VERSIÓN ESTENOGRÁFICA DE LA INTERVENCIÓN DEL CONSEJERO PRESIDENTE DEL INSTITUTO NACIONAL ELECTORAL (INE), LORENZO CÓRDOVA VIANELLO, EN LA INAUGURACIÓN DEL “FORO DE LA JUVENTUD. POR EL FUTURO DE LA CIUDADANÍA”, EN EL MARCO DE LA 35 FERIA INTERNACIONAL DEL LIBRO DE GUADALAJARA
Muchas gracias.
Muy buenos días, tardes, tengan todas y todos ustedes.
Es un verdadero privilegio compartir esta mesa con el señor Rector, Gustavo Padilla.
Con mi querido buen amigo y exagerado colega, Gabriel Torres.
Con Rosa Wolpert, gracias, Rosa.
Con Adelino Souza y con Germán Escorcia que, pues encarnan o personalizan una potente alianza estratégica entre distintas instituciones en favor del fortalecimiento de la ciudadanía que es condición básica para el funcionamiento de la democracia.
El Foro que hoy inauguramos se articula en torno a tres ejes que el INE, junto con nuestros aliados co-convocantes: Virtual Educa, la UNESCO, la OCDE y el Centro Universitario de Ciencias Económico-Administrativas de la Universidad de Guadalajara, hemos considerado esenciales para tratar de entender nuestro presente en este marco privilegiado de la Feria Internacional del Libro de Guadalajara.
Pero también y, sobre todo, para delinear en conjunto una visión compartida sobre el futuro que debemos construir a partir de estos tres pilares: juventudes, política y ciudadanía.
Para articular estos ejes que plantea el Foro, quiero compartir con ustedes algunas reflexiones sobre lo que considero exige la ciudadanía en la actualidad e ilustrar la forma en que ésta se presenta en México, con datos de la más reciente Encuesta Nacional de Cultura Cívica que el INE y el INEGI realizamos, levantamos a finales del año pasado y difundimos a lo largo de la primera mitad del presente.
Con este panorama que a continuación ofreceré espero contribuir a las que, sin duda, serán nutridas, intensas y apasionadas reflexiones y debates que ustedes habrán de dar en los próximos días.
Parto de la que me parece una de las definiciones más nítidas y completas sobre lo que significa la democracia moderna, la que nos planteó hace casi un siglo el profesor y jurista austriaco Hans Kelsen, no Popper, pero coterráneo de Popper, Hans Kelsen, uno de los grandes teóricos de la democracia del Siglo XX.
Decía Kelsen que la democracia es una forma de gobierno, un arreglo compartido, aterrizado en leyes, instituciones y prácticas en la cual, la voluntad popular se expresa en las mismas normas a las que la sociedad se somete como principio de ordenamiento colectivo.
Bajo esta lógica, la democracia supone una identidad entre dirigentes, gobernantes y dirigidos, gobernados a partir de la inclusión de estos últimos, de los gobernados, en el proceso de toma de las decisiones políticas que nos obligan a todas y a todos.
Por tanto, afirmaba Kelsen, una persona es políticamente libre cuando está sujeta a un ordenamiento jurídico en cuya creación ha participado y, en consecuencia, las normas no las ve como una imposición que cae desde lo alto, sino como una construcción colectiva de la que, cada uno de los gobernados ha formado parte en el proceso de construcción y, por lo tanto, se identifica.
Una persona, en este sentido, es libre si aquello que, de acuerdo con el orden social, debe hacerse, coincide con lo que dicha persona, en efecto, quiere hacer. Alguno de ustedes jóvenes estudiosos de Ciencia Política me dirán, oiga esto lo dijo Rousseau antes, sí y de acuerdo, Kelsen evoluciona y desarrolla, digámoslo así, los principios básicos del fundador del concepto de democracia moderna que es, efectivamente Rousseau.
La democracia significa que la voluntad representada en el orden legal del Estado es idéntica o muy cercana a las voluntades de quienes se someten a dicho orden. Por cierto, voluntades que nunca son homogéneas y que son producto y expresión de la pluralidad que caracteriza a todas las sociedades modernas.
Por eso, cuando alguien habla del pueblo hay que entenderlo, a este, al pueblo, como un todo plural y diverso en donde todas y cada uno de nosotros, aunque pensemos distinto, tenemos cabida y del cual formamos parte.
La idea de un pueblo homogéneo como una voz única y expresión específica unilateral, monolítica de una sociedad es un concepto que paradójicamente no sustenta visiones democráticas, sino ha sustentado históricamente a los peores experimentos autoritarios y totalitarios de la historia.
El pueblo al que Carl Schmitt antecediendo el ascenso del nazismo en Alemania hablaba, es un pueblo con una visión antidemocrática, es un pueblo monolítico, homogéneo, excluyente, igual que el pueblo Il Popolo del que Benito Mussolini hablaba y al que se dirigía.
La democracia, repito, significa que la voluntad representada en el orden legal del Estado es idéntica o muy cercana a las voluntades de quienes se someten a dicho orden en nuestra pluralidad. Por lo tanto, lo opuesto a la autocracia, decía Kelsen, es la, pero la democracia es la autocracia, y el orden de servidumbre que ésta supone.
Permítanme exponer, bajo estas reflexiones, cuatro rasgos que me parecen son esenciales para una ciudadanía democrática a partir de la propuesta que Kelsen nos hace sobre la democracia, y como lo advertí al inicio, ilustro cómo se materializan esos atributos en nuestro país a partir de los resultados de la última Encuesta Nacional de Cultura Cívica.
El primer atributo que supone el ejercicio de la ciudadanía democrática, a la Kelsen, es que las personas se interesen en los problemas públicos, se informen de ellos y los debatan y argumenten con otras personas, esto, por supuesto, en el foro público, en la opinión pública, y todo ello con el fin de identificar posibles soluciones, participar en su instrumentación, y exigir a sus representantes y autoridades la atención de estos problemas. Es, por cierto, la misma premisa que subyace a la idea de acción afirmativa de Jürgen Habermas, o bien, de la democracia deliberativa de Carlos Santiago Nino.
Como nota relativamente alentadora de ese rasgo de ciudadanía, de ese primer rasgo de ciudadanía, vale la pena decir que, de acuerdo con la ENCUCI, Encuesta Nacional de Cultura Cívica, el 56 por ciento de la población de 15 años y más en México dice estar muy interesada o preocupada por los asuntos públicos del país, lo que supone una atención mayoritaria a lo que ocurre precisamente en la arena pública.
Importa tanto el interés de los asuntos públicos del país, como la forma en que la nos informamos de ellos, como bien se mencionaba. Así, el 60.4 por ciento de la ciudadanía en México se entera de los asuntos o problemas de su colonia o localidad conversando con otras personas del entorno de su vivienda; una mucho menor proporción, de 37 por ciento, se informa a partir de su familia y el 29 por ciento por medio de las redes sociales, donde destacan, por mucho, las y los jóvenes como consumidores de estos mecanismos de comunicación.
Estas cifras sugieren que la forma en que una amplia mayoría de la población se informa sobre los problemas que le afectan tiende a ser autoreferencial, es decir, está circunscrita a su espacio de convivencia más inmediato, la familia y los vecinos, incluidas las redes sociales, con sus burbujas y cámaras de eco. –Uno, cuando manda un twitt, a veces piensa que le está hablando al mundo, no, está hablándole, autorreferencialmente a un mismo bolsón, y pocos son los que tienen la capacidad de transcender esos bolsones, llámense influencer o quienes disponen de ciertas tecnologías automatizadas para poder hablarle a un auditorio mucho mayor-
En este contexto, es útil recordar que las complejidades de la democracia actual demanda de la ciudadanía hacer un esfuerzo mayor por mirar otras perspectivas, conocer opiniones diversas sobre los problemas que nos afectan, lo que incluye aproximarse no solo a diferentes fuentes de información, sino a personas que piensan distinto. Justo lo que demanda la democracia, la convivencia de quienes piensan distinto, de manera tolerante e incluyente.
Esto nos lleva al segundo atributo de la ciudadanía en una democracia, el de la tolerancia frente a otras posiciones y sobre todo la inclusión, en las mismas, las decisiones de visiones minoritarias.
En México, el 80 por ciento de la población dice estar “algo o muy de acuerdo” en que alguien que piensa diferente aparezca en los medios de comunicación. ¡Cuidado!, esto quiere decir que hay un 20 por ciento que no tolera eso. Estos niveles de tolerancia son incluso mayores, afortunadamente, entre quienes tienen de 20 a 29 años de edad.
Pero en este contexto de aparentes amplios márgenes de tolerancia, llama la atención que solo una de cada tres personas, el 31 por ciento, dice haber visto o escuchado con “mucha frecuencia” que se ejerza la libertad de expresión, y una proporción casi idéntica, de otro tercio de la población, el 32.7 por ciento, afirma que, de hecho, que la libertad de expresión se ejerce de manera “poco frecuente” o “no se ejerce” en el país.
Ante este panorama, hay que reiterar que no seremos una sociedad plenamente democrática mientras no superemos la intolerancia, que hoy adereza la preocupante y creciente polarización en los tiempos que corren, y que imposibilita tolerancia más polarización, cualquier convivencia mínimamente democrática.
Y esto es por algo muy sencillo: La polarización puede explicarse, sobre todo en momentos particulares de la vida política, en una campaña electoral, que supone el espacio institucional por excelencia donde se confrontan posturas distintas, pero cuando la polarización, que nunca es deseable, pero ocurre, se mezcla, se adereza con intolerancia; entonces al de enfrente ya no se le ve como un actor que piensa distinto, pero que tiene la legitimidad de pensar distinto, y el respeto de ello, sino como un enemigo al que se le combate y eventualmente se le elimina.
De nuevo, polarización e intolerancia, en esta conjunción, no son nuevas, pero antecedieron en la historia alguno de los peores experimentos totalitarios del siglo pasado.
En el tipo de democracia que Kelsen plantea y al que hacía referencia al inicio, la ciudadanía debe desplegar, además. una importante capacidad de organización política, tercer atributo que me interesa enfatizar. Se trata de la capacidad de organizarse para identificar problemas, articular soluciones y exigir derechos.
Las capacidades de organización colectiva dependen en gran medida de que haya una base mínima de confianza entre las personas. Al respecto, 77 por ciento de la población mexicana afirma que se puede confiar en grado alto en las personas que “uno conoce personalmente”. Pero este grado alto de confianza contrasta con otro hecho, que para los propósitos de la construcción democrática es quizá más importante: solo 45 por ciento, menos de la mitad de la población, afirma que se puede confiar en gran medida en la mayoría de las personas y, lo más sobresaliente, 53.7 por ciento, es decir, más de la mitad de la población, afirma que solo se puede confiar “poco o nada” en quien uno no conoce.
En ese contexto, no es de extrañar que en tan solo una décima parte de la población de 15 años y más en el país, entre el 10 por ciento y 11por ciento, reporta haber participado en algún tipo de asociación cívica, principalmente por cierto las de tipo religioso, de padres de familia o deportivas.
Mucho debemos trabajar para mejorar e incluso reconstruir los lazos de confianza entre las personas y comunidades en nuestro país, sólo así será posible generar condiciones que posibiliten la organización ciudadana y mejoren las posibilidades de exigencia y defensa de nuestros derechos.
Dado que nos encontramos en un foro con una importante participación de militancias partidistas como ya se decía, especialmente de jóvenes, hay que mencionar a propósito de la capacidad de organización política, el papel fundamental que tienen los partidos en la concepción de ciudadanía y de la democracia.
Regreso a Kelsen otra vez, quien afirmaba que “sólo la ilusión o la hipocresía puede hacer creer que la democracia es posible sin partidos políticos”. El jurista austriaco tenía razón, por eso hay que subrayar que el 51 por ciento de la población en México afirme que los partidos políticos no sirven para nada debe preocuparnos, percepción que nos ayuda a entender por qué los partidos reciben los niveles de confianza más bajos entre la población, 76 por ciento dice confiar poco o nada en ellos.
Sin embargo, este dato no es menor. Un sector significativo de la población también sabe que los partidos son instituciones esenciales. En efecto, el 58 por ciento afirma que los partidos son necesarios para hacer que el gobierno funcione.
Ante este panorama me parece que corresponde a los partidos probarle a la ciudadanía que las razones de su desconfianza, en muchas ocasiones justificadas, son corregibles para evitar ser percibidos como un mal necesario en la vida democrática.
El cuarto atributo del ejercicio de ciudadanía sobre el que quiero llamar la atención hoy es el respeto a la Ley, uno de los ejes vertebradores de un orden democrático. Al respecto, es muy poco alentador que 61 por ciento de la población de 15 años o más en México, es decir, tres de cada cinco personas, reconozcan que en nuestro país las leyes son poco atendidas o francamente ignoradas.
Ninguna democracia es sostenible cuando las leyes pierden vigencia, eficacia, como instrumento de ordenamiento social, como mecanismo de convivencia, como recurso no violento de solución a los conflictos y a las controversias. Se puede argumentar que las leyes son imperfectas, incluso injustas, pero el tipo de ciudadanía que requiere nuestro país exige que incluso en estos casos se siga la ruta para la reforma a esas leyes antes de faltar a su cumplimiento.
Argumentar que más vale la pena seguir la justicia que la Ley es mermar el compromiso democrático en el que se sustenta la convivencia pacífica y tolerante de quienes legítimamente piensan distinto.
Concluyo con unas breves reflexiones finales positivas, sin embargo, respecto de los retos que enfrenta la ciudadanía del presente y del futuro.
El motivo de aliento es que 80 por ciento de las personas de 15 años y más esté algo o muy de acuerdo en que el voto sirve en México para que haya un mejor gobierno. Es decir, cuatro de cada cinco personas ven al sufragio como un instrumento de rendición de cuentas y de transformación política, asume que el voto no solamente sirve para elegir a nuestros representantes y gobernantes, sino también como un mecanismo para premiar y castigar buenas o malas gestiones públicas.
Esta percepción es generalizada en todos los grupos de edad, pero ligeramente mayor, dato afortunado, entre quienes tienen entre 15 y 19 años de edad.
En la clásica definición de ciudadanía como ejercicio de derechos y cumplimiento de responsabilidades, también es positivo encontrar que el 36.3 por ciento de la población afirma que tener responsabilidades describe mejor a un ciudadano, seguido de 29.4 por ciento que define el ser ciudadano como tener derechos.
Destaca que, para los jóvenes, de todos modos, son cifras bajas, eh, pero por lo menos tenemos esta base como punto de partida. Destaca que para los jóvenes de 15 a 29 años tener derechos más que responsabilidades es lo que describe a un ciudadano y eso no está mal, sobre todo porque los derechos se ejercen, se defienden, se exigen y no se espera que caigan de lo alto.
Termino compartiendo con todos ustedes el que me parece es un atributo muy alentador respecto de la ciudadanía mexicana. El 87.7 por ciento, nueve de cada 10 personas, dice sentirse muy orgullosa de ser mexicana. Y 73 por ciento afirma sentirse muy identificada con el lugar que vive.
Este es un sentimiento que recorre todas las edades, ambos sexos y todas las regiones del país. Aprovechemos, digo yo, ese consenso de profunda identidad nacional, de orgullo por México, para construir la ciudadanía que nos exige el tipo de democracia que queremos tener hoy y para el futuro de nuestro país. Una ciudadanía respetuosa de las diferencias, tolerante con quien piensa distinto.
Una ciudadanía que con esa premisa puede servir de caldo de cultivo para que la democracia, con todos los pendientes que hoy tiene pueda seguir avanzando en el país y no, ojalá, un caldo de cultivo que no sea refractario a las muchas pulsiones autoritarias que aquejan a las democracias en nuestros días.
No nos olvidemos que, así como la democracia es una construcción colectiva que ha involucrado a muchos millones de personas a lo largo de décadas en nuestro país, que pensaban probablemente políticamente muy distinto, pero que coincidieron en la necesidad de que fuera el voto libremente ejercido en condiciones de equidad a través de elecciones libres y justas el que defina y dirima nuestras controversias respecto de acceso al poder, es la única ruta civilizatoria que se ha encontrado para que la lucha por el poder no acabe en derramamientos de sangre, y citando a Popper.
Y así como la democracia es una construcción colectica que no se debe a un solo hombre, que no se debe a un solo partido, que no se debe a una sola ideología o postura política, sino que es el resultado de una apuesta conjunta, su defensa también nos requiere a todas y todos.
Y desde este punto de vista no hay trinchera pequeña de todas y todos ustedes, de todas y todos nosotros, depende que así suceda.
Muchas gracias y mucho éxito en los trabajos de este Foro de la Juventud, por el futuro de la ciudadanía.
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