VERSIÓN ESTENOGRÁFICA DE LA INTERVENCIÓN DEL CONSEJERO PRESIDENTE DEL INSTITUTO NACIONAL ELECTORAL (INE), LORENZO CÓRDOVA VIANELLO, EN EL PUNTO ÚNICO DE LA SESIÓN EXTRAORDINARIA, RELATIVO A LAS INTERVENCIONES DE LOS INTEGRANTES DEL CONSEJO GENERAL CON MOTIVO DEL INICIO DEL PROCESO ELECTORAL FEDERAL 2020-2021
Hoy inicia formalmente el Proceso Electoral Federal 202-2021, que será el más grande y el más complejo de nuestra historia.
Desde hace meses, el Instituto Nacional Electoral se ha venido preparando para ello tomando una serie de acuerdos, emitiendo lineamientos, diseñando y aprobado estrategias, protocolos y directrices para enfrentar el mayor desafío electoral en términos técnicos y operativos en el marco de uno de los contextos políticos sociales y económicos más complicados que hayamos vivido.
Con el arranque formal que se decreta con esta sesión, la entera estructura del INE se pone en marcha para hacer posibles todos los procedimientos, todas las etapas previstas en la legislación y todas las actividades necesarias para que el próximo 6 de junio de 2021, millones de mexicanas y mexicanos acudamos a las urnas a ejercer nuestro derecho al sufragio efectivo, libre, secreto e informado.
Para estas elecciones, serán convocados a votar alrededor de 95 millones de electores registrados, más de 5 millones de persona más que en 2018. Prevemos instalar 164 mil 550 casillas, 8 mil más que en la última elección federal; visitaremos a casi 12 millones y medio de ciudadanas y ciudadanos durante las etapas de capacitación electoral para poder reclutar a cerca de 1 millón y medio de funcionarias y funcionarios de casilla para que reciban, cuenten y garanticen el voto de sus vecinos; y estaremos, además, renovando a más de 21 mil cargos de elección popular a nivel federal y en las 32 entidades federativas.
Nunca antes se había organizado un proceso electoral de tales dimensiones y menos aún en un contexto tan complejo.
Los grandes problemas nacionales siguen presentes y continúan erosionando nuestro tejido social y, en consecuencia, nuestra convivencia democrática.
La pobreza sigue estando ahí, agravada ahora con la compleja situación económica que azota el mundo; la desigualdad oceánica que caracteriza nuestra sociedad sigue recordándonos que, luego de más de un siglo, la justicia social que prometió la Revolución Mexicana sigue siendo un ominoso pendiente frente a los más desfavorecidos, la corrupción y la impunidad que la alimenta sigue lacerando la desconfianza en la política y en las instituciones y genera un peligrosa desafección con la cosa pública, y la inseguridad sigue lastimando la convivencia pacífica y civilizada que supone una democracia.
A todo ello, se suma la incertidumbre y el temor que trajo consigo la peor pandemia del último siglo que nos ha obligado a reinventar la vida social y a modificar radicalmente nuestras prácticas y modos de convivencia.
En ese contexto, las elecciones son, sin embargo, un momento de respiro, un episodio en el que todas y todos somos iguales ante las urnas, pues todas y todos, sin importar nuestra condición, tenemos el mismo e indeclinable derecho al sufragio.
Las elecciones del 6 de junio de 2021 representan, además, la posibilidad de conformar una nueva Cámara de Diputados, el espacio primordial de nuestra pluralidad democrática. Al votar por 500 diputadas y diputados, renovaremos la representación popular de la nación, una de las dos cámaras que hacen posible la división de poderes consagrada en la Constitución como nuestra forma de gobierno y nuestro modelo de convivencia pacífica.
De cara a esa importante cita con las urnas, es muy importante recordar que nadie encarna por sí mismo a la democracia, la democracia la conformamos todas y todos en nuestra diversidad y diferencias, los tiempos en los que muchos se autoproclamaban como la encarnación de la democracia deben quedar en el pasado.
Frente al discurso y las posturas que desde un extremo u otro pretender imponer la idea de que la democracia soy yo, hay que reivindicar el hecho real de que la democracia somos en cambio todas y todos, la democracia la hacemos todas y todos, y nadie debe estar excluido de ella, porque en la democracia, además, cabemos todas y todos.
Si algo reblandece, erosiona y termina por hacer nugatoria la democracia, es pensar que en ella solo caben algunos y que quienes no coinciden con la propia postura están fuera de la democracia misma o son contrarios a ella. Esa postura nos lo enseña la historia en reiteradas ocasiones, constituye el mejor caldo de cultivo para que germinen pulsiones autoritarias.
Hoy proliferan las voces que niegan, descalifican y desautorizan al otro, lamentablemente esas posturas no son monopolios solo de algunos, sino que en tiempos de polarización como los que vivimos, se multiplican esas voces que consciente o inconscientemente alimentan el juego de la intolerancia y con ello abonan el terreno para expresiones autoritarias.
Defender en ese contexto a la democracia pasa inevitablemente por reivindicar al pluralismo y al respeto tolerante de todas las posturas por su reconocimiento, inclusión y representación efectiva en los espacios en los que se toman las decisiones colectivas.
Sin embargo, los tiempos en los que vivimos hay una peligrosa tendencia en sentido compuesto, la identificación del contrario, su descalificación y en ocasiones hasta la negación de legitimidad de sus posturas, son cada vez más frecuentes en las cada vez más débiles democracias contemporáneas.
Es natural que particularmente durante las contiendas electorales, las sociedades se polaricen, las campañas son el espacio institucionalmente diseñado para que las distintas posturas ideológicas y políticas, existentes en una sociedad, se distingan, se confronten y se contrapongan de cara a la sociedad que con su voto expresará sus preferencias y discordancias políticas.
Para eso son las campañas electorales, pero ello siempre tiene que ocurrir con pleno respeto a las reglas del acceso al poder político y con base en los principios y valores que sustentan a la democracia.
Lo que hoy vemos de manera preocupante es que esa polarización está siendo aderezada con dosis muy altas de intolerancia, el valor antidemocrático por excelencia, y al adversario político, al contendiente, pasa por vérsele como un enemigo, alguien que no merece nuestro respeto y reconocimiento a pesar de nuestras diferencias, alguien que no merece dignidad de ser parte del juego político.
Esa polarización que deriva en la descalificación del otro deja de ser democráticamente aceptable y se convierte, como decía, en el caldo de cultivo del autoritarismo antidemocrático y totalitario.
La democracia, en ese sentido, se nutre por definición de posturas relativistas, incluyentes que, sin renunciar al legítimo derecho de sostener y defender tan arduamente como sea posible nuestras propias posturas, visiones y convicciones, le reconocen a los demás el legítimo derecho de pensar diferente, un derecho igual de legítimo, por cierto, que el nuestro.
Las visiones absolutistas, por el contrario, parten de la premisa del monopolio de la verdad y de la razón, además de premodernas son el sustrato de la exclusión de los demás y de las posturas autoritarias.
Por eso, las elecciones que hoy inician son tan importantes, la cámara de las y los diputados es el espacio por excelencia de la representación de la pluralidad, divisiones y concepciones de nuestra sociedad; ahí se recrea y se debate el rumbo de nuestra democracia.
Esa Cámara es el órgano democrático por excelencia de nuestra orden constitucional, por eso la Carta Magna le confiere a sus miembros, y no a otros servidores públicos, el carácter de representantes de la nación, porque la nación es reconocida por nuestro pacto fundacional como diversa y pluricultural. La nación la componemos todos sin excepción no una parte de la sociedad, hombre, mujeres, ricos, pobres, trabajadores, empresarios, campesinos, maestras y maestros, adultos mayores, jóvenes y niños de izquierda y de derecha, todas y todos integramos, en nuestra diversidad, a la nación mexicana, somos plurales y eso nos vuelve democráticamente fuertes.
Por eso, de cara a la elección más grande, tenemos la oportunidad de reivindicar nuestra vocación democrática, y con ello honrar la lucha de miles de millones de mexicanas y mexicanos que se comprometieron por democratizar a nuestro país.
Se trata de una puesta de varias generaciones que hoy nos permite que las diversas fuerzas políticas compitan en condiciones equitativas y con posibilidades de acceder al poder a través del voto. Una puesta que pasó por construir una institucionalidad electoral que es garantía de legalidad y en certeza, y la base del ejercicio de un voto libre y autónomo.
Termino. De cara a los meses que vienen vale la pena recordar que la democracia es una construcción colectiva, nadie la encarna por y en sí mismo, la democracia la concretamos todos en nuestro actuar y relacionarnos recíprocamente en nuestra diversidad y diferencias. Honremos, pues, nuestra historia.
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