El martes pasado se concretó el tercer y último debate presidencial de este proceso 2018, un ejercicio para nutrir la deliberación colectiva a 12 días de abrir urnas que esperan recibir votos de 89 millones de mexicanas y mexicanos.
La primera escala fue en el Palacio de Minería de la CDMX el 22 de abril, luego en la UABC de Tijuana el 20 de mayo y, finalmente, el 12 de junio, en el Gran Museo del Mundo Maya de Mérida. En el conjunto de estos encuentros entre candidatos se dieron pasos importantes en cuanto a formatos, canales de participación ciudadana para incidir en la agenda de contenidos y moderación activa que exige clarificar posturas y no eludir respuestas a través de preguntas y eventualmente interrupciones, una apuesta por romper esquemas acartonados, monólogos secuenciados y sobreprotegidos que arrastrábamos elección tras elección y este año han tenido un punto de inflexión que los aleja de forma definitiva.
Ni los formatos, la duración o el número de encuentros y participantes han quedado escritos en piedra, no estamos en una estación final, pero el salto fue considerable y eso abre expectativa para seguir avanzando. La mirada crítica y el análisis puntual de las fortalezas y debilidades que nos ha dejado esta experiencia tendrán un escenario distinto en futuras contiendas, uno más favorable para afianzar mejoras.
Aquí expongo algunos puntos a destacar: 1. Hay cara a cara en México desde hace 24 años, pero nunca habíamos tenido comicios con tres, casi uno por mes en los 90 días de campaña, en los que asistieran todas las candidaturas con registro vigente. Esta contienda logró dar ese paso y con ello aumentar foros de discusión y romper la inercia de otros años donde punteros, para no arriesgar su ventaja, se ausentaban o pedían el menor número de debates posible, 2. Se confirmó que no es verdad esa idea que mira a la población cansada de informarse sobre política o que la que afirma que se cambia de canal si aparecen candidatos o partidos, al contrario, lo que vimos en los debates fue un interés masivo por seguir el intercambio y contraste de posturas presidenciales. Los niveles de audiencia en televisión superaron por mucho el rating promedio de noticiarios estelares, el de telenovelas e incluso el de la inauguración del mundial, 3. Pese a que el segundo debate no se transmitió en uno de los canales con mayor cobertura, terminó por ser el más visto, 4. El tercer debate fue un martes (ha quedado claro que el mejor día suele ser domingo por la noche) y su difusión también enfrentó que un canal de cobertura nacional decidiera no transmitirlo, pero de todas formas superó nuevamente los 10 millones de electores frente al televisor y tuvo exponencialmente mayor audiencia que ese canal privado que optó por no transmitirlo, 5. La moderación fue clave en los debates, es evidente que a ningún candidato le gusta que lo interrumpan pidiéndole aclarar una postura ambigua o contestar sobre algún tema incómodo, pero esa posibilidad benefició a la audiencia y, aunque puede ajustarse o discutirse el trabajo de moderadoras y moderadores en aspectos concretos como no cortar el ritmo de una intervención o ser más flexibles en que se terminen ideas, no fueron ellas y ellos quienes aprobaron el formato ni quienes exigían siempre una equidad matemática en cada segmento de intervención. Para mí lo hicieron de manera profesional y sobre todo imparcial, 6. Formatos más flexibles en el ámbito presidencial se conjugan con el incremento notable de debates a otros cargos federales y locales que ya normalizan este tipo de ejercicios, algo que no era tan común en elecciones previas.
La agenda de los debates sigue presente en la discusión pública y de eso se trata todo, de abonar en alternativas de información para electores que buscan respuestas y que necesitan elementos para tomar una decisión libre y razonada. Es imposible agotar la agenda de temas nacionales en dos o tres horas de debate, pero en cualquiera de los que tuvimos, hubo mayor profundidad que la presente en millones de spots cortos.
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RESUMEN