Muchas gracias Manuel, muy buenos días tengan todas y todos.
Es un verdadero placer volver a reunirnos con muchos de ustedes, amigos y asiduos invitados a estas ediciones del foro de la Democracia Latinoamericana que hoy celebra su octava versión.
Es un placer verdaderamente arrancar la reflexión en estos días acompañado de ustedes, Magistrada Gabriela Villafuerte, doctor Francisco Guerrero, estimadas y estimados miembros del cuerpo diplomático, Presidente Colom, un placer de veras a ustedes tenerlos esta mañana aquí reunidos.
Uno de los motores que marcarán el dinamismo de la vida pública de América Latina el próximo año será la amplia disputa por el poder político en las urnas.
En 2018, ocho naciones de nuestra región celebrarán procesos electorales para renovar todo tipo de cargos públicos tanto a nivel nacional como subnacional, desde presidentes hasta alcaldes, pasando por gobernadores y diputados.
Si a esas elecciones se suman los cuatro comicios que ocurrirán en lo que queda de este año, estamos hablando de 12 países que en el arco de apenas 14-15 meses renovarán sus poderes públicos y que convocarán a más del 80 por ciento de la población latinoamericana a las urnas para definir, redefinir sus futuros políticos.
Esta intensidad política presenta importantes desafíos para las institucionalidades electorales, especialmente en un marco de una cultura política deficitaria aquejada por fenómenos nuevos, fenómenos respecto de los que la democracia está buscando un cauce de adaptación como los que justamente padecemos en nuestra región.
Al respecto, hace algunos meses en un foro organizado por la Fundación Kofi Annan en nuestro país para reflexionar sobre la integridad electoral, se mencionaba la relevancia del acceso desigual al dinero, la deficitaria cultura cívica de nuestras sociedades y la baja confianza en los partidos e instituciones públicas, como factores que inevitablemente dañan la calidad de las democracias en el Continente, y con ello, la gobernabilidad de nuestros países.
En general, en aquel evento, los participantes coincidían en torno a la necesidad de elevar el contexto de exigencia a los competidores, partidos y candidatos, para que se apegaran puntualmente a las reglas del juego democrático, que no buscaran obtener ventajas indebidas mediante el acceso al dinero indebido, y que la aceptabilidad de la derrota se convirtiera en un una práctica reiterada como parte natural de la recreación democrática.
Se planteaba, también, la importancia de que la observación electoral ampliara su rango de acción para incluir los factores del contexto político y social en el que transcurren los procesos electorales; desde que éstos inician, y hasta que las autoridades, en su caso, jurisdiccionales concluyen con la calificación de las elecciones.
Ese sigue siendo el contexto en el que vamos a uno de los ciclos electorales más intensos que ha vivido la democracia latinoamericana.
En el caso mexicano, como ya lo señalaba el doctor Guerrero, el proceso electoral que culminará el próximo primero de julio con la renovación de más de tres mil 400 cargos de elección popular a nivel nacional, empezando, por supuesto por la Presidencia de la República, pero también a nivel subnacional en 30 estados, en 30 de los 32 estados que integran nuestra federación, es un marco en el que inevitablemente en este evento se contextualiza.
Es el último Foro de la Democracia Latinoamericana, antes de las elecciones y ya dentro de un año, estaremos hablando seguramente de cómo nos fue y de las lecciones aprendidas.
Pero también este es un foro que se inscribe en un contexto particular, si atendemos a eso que nos sugería Francisco, es decir, analizar dónde estamos, nuestras fortalezas y nuestras debilidades, nuestras necesidades, nuestras áreas de oportunidad, como parte de un proceso histórico.
Este año, no solamente es un año en el que en México celebramos el centenario de nuestra Constitución, sino también, aunque ha pasado inadvertido, justo en estas fechas, celebramos el 40 aniversario de una reforma, la reforma política de 1977 que comenzó el ciclo democratizador en nuestro país, y que a la postre, transformaría radicalmente el país.
Y por cierto, en unas, hace algunos días se celebró también el décimo aniversario de la reforma de 2007 que introdujo un cambio radical en el modelo de comunicación política.
Permítanme, a la luz de estos eventos, de estas celebraciones, articular las reflexiones que enseguida quiero hacer.
Hace 40 años, como decía, inició una serie de profundos cambios que han transformado radicalmente al país, por cierto, en tiempos de falsas noticias, de fakenews en donde inexplicablemente hace algunas semanas era recurrente escuchar a opinadores públicos señalando que en México estábamos peor que hace 30, hace 40 años.
Entonces, inició un proceso evolutivo, pausado y gradual, sin duda, pero que cambió radicalmente la faz de nuestra sociedad. Entonces, hace 40 años, en un contexto, por cierto, de candidato único a la Presidencia de la República, parecemos olvidarlo, 40 años, 41 años, en 1976 un solo candidato a la Presidencia de la República fue postulado por tres partidos políticos, el único partido que constituía una real oposición no logró postular a su candidato a la Presidencia.
Hoy estamos en un contexto en el que hasta el día de ayer, ayer en la noche había ya 35 ciudadanos que habían manifestado su intención de competir por la vía independiente a la candidatura a la Presidencia de la República. Digamos, para hablar del antes y del después.
Decía, en un contexto de candidato único a la Presidencia, teníamos un sistema de partidos cerrado y excluyente, un sistema de partidos, por cierto que sirvió para que Sartori ejemplificara con el caso mexicano su tipología de partido hegemónico que se ubicaba por supuesto en los sistemas de partido no democráticos.
Teníamos un sistema de partidos estático, autorreferencial en donde el pluralismo era testimonial a pesar de que el mismo desbordaba desde hacía al menos una década los cauces institucionales como lo demostró el movimiento estudiantil del 68, para mencionar solamente un caso.
Nunca, como hace 40 años, por cierto, el país legal distaba tanto del país real. Entonces todos los gobernadores, sin excepción, pertenecían a un partido político; todos los senadores, sin excepción, pertenecían a ese mismo partido político; todos los congresos, el federal y el de las 31 entidades federativas gozaban de una mayoría calificada predefinida que les permitía, por un lado, a una sola fuerza política cambiar la Constitución federal a su antojo, y por otro, manipular las constituciones de los estados sin tener siquiera una mínima interlocución o cumpliendo con la formalidad del caso, con las exiguas oposiciones modificar las casas constitucionales de los estados.
Entonces teníamos un país, como lo reflejaba la representación política total y absolutamente monocolor, marcado, si acaso, por alguna esporádica y excepcional municipalidad en manos de la oposición.
Entonces, por cierto, había una gran certeza en ese contexto de exigua democracia, todos los mexicanos sabíamos de cara a cada proceso electoral que había un ganador predefinido.
Hoy tenemos un escenario radicalmente distinto, gozamos de un pluralismo que a muchos molesta, por cierto, pero es un pluralismo, rico, amplio, incluyente que se recrea elección tras elección y que no es, déjenme decirlo, un perjuicio para la democracia; todo lo contrario, el pluralismo que hoy tenemos y que está reflejado en el sistema de partidos es simple y sencillamente el reflejo de la sociedad que tenemos.
Tenemos alternancias que se suceden periódicamente, y enfatizo el punto, la alternancia no es lo que hace como hace casi 20 año alguien sugería, condición de la democracia, lo que es condición de la democracia es la posibilidad real de que las alternancias ocurran. Si estas suceden o no eso depende de los electores como suele ocurrir en democracias.
Por cierto, que vale la pena mencionar, desde 2014, la última reforma, con la última reforma que nacionalizó el sistema electoral en nuestro país, hemos vivido el periodo trianual con mayor intensidad en términos de alternancias de la historia política del país.
De 24 elecciones de gobernador, para poner solamente esa cifra que se replica en el ámbito de los municipios y en el ámbito de las diputaciones, hemos tenido 14 elecciones que han ido para todos lados, nadie puede declararse beneficiario de este fenómeno que es parte de la normalidad política de nuestro país.
Hoy vivimos una incertidumbre prácticamente en todas las elecciones, por cierto, la única incertidumbre que se vale en democracias, la que tiene que ver con quién va a ser el ganador antes de que la elección se lleve a cabo, al cabo de las 11:00 de la noche del próximo primero de julio tendremos certeza, ahí sí, la certeza democrática de cuáles fueron los resultados electorales.
Eso, más o menos pasa en toda América Latina desde hace más de dos décadas y es algo que vale la pena ponderar y preservar.
Hace un par de años, en la edición 2015 de Latinobarómetro, ese estudio comenzaba con dos certezas que si bien tienen un dato de veracidad, creo que de todos modos vale la pena relativizar y defender.
Latinobarómetro hace dos años decía que después de 15 años de ejercicios había dos realidades que se habían asentado de manera irreversible en nuestra región: que la democracia era la forma de gobierno que habíamos escogido y respecto a la que no había vuelta atrás, y que las elecciones se habían consolidado como la vía natural para procesar el pluralismo político y de manera pacífica las diferencias entre los distintos actores políticos.
Si bien es cierto el dato, creo que vale la pena asumir una cosa, ni la democracia como sistema, ni las elecciones como mecanismo primordial de funcionamiento de ese sistema llegaron necesariamente para quedarse.
Hay que cuidarlas, hay que preservarlas, hay que reflexionar sobre sus desafíos y propiciar que la capacidad de adaptación a las nuevas realidades, como lo señalaba Paco Guerrero, sea una adaptación que continúe con la lógica y el fortalecimiento de funcionamiento de esa forma de gobierno, porque también la historia enseña, hay muchos casos en los que por la ruta democrática la democracia se acaba y da paso a lo que Michelangelo Bovero ha definido alertando los riesgos de las democracias, que las democracias enfrentan en nuestros días una democracia de la apariencia, que es democracia sólo de fachada y no en sustrato.
Nuestros sistemas electorales son sin duda perfectibles, pero hay tiempos para que esas modificaciones ocurran y ahí está, por cierto, la elección que nos viene de Panamá, en donde al cabo de cada elección las autoridades electorales, el Tribunal Electoral tiene que convocar a una amplia discusión pública para proponer reformas, adecuaciones al marco legislativo.
Pero esos cambios tienen que hacerse y pensarse como suena, como aconseja el refrán popular: “en tiempos fríos los temas calientes más vale procesarlos en tiempos fríos”.
Tiene que hacerse con serenidad y la pausa que un tema tan relevante amerita, y tienen que seguir, creo tres ejes: la consolidación, el fortalecimiento y la evolución no la involución del sistema electoral, y eso es así porque reglas estables y ciertas son claves para inyectar certeza y estabilidad en todo proceso electoral.
Hoy tenemos en México reglas complejas, pero son reglas que luego de tres años de la última reforma han demostrado ser viables, han demostrado ser practicables y además comprensibles para la gran mayoría de los actores políticos y por ende, fuente de estabilidad de la estabilidad que es indispensable procurar para lograr la gobernabilidad durante los tiempos electorales.
Termino señalando lo siguiente, tiene razón Francisco, tiene razón Gabriela cuando señalan que nuestras democracias adolecen problemas.
Hoy tenemos grandes problemas nacionales, que por cierto, son problemas estructurales, y por cierto, transversales a muchos de nuestros países: la pobreza, la desigualdad, la corrupción, la impunidad y en muchos casos, la inseguridad, son flagelos que hoy como pocas veces conviven y se retroalimentan nocivamente entre sí.
Sin embargo, frente a ellos, creo que vale la pena reconocer que el inicio de este gran ciclo electoral, de cara al inicio de este gran ciclo electoral, que los procesos electorales nos abren una oportunidad.
Son las elecciones los momentos que nos hemos dado a las sociedades democráticas para discutir públicamente cuáles son los problemas que tenemos y cuáles son las mejores soluciones para enfrentarlos.
Desde este punto de vista, las elecciones que están por iniciar o que como en el caso mexicano ya comenzaron, no deben verse como un problema más en el medio ambiente de la convivencia social, sino como un espacio privilegiado para institucionalmente procesar nuestras diferencias y discutir de cara a la ciudadanía cuáles son las mejores maneras de resolver nuestros problemas.
Creo que vale la pena asumir, y con esto concluyo, que en las democracias las victorias no son absolutas ni de una vez y para siempre, así como las derrotas electorales no son nunca absolutas ni de una vez y para siempre.
El que tengamos tres mil 406 cargos en el caso mexicano, como elementos de disputa en las futuras elecciones, nos habla de una realidad que va, y no estoy haciendo futurismo, simple y sencillamente me atengo a lo que ha ocurrido en las últimas dos décadas, que va seguramente a repetirse.
Quien gane la Presidencia de la República con toda probabilidad va a tener que gobernar con un Congreso sin mayorías predefinidas, insisto, esto ha ocurrido en las últimas dos décadas en nuestro país y la pluralidad política que hoy existe es muy probable que nos deje como resultado este punto.
Eso quiere decir que la clave del gobierno en una sociedad plural como la nuestra, es justamente eso que Hans Kelsen definía hace un siglo como la esencia y el valor de la democracia, la tendencia natural de esta forma de gobierno hacia el compromiso, hacia el acuerdo, hacia la construcción de decisiones en las que no se refleja totalmente la voluntad una parte, ni se excluye totalmente la voluntad de las otras.
Esa es parte de la riqueza que la construcción democrática que hoy nos coloca frente a la elección más grande y también desafiante de la historia, nos genera como una certeza de la que más vale hacernos fuerte.
Las elecciones del próximo año sí, en buena medida definirán la ruta política del país en el próximo periodo, en el próximo ciclo electoral, pero también es cierto que en México ya no hay ganadores absolutos y predefinidos, ni perdedores absolutos predefinidos.
Y eso me parece que de cara a la elección que está por venir, es algo que tenemos que aquilatar.
Muchas gracias.
Versión estenográfica de la intervención del Consejero Presidente del INE, Lorenzo Córdova en la inauguración del VIII Foro de la Democracia Latinoamericana. Desafíos de las Elecciones en tiempos de cambio: Un panorama latinoamericano, realizado en las instalaciones del Palacio de minería.
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