Intervención del Consejero Presidente, durante la presentación del libro «Ciudadanía, intelectualidad y redes sociales», en la FIL

Escrito por: INE
Tema: Discursos

VERSIÓN ESTENOGRÁFICA DE LA INTERVENCIÓN DEL CONSEJERO PRESIDENTE DEL INSTITUTO NACIONAL ELECTORAL (INE), LORENZO CÓRDOVA VIANELLO, DURANTE LA PRESENTACIÓN DEL LIBRO “CIUDADANÍA, INTERCULTURALIDAD Y REDES SOCIALES”, REALIZADA EN EL MARCO DE LA FERIA INTERNACIONAL DEL LIBRO DE GUADALAJARA EN SU EDICIÓN VIRTUAL

Muchas gracias, María.

Muy buenas tardes a todas y a todos quienes nos acompañan en esta presentación.

Saludo en primer lugar con afecto, a quienes integran este panel.

A mi querida amiga, pero sobre todo admirada Ministra de la Corte, Norma Piña. Al Magistrado Presidente de la Sala Regional Guadalajara del Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación, mi colega y amigo, Jorge Sánchez Morales.

A Gabriel Torres Espinoza, Director del Sistema Universitario de Radio, Televisión y Cinematografía de Universidad de Guadalajara, a quien saludo con mucha estima. Así como a mis queridos amigos Alejandro Cubí Sánchez y a María Goerlich de la editorial Tirant Lo Blanch a quien, además -a María-, agradezco la moderación de la mesa.

Empiezo por agradecer justamente a Tirant Lo Blanch esta invitación, no sólo a participar con una contribución al conjunto de diversos y estimulantes textos, que conforman la obra que hoy presentamos y que sin duda alguna invito a leer como lo han hecho mis colegas en el panel, a todos los que nos siguen en esta transmisión, sino también, les agradezco por permitirme participar este día con la presentación de esta obra colectiva en el marco de la Feria Internacional del Libro de Guadalajara, la primera feria virtual que tiene lugar y que sin lugar a dudas será tan exitosa como las que año con año nos ha venido enriqueciendo a lo largo de décadas.

Esta es una ocasión afortunada, porque con este evento damos continuidad a la serie de deliberaciones que sostuvimos sobre ciudadanía, diversidad cultural y tecnología, hace poco más de un año, en agosto de 2019 y nos permite encontrarnos hoy de nuevo, pero en un mundo y en un tiempo muy diferentes al que vivíamos entonces.

En efecto, a 15 meses de aquel evento presencial en Guadalajara y a la vista de lo ocurrido en el mundo en los últimos meses, me parece que es pertinente reflexionar sobre las lecciones iniciales que podemos derivar de esta experiencia colectiva, humana, en materia de ciudadanía y en clave democrática.

Como lo comenté hace un año en el paraninfo de la Universidad de Guadalajara y, tal como se busca recoger en esta publicación, la ciudadanía no es sólo un asunto de pertenencia a una geografía, a un ámbito político o al cruce del umbral de una edad mínima.

En una visión maximalista, la ciudadanía se construye a partir de reconocimiento y ejercicio de derechos, de su exigencia, pero también, como lo decía la Ministra Piña, del cumplimiento de una serie de responsabilidades por parte de cada ciudadano y ciudadana con la comunidad política a la que pertenece.

La noción contemporánea de ciudadanía implica precisamente el derecho a tener derechos. Así al derecho político del ejercicio del voto, clave en la vida democrática, se suman otro conjunto de mecanismos de control ciudadano, no sólo electorales, que fortalecen la rendición de cuentas, la exigencia de derechos y la posibilidad de su ejercicio.

Así lo sugería, por cierto, el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo en su Informe Sobre la Democracia en América Latina, sin más de 15 años, cuando se hablaba de ciudadanía política, civil y social.

Ser ciudadano o ciudadana no es, en consecuencia, sólo ir a votar, aunque sin esta práctica es difícil hacerse llamar ciudadano de forma integral.

Ser ciudadano también implica exigir que los representantes populares cumplan con su mandato y función, denunciar actos de corrupción, organizarse con otros para exigir el acceso a servicios púbicos de calidad, tales como la educación o la salud, así como combatir las visiones excluyentes que, en cuan totales, son antidemocráticas y, en consecuencia, parten de una visión incluyente, respetuosa de las diversidades étnicas, culturales y lingüísticas que conforman y enriquecen a nuestra nación.

Esta concepción de ciudadanía adquiere una especial relevancia en los tiempos que corren. Hacer ciudadanía hoy cuando la salud y la vida de millones de personas están en riesgo, implica también hacerse responsable de la salud personal y de la colectiva.

Significa, perdón, la experiencia de horas recientes, colocarse el cubrebocas y el seguir los reglamentos y los protocolos sanitarios en donde se exige. El seguimiento y apego a las prácticas individuales de cuidado sanitario, y como decía, como el uso de cubrebocas o el distanciamiento social, son expresión de un compromiso ciudadano, de una responsabilidad ética colectiva, con quienes forman parte de nuestra comunidad.

Como en pocas ocasiones la pandemia del COVID-19 nos ha hecho evidente, por un lado, que los derechos, como el derecho a la salud, no son un asunto individual y sólo de libertades, sino un tema también colectivo.

Además, si la ciudadanía pasa por el ejercicio de los derechos los actos individuales de cada persona que se cuida y cuida a los otros en su salud e integridad ratifican el compromiso de cada uno con su derecho a la salud y la responsabilidad colectiva con la salud de una comunidad, de la comunidad toda.

Lo decía la Ministra Piña, ciudadanía significa ejercer y exigir los derechos, pero también, cumplir con las responsabilidades de las que depende la convivencia social entera.

Por otro lado, la pandemia también ha dejado constancia de que el pleno ejercicio de la ciudadanía sólo es posible cuando las personas pueden ejercer efectivamente sus derechos.

Nos ha demostrado y exigido como autoridades que el ejercicio de un derecho no puede ser prioritario al ejercicio de otro derecho. En una democracia constitucional todos los derechos deben atenderse, aunque su ejercicio y aplicación pueda ajustarse a las condiciones del momento, especialmente en circunstancias extraordinarias como las que estamos viviendo.

Lo que nos ha ocurrido en los meses recientes también arroja otras lecciones sobre la ciudadanía, en este caso en una nueva dimensión, materia central del libro cuya publicación hoy celebramos. Se trata, como ya se ha hablado aquí, de la dimensión digital de la ciudadanía.

La ciudadanía digital se ha incorporado en la vida democrática como una nueva forma de participar e involucrarse en asuntos públicos, en problemas compartidos y en soluciones comunes.

Una forma de participación estrechamente vinculada con el acceso y uso de instrumentos y mecanismos tecnológicos como internet, las plataformas digitales y las redes sociales.

En Guadalajara hace más de un año, pero también en otros foros, he reconocido los amplios beneficios que han traído el acceso casi ilimitado a las nuevas fuentes de información y la expansión de las posibilidades del ejercicio de la libertad de expresión a través de los medios digitales.

Pero también he advertido de los riesgos de ese entorno digital vinculados, sobre todo, con la dificultad de tener una base mínima común de información y de conocimiento compartido. Dificultad por cierto asociada con la desinformación, las llamadas fake news, la fragmentación de la comunicación, la competencia por la atención de las personas en la red y las llamadas cámaras de (inaudible).

A la carencia de un universo común de información y conocimiento hay que sumar también el ejercicio irresponsable del anonimato en las redes sociales, que desdibuja la necesaria interlocución entre ciudadanos que debe ser abierta, plural, de reconocimiento en otro, pero sobre todo responsable.

Con la pandemia, la desinformación de los años previos se transformó en lo que la Organización Mundial de la Salud ha denominado infodemia, nuevo por el contexto, pero similar por su dinámica y efectos, la infodemia ha supuesto un nuevo reto para las autoridades, pero sobre todo para la ciudadanía.

Las autoridades deben convertirse en auténticas agencias de información y de pedagogía pública y, en un contexto como el actual, mostrar abiertamente el sustento y evidencia científica de nuestras decisiones, así como las bases de nuestro actuar.

De los ciudadanos exige desarrollar nuevas capacidades y destrezas que van más allá de las habilidades en el uso de dispositivos tecnológicos.

Lo que se requiere es generar capacidades para un ejercicio, un desempeño óptimo en el entorno digital que favorezca la participación, el respeto, el intercambio y la deliberación informada, así como la colaboración y la convivencia en clave democrática, es decir, siguiendo los principios y valores de esta forma de gobierno.

En los tiempos que corren, pero también sobre todo en el futuro que viene, el pensamiento crítico será clave para el ejercicio de la ciudadanía; un pensamiento crítico que ayuda a sortear las trampas de la desinformación o la infodemia y, también, para exigir sus derechos a las autoridades y hacerse corresponsables de su vida con otros en comunidad.

En esta tesitura y, para terminar, permítanme concluir recordando una reflexión de Umberto Eco sobre el tema, señala Eco, cito: “el espíritu crítico realiza distinciones y distinguir es señal de modernidad. En la cultura moderna, la comunidad científica entiende el desacuerdo como instrumento del progreso de los conocimientos, para las posiciones antidemocráticas, en cambio, el desacuerdo es traición”, término la cita.

De cara a la elección más grande y compleja de nuestra historia democrática, la de 2021, y en un contexto inédito en términos de los desafíos que conlleva para la supervivencia democrática, entre otras razones, por la grave polarización política, como nunca antes aderezada con el virus antidemocrático de la intolerancia, más nos vale recordarlo y el libro que hoy presentamos: “Ciudadanía, interculturalidad y redes sociales”, es un magnífico recordatorio de que la defensa de la democracia es ineludiblemente una responsabilidad colectiva.

Muchísimas gracias.