El martes pasado las urnas abrieron en los Estados Unidos para renovar un tercio del Senado (35 de 100 lugares), la totalidad de su Cámara de Representantes (los 435 lugares) conocida como el House y 36 de 50 gubernaturas estatales. El resultado fue polarizado pero logró un viraje tangible en los equilibrios de poder; reivindicó el papel de las elecciones como instrumento pacífico y eficaz para replantear el mapa político periódicamente, castigar o acotar excesos de gobernantes, legisladores.
Fue una jornada que el propio presidente Donald Trump perfiló como referéndum a su gestión y proyecto de país, el mandatario se volcó a la campaña de los suyos y no cosechó el éxito que esperaba. Es cierto que no hubo victorias o derrotas aplastantes, pero sí se concretó un cambio más que relevante en la Cámara Baja que ahora tendrá mayoría demócrata.
Ante lo divididas que están las posiciones para definir temas clave en el Congreso de aquel país, polémicos desde la elección presidencial de Trump en el 2016 como la construcción de un muro en la frontera con México, los dreamers o la desaparición de la atención médica del Obama Care, no es menor esta recomposición en los equilibrios parlamentarios que dejan las elecciones de medio término (midterms) ni tampoco los espacios que en ellas han ganado minorías acosadas por el discurso discriminatorio de los últimos años.
Pese a que al filo de las 10 de la noche del martes el presidente Trump aseguró en Twitter que para él la jornada había sido un “tremendo” éxito, el descalabro fue considerable para los republicanos y en consecuencia para el presidente en funciones, porque sencillamente antes de las contiendas su partido mantenía el control de ambas cámaras y ahora, después de las contiendas, son los demócratas quienes tendrán mayoría en la Cámara de Representantes, el House, algo que no ocurría desde el 2010. Es cierto que mantienen republicanos el Senado e incluso incrementan ligeramente su presencia, pero ahí se renovaron pocos escaños y en la Cámara de Representantes eran todos los disponibles.
Es un hecho que el impacto en pesos y contrapesos ocurrió. En el 2017 no le alcanzaron los votos a Trump para echar abajo el Obama Care y ahora es más lejana esa posibilidad porque ha perdido el control de la Cámara Baja, donde se define el etiquetado de los dineros públicos. El financiamiento de un muro fronterizo se desdibuja del horizonte o la viabilidad presupuestal.
Muchos analistas coinciden en que una eventual reelección de Trump no está cancelada porque mantiene su base votante en zonas rurales y una vez concluidos dos años de gestión, ya con varios episodios que podrían haber cambiado la percepción de electores, no se registraron derrotas totales ni votaciones apabullantes en contra de los republicanos.
En todo caso estamos ante un dique legislativo que no existía antes del martes y se quedará vigente de aquí al 2020, cuando nuevamente se llame a elecciones presidenciales. Nadie ganó o perdió todo, pero el gobierno de Trump encontró en las urnas un mensaje de quienes no se identifican con su agenda, uno que la ha detenido de facto en varios rubros mediante el voto, al menos lo ha hecho de aquí a la siguiente jornada electiva.
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