga la pena poner a prueba una reforma, más si es de un calado importante, en una elección Presidencial.

Terminó con lo último. Bienvenidas todos los cambios que fortalezcan nuestro sistema democrático sin mermar el compromiso político que subyace al arreglo institucional que nos hemos dado.

Y ojalá y eso esos cambios, si se dan, y se darán en algún momento. Los alemanes dicen que la reforma electoral es una reforma interminable. Ojalá y sirvan para mejorar aquello que hoy tenemos, y me parece que, si algo debemos eventualmente poner en el centro de las discusiones hacia el futuro, tiene que ver justamente con eso que ha sido un problema que se ha evidenciado, que se ha resuelto, pero sobre el que vale la pena seguir reflexionando y seguir bordando.

La nuestra es una sociedad plural y diversa. Lo mejor que le puede pasar a nuestra democracia en términos de su consolidación, es que ese pluralismo y esa diversidad estén efectivamente bien representados. Y eso eventualmente pasa por repensar las reglas de la representación que hoy nos rigen y que son el resultado de un arreglo político de hace 25 años. 

¿Necesitamos un ocho por ciento de sobrerrepresentación? Tal vez quitarlos signifique mejorar la calidad de nuestra representación y de nuestra democracia.

¿Necesitamos todavía, digámoslo así, avanzar en mecanismos que apuesten a una mejor proporcionalidad? No quiero ser yo quien detone una discusión sobre la reforma electoral, eventualmente esto será objeto de preguntas más adelante, cuáles deberían ser los ejes sobre los cuales transitar, pero más vale entre todo que no sea una sola vez, una sola voz la que nos diga hacia donde debemos movernos y, más bien, esto sea el resultado de una discusión amplia, incluyente y, en consecuencia, democrática.

Muchísimas gracias.

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