VERSIÓN ESTENOGRÁFICA DE LA VIDEOCONFERENCIA QUE OFRECIÓ EL CONSEJERO PRESIDENTE DEL INSTITUTO NACIONAL ELECTORAL (INE), LORENZO CÓRDOVA VIANELLO, EN EL MARCO DEL SEMINARIO SOBRE POLÍTICA EDUCATIVA EN MÉXICO, ORGANIZADO POR ITAM-PIPE
Al contrario, querida Blanca. Muchas gracias por esta gentil presentación y a ti Alberto Simpser, a Sebastián Guevara y, por supuesto, a Martha Cebollada, muchísimas gracias por invitarme a este Seminario que, pues, aunque como decía Sebastián, se da en el contexto de un proceso electoral, pues en realidad transciende, digámoslo así, estas temporadas y apuesta por una lógica de mucho mayor aliento que es justamente la construcción de ciudadanía en clave democrática.
Yo quisiera compartir con ustedes una presentación, les pido que me digan si se está viendo. Perfecto, muy bien.
Bueno, primero, ¿por qué el INE está infestado en estos temas? Bueno, porque es un mandato constitucional.
El INE no solamente es un órgano que organiza las elecciones federales, que tiene el mandato de garantizar los derechos político-electorales de las y los ciudadanos, sino además tiene la misión constitucional de promover la cultura democrática, promover lo que antes llamábamos educación cívica y ahora apostamos por llamar mejor cultura cívica, bajo la premisa que eso es algo que se construye desde abajo y no necesariamente desde arriba.
La educación, la escuela y aquí me gustaría retomar, digámoslo así, expresiones de muchos, pero hay una de Rafael Segovia que me parece particularmente pertinentes, la escuela es un espacio no solamente de educación en el sentido tradicional del término, sino también de socialización y de politización.
Es decir, de construcción de una serie de habilidades, de herramientas, de valores, la asunción de una serie de principios que nos permiten vivir en sociedad, que nos permiten, digámoslo así, romper las desigualdades discriminatorias de la propia sociedad, pero también nos permiten hacer política en el mejor de los sentidos.
Entendida ésta como la capacidad dentro de una sociedad de, que tienen las y los ciudadanos, las habilidades que tienen las y los ciudadanos a partir de una serie de valores y principios compartidos, de poder resolver nuestras diferencias de una manera pacífica a partir de la interlocución con otros, que eventualmente piensan distinto pero que forman parte del mismo ámbito social.
En este sentido, hablar de educación también me parece que es hablar de ciudadanía. Y uno de los propósitos de la educación, con independencia de materias específicas, es crear esos espacios de socialización y de politización en el mejor sentido.
Y esto es fundamental en general, pero en particular en los contextos democráticos. Una democracia es un régimen político que al involucrar a un número, el más amplio número posible de personas en el proceso de toma de decisiones es también un régimen, el régimen político más exigente con la ciudadanía, el que exige más de las y los ciudadanos precisamente porque los hace parte del proceso de discusión y de toma de las decisiones colectivas.
Un ciudadano en democracia tiene, por supuesto, que votar, pero no solamente, no se limita a eso el rol de un ciudadano.
Para poder votar libremente tiene que informarse, tiene que dar seguimiento a los problemas públicos, a las discusiones sobre estos problemas, tiene que organizarse con otras personas para poder encontrar soluciones, incluso crear contextos de exigencia a los gobiernos, a los distintos responsables de la generación de políticas públicas, y además tiene que exigir en términos muy amplios, si se quiere, para concretar el principio de rendición de cuentas del que depende una sociedad democrática.
Al menos estos son los roles que tiene un ciudadano en democracia. Por supuesto que ser ciudadano o hablar de ciudadanía implica, y que es lo que sustenta, digámoslo así, esos roles del ciudadano en democracia, implica de una serie, digamos, de elementos que se construyen en el ámbito de la escuela, que se construyen como el resultado de políticas educativas.
Hay una historia colectiva inevitable sobre la que puede, por supuesto, haber múltiples interpretaciones, pero hay una historia, para decirlo de alguna manera, un pasado común del que depende un sentido de pertenencia a una cierta comunidad.
Ya Maquiavelo, desde hace cinco siglos identificaba ese sentido de pertinencia como uno de los elementos indispensables de la existencia de un estado nacional, y por ende, de una sociedad que acompaña el funcionamiento de ese estado.
La ciudadanía también implica el compartir experiencias personales, el interactuar, el aquilatarlas, el respetarlas, implica también el compartir una, digámoslo así, por lo menos una coincidencia básica respecto de cuáles son los problemas que enfrenta una sociedad y, en consecuencia, una visión de futuro para resolver esos problemas e implica, sobre todo, el coincidir en que la convivencia depende de un conjunto de reglas básicas, de reglas comunes.
Esto que a mí me gusta llamar el centro y aquí sí invitaría, es complicado en pleno proceso electoral, pero invitar a no entender el centro o esta idea de centro como un centro político, ideológico, que se distingue de la izquierda o de la derecha, o de las posturas de izquierda y de derecha, sino más bien como ese punto de confluencia en el que todos estamos de acuerdo.
A partir de ahí podemos tener miles de diferencias, y se vale en una sociedad democrática, que por definición debe ser tolerante.
Pero hay un punto de coincidencia común, es decir, en que la convivencia en sociedad requiere que todas y todos respetemos ciertas reglas esenciales, y que si no aquilatamos cada uno de nosotros como ciudadanos, como integrantes de esa sociedad, la convivencia social no puede llevarse a cabo.
Bueno, la ciudadanía implica además una serie de valores, de aptitudes y de comportamientos compartidos, que al final del día ejemplifican y se concentran en ese centro, en ese punto de coincidencia esencial al que hacía referencia.
Y todos estos valores, aptitudes y comportamientos no surgen por generación espontánea, inevitablemente se construyen, son construcciones sociales, construcciones en las que todos y cada uno tenemos que convencernos, que valorar y que practicar, por eso la educación, por eso la escuela como ese espacio de socialización y de construcción de estos valores compartidos es indispensable.
Estos valores se traducen en esos principios, déjenme decirlo así, de funcionamiento a la democracia como la tolerancia, la empatía, la autonomía individual, ¿me explico?, el sentido de exigencia y la corresponsabilidad respecto del futuro común, esto supone pues, en pocas palabras el ejercicio de derechos, pero también de responsabilidades.
Significa saber y los derechos no caen de lo alto, se lucha por ellos, se ejercen, se defiende, pero también implica entender que todos los derechos que como ciudadano tenemos y debemos ejercer implican también el cumplimiento a ciertas responsabilidades, en primera instancia, la asunción práctica y respeto de esos valores que componen ese centro al que hacía referencia.
La ciudadanía también implica una serie de habilidades y de capacidades, y éstas de nueva cuenta se construyen, se construyen y se practican, se construyen y se ensayan, se construyen y se mejoran.
Estas habilidades y capacidades, tanto individuales como colectivas son indispensables para construir eso que es fundamental para la subsistencia a un sistema democrático, que es la sociedad, que es la comunidad que depende de esos sentidos de pertenencia, depende de ese compartir ciertos valores y principios.
Y hay que decirlo también, no es casual y aquí lo voy a pretender hacer una síntesis telegráfica de lo que ha sido la teoría democrática en los últimos 300 años, pero la democracia depende de eso y potencializa esas habilidades y capacidades.
Cito solamente a Tocqueville, la mejor escuela de democracia es la práctica cotidiana de la democracia, porque ésa es la que nos permite que esas habilidades no sean una cuestión conceptual, sino algo que todos los días ejercemos y defendemos.
Ejercer y defender para poder exigir a, en primer instancia a los gobernantes, pero me atrevería a decir, a todos los poderes en una sociedad públicos y privados, el respeto de los derechos de los que a la vez, en una especie de lógica circular depende también la recreación de la democracia.
En ese sentido, hay una serie de condiciones que son indispensables, condiciones de contexto que son indispensables para que esas habilidades, para que esos comportamientos efectivamente puedan desplegarse, puedan asimilarse y desplegarse, ejercerse.
En primer lugar, el tema de la educación cívica o si se quiere, insisto, como la cultura cívica, es decir, que existan espacios en donde todos esos valores, se entiendan, se conozcan, se asimilen y al final se practiquen.
Esto supone también espacios de interacción, por eso los espacios de socialización y vuelvo a Segovia, en primer lugar, la escuela, son indispensables.
Una sociedad y eso es peligroso en tiempos de pandemia, sé que tenemos estos mecanismos virtuales, pero estos mecanismos virtuales, digámoslo así, son muy nuevos, están apenas ensayándose, ¿no?, están apenas asimilándose y tienen que, en estos contextos sustituir el espacio, la plaza pública de los antiguos, o si se quiere la escuela, que es ese el elemento de socialización, de politización y, consecuentemente, el espacio donde en primera instancia se construyen y se ensayan estos mecanismos de diálogo.
Se requiere información veraz y por eso una ciudadanía sólida, fuerte, una democracia que lo sea requiere inevitablemente que el combate a la desinformación se convierta en una política de Estado, en una auténtica política pública.
Mentira y política han estado presentes desde sus orígenes. El problema es que hoy tenemos un contexto tecnológico que permite que la mentira adquiera un potencial nocivo que antes no tenía, que siempre ha tenido, pero que hoy es mucho mayor.
Por eso, el contexto de información que nutra, digámoslo así, a los ciudadanos en el ejercicio de sus derechos, en la parte de los derechos es fundamental.
Y finalmente también que existan herramientas que permitan que esa exigencia pública hacia los gobernantes, pueda efectivamente practicarse.
En primer lugar, el ejercicio del derecho a la protesta, que es un derecho democrático por excelencia y que al ser un derecho también implica, por cierto, un conjunto de responsabilidades en su ejercicio.
Bueno, todo esto, de todo esto depende justamente que esos derechos, esas habilidades y esos valores puedan justamente ser la base de construcción y fortalecimiento de una cultura democrática.
Dicho lo anterior, no son buenos tiempos para la democracia. Y nos toca a todos que esta primera parte del apotegma de Cicerón, mala tempora currunt, no se concrete con lo que sigue. “Sine teller paranturt”, es decir, que los malos tiempos que hoy corren para la democracia, no se conviertan en tiempos todavía peores.
Creo que por eso mismos hacer este ejercicio de reflexión es fundamental. Hoy la democracia no goza de un buen contexto. Y no es un asunto de hoy, de la pandemia, de un proceso electoral.
Desde hace tiempo venimos arrastrando una serie de promesas incumplidas. De los procesos de democratización para decirlo con Bobbio.
Hay una desafección social muy importante. Hay un descontento con la falta de resultados de los gobiernos democráticamente electos. La pobreza y la desigualdad oceánica, no ayudan a mejorar este contexto de desconfianza, de descontento.
Hay un proceso que está alimentado en buena medida por ese descontento de desinstitucionalización, de crisis de instituciones que son fundamentales para la democracia, como los partidos y los parlamentos.
Está el fenómeno de la desinformación como un nuevo desafío para la democracia.
Y, además, está la creciente polarización, por cierto, hoy aderezada con altas dosis de intolerancia que es un valor, o más bien, un antivalor democrático o un valor de la antidemocracia que hace que al distinto se le vea no como alguien legítimamente, digámoslo así, dotado de dignidad y de posibilidades de convivir, sino como un enemigo al que vale la pena extirpar o incluso, bueno, piensen ustedes en frases de estos días, referidas a instituciones, pero que forman parte ya de una especie de normalidad discursiva que es bien peligrosa.
Cuando se dice que determinada Institución debe morir, cuando se dice que a una cierta institución debe exterminársele o extinguírsele, ¡cuidado! Porque esos son los síntomas de la intolerancia que en un contexto de polarización son sumamente peligrosas para la regresión democrática.
Y encima de todo, se nos vino la pandemia. En un contexto que ha generado crisis económicas, pero que también pone en tensión a las democracias, a los derechos porque requiere medidas que en ocasiones son extraordinarias, por parte de los gobiernos, pero que tienen que estar acompañadas de controles y de supervisión para que los derechos no se vean lesionados.
Frente a esto, el INE ha planteado, no me voy a detener mucho, es parte de las discusiones, una estrategia de cultura cívica que tiene el propósito, no de conducir los trabajos del INE, sino construir justamente, uno de los objetivos de este Seminario, que es una política pública en materia de cultura cívica, de valores democráticos.
Esta estrategia, no abundo mucho, está centrada en tres grandes ejes, el eje de la verdad bajo la lógica de que esa discusión entre ciudadanas y ciudadanos tiene que partir de un conocimiento, de un conjunto de conocimientos de información cierta, común, compartida, objetiva, sobre la que se pueden tener distintos puntos de vista, pero que es esa base sobre la cual se puede establecer una interlocución, una interacción, un diálogo.
El segundo eje es justamente el diálogo, que implica una discusión intensa con otros, con los demás, con quienes piensan distinto, pero siempre respetuosa.
Es decir, a partir de los valores y de la práctica de los principios democráticos en los que se sustentan los contextos de exigencia.
Una sociedad que ejerce los derechos es una sociedad que exige a distintos actores públicos y privados determinados comportamientos, que son los que implican finalmente que las democracias sean los mejores lugares para proteger, satisfacer derechos y necesidades.
Sobre esta base me parece que hay muchos ejemplos, no me detengo aquí por una cuestión de tiempo, el cronómetro corre y lo estoy viendo, Blanca, no te preocupes, que se han traducido, por ejemplo, en acciones concretas.
Por ejemplo, a través de una alianza con Facebook, la construcción de una ciudadanía digital bajo la premisa de que el ciudadano, el mejor ciudadano para enfrentar la desinformación es aquel que cuando recibe una noticia falsa averigua su proveniencia, su validez antes de retuitiarla o de continuar su difusión.
La escuela de buena política pensada como un espacio de discusión de los actores políticos que estamos llevando junto con Virtual Educa a nivel continental.
El faro democrático como un espacio de herramientas muy elementales para que jóvenes, para que adolescentes y docentes puedan hacerse de manera muy sencilla de estos valores, principios y herramientas democráticas y que estamos desplegando junto con el Instituto de Investigaciones Jurídicas.
Y una vieja, pero sanísima práctica, que es la Consulta Infantil y Juvenil, que ya hicimos, que hacemos siempre que hay elecciones como una manera de ir construyendo ciudadanos del futuro e involucrar a nuestros niños, niñas, jóvenes y adolescentes en los procesos en estas prácticas de participación común.
Algunos detalles con los que me gustaría terminar, son el resultado, son novísimos, los acaba de presentar el INEGI, tienen que ver con la Encuesta de Cultura Cívica.
Blanca, tú condujiste muchas encuestas de cultura política, ésta digamos que sería la versión más nueva y, por cierto, más ambiciosa de estos ejercicios que se han realizado, algunos datos para poder entender el contexto en el que nos movemos a la luz de lo que hemos dicho.
¿Qué piensa la ciudadanía mexicana respecto de lo que significa ser un ciudadano? Fíjense nada más, deberían ser primero derechos, pero entre tener responsabilidades 36 por ciento, tener derechos casi 30 por ciento.
¿Cómo estamos satisfechos las y los mexicanos con la democracia? Un 52 por ciento, casi 53 por ciento está muy satisfecho o algo satisfecho con la democracia.
No está mal, pero tampoco hay que echar campanas al vuelo, esto es algo sobre lo que habría que trabajar me parece.
Bueno, la pregunta clásica de si prefieres a la democracia o no, sobre otra forma de gobierno, 65 por ciento considera que sí, pero, es decir, dos de cada tres personas, pero son 15 por ciento.
Es decir, uno de cada seis considera que le da lo mismo un régimen democrático que uno autocrático. Y una de cada seis personas más considera que en algunas circunstancias un gobierno democrático puede ser mejor para resolver sus necesidades. Cuidado con esto.
La frase de que el voto sirve para que haya un mejor gobierno es coincidente en mucho o en algo, por el 80 por ciento.
Éstas son, el índice de confianza de instituciones, estos datos se los dejo para no detenerme en el análisis de los mismos.
Esto es lo mismo, pero para instituciones públicas. Aquí hay un dato que vale la pena resaltar, el INE es la institución pública que con un casi 60 por ciento, es la institución pública civil que mayor confianza genera, sólo después del Ejército y la Marina en primer lugar, y de la Guardia Nacional en segundo lugar, no es un asunto menor, me parece.
Y esto ha traído como consecuencias, perdón, un dato de las elecciones, que hoy del millón 460 mil personas que necesitamos como funcionarias y funcionarios de casilla, hayan ya aceptado y cumplan los requisitos para hacerlo, casi 3 millones, 2 millones 933 mil.
Es decir, tenemos un ejército ciudadano de reserva que, por esa confianza en el INE y esa confianza en las elecciones, ha aceptado ser funcionario de casilla de dos por cada espacio que necesitamos.
Creo que se me ha acabado el tiempo, quería plantear algunos desafíos, así que solo los leo Blanca, tengo 20 segundos, solamente los voy a leer, habrá ocasión eventualmente, ahora en las preguntas y respuestas, de abundar en ellos.
Los desafíos son la pluralidad y la diversidad de nuestras sociedades, que en parte son riqueza de la democracia, pero también representan un desafío frente a quienes están pensando en sociedades homogéneas y monolíticas.
Dos, tenemos que construir un sentido de eficiencia y de eficacia de la ciudadanía, porque si no corremos el riesgo de que las y los ciudadanos se alejen de la práctica de sus responsabilidades democráticas.
Tres, frente a la desinformación tenemos que construir esa base mínima de información y de entendimiento.
Cuatro, tenemos que reconstruir ese centro político, vuelvo a insistir, no es un centro ideológico, como el centro, digámoslo así, el punto de coincidencia en el que todas y todos estamos dispuestos a confluir para que la democracia en nuestras diferencias y pluralidad pueda seguirse recreando, en fin.
Aquí lo dejo, Blanca, mil gracias, me pase por 40 segundos, ofrezco una disculpa por ello. Gracias.
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