VERSIÓN ESTENOGRÁFICA DE LAS INTERVENCIONES DEL CONSEJERO PRESIDENTE DEL INSTITUTO NACIONAL ELECTORAL (INE), LORENZO CÓRDOVA VIANELLO, EN LA MESA: “LAS POSIBILIDADES DE LA SOCIALDEMOCRACIA” COMO PARTE DEL III ENCUENTRO INTERNACIONAL DE GOBIERNO Y SOCIEDAD CIVIL, EN EL MARCO DE LA 35 FERIA INTERNACIONAL DEL LIBRO DE GUADALAJARA
Bueno, lo primero que quiero hacer es agradecer de manera muy sentida a los organizadores de este evento. Por supuesto a nuestra entrañable y querida Feria Internacional del Libro de Guadalajara, a su presidente en particular, al licenciado Raúl Padilla; a la UDG; a Transversal, a ti David; gracias, a CUCEA de la Universidad, por la organización de este Encuentro Internacional de Gobierno y Sociedad Civil y, en particular, dedicado a este tema, no menor, un tema, quién lo diría, hace algunos años, fundamental de democracia igualitaria versus los autoritarismos.
El fin de la historia y, eso lo sabemos hoy, es algo absolutamente, fue algo absolutamente de pretensión equivocada y aquí estamos.
Gracias por el privilegio de poder participar en esta mesa de diálogo respetuoso y tolerante, como debe ocurrir en toda democracia, en el último año me tocó dar unos espacios que no necesariamente reproducen esta lógica, pero eso es también parte de la democracia, sobre todo con un protagonista de la historia política contemporánea, el Presidente José Luis Rodríguez Zapatero, un verdadero privilegio.
Yo quisiera comenzar haciendo una aproximación, bordando en lo que el Presidente Rodríguez Zapatero ha planteado a la idea de socialdemocracia desde una perspectiva conceptual.
Este, el de socialdemocracia es un concepto que, efectivamente, como nos recordaba el Presidente Rodríguez Zapatero no es nuevo y que permeó gran parte de las democracias de la segunda mitad del siglo XX a partir de esta gran apuesta de lo que algunos autores, Luigi Ferrajoli, entre otros, llamaron las constituciones largas; es decir, las constituciones que incorporaban derechos, que sucedieron a los totalitarismos vencidos en la Segunda Guerra Mundial.
Pero es un concepto que ha sido particularmente inflacionado en los tiempos recientes, así que, un concepto aspiracional en muchos sentidos, así que más vale la pena pues comenzar con un breve apunte conceptual.
Socialdemocracia implica la conjunción, ya lo decía el Presidente Rodríguez Zapatero, de dos ideas y compromisos políticos fundamentales. Por un lado, el de la actuación de la justicia social; es decir, se trata de una propuesta política fundada en el efectivo respeto de los derechos y libertades y en la satisfacción de las necesidades básicas: alimentación, vivienda, salud, educación, trabajo, cultura, etcétera, de manera plena y universal a partir del no asistencialismo clientelar, sino de la efectiva garantía y satisfacción de derechos sociales. No se trata palear desigualdades, se trata de resolverlas de fondo mediante el universal goce, respeto y disfrute de los derechos humanos y, en particular, los que conocemos como derechos sociales.
Y esto tiene una finalidad específica. Lo decía, de nuevo el Presidente, reducir las desigualdades de todo tipo existentes en una sociedad, se trata pues de resolver lo que algunos autores, Rolando Cordera, entre otros, han llamado la cuestión social.
Y, por otro lado, el otro gran, la otra gran idea es el compromiso político de apegarse a los valores, principios reglas y procedimientos de la democracia en la búsqueda de acceder al poder, pero parte sí, pero también y particularmente, en su ejercicio.
Así la socialdemocracia se convierte en una opción política que, aplicando prácticas y decisiones encaminadas a concretar la justicia social, no claudica de sus compromisos democráticos, si lo hace no es socialdemócrata, por un lado. Y, por otro lado, una opción que practica y actúa conforme a las reglas, procedimientos y principios democráticos, su gestión, la gestión pública, pero sino va a la satisfacción de las necesidades e intereses vitales tampoco es socialdemócrata.
La construcción de una opción socialdemócrata parte de un requisito sine qua non, pues, lo ha señalado el Presidente Rodríguez Zapatero: la existencia de un sistema democrático.
Sin un sistema democrático, entendido como una serie de mecanismos incluyentes que permiten a todas y todos tener una misma influencia, a pesar de nuestras diferencias, a pesar de nuestras de discrepancias, a pesar de ser hoy mayorías o minorías y mañana quién sabe, participar y ver de alguna manera reflejada, nuestra propia libertad, nuestra propia aspiración en las decisiones políticas.
Sin un sistema democrático así entendido, que establezca las bases de la competencia electoral en primera instancia, de nuevo vale la pena citar ahora desde América Latina un español que es de todos, un español universal, Don José Ortega y Gasset cuando decía que la democracia significa muchas cosas, pero se reduce a un mísero expediente técnico: elecciones libres; sin éstas todo lo demás no tiene sentido.
Dicho eso, sin un sistema democrático que establezca las bases de la competencia electoral, la división de poderes y el control del poder político, es imposible pensar en una opción política como la socialdemocracia, aunque se atienda la cuestión social.
Eso no basta. En ese sentido es indispensable visualizar los principales desafíos que enfrentan las democracias hoy en día, para delinear las posibilidades, fortalezas y debilidades, de una eventual solución socialdemócrata.
En tal sentido, permítame bosquejar algunos de los desafíos que están enfrentando prácticamente todas las democracias en el mundo social, democráticas o no, tanto en las llamadas democracias consolidadas como las de reciente creación.
La tercera ola de la democratización, la globalización y la masificación de la tecnología, han sido fenómenos que transformaron radicalmente al mundo en las últimas décadas.
Estos fenómenos, cambiaron la dinámica de los organismos internacionales, de las mismas relaciones internacionales, los términos de intercambio e incluso la recreación de la democracia que cada vez más se asemeja, con independencia de su tiempo, de su historia, al grado de que hoy los problemas que tenemos en las democracias Latinoamericanas, son muy similares en términos de preocupaciones y desafíos de los que enfrentan las democracias más añejas, más antiguas y los riesgos los padecemos todos.
En la segunda década del siglo XXI, la distinción pues entre democracias jóvenes y consolidadas se ha vuelto irrelevante, ante los desafíos comunes que han provocado nuevos fenómenos globales como la pandemia, la polarización política, la intolerancia y la desinformación propiciada, multiplicada en la era digital, como algunos, no todos, algunos de los elementos, tal vez los principales, que nutren este peligroso y dilagante fenómeno: el descontento con la democracia.
Los desafíos estructurales que se vienen arrastrando desde el siglo XX, los grandes problemas, las grandes promesas incumplidas de las democracias, como la desigualdad, la cada vez mayor debilidad del Estado de Derecho, la oceánica pobreza que corroe a nuestros países, se complejizaron con los desafíos del nuevo siglo y de la era digital.
La desafección con la democracia y el descontento con los resultados de los gobiernos democráticamente electos, se convierten, de esta forma, en el principal problema común que hoy tienen las democracias en todo el mundo y constituyen los principales desafíos que enfrentaría cualquier proyecto socialdemócrata en México o en la región latinoamericana. Pongo un par de datos para ilustrar el desafío.
De acuerdo con el informe más reciente de Latinobarómetro, esto fue levantado hace un año, así que hay un año todavía de descontento y situaciones que hay todavía que valorar hacia el futuro. La satisfacción con la democracia está en niveles inferiores a los que se tenían en 1995.
En efecto, en el informe 2021 la satisfacción promedio con la democracia en América Latina cayó al 25 por ciento en la medición más reciente. 20 puntos menos que en 2009, el año de mayor robustez. Más aún, la confianza en los partidos y parlamentos también está en uno de sus peores momentos y estamos hablando de las dos instituciones democráticas por excelencia y sin las cuales la democracia es absolutamente inconcebible.
La confianza promedio en los partidos políticos se mantiene en el 13 por ciento desde 2017 y los parlamentos experimentan una suerte similar, tienen una confianza promedio del 20 por ciento que significa, por cierto, 15 puntos menos que en el ya mencionado 2009.
He insistido mucho en los tiempos que corren en que el contexto, el ecosistema en el que deben recrearse las democracias es particularmente adverso y esto ha sido provocado, no por la democracia en sí, aunque la democracia es la que pague los platos rotos en términos de desconfianza y desafección, sino por políticas públicas inadecuadas.
La pobreza, como decía, sigue siendo uno de los fundamentales problemas ya no solamente en México, sino en el mundo, para el adecuado funcionamiento democrático.
Suenan, resuenan en mi cabeza, aquellas voces de un extraordinario estudioso de los temas electorales argentino que, responsable del primer informe latinoamericano sobre la democracia, sobre el estado de la democracia, que en 2004 advertía que las democracias en el continente jugábamos al peligroso y cuasisuicida juego de ver cuánta pobreza aguantan los sistemas democráticos.
La desigualdad oceánica. Nunca en la historia de la humanidad había habido tanta riqueza como la que está generando hoy y nunca había habido tanta desigualdad. La corrupción, la impunidad y, en muchos casos la violencia, constituyen hoy el caldo de cultivo de la desafección y del descontento con la democracia.
Sin querer ser pesimista, permítanme redondear este panorama con cuatro aspectos que están afectando desde mi punto de vista las bases mismas en las que se recrea la democracia y que son nuevos desafíos a los ya mencionados.
El primero es el de la desinformación. La mentira no es algo nuevo, ha acompañado la política desde sus orígenes. El mentiroso es muy similar al demagogo de Platón, pero la irrupción de las nuevas tecnologías y particularmente las redes sociales, le da un potencial disruptivo, un potencial erosionador de la propia democracia a la mentira, a la desinformación, a las fake news.
Segundo problema, la polarización. Tampoco éste es un fenómeno nuevo y es natural que una democracia de cara a una competencia electoral, a una elección, la polarización en las sociedades se incremente. De hecho, las campañas electorales son los espacios naturales, institucionales para que las posturas contrapuestas se confronten en pos del voto ciudadano.
El problema es que hoy la polarización está viéndose aderezada con el valor antidemocrático por excelencia, por la profusión de éste, la intolerancia y cuando polarización e intolerancia se conjugan estamos y nos lo enseña la historia de hace justo 100 años, en la antesala de potenciales expresiones autocráticas o totalitarias.
Cuando al de enfrente no se le ve como un contrincante legitimado para competir, aun cuando piense distinto a nosotros, sino como un enemigo al que se le combate y, eventualmente se le elimina, la democracia está en riesgo.
El tercer fenómeno que está empantanando la recreación de nuestras democracias en el mundo actual, hay que reconocerlo, es la pandemia, no tanto por el fenómeno sanitario en sí que es grave y que, hombre, afortunadamente, aunque esto no se ha acabado, parecería estar en una fase de contención o de solución.
Me refiero a lo que trajo la pandemia consigo, a las crisis económicas, al incremento, pues, de la pobreza y la desigualdad; a las expresiones autoritarias que, utilizando los mecanismos constitucionalmente válidos para enfrentar la emergencia, no están acompañados de la fortaleza y robustez de los debidos controles constitucionales que supone una emergencia y la polarización que, en muchos casos, se ha dado precisamente a partir de la pandemia.
Es decir, la confrontación entre los negacionistas y quienes atienden las medidas sanitarias es verdaderamente absurda y evoca algunas de las peores etapas en términos oscurantistas de la historia de la humanidad. No es casual, digo yo, que negacionismo, terraplanismo y resurgimiento de regímenes autoritarios vayan hoy de la mano.
Finalmente, el cuarto fenómeno que pone en riesgo la integridad de los sistemas electorales y, por ende, de las democracias es el acoso, la descalificación y los ataques que en muchos países están sufriendo las instituciones democráticas y, particularmente, las instituciones electorales, no sólo por parte de actores políticos que no han asumido aquello que Felipe González vino aquí, a finales de los años noventa, a recetarnos, a subrayar como una de las condiciones básicas de funcionamiento de toda democracia, la aceptabilidad de la derrota.
El problema hoy no son los malos perdedores que acusan fraudes para justificar las derrotas electorales, el problema hoy es que los acosos, las hostilidades contra las instituciones democráticas están viniendo precisamente desde gobiernos democráticamente electos y eso está pasando en Brasil, en Perú, en Ecuador, en Bolivia, en Estados Unidos y, déjenme aquí hacer un paréntesis, y no es una pausa dramática, para referirme a un recientísimo y, para mí, un inconcebible episodio que explica este fenómeno en un lugar que, para mí al menos era inimaginable.
Tal vez ustedes tengan conocimiento de un Jefe de Gobierno que está empujando una serie de reformas al sistema electoral de su país para eliminar, para incrementar los controles políticos sobre el órgano electoral y eliminar así su independencia, por supuesto igual que yo están pensando en Gran Bretaña en donde hoy Boris Johnson está empujando una serie de reformas para minar la independencia de la Comisión Electoral.
El fenómeno, pues, es un fenómeno global.
En ese sentido y termino, aunque la transición logró establecer las bases institucionales y constitucionales que podrían acreditar el surgimiento de propuestas socialdemócratas, vías democráticas de ejercicio, acceso y ejercicio del poder, frente a situaciones de desigualdad como la tenemos, pues es natural que una propuesta socialdemócrata pudiera prevalecer.
Lo cierto es que los resultados insuficientes de los gobiernos democráticamente elegidos, a través de políticas públicas erróneas, debilitan el concierto mismo de democracia de estas instituciones.
Estamos hablando, pues, y aquí cito al Presidente Rodríguez Zapatero, de un riesgo global que enfrenta esta forma de convivencia, en Europa y en el mundo. Los ejemplos pueden multiplicarse.
Que Hungría, Polonia, Turquía, hoy sean un espacio en donde están surgiendo, resurgiendo con énfasis, pulsiones autoritarias, la buena salud electoral –que en muchos casos afortunadamente no ha cuajado en gobiernos- de opciones de ultraderecha antimigrantes y antiderechos, deberían preocuparnos a todas y todos.
Y este es tal vez uno de los puntos más relevantes que tendría que dilucidar un eventual proyecto social demócrata. Impedir que las políticas clientelares y de desinstitucionalización den lugar a una contracción de la democracia representativa. Que se obstaculice el pluralismo político y que ello pro mayor debilitamiento de los partidos y un resurgimiento de intolerancias en términos políticos, y de ahí, en el ámbito social.
Importa recordar que una diferencia significativa en la forma en la que se han construido los proyectos socialdemócratas en el mundo es la siguiente: Estas han avanzado de un progresivo y robusto sistema de garantía de los derechos, de sistemas socialmente igualitarios; que resuelvan las condiciones básicas y las necesidades vitales de todas y todos.
Termino. La democracia y su expresión socialdemócrata constituyen una conquista civilizatoria. Pero lo peor que le puede pasar a nuestros países, es que esas políticas que se venden como políticas de justicia social, pero que son aspirinas para resolver los verdaderos problemas de desigualdad y pobreza, es decir, las políticas clientelares que van en muchos sentidos acompañadas del descrédito de las instituciones de la democracia abran el paso a regresiones autoritarias.
Recordemos que la evolución de las democracias avanza en una autopista de doble sentido; una que va hacia su consolidación y otra que implica desandar lo ganado, y supone regresiones autoritarias.
Claramente, el compromiso con la justicia social y con la maximización de derechos, es indispensable en una lógica de revitalizar la estatalidad, es decir, la función del Estado, como el único mecanismo igualador que se ha encontrado en la historia de la humanidad. Por supuesto, sin que el Estado, de manera totalitaria, avasalle la vida social; es decir, el Estado, con respeto a los principios, valores, e instituciones de la democracia.
No puede haber un proyecto de justicia social que no implique una fuerte presencia del Estado, que es la única garantía de una competencia justa y robusta, en el
ámbito de la economía, pero también de garantizar el goce y disfrute de los derechos sociales.
La defensa de la democracia frente a los autoritarismos que venden promesas de resolver la cuestión social es, me parece, el gran dilema de nuestros días.
La ruta civilizatoria y pacífica de convivencia, de sociedades plurales, diversas y atormentadas, insisto, por la pobreza y la desigualdad, en la que se funden los valores, principios y reglas democráticas, es, me parece, la única vía que debe reivindicarse.
La democracia, finalizo, es una construcción colectiva. Los derechos no cayeron de lo alto, se conquistaron, mediante luchas centenarias.
La democracia no fue una concesión graciosa desde el poder, se conquistó a partir de luchas y movimientos políticos. Igual que su construcción, hoy, la defensa también es responsabilidad de todas y todos.
De no hacerlo, de no asumir cada uno desde nuestras respectivas trincheras esa responsabilidad histórica con los derechos y con la democracia, esa promesa abierta de la que hablaba el presidente Rodríguez Zapatero puede acabar tornándose en una desilusión que implique regresiones que, al menos, confío, quienes estamos aquí, sin duda no deseamos.
Muchas gracias.
(Segunda Intervención)
Si se me permite, pero es más bien una glosa a lo que ha dicho el Presidente Rodríguez Zapatero y soy telegráfico, brevísima, cuatro puntos: Primero, no nos olvidemos la importancia de la carga fiscal, para que la justicia social pueda ocurrir se necesita una carga fiscal fuerte.
Claro, la responsabilidad del Estado es que eso se traduzca en efectivos beneficios sociales y servicios de calidad. Estar en contra de una reforma fiscal es estar en contra de la justicia social, y es inevitable.
Segundo, decía el Presidente Rodríguez Zapatero, la paz como condición de futuro; coincido, agregaría solamente Presidente no sólo la paz exterior a la que ha hecho usted referencia y de la que depende la estabilidad política de todas las sociedades en el globo, también la paz interior.
La violencia es la negación de la democracia y la negación de los derechos. Y hoy hacia dentro vemos amenazada esa paz por la violencia criminal y, por otro tipo de violencia, que comienza verbalmente con meras descalificaciones y termina con la supresión, incluso física en ocasiones, o con los exilios, como aquí el maestro Sergio Ramírez no lo ha señalado, que deriva de la polarización intolerante.
Tercero, presidencialismo -parlamentarismo. Yo me sumo, yo levanto la mano, yo he sido un defensor, creo en el parlamentarismo. Porque hace un énfasis en las instituciones, más en regímenes presidenciales como los nuestros en donde tenemos, me gusta decirlo, un presidencialismo de tres tipos.
Un presidencialismo constitucional, porque así está establecido en nuestras constituciones. Un presidencialismo político porque todo mundo actúa siguiendo a la persona, al líder, y no necesariamente a los programas políticos.
Y, tercero, que ojalá, pero eso se quita con cultura, un presidencialismo mental. Cuando nuestros niños en la primaria no piden ser astronautas, o bomberos, o policías, sino que dicen yo quiero ser presidente algo estamos haciendo mal.
Y, cuarto, derivado de esas garantías institucionales del parlamentarismo enfatizar la importancia del consenso. Decía el presidente Rodríguez Zapatero, el riesgo de la deslegitimación el día después por parte quien pierde dinamita la posibilidad de los consensos. Y, cuando esa deslegitimación ocurre de parte de quien gana, porque nos está pasando, por muy absurdo y paradójico que ocurra, quien gana es quien está deslegitimando.
Bolsonaro desde ahora está deslegitimando las elecciones del próximo año acusando de fraude; Trump lo hizo en Estados Unidos antes de las elecciones; hoy estamos viendo las acusaciones de fraude desde quien nos gobierna y eso dinamita los posibles consensos.
El consenso se centra pues en el centro democrático como punto de consenso. No es el centro político, no es el centro ideológico, es el punto de compromiso en el que se sustenta todo el arreglo democrático y ese es precisamente el que buscan dinamitar quienes no quieren las democracias, y ese es precisamente hacia donde debemos jalar quienes queremos defender nuestras, en muchos sentidos, precarias e insuficientes, sin duda, pero en todo caso defendibles, digo yo, instituciones democráticas.
Gracias.
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