VERSIÓN ESTENOGRÁFICA DE LA INTERVENCIÓN DEL CONSEJERO PRESIDENTE DEL INSTITUTO NACIONAL ELECTORAL (INE), LORENZO CÓRDOVA VIANELLO, EN EL SEMINARIO “LA DEMOCRACIA ELECTORAL Y LOS RETOS DE LA NUEVA DÉCADA 2020”, REALIZADO EN EL ALCÁZAR DEL CASTILLO DE CHAPULTEPEC
Muchas gracias. Muy buenos días tengan todas y todos ustedes, es un verdadero privilegio acompañar, por segunda ocasión, al Instituto Electoral de la Ciudad de México en este proceso de obtención de un ISO electoral otorgado internacionalmente por la Organización de Estados Americanos, conjuntamente con otros organismos internacionales que han diseñado este mecanismo, no solamente de evaluación, sino también de justo, certificación de buenas prácticas para un organismo público local.
Me decía ahora Juan Pablo que, hasta donde yo tengo entendido, el primer organismo electoral, en México, que obtuvo esta certificación fue justamente el Instituto Electoral, hoy de la Ciudad de México. Y a nivel mundial, este Instituto es el primero órgano subnacional que obtiene una nueva certificación, una recertificación, lo cual me parece que es motivo de orgullo para todos quienes integramos la familia electoral mexicana.
Quiero agradecer, pues, en consecuencia, mucho, la invitación a las consejeras, a los consejeros del Instituto Electoral de la Ciudad, en particular a su Presidente, mi compañero Mario Velázquez.
Saludo con mucho afecto también al Magistrado Gustavo Anzaldo, constructor también, en buena medida, históricamente hablando de las fortalezas institucionales que tiene este Organismo Público Local Electoral.
Saludo también. Chiste local, Juan Pablo, el acrónimo es OPLE, eso que ya Jorge aquí descalifica, pero tampoco yo soy responsable, así que quejémonos con el Constituyente de 2014.
A Juan Pablo, por supuesto, viejo amigo y defensor de la democracia en el continente de estas trincheras.
Por supuesto, a Jorge Alcocer, viejo conocedor de las lides electorales y espero, vocero de una postura pública que, desde el ámbito electoral, desde quienes somos los responsables del ejercicio de la autonomía y de la defensa cotidiana de la autonomía frente a los poderes, todo tipo de poderes, sin duda reconocemos y le damos la bienvenida.
A los amigos, amigas todos de la familia electoral.
Este es un espacio privilegiado para reivindicar una visión, como se ha planteado, por quienes me han antecedido en el uso de la palabra, por quienes hemos venido insistiendo en debate público desde hace varios meses, una visión, decía, evolucionista de nuestra democracia frente a los intentos de algunos aspirantes intelectuales orgánicos que pretenden imponer una lectura creacionista de la democracia; como si la democracia en México hubiera sido el producto, por generación espontánea, de un solo evento, de un único evento, de un momento fundacional, así sea las importantísimas y trascendentales elecciones de 2018.
Elecciones de las que, ojalá, nazcan nuevos tiempos frente a los desafíos que tiene la sociedad mexicana, pero que son, a bien ver, una consecuencia, tal vez sean punto de partida de otras cosas y ojalá sea eso que necesita la sociedad, pero que son una consecuencia de una evolución democrática y no el punto de partida de la democracia en nuestro país.
Los retos, estoy convencido, solamente pueden enfrentarse, de ahí que este evento –digámoslo así- que se enmarca en la celebración de esta nueva certificación, retos de la democracia sólo pueden enfrentarse, estoy convencido, y analizarse a la luz de nuestra propia historia. Si no lo hacemos así, corremos el riesgo de errar el rumbo, de perder nuestra brújula, nuestro norte.
Y es que nuestra historia se compone por el conjunto de decisiones que, a lo largo del tiempo nos permitieron construir, no sin eventuales retrocesos, hay que reconocerlo, pero en suma en una lógica progresiva, un sistema electoral robusto y equitativo que nos ha permitido recrear nuestra intensa pluralidad política y encauzar eficazmente la disputa por el poder en clave democrática, en paz y en estabilidad.
Sí, lo hemos hecho bien. Hay mucho por mejorar, sin duda, el reconocimiento internacional que tiene el sistema electoral mexicano, el que en temas que hoy son objeto de discusión a nivel global en torno a los desafíos democráticos, como por ejemplo el combate a la desinformación que ve como uno de los modelos paradigmáticos, existentes y probablemente más congruente con la defensa de las libertades que sustentan a la democracia, al modelo mexicano de combate a la desinformación, o al modelo de paridad, así llamado por la Organización de las Naciones Unidas, por ONU Mujeres, como un paradigma en la conquista de, no solamente del reconocimiento, sino también de los espacios de la participación política de las mujeres, el modelo de fiscalización, etcétera, etcétera, como un caso de éxito a nivel global.
Quien no quiera ver eso, simple y sencillamente está negando la historia de la que todos, sin excepción, nos hemos beneficiado en clave democrática. La historia de nuestra transición, permítanme hacer un breve señalamiento en este sentido, ha atravesado cuatro grandes etapas, cuatro etapas que pueden identificarse con la manera en que hemos solucionado distintas necesidades a lo largo de las últimas cuatro décadas.
En primer lugar, sobre todo, pensando de dónde veníamos, la necesidad de resolver el problema de la inclusión, pensando en el pluralismo político y de la representación de ese pluralismo en los espacios de decisión pública.
En segundo lugar, la necesidad de construir condiciones de certeza y confianza en los procesos electorales; es decir, de establecer garantías suficientes para el ejercicio del voto libre y confianza y certeza en los resultados electorales. Se trató de un periodo, o de una necesidad que se enfrentó resolviendo o cambiando, transformando profundamente nuestras reglas, nuestras instituciones y nuestros procedimientos electorales.
En tercer lugar, la necesidad de construir condiciones de equidad en la competencia electoral, particularmente, aunque no sólo, en dos rubros fundamentales: el que tiene que ver con el dinero; es decir, el financiamiento de la política y de las campañas y, por otro lado, con lo que tiene que ver con el acceso a los medios electrónicos de comunicación.
Insisto, no sólo, pero fundamentalmente a partir de estos dos grandes elementos hemos construido condiciones de equidad que le han permitido, a todas las fuerzas políticas, enfrentar con condiciones mínimas los procesos electorales y, en consecuencia, ser partícipes de este fenómeno que ya cobró carta de naturalización en nuestro país, que es el fenómeno de la alternancia y, consecuentemente, de la no eternización en el poder.
Gracias a esto, las elecciones hoy no solamente son un espacio de ejercicio de las libertades políticas de las y los ciudadanos, sino también son, como debe ocurrir en democracia, un mecanismo a través del cual las y los ciudadanos evalúan el buen o mal desempeño; premian y castigan, en consecuencia, la actuación de los distintos actores políticos en los cargos de responsabilidad pública.
Y, finalmente, la necesidad que buscó resolver la reforma de 2014, la de homogeneizar y estandarizar las reglas, criterios, procedimientos e instituciones que rigen a las elecciones tanto en el plano federal, como en el plano local; es decir, una apuesta a constituir un Sistema Nacional de Elecciones que es el que hoy tenemos.
Todas estas necesidades que se fueron resolviendo en el tiempo, permitieron hoy una fortaleza institucional que se expresa, en el caso concreto que hoy nos ocupa, en la recertificación que ha recibido de nueva cuenta el Instituto Electoral de la Ciudad de México, como un ente, uno de los entes de relevancia del propio Sistema Nacional de Elecciones.
Y tiene razón Jorge Alcocer, quien pretenda interpretar la reforma de 2014 como una manera en la que desde el centro de imponen y se coloniza, déjenme decirlo así, a partir de criterios comunes el ámbito local, se equivocan.
Creo que el Sistema Nacional de Elecciones, bien interpretado, es un sistema que buscó, en un primer momento, que la calidad de las elecciones federales y las locales fuera similar.
Que para eso inevitablemente tuvo que recurrir en estos años en el ejercicio de algunas de las facultades especiales que se le confirieron al Instituto Nacional Electoral, la de atracción, para poder fijar reglas, criterios, normas comunes.
La de asunción, para eventualmente desempeñar algunas funciones cuando no existan las condiciones que permitan certeza y estabilidad política en el ámbito local. Pero hay otra que no hemos usado, y hasta donde creo que el propio sistema nacional de elecciones debería apuntar, que es la de delegación, cuando los órganos locales puedan contar con suficiente robustez para hacerse cargo, incluso, de facultades originalmente conferidas al Instituto Nacional Electoral.
Creo que la certificación que recibió el Instituto Electoral de la Ciudad de México por segunda ocasión el día hoy es también un venturoso mensaje para quienes irresponsablemente menosprecian la actuación de los organismos públicos locales electorales en el sistema nacional de elecciones.
Como todo sistema electoral el nuestro es sin duda perfectible. Lo abigarrado y lo complejo de nuestro sistema electoral, por cierto, ojalá algún día se traduzca en un sistema en el que valoremos más el beneficio de reglas simples y sencillas, pero entiendo también que este abigarramiento, este barroquismo, que las normas y nuestros procedimientos hoy tienen es producto inevitable de una, todavía profunda desconfianza.
Sin embargo, creo que nuestro sistema electoral visto en retrospectiva ha sido una puesta exitosa, incluso en su última etapa, en la etapa de nacionalización de las elecciones.
No es casual, aunque hay muchas maneras de sostener lo anterior, permítanme señalar una. No es casual, decía, que los últimos cinco años, entre 2015 y 2019, justo en los años que ha operado este sistema hemos presenciado el periodo de mayor alternancia política de la historia a nivel nacional, a nivel federal y a nivel local.
La alternancia, por supuesto, no es sinónimo de democracia en sí, pero sin condiciones que permitan la alternancia no hay democracia. Que ésta ocurra es o no el resultado de los votos, pero que la misma sea posible es que esas condiciones existan.
Sin duda los retos que hoy enfrenta nuestro sistema electoral no pueden obviar los riesgos de eventuales retrocesos. Ahí hay una serie de iniciativas que, por fortuna parecen tendrán poco éxito, pero están ahí como un recordatorio permanente de esos riesgos de involución democrática que, por cierto, carecen de adecuados diagnósticos, y que dejan entrever intentos, producto de viejos y me temo, todavía muy arraigados, instintos de captura política de los órganos electorales.
Hay cuatro temas mirando hacia adelante en los que sería un error dar pasos atrás. Cuatro temas que se pueden identificar como los pilares sobre los que a lo largo de cuatro décadas hemos construido nuestro modelo de transición a la democracia.
La autonomía de las autoridades electorales, las condiciones de certeza que hoy rigen los procesos electorales, y sí, sin lugar a duda, el tema de la austeridad, que hasta donde alcanzo a ver es el único objetivo, al menos declarado, los objetivos soterrados los acabo de mencionar.
Creo que hay intentos de control que están detrás de los intentos de cambios normativos, pero el único objetivo al menos declarado es el de austeridad. Y desde ahora lo decimos, y lo hemos venido sosteniendo, nadie está en contra de la austeridad, no hay un órgano electoral dentro del sistema nacional electoral que esté en contra de este principio.
Sin embargo, la austeridad no es un principio electoral en sí mismo y todo lo que hagamos en aras de generar economías, disminución en los costos de nuestro sistema electoral no puede ser a costa de ninguno de estos cuatro pilares a los que hago referencia. Autonomía, condiciones de certeza, condiciones de equidad en la competencia y representación política del pluralismo.
Por eso, entre otras cosas, por cierto, en las elecciones de Hidalgo y de Coahuila, tomando experiencias, y no sólo experiencias sino también instrumentos, mecanismos, urnas electrónicas desarrolladas desde el ámbito local, por primera vez en elecciones en las que el INE está participando instrumentaremos votación legalmente válida, en algunas casillas, en algunas secciones, a través de mecanismos electrónicos de votación.
Y creo que hacia allá tenemos que caminar, por cierto, si queremos abaratar los costos que hoy tiene el sistema electoral y enfrentar con éxito el desafío, no menor, que ahora se le están imponiendo a las autoridades electorales de participar en los procesos de democratización en el ámbito sindical.
El modelo, lo decía Jorge Alcocer, y coincido, funciona, y funciona bien. Es sin duda mejorable, pero el modelo que hoy tenemos, las reglas que hoy tenemos nos permiten ir exitosamente a la elección del 2021. Y frente a eventuales cambios que pueden implicar riesgos y retrocesos más nos vale ir con reglas, procedimientos e instituciones conocidas, confiables y suficientemente robustas como las que hoy tenemos.
Termino diciendo, y estas son variaciones sobre un mismo tema respecto de los que me han antecedido. La democracia es una construcción colectiva. Nuestra democracia en particular no es obra de una sola fuerza política, de una ideología, ni mucho menos de un solo hombre.
Es el resultado de la lucha y el compromiso de generaciones de mexicanas y mexicanos de muy distinta índole y orientación política, de izquierda, del centro, de la derecha, que se comprometieron en esa apuesta bien lograda que hoy nos permite la recreación de nuestro pluralismo en paz y conforme a las reglas democráticas, nuestro sistema electoral.
Esa construcción colectiva enfrenta sin duda muchos desafíos. Algunos han sido mencionados aquí, la desconfianza creciente en las instituciones que aqueja a todos los sistemas democráticos en el mundo, las promesas incumplidas de la democracia y la insatisfacción, en consecuencia, social respecto de ésta.
Las inaceptables y ominosas condiciones de desigualdad, pobreza, corrupción, impunidad e inseguridad como grandes problemas estructurales de las democracias en el mundo; y que, por cierto, constituyen el caldo de cultivo de pulsiones y tentaciones autoritarias en todo el mundo, incluido México.
Pero es al final del día una construcción colectiva, y es probablemente la conquista civilizatoria más importante de la modernidad en términos políticos. Es una construcción colectiva y su defensa también es responsabilidad de todos.
Si no asumimos todos los riesgos que hoy enfrentan las democracias en el mundo, que hoy enfrenta la democracia mexicana frente a esas pulsiones autoritarias.
Si no nos comprometemos decididamente en la defensa de lo que hemos construido y eventualmente en su mejoramiento, pero empecemos por defender lo que hoy tenemos, probablemente a lo mejor de manera imperceptible, tal vez sin darnos cuenta, el día de mañana, como ocurre cuando uno toma un puñado de arena en la mano, nos lamentaremos de que se nos haya ido de las manos y que no hayamos hecho nada para defenderla.
Creo que este seminario, este reconocimiento al Instituto Electoral de la Ciudad de México es una buena manera de tomar conciencia del momento en el que estamos y de la ruta que tenemos que seguir para que la democracia no haya sido solamente una etapa de nuestra historia, sino más bien una apuesta que hemos conseguido y que mantendremos en el futuro.
Muchísimas gracias.
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