Se cumplen 30 años de la caída del Muro de Berlín, momento histórico que desdibujó las geometrías políticas tradicionales y pretendió dividir al mundo después de la Segunda Guerra Mundial. Los excesos del capitalismo no encontraron alternativa en aquel sueño comunista. La justicia social que prometía el bloque soviético estaba llena de contradicciones, de represión brutal, apoyada en un aparato de Estado monolítico y ferozmente controlador que, si no convencía con propaganda, aplastaba con represión a la disidencia y, para mantener uniforme el pensamiento (sin éxito), operaba en redes de espionaje en las que forzaba a que incluso familiares y amigos fueran delatores de sus personas más cercanas. El delito era dudar del comunismo, de la revolución o sencillamente mostrar incomodidad con las decisiones de su régimen, al que las y los ciudadanos debían adorar por decreto, aceptarlo como positivo desde la infancia, cantar sus himnos y negar sus defectos, aunque las carencias y abusos fueran similares o peores a lo que vivía occidente. Dudar de los dirigentes socialistas era garantía para ser tachado de capitalista, conservador, indigno de existir.
Lo mismo ocurría del otro lado y el mundo actual no puede caer en esas tentaciones, debe aprender de la historia y ganarle a la desmemoria o a pensar que la geografía política sigue necesitando identificarse forzosamente con una u otra ideología, que la puja por el poder es ideológica y sólo es entre el bien y el mal (el bien es el que detenta el poder, el mal es el opositor). Corrupción y abusos hay en todo tipo de banderas de izquierda y de derecha y a propósito de la emblemática caída del muro en 1989, nadie debería negar los horrores del comunismo, o caer en el autoengaño de justificar sus excesos y hasta enaltecer a personajes como Stalin.
Cuba padecía una dictadura afín a los grandes capitales cuando Castro derrotó a Batista en 1959. Luego vino otra dictadura, pero de izquierda. Los años en los que el líder revolucionario duró en el gobierno fueron muchos más que los que ocupó el siniestro Batista y en la Cuba socialista, tristemente, también se ha perseguido a opositores y se ha cancelado la crítica con una lógica absurda de salvar a la revolución, salvar al pueblo de sí mismo reprimiéndolo si no coincide con el gobierno.
Los embargos estadounidenses a Venezuela o Cuba siempre han sido condenables, porque más que afectar a gobiernos con los que se pueda o no estar de acuerdo, a quien lastiman con la asfixia comercial es a la población de América Latina. En eso han tenido siempre razón los gobiernos cubanos y venezolanos de izquierda, pero es un hecho que ello no justifica sus propios errores y con la misma lógica de condena al bloqueo, la izquierda de hoy debiera igual condenar la falta de libertades o la censura que hay en países que se dicen socialistas y no justificar la falta de libertades o la cárcel a disidentes por una supuesta necesidad de proteger al pueblo de la propaganda imperial. Nadie debería asumir a estas alturas que la represión o la censura es por nuestro bien, que la propaganda para uniformar ideologías es razón de Estado o que el fin y tarea de una oferta de gobierno es que prevalezca su ideología para siempre y que desaparezcan todas las demás si no están en la geometría adecuada de quien gobierna, sea de derecha o de izquierda.
El muro se vino abajo y se reconocieron muchos de los atropellos que implicó el socialismo en la Alemania oriental, pero el triunfo del bloque capitalista no es resultado de su pureza ni le da la razón histórica tampoco.
La democracia ha demostrado ser una vía para que coexistan geometrías y esa vía hay que cuidarla, pero no asumirla como parte de una ideología única. Nada justifica los excesos de quienes se asumieron, hace 30 años, de izquierda, pero tampoco a las dictaduras militares de derecha que fueron promovidas desde el bloque capitalista y que tanto afectaron a nuestro continente en los años 70 y 80, previo a la caída del muro.
Creo que las geometrías siguen sin muros porque las sociedades no tienen a buenos, si son de izquierda, y a malos, si son de derecha, o viceversa, tienen a personas que requieren coexistir con tolerancia y en democracia, que hoy es la fórmula de convivencia más exitosa. Volver a los muros y pretender que todos pueden alinearse a la forma de entender el mundo que tenga quien detente el poder, sería un error con amnesia de la historia tan llena de conflictos en el siglo XX, tan emblemática en su fuerza para repensar golpes de timón y apuestas por la tolerancia en aquel 1989 que abrió las paredes de Berlín.
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RESUMEN