Muchas gracias, muy buenos días.
Me complace muchísimo estar esta mañana en la inauguración de este importante foro y, sobre todo, compartir este espacio con amigas, amigos funcionarios, colegas académicos a quienes admiro, a todas y todos.
Antes que nada, saludos con mucho afecto y felicito por su tercer proceso electoral local al Presidente del Instituto Electoral de la Ciudad de México, Mario, tarea cumplida, se acerca el término de tu mandato y creo que, aunque no se ha acabado, creo que puedes decir que tienes hoy y estoy seguro también en las semanas por venir, la satisfacción del buen sabor de boca del deber cumplido.
Muchas felicidades a ti Mario y a todas las compañeras y compañeros del Consejo Local por el -perdón- del Instituto Electoral de la Ciudad de México y también del Consejo Local, porque están presentes, por el trabajo realizado en la que efectivamente ha sido una de las elecciones más complejas por distintas razones, muchas de ellas inéditas de la historia.
Felicidades, Mario, a las consejeras y consejeros del IECM un abrazo afectuoso.
Saludo también con mucho afecto a nuestro, hasta ayer, Consejero Presidente del Consejo Local de la Ciudad de México, Donaciano, ayer hicimos la asignación de los plurinominales y, si no hay impugnaciones, hasta la próxima, termina el Proceso Electoral Federal y, consecuentemente, tu mandato como Consejero Presidente de dicho Consejo, así que también a ti a las y los integrantes del Consejo, veo a Luz María, a Horacio, un abrazo, a Arturo, por ahí anda también, en fin a todas y todos los que están aquí un abrazo muy afectuoso.
Indudablemente el mayor desafío organizativo que ha enfrentado la democracia mexicana en sus 30 años de historia ha sido el proceso electoral 2020-2021.
En septiembre de 2020, hace casi un año cuando iniciamos formalmente el proceso electoral sabíamos que estábamos frente a un desafío técnico y logístico sin precedentes. Pero también, sabíamos que no era le modelo electoral lo que estaba a prueba, era compatible, era comprobable, perdón, que en siete años el sistema nacional de elecciones había ya logrado contribuir a la estandarización de los comicios, que el voto sea respetado, que las contiendas eran cada vez más equitativas y transparentes, que todas las fuerzas políticas habían ganado y perdido compitiendo con esas reglas y que la democracia mexicana en general era más paritaria e incluyente que antes de 2014.
No era el modelo electoral el que representaba los mayores desafíos en 2021, era más bien el contexto tan adverso lo que nos preocupaba. La elección más grande y compleja de la historia se veía desafiada por problemas estructurales que se veían arrastrando de muchos años, que se vienen lamentablemente porque los problemas, esos problemas siguen ahí y que estaban gravitando en un sentido negativo en el ánimo social, y que además, se agravó producto del peor, de la peor pandemia de los últimos 100 años.
Me refiero a los grandes problemas estructurales de pobreza, de desigualdad, de corrupción, de impunidad, de violencia y de inseguridad que siguen siendo problemas, promesas incumplidas de nuestro proceso a la y transición a la democracia.
En síntesis, la gran, el gran agravio de una justicia social prometida hace 100 años con la Revolución Mexicana y que todavía sigue siendo una promesa incumplida.
En efecto, la crisis económica, la incertidumbre social, que provocó el COVID-19, la polarización, y la intolerancia que caracterizan el debate público en México y en el mundo, fueron aspectos que potenciaron los problemas estructurales ya mencionados de pobreza, desigualdad, desempleo, violencia, inseguridad, fueron los aspectos que complejizaron de manera inédita pues el proceso electoral de 2021.
Pero, pese a dichos desafíos, una vez más, la ciudadanía se apropió de la elección y cada institución integrante del sistema nacional de elecciones cumplió, una a una, sus tareas y responsabilidades.
Se elaboraron los protocolos de salubridad para el ejercicio de los derechos políticos y que éstos no afectaran el derecho fundamental a la salud.
Se instalaron en todo el país más de 162 mil 500 casillas; 1.4 millones de mujeres y hombres recibieron y contaron los votos de sus vecinos, fungiendo como funcionarias y funcionarios de casilla; los sistemas de seguimiento de información de la elección y los de resultados preliminares funcionaron de manera impecable, tal vez con la excepción del PREP en Guerrero, pero que fue advertida oportunamente por el Instituto Nacional Electoral.
Y la misma noche de la votación, gracias a los 16 conteos rápidos, que se realizaron 15 para las elecciones de gobernador y el Conteo Rápido para la integración de la Cámara de Diputadas y Diputados que, por cierto, con la asignación que hicimos ayer de las 200 diputaciones de Representación Proporcional en el Consejo General del INE, se constató que en todos los casos los rangos máximos y mínimos de votación previstos por el Conteo Rápido para la elección de diputaciones federales fue absolutamente preciso.
Gracias a todo ello, a estos sistemas, la sociedad tuvo estimaciones científicas de cómo había votado los 49.1 millones de personas que acudimos a las urnas.
Los resultados son impresionantes en clave democrática y los mencionaré únicamente de manera telegráfica porque son muchos los aspectos que se pueden destacar de esta elección y en cada uno de ellos podríamos quedarnos a reflexionar por varias horas.
Primero, ya decía, 49.1 millones de votantes acudieron a las urnas, asumiendo un compromiso activo para vivir en democracia, para decidir en condiciones de igualdad sobre el futuro del país y votaron en favor de una nación plural, diversa, con división y equilibrio de poderes.
Segundo, el pluralismo se mostró una vez más dinámico y vigoroso, pero que ninguna fuerza política puede dar por asegurado, ni el triunfo propio, ni el rechazo de los contrarios en las urnas.
Tercero, ningún partido por sí mismo obtuvo la mayoría de la votación. El partido más votado obtuvo únicamente un tercio de la votación total y los otros dos tercios se dividieron entre las fuerzas políticas restantes.
Cuarto, la sexagésima quinta legislatura federal volverá a ser un ejemplo de paridad en la representación política y ya nos mencionaba Érika cómo esto se ha reproducido también en el plano local, ya que tendrá 248 legisladoras y 252 varones electos por ambos principios.
Quinto, la nueva Legislatura también reflejará de mejor manera el anhelo de inclusión, la diversidad social, cultural y étnica de nuestra nación.
Gracias a las diversas acciones afirmativas impulsadas por el INE, algunas de las cuales ya se han mencionado aquí en esta inauguración y que fueron validadas por el Tribunal Electoral, se lograron 65 diputaciones federales para que la diversidad y la inclusión se escuche en esta Cámara, por conducto de 37 personas indígenas, 10 migrantes, ocho personas con algún tipo de discapacidad, seis personas afromexicanas y cuatro pertenecientes a los diversos colectivos de la diversidad sexual.
Sexto, finalmente, con la asignación de las curules de Representación Proporcional y la aplicación del criterio de afiliación efectiva, la integración de las facciones parlamentarias de la Legislatura que entrará en funciones el próximo 1° de septiembre, será el mejor espejo posible de la pluralidad política del país y de la forma en que la ciudadanía votó en la Jornada Electoral y permitió cumplir con el mandato constitucional de que ninguna fuerza política tenga más de 300 curules por ambos principios y que ninguna exceda el límite constitucional de ocho por ciento a la sobrerrepresentación.
La Constitución, después de una discusión que nos llevó varios años, está siendo cumplida puntualmente en lo que hace a los límites a la sobrerrepresentación.
Para decirlo de una nuez, el pasado 6 de junio, nuestra nación vivió una Jornada Electoral histórica para la vida y el futuro de nuestra democracia, ese día, millones de mujeres y hombres impidieron con su participación que la democracia mexicana fuera una víctima más de la pandemia y contribuyeron con su voto, tanto a (inaudible) públicos, como a la redefinición de la correlación de fuerzas en los poderes Legislativo federal y locales.
El proceso electoral más grande y complejo de nuestra historia, se organizó con legalidad e imparcialidad, con responsabilidad sanitaria y, como ha ocurrido desde 1991, las elecciones cumplieron su rol civilizatorio en nuestra convivencia democrática.
Las diferencias políticas se resolvieron en las urnas y contribuyeron a la gobernabilidad y a la paz pública de nuestro país. En suma, se constituyeron como anclas de estabilidad democrática.
La cantidad de reconocimientos internacionales y expresiones de apoyo que hemos recibido las autoridades electorales de México, en su conjunto, por parte de los principales organismos de observación electoral y de las organizaciones especializadas y comprometidas con impulsar el desarrollo de la democracia en el mundo nos llena de orgullo y creo que, en este sentido, el Instituto Electoral de la Ciudad de México, como parte integrante del modelo electoral debe ser incorporada en este, sin lugar a dudas, en primer lugar, en este reconocimiento internacional.
El mismo, dicho reconocimiento internacional, coincide con el histórico incremento de los niveles de confianza de la sociedad en el INE, como ente rector del Sistema Nacional de Elecciones y de dicho sistema, en consecuencia, el cual ha permitido que se convierta, el INE, en la institución civil con más confianza del Estado mexicano, esto a pesar de los ataques incesantes, inéditos que, desde distintos ámbitos del poder se ciñeron en contra de la autoridad electoral.
Sin embargo, cuando todas y todos los mexicanos debemos sentirnos orgullosos del funcionamiento del andamiaje electoral que se ha configurado por más de 30 años para que el voto y las urnas sean los únicos mecanismos válidos de acceso a los poderes públicos, el modelo electoral vigente enfrenta, paradójicamente, una, no sabría decir si inédita, pero sí una gran cantidad de ataques y descalificaciones de la que tengamos memoria en el pasado reciente.
Desde que concluyó la Jornada Electoral se ha desatado un intenso debate mediático sobre una eventual reforma electoral, lamentablemente no se han planteado seminarios, foros ni encuentros públicos para discutir el modelo actual con las nuevas ideas de institucionalidad electoral y este espacio de reflexión sobre la Jornada Electoral, contribuye de manera, creo, muy positiva para que en el debate sobre una eventual reforma, el mismo se sienta y se nutra, se siente y se nutra en datos objetivos, en elementos ciertos y no en especulaciones.
Por el contrario, ante la falta de estos espacios de discusión abundan declaraciones, ataques y muchas falsedades.
Hasta el momento sólo se conocen borradores y las intenciones declaradas de legisladores y actores políticos para una reforma electoral que plantean desde la desaparición de los OPLES y los Tribunales Electorales locales, pasando por una renovación total de las y los consejeros del INE y de las y los magistrados del Tribunal Electoral, entre otros planteamientos que, lejos de un diagnóstico serio, objetivo, discutido amplia y públicamente, parecen más bien partir de rencores o de fobias personales.
En tal sentido, aprovecho este foro para insistir en la importancia de que cualquier reforma electoral parta de un diagnóstico claro y de un proceso de deliberación incluyente, con visión de Estado que, sin revanchas, filias o fobias pueda enriquecer el modelo electoral que hoy tenemos, que es exitoso, sin duda, pero que también, por supuesto, es perfectible. Y que, hay que recordarlo, ha sido reconocido una y otra vez a nivel internacional a pesar de sus ámbitos de mejora.
Así, es una paradoja que cuando las autoridades electorales gozan de mayor prestigio entre la ciudadanía, a lo largo de los últimos 30 años de transición a la democracia, incluso en el ámbito internacional, las iniciativas para una reforma electoral reflejan una intención de desmantelar el arreglo democrático que le ha dado gobernabilidad y paz pública a nuestra nación por tres décadas.
Por ello, creo que una reforma electoral que pretenda refundar un sistema que funciona, y funciona bien, resulta a todas luces innecesaria, y más si se considera que sería la primera reforma de gran calado o refundacional en más de tres décadas que se pretende impulsar previo a una elección presidencial.
Todas las grandes reformas electorales en los últimos 25 años, la de 1996, la de 2007-2008, y la de 2014, fueron realizadas y probadas en elecciones intermedias, no en elecciones generales en las que se renueva la Presidencia de la República.
Así, lo que tendríamos, además de ser una reforma innecesaria en una lógica refundacional, también podríamos decir es una reforma inoportuna.
Recordemos que una democracia tarda mucho en construirse, pero es mucho más fácil destruirla o desmontarla. Especialmente cuando la modificación del andamiaje electoral se da en un contexto dominado por la polarización, la intolerancia y, además, ahora, la post verdad, la falsedad para decirlo en términos llanos en el debate público.
Estoy convencido que el sistema nacional de elecciones funciona y funciona bien, que es un modelo en el que cada una de las autoridades electorales juega un rol específico y necesario, y comparte responsabilidades en el éxito del sistema.
Es un sistema sin duda mejorable y más vale la pena apuntar en esos ámbitos de mejora para desmontar la idea de refundar algo que al final del día funciona, y que como dicen los anglosajones, cuando algo funciona no lo arregles porque puedes descomponer.
En este sistema la suma de los esfuerzos institucionales de los OPLES y del INE es la mejor forma de elevar la calidad de las elecciones en México, así como para homologar las condiciones de los procesos electorales locales y federales.
Y desde ese punto de vista un balance como el que se planteará en este foro respecto de las elecciones en el ámbito de la Ciudad de México, sin lugar a dudas, nutre ese debate informado en el que podemos hacia el futuro mejorar el sistema y continuar en una lógica de fortalecimiento y de consolidación de nuestro régimen democrático.
Y no emprender, como podría ocurrir, de no hacerlo, un camino inverso, un camino de desmontaje institucional y democrático.
Muchísimas gracias.
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