VERSIÓN ESTENOGRÁFICA DE LA INTERVENCIÓN DEL CONSEJERO PRESIDENTE DEL INSTITUTO NACIONAL ELECTORAL (INE), LORENZO CÓRDOVA VIANELLO, EN LA CEREMONIA DE INAUGURACIÓN DEL XXXI CONGRESO INTERNACIONAL DE ESTUDIOS ELECTORALES: “LOS DILEMAS DE LA DEMOCRACIA EN AMÉRICA LATINA”
Muchísimas gracias, Trini.
Quiero saludar, antes que nada, con mucho reconocimiento y estima a la doctora, a mi querida presidenta de la Sociedad Mexicana de Estudios Electorales, la doctora Angélica Cazarín.
Por supuesto, a mi colega de faenas electorales en el estado de Jalisco, el maestro Guillermo Alcaraz, presidente del Instituto Electoral y Participación Ciudadana.
Y saludar también con mucho afecto a mis colegas académicos, qué envidia, pero ya nos veremos de nuevo en las trincheras académicas, ésta es una fundamental, por cierto.
Al doctor Gustavo Padilla, señor rector y, por supuesto, al presidente del Colegio de Jalisco, al doctor Javier Hurtado, lo saludo con mucho afecto.
Señor rector le pido por favor me salude a nuestro buen amigo, aliado en múltiples batallas por la democracia, desde el plano académico al señor rector, el doctor Ricardo Villanueva.
Muchas gracias y un gusto estar con ustedes y celebrar conjuntamente el arranque de este XXXI Congreso Internacional de la Sociedad Mexicana de Estudios Electorales.
Nada ha transformado tanto la vida pública de América Latina como su proceso de transformación a la democracia.
En el largo camino hacia el establecimiento de mecanismos democráticos para acceder al poder político nuestras naciones han logrado desmontar los sistemas autoritarios que predominaban hasta mediado de los 80, de los años 80 del siglo pasado; crear, en consecuencia, sistemas de partidos plurales, así como instituciones que garantizan legalidad a la competencia y legitimidad a los gobiernos surgidos de las urnas.
El desarrollo de la democracia en nuestra región indudablemente ha favorecido la inclusión, la participación de las mujeres y de la población indígena en la política; e incluso posibilitó que múltiples movimientos sociales, algunos de ellos que provenían de la clandestinidad en el pasado, encontraran las condiciones para dejar las armas, ejercer sus derechos políticos a la luz pública y seguir luchando por sus ideales, por los cauces de la institucionalidad democrática.
Claramente la democracia se ha impuesto como forma de gobierno en prácticamente toda la región y las elecciones se han convertido en el principal mecanismo para dirimir las diferencias políticas en nuestros países.
Es claro que la lucha democrática conquistó derechos y libertades para todas y todos y que ha contribuido a que las y los latinoamericanos seamos reconocidos por algunos logros comparables con los de las democracias más añejas y consolidadas del mundo.
Sin embargo, a pesar de las indudables conquistas democráticas conseguidas en las últimas tres décadas, paradójicamente, en tiempos recientes también se ha incrementado la insatisfacción con la democracia.
Que, en parte por la ralentización de las economías de la región y la pauperización incontenible, irresoluble de gran parte de las franjas de la sociedad de nuestros países; y en parte por el incumplimiento reiterado de las promesas, permítanme parafrasear a Norberto Bobbio, de las promesas incumplidas, pues, de la democracia en que han caído los gobiernos surgidos de las urnas.
En efecto, en 2010, una serie de factores como el incremento de la demanda de materias primas provocó una expansión tanto de las economías de la región como de las expectativas de bienestar para la población latinoamericana, situación que se reflejó en el apoyo a la democracia que alcanzó inéditos niveles, rondando el 61 por ciento, de acuerdo con el informe de 2010 de Latinobarómetro.
Sin embargo, a la par de la ralentización económica, el incremento de los escándalos de corrupción y la violencia en nuestra región, para 2018 el apoyo a la democracia cayó al 48 por ciento, que es uno de los niveles más bajos desde que, en 1995, Latinobarómetro lleva a cabo esta medición.
Y es que la pobreza, la desigualdad, la corrupción asociada con el con el ejercicio de los poderes públicos, la impunidad y la inseguridad; los grandes problemas estructurales de nuestro tiempo son factores que, además de acompañar el cambio generacional que ha experimentado nuestra región, los jóvenes ven a las dictaduras, a los regímenes autoritarios del pasado como una realidad nebulosa que no les tocó vivir.
Explican como fenómenos, no únicos, pero en buena medida, la desafección con la democracia, el desencanto con los partidos políticos, y el respaldo de los candidatos así llamados antisistema.
Desde mi perspectiva, como mencionaba, esos problemas son, parafraseando a Norberto Bobbio, las nuevas promesas incumplidas de nuestras democracias y las que demuestran que los derechos y las libertades que conquistó la lucha democrática son insuficientes, no representan gran cosa para muchos millones de personas en el continente.
De ahí que en los últimos años se han experimentado múltiples intentos de gobernantes que han querido modificar las leyes para perpetuarse en el poder y vulnerar, tanto la independencia de las autoridades electorales, riesgo siempre latente, como la equidad en las contiendas.
Para decirlo en una nuez, el desarrollo de la democracia en el continente ha sido heterogéneo y presenta evidentes claroscuros que se necesitan estudiar y calibrar adecuadamente, en especial de cara a los efectos que previsiblemente provocará la doble crisis generada por la peor pandemia que ha vivido la humanidad en casi un siglo: la crisis sanitaria y la crisis económica que ha sido consecuencia de la primera.
Esto explica la importancia de que en este XXXI Congreso Internacional de la Sociedad Mexicana de Estudios Electorales se estudien los nuevos dilemas que enfrentan las democracias de esta región del mundo desde diferentes dimensiones y perspectivas.
El acompañamiento a la academia, lo digo siendo un académico que hoy cumple una función electoral, es fundamental para la recreación de la democracia.
Un acompañamiento, por cierto, que no supone, ni debe suponer, complicidades ni alianzas incondicionales, sino que implica el generar a los actores políticos, a las autoridades electorales, un contexto de exigencia para mejorar permanentemente nuestro rol.
Para concluir, permítanme cerrar con una reflexión sobre el proceso electoral 2020-2021, que inició hace algunos días, hace algunas semanas, el pasado 7 de septiembre, y que será la elección más grande y compleja de la historia de la democracia mexicana.
Nunca en nuestra historia democrática se habían elegido tantos cargos como ocurrirá el próximo 6 de junio. Se renovará, como saben, la totalidad de la Cámara de Diputados federal y 15 gubernaturas.
Se celebrarán además 32 elecciones en todos los estados del país concurrentes con la contienda federal, y se elegirán a más de 21 mil 300 cargos y, en consecuencia, echaremos a andar la maquinaria institucional perfeccionada a lo largo de 30 años para garantizar el derecho al sufragio de un número inédito de potenciales electores, casi 95 millones de ciudadanas y ciudadanos.
Pero claramente ahí no radica, como se ha mencionado en esta inauguración, el mayor desafío para nuestra democracia. Las y los mexicanos hemos perfeccionado a lo largo de 40 años un andamiaje institucional que garantiza imparcialidad, inclusión, paridad de género en la representación política, equidad en la competencia y, por supuesto, el ejercicio del voto libre.
Nuestro mayor desafío tendrá que ver no con ello, no con la operación electoral, no con la realización una vez más de una elección, con independencia de sus dimensiones; sino con el contexto en el que trascurrirá el proceso electoral, que pondrá a prueba la madurez democrática de nuestro país.
En el proceso electoral que estamos iniciando no se pondrá a prueba el modelo electoral, insisto, ni la capacidad técnica de las instituciones que conformamos la estructura de la administración electoral, incluidos el INE, los organismos públicos locales electorales, y los tribunales electorales locales y federal.
Lo que se pondrá a prueba en 2021 será la madurez democrática de los actores y partidos políticos. En estas elecciones podremos atestiguar si dichos actores han logrado una madurez democrática similar a la alcanzada en nuestros procedimientos e instituciones electorales.
Reconocer las derrotas en las urnas, así como los triunfos en ellas ocurridos; incorporar a las minorías en la toma de decisiones; y muy especialmente reconocer que México es un país diverso, plural, incluyente y tolerante, esperan algunas de las actitudes que deberán mostrar para reflejar la madurez democrática que la sociedad sin duda demanda.
En tal sentido, me parece que es pertinente hacer un llamado a evitar la polarización mezclada con esa disruptiva dosis de intolerancia que vemos se arraiga en nuestra sociedad, y contribuir al debate democrático con argumentos, respetando las diferencias, y sin hacer un uso faccioso de los poderes públicos que implique vulnerar el pluralismo y el disenso que supone la recreación de la democracia.
Termino con una reflexión final. La democratización del país es el resultado de una apuesta colectiva por construir un conjunto de instituciones, procedimientos y condiciones que nos permitan renovar los poderes públicos a través de elecciones libres, justas y auténticas.
Muchos sin duda son los pendientes, y como mencionaba, las promesas incumplidas de la democracia, pero ésta sigue siendo el resultado de una apuesta histórica, civilizatoria, que nos toca a todas y todos preservar.
La construcción de la democracia es una obra colectiva, su defensa también.
Muchísimas gracias.
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