Muchas gracias, muy buenos días a todas y todos.
Para mí es verdaderamente un honor participar en este acto inaugural.
Saludo y agradezco de manera muy especial a la Magistrada Presidenta del Tribunal Electoral, a la Magistrada Janine Otálora Malassis, y también, por supuesto, al Magistrado José Luis Vargas, ambos representantes de nuestro país ante la Comisión de Venecia.
Saludo, también, con mucho afecto al Presidente de la Comisión, a Gianni Buquicchio, y por supuesto, al Magistrado José Luis Sardón, que nos acompaña en este presídium.
La segunda década del Siglo XXI probablemente será caracterizada en la narrativa histórica como la década en la que asumimos y caímos en cuenta del desgaste que está teniendo la democracia en el mundo.
Después del auge que tuvieron los sistemas democráticos, particularmente la así llamada tercera ola democratizadora y de la bonanza económica que se vivió a lo largo de una serie de un par de décadas, la última del siglo pasado y tal vez los primeros años antes de la crisis de 2008 en este siglo, las democracias en general y en especial en América Latina están viendo caer de manera muy importante los niveles de satisfacción en prácticamente todos los estudios que miden el humor público, el humor político.
La creciente desigualdad, el descrédito de los partidos políticos, de los parlamentos, la insuficiencia de resultados de los gobiernos surgidos de las urnas, así como los recurrentes hechos de corrupción asociados al ejercicio de los poderes públicos y la incapacidad de los gobiernos democráticamente electos para resolver estos que son los problemas estructurales, aquí sí transversales y comunes a todos nuestros países en América Latina, destacadamente la pobreza, la desigualdad, la impunidad y la inseguridad, son factores que están mermando la satisfacción de nuestras sociedades con la vida democrática.
De acuerdo con el informe 2018 de Latinobarómetro, el apoyo a la democracia, por encima, frente a cualquier otro tipo de gobierno, ha caído del 58 por ciento en 1995 cuando comenzó a hacerse este estudio comparado, al 48 por ciento en 2018. Y estamos hablando de una media en donde países como Uruguay y, por cierto, Venezuela, en donde la satisfacción con la democracia es altísima. No hago otro comentario. Aumentan dramáticamente el promedio a nivel continental.
Con base en la misma fuente, el 28 por ciento de la población latinoamericana se muestra indiferente al tipo de régimen democrático o no democrático, y en seis países, un tercio de la población o más, es indiferente al tipo de gobierno, le da lo mismo tener una democracia a un régimen autocrático. Y aquí incluyo a Brasil y a México.
Claramente la indiferencia de las y los ciudadanos con el tipo de gobierno crece año con año pese a los esfuerzos de las autoridades electorales, de los gobiernos democráticos, de las autoridades electorales de la región por perfeccionar sus procedimientos y la equidad en las contiendas políticas.
Permítanme poner un par de datos más sobre la mesa. Para redondear los desafíos que estamos enfrentando las naciones latinoamericanas en la consolidación de nuestros sistemas democráticos. Sólo el 13 por ciento de la población confía en los partidos políticos; el 21 por ciento en los parlamentos y el 28 por ciento en las instituciones electorales.
De acuerdo con Latinobarómetro, el apoyo a la democracia en México es del 38 por ciento y representa el quinto país con menor respaldo en el continente, sólo superado en este año por Brasil, Honduras, Guatemala y El Salvador. Mientras en el otro extremo, con los mayores niveles de aceptación de la democracia tenemos países como Venezuela, Costa Rica, Uruguay y Argentina.
Desde mi perspectiva, el bajo apoyo a la democracia en México, y en general en el continente es consecuencia, como lo he dicho en otras ocasiones, de la sobrecarga de expectativas que se generó durante el proceso de cambio democratizador.
Más aún, cuando para la población no están claros los límites que separan a las autoridades gubernamentales de las electorales y, cuando las prácticas o trampas de partidos políticos y candidatos para acceder al poder se vuelven un déficit de las autoridades electorales y no una falta de quienes compiten por los poderes públicos la percepción de la democracia obviamente se ve más afectada.
Sin querer ser pesimista los datos anteriores reflejan que las democracias en el continente están lejos de su consolidación en el corto plazo, por el contrario, me parece que estamos en un momento en que las sociedades latinoamericanas debemos redoblar esfuerzos para que los derechos y libertades ganados en casi tres décadas de experiencia democrática no sufran regresiones progresivas derivadas de la indiferencia y de la falta de resultados.
Otros países en el mundo nos hablan ya de los riesgos que enfrentan las democracias en donde la misma se vacía desde dentro, Italia es un caso emblemático, y en donde la democracia, para decirlo como Michelangelo Bovero, poco a poco deriva en una democracia de la apariencia en donde las y los ciudadanos creen vivir en democracia, creen practicarla todos los días, pero en realidad estamos en los hechos en una forma de gobierno en donde los valores de la democracia ya no solamente no se practican, sino simple y sencillamente ya no existen.
Me parece que estamos en un momento en que las sociedades democráticas del mundo, y aquí sí permítanme trascender a América Latina, deben redoblar esfuerzos para que los derechos y libertades ganados en casi tres décadas de experiencia democrática no experimenten estas regresiones a las que hacía referencia.
Permítanme compartir con ustedes algunas de las reflexiones que sobre los desafíos de las democracias en el continente surgieron en la Décimo Cuarta Asamblea Ordinaria de la UNIORE hace apenas unas semanas celebrada en México en octubre de este año.
En esta reunión las autoridades electorales señalamos en general tres aspectos centrales: primero, que aunque hemos avanzado significativamente en la consolidación del sufragio como herramienta para determinar la distribución de los poderes públicos era necesario, es necesario no bajar la guardia para evitar que los logros conseguidos tengan regresiones en clave autoritaria a partir de la erosión de esos dos pilares fundamentales en los cuales una democracia es impensable, partidos y parlamentos.
Dos. Se insistió en la importancia de fortalecer la autonomía de las autoridades electorales y de apuntalar los esquemas de profesionalización y conformación de servicios civiles de carrera como una manera de elevar la dimensión electoral de la democracia.
Y tres. Se reconoció, como en muchas ocasiones, que es a través de los condicionamientos presupuestales como muchas ocasiones intenta influir en las decisiones y en la conducción de las contiendas. Si se quiere resumir en pocas palabras en una síntesis lo que estos tres planteamientos indican es que tenemos que luchar por consolidar el Estado de derecho y, por supuesto, la lógica de funcionamiento de la democracia en general. Verdad de Perogrullo, pero verdad al fin y al cabo.
Con base en la experiencia mexicana en los aspectos anteriores yo agregaría la importancia de que las reglas del juego democrático sean claras y sean ampliamente consensuadas. Ya lo decía Norberto Bobbio, si en una democracia hay reglas respecto de las cuales no basta el mero consenso mayoritario es justamente respecto de las reglas del juego democrático, aquellas que regulan la vida de todos, mayorías y minorías en la recreación pacífica del poder público, y creo que esto en los tiempos que corren en el mundo es importante subrayarlo.
En 2018 el INE y el Tribunal Electoral tuvimos que organizar la elección más grande de nuestra historia, aplicando un modelo electoral nacionalizado que derivó de la reforma de 2014, para facilitar el mandato constitucional no solamente intensificamos nuestras tareas de coordinación con las autoridades locales, sino que se generó, incluso, un reglamento de elecciones que paso a paso clarificaba muchas de las decisiones y procedimientos a realizar para organizar las elecciones en cada entidad del país.
Debo señalar, además, que los temas de género e inclusión, las decisiones que tomamos en el INE, que todas fueron respaldadas, y en ocasiones, maximizadas por el Tribunal Electoral, resultó indispensable para lograr lo que hoy es una realidad de la que estamos muy orgullosos. Tenemos el Congreso más paritario de nuestra historia y el tercer Congreso con número de legisladoras a nivel mundial, sólo después de Bolivia y de Ruanda.
Compenetrar las reglas del juego con criterios normativos y determinaciones jurisdiccionales fueron aspectos que permitieron que lográramos la paridad legislativa, pero también, que la elección más grande, más compleja de nuestra historia; aquella que se realizó en el contexto de violencia más grave de los años recientes, fuera también una elección pacífica, una elección que hoy permite que estemos aquí reunidos sin que allá afuera haya violencia derivada de los procesos electorales. Tenemos otros tipos de violencia que tenemos que resolver.
En dos días estaremos ante el recambio, el cuarto recambio, la tercera alternancia en los últimos cuatro procesos presidenciales y esto está ocurriendo en un clima de paz pública. Nuestros problemas están en otro lado y eso habla del trabajo cumplido por parte de las autoridades electorales.
Sin embargo, en el contexto actual, si nuestro propósito es contribuir a la consolidación de los sistemas democráticos lo que necesitamos es buscar soluciones a los desafíos que hoy enfrenta la democracia, con más herramientas de la democracia y no debilitando a sus instituciones. De ahí que sea relevante recordar, una y otra vez, que la recreación de la democracia es una obra colectiva, es una obra que se recrea en un ecosistema integrado por actores políticos, partidos, poderes constitucionales, autoridades electorales, medios de comunicación y la sociedad y sus organizaciones, y todas debemos jugar nuestro rol bajo las reglas del juego que nos hemos dado; las reglas del juego democrático. Que alguien no cumpla con esta función significa que se abren márgenes de déficit para la democracia.
Estoy convencido que la sustentabilidad de los sistemas democráticos depende de la fortaleza de sus instituciones y de la claridad del marco jurídico con la que operamos. En tal sentido, si queremos fortalecer las democracias en el continente, lo que necesitamos es consolidar las instituciones, pero también hacer mucha pedagogía para que los límites entre las instituciones de competencias y lo que se puede esperar de ellas, y en general de la democracia, sean claros para todas y para todos.
Las sobre expectativas en la democracia hoy constituye uno de los riesgos para el funcionamiento y recreación de las mismas.
Si aceptamos la evidencia cualitativa y empírica de los estudios de opinión, la democracia se consolida con resultados de sus autoridades gubernamentales, con partidos y parlamentos responsables y que defiendan, atiendan las demandas de la sociedad, así como con instituciones electorales fuertes, profesionalizadas y confiables.
Tengo la seguridad que en las mesas de reflexión y conferencias que se realizarán en este Congreso, escucharemos planteamientos de sumo interés e importancia que contribuirán a la reflexión, pero también al fortalecimiento de la democracia en nuestro continente.
Muchas gracias.
Versión estenográfica de la intervención del Consejero Presidente del INE, Lorenzo Córdova, en la inauguración del Congreso Internacional “Las Garantías de los procesos Democráticos: Estándares Internacionales y Principios Constitucionales en Perspectiva Comparada”, realizado en el Palacio de la Autonomía
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