Las elecciones federales del 2018 tienen una definición relevante en puerta y debe concretarse pronto, en las próximas semanas, antes del arranque formal de las campañas. Se trata del formato específico con el que se busca propiciar un primer debate presidencial que trascienda monólogos de guiones preestablecidos, encuentros acartonados entre candidatos que estén llenos de candados que sobreprotejan su interacción o impidan respuestas claras a cuestionamientos o el contraste directo entre sus ofertas de gobierno frente a la ciudadanía.
El compromiso del INE es modificar sensiblemente los formatos. Ya están firmes las bases generales aprobadas con ese mandato, pero falta el detalle, los formatos específicos en los que debe haber moderadores con un papel más activo, propuestas y diálogo fluido a favor de audiencias, de las y los electores, sin descuidar un entorno imparcial y equitativo.
Lograr una discusión intensa entre los candidatos, que las o los moderadores puedan insistir en preguntas no contestadas, en pedir posturas sobre el tema abordado o reacción frente a críticas, sobre las cuales los participantes aludidos no se hayan pronunciado, implica un componente que no será cómodo para los debatientes, pero, en cambio, abre oportunidades para la mejor información de la población que busca respuestas claras que no encontrará fácilmente si hay discursos leídos que no den margen ni espacio para pedir claridad o para insistir en que se asuman posturas claras respecto de temas específicos por duros o espinosos que resulten.
El reto es ese detalle fino, un esquema que permita a las audiencias visualizar posturas sobre asuntos relevantes, contrastar con nitidez qué hace diferente una oferta política de otra en un mismo asunto.
En el mundo hay experiencias diversas que han logrado encuentros cara a cara, flexibles, sin tiempos por turnos predefinidos en minuto y segundo, con réplicas cuando no hay alusiones directas y no en automático, con una lógica de equilibrio que propicie igualdad razonable en las oportunidades de intervenir y exponer visiones, propuestas y cuestionamientos a los adversarios.
En Francia un cronómetro va marcando cuánto habla uno u otro candidato, pero los micrófonos siempre están abiertos, permitiendo interrupciones o interpelaciones que pueden detener los moderadores sólo si obstaculizan el flujo de ideas completas; en Chile acabamos de ver un buen diseño que permite a periodistas hacer cuestionamientos directos a manera de microentrevistas entre candidatos, algo similar a lo que ocurrió desde 1960 en los Estados Unidos, cuando el debate presidencial entre Kennedy y Nixon tuvo espacio para preguntas de comunicadores reconocidos de cadenas distintas y, además, el moderador también le pedía al demócrata o al republicano reaccionar a propósito de alusiones o cuestionamientos que su adversario acababa de hacer y no habían merecido algún comentario o defensa.
El modelo de intervenciones secuenciadas, siempre con micrófonos cerrados si no es el turno de uno u otro, con moderadores que únicamente pueden presentar y asignar el uso de la palabra ya establecido, no ha favorecido la discusión abierta, pero ahora el reto está en un diseño que cambie esa fórmula sin que la imparcialidad del encuentro se lastime.
Es evidente que son las y los candidatos a quienes debemos escuchar, pero no en una zona de confort que les permita guardar silencio sobre asuntos relevantes para la población sin ni siquiera tener que hacer expreso su rechazo a contestar ante una pregunta que les solicite una postura clara.
Los protagonistas serán ellos, pero también las audiencias, las y los votantes a quienes debemos un formato que les facilite encontrar las respuestas a sus dudas, conocer las diferencias y allegarse de información útil para un voto informado. Las virtudes y discursos preparados y controlados tienen millones de spots para darse a conocer, mientras que la deliberación cara a cara, en vivo y nítida, tres escalas, tres debates que pretenden dar pasos adelante para dejar atrás, por fin, el acartonamiento, el monólogo calculado e impenetrable.
Apuesto por establecer condiciones suficientes que permitan trascender lo que se ha hecho hasta el momento en esta relevante materia, si los candidatos quieren ocupar por el voto ciudadano un cargo de elección popular, que debatan en serio y que sean evaluados en serio por la audiencia que luego acudirá a las urnas.
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