Una de las reflexiones que se hacen en el multicitado libro de Levitsky y Ziblatt (Cómo mueren las democracias, Ariel, 2018) es sobre el riesgo que implican las alianzas de ocasión entre grupos partidistas con ideologías contrapuestas. No es ilegítimo sumar fuerzas o tender puentes, entenderse en democracia y pluralidad, pero sin más plataforma común que el arribo al poder las fusiones partidistas pragmáticas suelen salir bastante mal.
Los autores recuerdan cómo el movimiento de Adolfo Hitler tenía escaso apoyo antes de 1930, aunque una enorme crisis económica propiciaba que aumentaran poco a poco simpatías para los nazis. Ante la falta de acuerdos en el Parlamento empezaron designaciones no electas en el poder hasta que adversarios conservadores concluyeron que aliarse e impulsar un perfil “independiente”, carismático como el de Hitler, ayudaría a retomar el poder. Lo impulsó Franz von Papen en 1933, asumiendo que su grupo político podría controlarlo. Un año más tarde, Von Papen fue marginado e incluso detenido, mientras que Hitler, el supuesto alfil de su pragmatismo, se convirtió en el todo poderoso y autoritario líder que detonó la Segunda Guerra Mundial.
Chávez se sometió a los cauces democráticos para llegar al poder en 1998 y tuvo un aliado clave que usaba de vez en vez al chavismo como plataforma o alianza de ocasión. Rafael Caldera era opositor al represor Carlos Andrés Pérez, y usó en sus discursos la popularidad del comandante Chávez para cuestionar la corrupción de Pérez, usó a los bolivarianos como una puerta para reintegrarse al poder a través de un partido no chavista. Caldera ganó la presidencia en 1993, y como parte de esa lógica le dio indulto a Chávez, quien estaba en prisión por el intento de golpe militar previo. El apoyo a los bolivarianos pasó de una estrategia para sumar voluntades y minar al adversario a una fuerza imparable que conquistó el gobierno de forma contundente y con elecciones limpias. Caldera fue factor para que fuera electo Chávez con reglas democráticas, aunque más tarde, cruzado el río, el chavismo cerró las puertas a entornos de competencia y se quedó con ánimo de perpetuidad en el poder. Ya conocemos el desenlace.
Levitsky y Ziblatt nos alertan sobre eso que llaman “alianzas fatídicas”. Guardadas proporciones, hay muchos episodios recientes que la evocan, desde el caso Juanito en Iztapalapa hasta los partidos que llegan aliados en coalición al gobierno y luego reniegan amargamente del candidato postulado, para a los seis años apoyar a su rival.
También están las acciones para torcer periodos de gobierno que apoyan en alianza varios partidos, en el mejor de los casos por mero pragmatismo, sin plataforma conjunta destruyen reglas para el beneficio inmediato, desconocen lo que han mandatado las urnas y pretenden que la democracia puede ser de gabinete, de estufa.
Si las propias fuerzas políticas abaratan sus posturas ideológicas o cortan el orden democrático de las urnas por coyuntura, sólo para subirse a una ola de pragmatismo y conservar el poder, los riesgos son para ellos mismos. La historia nos dice que desconocer las urnas y acordar alianzas para gobernar a costa de lo que sea, optar por designaciones desde la cúpula pretendiendo que sólo un partido puede usar en su favor los malos precedentes antidemocráticos, es un error.
Se abren paso a caminos antidemocráticos para controlar los periodos de poder. Hay que tener en cuenta que las imposiciones autoritarias son contagiosas, y las tentaciones de aliados inestables por usarlas en su favor a la menor provocación también. Es posible que reglas abusivas “pervivan” un tiempo determinado, pero si se construyen con alianzas fatídicas y bases injustas, pues también es muy probable que regresen como búmeran para que “pervivan” esas injusticias y malas prácticas, no sólo en quien detenta el poder, sino en beneficio indebido para sus propios adversarios en el futuro. Tomemos nota de las lecciones que nos brinda la historia reciente.
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