El modelo mexicano de partidos no es perfecto, pero desde hace algunos años ha logrado que diversos grupos ciudadanos puedan agruparse libremente en torno a una agenda ideológica común y consigan constituirse formalmente como instituto político para subirse a las elecciones, postular, con posibilidad real de ganar, candidaturas que reflejen su visión común de país, la de una parte de la población que se reconoce entre sí y coexiste con otras visiones diferentes en entornos pacíficos donde lo que define la proporción de incidencia o representación en el poder es el voto periódico que renueva tableros, los hace plurales, los recompone o refrenda.
México no tiene un sistema bipartidista ni visiones únicas porque así lo han decidido los votos. Tampoco existe una fuerza política que haya logrado sumar a la mayoría de electores (hoy son más de 90 millones de votantes), y en cambio, pese a que en el 2014 el umbral para mantener el registro como partido se incrementó de 2 a 3% del total de votos depositados en las urnas, tenemos 7 partidos que superan ese porcentaje.
El año próximo podrán buscar registro como nuevos partidos grupos de ciudadanas y ciudadanos que acrediten un respaldo nacional a partir de ciertas condiciones legales que en su parte sustantiva no se han modificado, aunque en el 2007 abrieron la puerta para que no fueran sólo agrupaciones políticas nacionales las habilitadas para ser partido y ahora cualquier organización tiene esa posibilidad.
La ruta de constitución es compleja. Se requiere un número de afiliados equivalente a 0.26% del universo de electores, alrededor de 300 mil; efectuar asambleas en cuando menos 200 distritos con asistencia mínima de 300 afiliados, o en 20 entidades federativas con 3000 presentes, lo que implica representatividad territorial y no sólo una cifra de simpatizantes globales que eventualmente podrían concentrarse en una sola entidad.
Todas las asambleas deben validarse por el Instituto Nacional Electoral y ningún ciudadano puede estar de forma simultánea en otros partidos o contar para que se completen los afiliados de varias organizaciones que al mismo tiempo buscan obtener el registro.
Cada seis años es posible constituir nuevos partidos, pero no es una tarea fácil. Concluida la elección presidencial del 2012, fueron 52 las organizaciones que manifestaron intención de constituirse, pero al término del procedimiento que duró 19 meses, sólo Movimiento Regeneración Nacional, Frente Humanista y Encuentro Social lograron acreditar todos los requisitos.
El reto mayúsculo es construir puentes comunicantes efectivos con esas partes de la población que pueden sentirse identificadas con alternativas políticas distintas a las que existen hoy. De nada sirven partidos con registro si su constitución se diseña sólo para cumplir requisitos formales y no para representar a su base si a sus asambleas asisten afiliados a cambio de dádivas y no por convicción ideológica.
De nada servirían las nuevas opciones si el propósito es sólo acceder al financiamiento público y tampoco sería ético frente a una sociedad que busca canales auténticos de representación. Los partidos nuevos y los ya existentes están comprometidos en un escenario que urge de mecanismos eficaces que equilibren el ejercicio del poder y garanticen que no habrá escenarios monocolor, sino mosaicos plurales que fortalezcan nuestra democracia.
A diferencia de otros ejercicios, la tecnología y aplicaciones informáticas que han sido utilizadas para evitar simulación en firmas de candidaturas independientes, pueden incorporarse a este proceso en puerta, abonar a la transparencia y facilitar incluso el camino para las y los ciudadanos que decidan unir esfuerzos para ser nuevo partido. El sistema de partidos en México necesita cirugía mayor, un replanteamiento auténtico, que no sea cosmético ni simulado.
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